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ciones i sumiso únicamente á la verdad. Como quiera, es preciso consultar lo que hayan producido los hombres dedicados al estudio de la política, por más que de ordinario carezcan de aquel conjunto de prendas que nadie seguramente habrá poseido. I es la historia del gobierno en jeneral, habida consideracion á los lugares i á los tiempos, lo que habremos de desentrañar de los escritos que pretenden tratar la ciencia de la política esperimental, á diferencia de las disertaciones sentimentales en que para nada se cuenta con el pasado i sus enseñanzas. Despues de Aristóteles i Ciceron en la antigüedad greco-latina, Bodin en el principio de la edad moderna, Augusto Comte, Guizot, Stuart Mill, Laboulaye i muchos otros en nuestros dias han traido copiosas i valiosísimas contribuciones al caudal comun de la ciencia de las ciencias.

En el gran teatro del mundo político el hombre es actor i espectador. Como actor, ejerce ó resiste la dominacion, participa en el gobierno ó recibe su accion, enfrena ó promueve las revoluciones. Como espectador, observa los fenómenos producidos en la marcha de las sociedades por las facultades mentales que determinan la direccion de los negocios públicos, i estudia impasible la creacion de los gobiernos, su índole, sus metamorfósis i sus efectos en la prosperidad ó decadencia de aquéllas mismas sociedades. Este doble carácter dificulta la tarea del publicista. Si sólo hubiese de observar i esponer los hechos que la historia suministra á su atencion, procederia como el sabio que trata una ciencia física describiendo imparcial i ajeno del asunto los fenómenos sujetos á su observacion. No puede éste producir á voluntad, sino en mui reducida escala, i á veces de ningun modo ni en ningun grado, los hechos que examina. Pero sobre todo es irresponsable aun de aquéllos mismos que pudiera producir, con tal que no caigan dentro de la órbita de la moralidad. No así el político, quien al esponer las leyes de su incumbencia, califica sus resultados jenerales, elojia ó vitupera la conducta humana que en ellas se mezcla, ensalza ó deprime la

accion de gobernantes i gobernados, i ejerce por lo mismo marcada influencia en su modo de proceder. Así el espectador de que hablábamos es influenciado por los actores que trae á la escena, é influye á su vez sobre los actores que estudian sus descripciones.

Prescindiendo de los escritos fugaces que se publican en épo cas de ajitacion, i que encendiendo las pasiones de los partidos, propenden á persecuciones de un lado i á revueltas del otro, libros hai escritos para todos los tiempos, que formando lentas i profundas convicciones, levantan la pasion política hasta el grado, ya de encrudecer la represion, ya de mover individuos i masas en el sentido de la resistencia i de la rebelion abierta. Así es como el Contrato Social de Rousseau ha desbordado la democracia, el Leviathan de Hobbes ha engreido el despotimo, i el Príncipe de Machiavelo ha corrompido al hombre de estado.

Al producir estos efectos la literatura política no ha creado ciertamente ningun nuevo instinto ó sentimiento que antes no se hallase en la cabeza humana, i que no fuese apto para enjen. drar por sí solo análogos efectos en circunstancias dadas. La imperatividad puede ir mui léjos gravitando sobre la paciente veneracion, é irá sin duda hasta donde lo consienta la estimacion propia, que puede hallarse adormecida como lo está en las rejiones asiáticas, condenadas al parecer á una interminable noche de abatimiento i abyeccion. Del mismo modo, i por una reaccion tan natural en las leyes políticas como en las físicas, donde quiera que el hombre siente aún el aguijon de su dignidad personal ó presiente los goces de la libertad perdida, se lanzará, cuando oportuno lo creyere, en el azaroso camino de la revolucion salvadora.

Mui dificil problema es el de la razon, el derecho, la oportu nidad, la justificacion en suma de una revolucion política violenta. No hai ninguna que no admita acusacion i defensa segun el aspecto bajo el cual la contemplemos. Que todas cuestan

enormes sacrificios, la historia nos lo dice á grandes voces. Que todas dejan un residuo de libertad, un derecho conquistado, una restriccion eliminada ó bien un abuso suprimido, no es tampoco cuestionable si con ánimo desprevenido se estudian las situaciones que las preceden i que las siguen. Pero ¿ hasta qué punto seria justificable avivar los sentimientos naturales que las producen? ¿Cómo medir de antemano i comparar certeramente los sacrificios i las adquisiciones, el costo i la ganancia de un cataclismo político ? La verdad es que cuando ha llegado el momento de una de esas reacciones que siglos de opresion han venido preparando, nada podria contenerlas, así como nada puede asignarse como su causa inmediata. Es en los casos comunes, en el manejo de la política cotidiana, cuando aumenta la dificultad de la cuestion. Para ellos no hai prudencia estremada ni moderacion escesiva, si conjura los horrores de una lucha fratricida, cuyos beneficios, en fin de cuenta, no son tanjibles como las utilidades de una operacion mercantil. La pasion política se halla siempre inclinada á exajerar la grandeza de la adquisicion, i puede hacerlo tanto mejor cuanto menos fácil es apreciar lo que se halla velado por el porvenir. Al espectador político toca en semejantes casos alumbrar la senda del ofuscado actor, salvarlo de si mismo i con él la sociedad de inútiles ó estériles dolores.

