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derecho natural, i de las jentes, superior a todos los establecimientos humanos, ha esculpido en el corazon de los mortales el sagrado teorema de que el fin de las sociedades es su propia conservacion. A este objeto deben dirijirse las acciones de los individuos que la componen; a él los desvelos de sus gobernantes. La menor omision, el mas pequeño descuido en materia de tanto interes, los constituiria reos de lesa patria, indignos del elevado rango que ocupan, execrables a los ojos de la posteridad; i el oprobio los acompañaria al sepúlcro. No se conoce en la sociedad medio alguno justo de que no deba usar una nacion para repeler cuanto se encamine a causar su ruina.

A esta lei fundamental de la conservacion, la primera en el órden de la naturaleza, i de la sociedad, a esta inspiracion de la divinidad, ceden i se someten los derechos de segundo órden, la propiedad, i el dominio; cuando sin quebrantarlos no pueden desempeñarse los deberes, que impone aquella. A la voz imperiosa de la necesidad mudan de aspecto los crímenes, se purifican los delitos, o con mas propiedad, no son criminosas, ni reprensibles en tal caso las mismas acciones, que ejecutadas sin la fuerza irresistible de la necesidad, heririan forzozamente los derechos de los particulares, o de las naciones.

Una serie no interrumpida de ejemplos memorables en todos los pueblos desde la mas remota antiguedad justifica la exactitud de estos principios. Autorizado de la necesidad Moises, el lejislador del pueblo Hebreo, conduce a los irraelitas a la tierra de promision por el pais de los Amorreos a pesar de las prohibiciones i resistencia de su monarca Sichen. Ajesilao regresa de la Asia con sus

tropas por los estados del rei de Macedonia, sin esperar su consentimiento. No de otro modo Cimon, jeneral de los atenienses, vuela al socorro de sus aliados los lacedemonios por el territorio de Corintho. La lei de la necesidad dió derecho a Xenofonte en su admirable retirada con los diez mil griegos a echar mano de embarcaciones ajenas para salvar su ejército. Si se consulta la historia moderna, se reconocerá que la práctica de toda la Europa ha respetado relijiosamente los fueros de la extrema necesidad.

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Cuando la España en el tratado de paz con la Francia el año de 1660, en los de comercio con la Holanda en Utrech en 1714, en los que celebró sobre el mismo objeto con la Inglaterra, artículo 17, i con el imperio en 1725, estipuló, "que de una i otra parte no podrian los mercaderes i maestres de navios, sus bajeles, i otros bienes, ser arrestados o embargados por cualquiera causa, ni bajo pretexto de quererse servir de ellos para la conservacion i defensa del pais sin el consentimiento de los propietarios, i pagándoles de contado lo que se deseare tomarles, no fué, ni pudo ser su ánimo disminuir en la mas pequeña parte los invariables derechos de la necesidad urjente i verdadera. Las potencias contratantes aspiraban a garantir mútuamente a sus vasallos de las vejaciones, perjuicios i agravios que recibian en los paises extranjeros a pretexto de la necesidad inventada por la política poco escrupulosa de los ministerios, que no es la que observa Chile. La verdadera necesidad, esa lei suprema, recurso de la debilidad humana, no sufre restricciones por la fuerza de los tratados particulares. No hai una sola nacion en el antiguo mundo, que desconozca el derecho de servirse

en una necesidad urjente de las embarcaciones, efectos, i bienes de los extranjeros, no siendo igual la de éstos, i pagando el precio del uso, o del servicio.

Con estos conocimientos el gobierno de Chile resuelve armar en guerra la fragata Fama. Ofrece sueldo a los oficiales, el prest acostumbrado a toda su marineria por el tiempo de la detencion, libertad de derechos al cargamento, i otras recompensas jenerosas constantes de documentos, que rehusó el capitan. Resultando del reconocimiento prolijo de la fragata su mal estado, la necesidad de carenarla, i erogar gastos costosísimos en su habilitacion, se ciñó el gobierno al extremo indispensable de completar con su artillería, i pertrechos el armamento de la fragata Perla, i bergantin Potrillo para acometer un corsario que no desamparaba la boca del puerto.

El desgraciado éxito de la expedicion lo causó la perfidia del malvado italiano Antonio Cárlos, i de otros marineros de la Fama, que se admitieron para tripular a la Perla, quienes en el mismo momento de dar caza al corsario, sublevaron la tripulacion, hiriendo, i prendiendo al capitan quitaron la vida a varios, i uniéndose al enemigo, acometieron al bergantin Potrillo, cuya suerte se ignora hasta el dia; dando la Perla despues de esta alevosia la vela al puerto del Callao a celebrar el infame triunfo, i recibir el premio de una accion, que condenaran los mas impudentes bárbaros, pero que el virrei Abascal recompensará con mano jenerosa, i colmará de elojios en los papeles públicos de Lima manchados mil veces con vergonzosas apolojías de maldades inauditas contra los americanos.

Un hecho de tanta criminalidad, la resistencia del co

mandante portuguez a manifestar sus instrucciones púramente mercantiles; su negativa a los partidos ventajosísimos que se le proponian sin ejemplar en nacion alguna de la Europa; la implicancia de este i el sobre cargo Munró en asegurar que los trigos i harinas que tenian acopiadas eran para mantener los ejércitos británicos en la isla del Portugal europeo, con el respetable aserto del Lord Stranford de necesitarse los trigos para semillas en la Inglaterra; la contradicion aun mas notable entre las últimas representaciones del comandante, i 'sobre-cargo, asegurando el primero que su fragata tiene francos los mares, pues los corsarios limeños neutrales con su patria parece de neeesidad que respeten la bandera de su nacion, i el segundo que no zarpará mientras esten a la boca del puerto corsarios limeños, pues no puede, ni debe despacharla (cargada de trigos) a presencia de semejantes peligros, mayormente habiendo experimentado la pérdida de la Borriska: todos estos antecedentes serian otros tantos motivos de desconfianza, i de procedimientos ruidosos para cualquier gabinete que no tuviese el fondo de candor, de libertad, i moderacion, que distingue al de Chile.

Este solo trata de la seguridad del estado, i de restituir a la América del Sud su tranquilidad turbada por el jénio inquieto de Abascal, reducido a la feliz impotencia de cometer mas crímenes. Conoce que Lima no puede subsistir sin los graneros de Chile; que el ejército invasor de la Concepcion, Valdivia, Chiloé, i el puerto de Montevideo sitiado por las victoriosas armas de las provincias Unidas del Rio de la Plata, nuestras íntimas aliadas, carecen de estos alimentos de primera necesidad, i que no hai en el continente otro pais, que se los provea. La impuden

te conducta del virrei, sellada con la invasion del territorio chileno, agotó por fin la jenerosidad de la nacion. La justicia de las provincias se afianza en la unanimidad de los pareceres. El gobierno despues de sérias meditaciones, en uso de unos derechos indispensables, practicados en caso de guerra por todas las naciones del globo, considerada su situacion, i el único medio de poner fin a las calamidades de la América, prohibe con acuerdo del senado i cabildo la exportacion de víveres, mientras dure la guerra, que ha declarado de hecho el virrei Abascal a Chile.

Los corsarios, o piratas de Lima, como sn corifeo, acosados del hambre contemplan en cada buque cargado de trigos, i otros víveres un tesoro inestimable. Si por solo conservar el monopolio de Cádiz, han tenido la audacia de impedir el libre comercio, que la suprema autoridad lejítima del estado de Chile franqueó a las naciones aliadas i neutrales, i apresar sus embarcaciones sin distincion de banderas, ¿qué dilijencias, que esfuerzos no harán para satisfacer a la necesidad de su subsistencia? Los cargamentos de trigo serian indudablemente presa segura de su rapacidad. Los implacables enemigos del nombre americano recibirán por este medio el principal nervio de continuar la guerra: i el tirano del Perú en los últimos momentos de su agonía trazaria con mano desfallecida planes de ruina, i de destruccion contra la deliciosa, i ensangrentada América.

¡Naciones de la Europa! si apreciais las virtudes, que os han elevado al distinguido rango que ocupais: si la justicia, si la buena fé, si os dictámenes de la razon presiden en vuestros gabinetes: si estimando el verdadero honor temeis degradaros hasta el humillante esta

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