Cuando la sociedad ha alcanzado cierto grado de civilizacion, mucho pueden para adelantar la causa de los pueblos contra el uso perseverante i pacífico de los medios de ilustracion que tengan á su alcance, la exaltacion de su derecho desconocido, i la oportuna i mesurada demostracion de los peligros que amenazan á las situaciones tirantes. Tal es la armonía de los intereses sociales, que no hai jamas sacrificio para nadie cuando se hace justicia á todos; i es esa armonía lo que habrá con frecuencia necesidad de poner en claro, mostrando su error i su ceguedad á los intereses abusivos, para que desciendan al nivel de los interes justificados i universales. Pero nunca debe consentirse, en

lo absoluto i sin esperanza, el sacrificio del derecho individual, condicion de vida ó desarrollo para el ente humano. Asegurar ese derecho, elevando al rango de garantía lo que no era sino una indefensa aspiracion, es el objeto razonable de la lei que se da i se aplica por el gobierno. La política toda descansa sobre la necesidad de hacer efectivo el derecho que como condicion esencial de nuestro ser ha conferido la naturaleza.

Entre las revoluciones notables de la edad moderna cuéntase la que independizó de España i Portugal sus importantes colonias en el continente americano. Poseidos de la idea del derecho, estimulados por el ejemplo de la América inglesa, i aprovechando la oportunidad que les ofreció la situacion de la península à principios del siglo, los patriotas hispano-americanos emprendieron una osada lucha, que en quince años rompió los lazos que ligaban á un pasado oscuro, despótico i estacionario la suerte de medio mundo. Dueños de sí despues de los esfuerzos i sacrificios de aquella magna guerra, comenzaba la no menos difícil tarea de la nueva organizacion política, encomendada á los hijos de aquellos mismos españoles que no habian concebido nada mejor que su sistema colonial.

Para apreciar debidamente la labor que una nueva situacion demandaba, conviene fijar el punto de partida, ó sea la situacion creada en América por la conquista de España. En cuanto à Portugal i su colonia, pueden aplicárseles muchas de las observaciones que vamos á hacer.

Apénas tremolaba sobre la Alhambra el estandarte ibero, cuando Colon llevaba á los reyes católicos signos evidentes de la existencia de un rico país, descubierto por su jenio en beneficio de una gran monarquía naciente.

Un enjambre de aventureros ignorantes, emprendedores, codiciosos i fanáticos, quedaba reducido á la ociosidad, despues de la toma de Granada i completa sujecion del moro á la autoridad española. ¿Qué cosa mas natural que encaminar sus pasos á las nuevas rejiones del oro i de la plata, en donde los preciosos me

tales eran poseidos por infieles, mui honrados ya si se les admitia en el rango de hombres inferiores, es decir, de esclavos? Sábese por la historia la manera como el conquistador trató al indíjena, despojado primero, esclavizado despues, vejado i oprimido siempre. No que la lejislacion española, dictada por príncipes cristianos, autorizase los rigores que con el infeliz indíjena se empleaban. Pero además de que las leyes protectoras eran más bien la escepcion que la regla de la política colonial, llegaban desvirtuadas á su destino: remotos países, en donde debian ejecutarse por ajentes llenos del espíritu codicioso i cruel que habia traido á Indias á los primeros conquistadores.

Con tal que propagasen á su modo, no la moral, sino el dogmat i el rito del cristianismo que ellos profesaban; con tal que el medroso i débil indíjena confesase la fe del español, católico, apostólico, romano, la conciencia de los invasores quedaba satisfecha, aunque saqueasen é inmolasen á los mismos de cuyos cuerpos disponian sin límites salvando sus almas. Así es como la conquista logró conciliar en su conciencia enmordazada por la codicia, la ferocidad i el fanatismo, los intereses de las dos razas puestas á vivir juntas. Otra conciliacion estraña, pero característica de la época, fué la sujerida por Frai Bartolomé de Las Casas, quien compadecido de la suerte de los indios destinados al trabajo de las minas, que morian en crecidísimo número, aconsejó la introduccion de negros africanos esclavizados, de que se hizo un activo comercio por los ingleses i holandeses. Pero este alivio de los aborijenes no fué tampoco sino mui parcial; pues bien que relevados del trabajo de las minas, quedaron siempre reducidos á la condicion de siervos de la gleba, repartidos á millares entre los encomenderos.

Una modificacion de la raza europea vino pronto á figurar entre los elementos etnográficos de la sociedad ibero-americana. Los criollos ó descendientes de europeos miraban como su patria el suelo en que nacian, mientras que el español ó portugues no se proponia de ordinario sino hacer fortuna en Indias para regresar

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