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El obispo Villarroel opinaba que cometían pecado mortal los relijiosos que asistían a representaciones dramáticas en un teatro público junto con los legos.

Esta regla jeneral no obstaba para que pudiesen concurrir a ellas encubiertamente sin que nadie los viese entrar ni salir, cuando, por el conocimiento que tenían de sí mismos, conjeturaban que podían practicarlo sin riesgo alguno de sus almas.

Esa asistencia oculta estaba, sin embargo, espuesta a un sinnúmero de percances e inconvenientes.

En su mocedad, frai Gaspar había esperimentado el deseo vehemente de ver una comedia; i lo había satisfecho a costa de mil dificultades i zozobras.

Él mismo contaba el lance con su gracejo característico, para que los frailes escarmentasen en la cabeza de un reo confeso.

Hé aquí su relato:

«En el relijiosísimo convento de mi padre San Agustín de Lima, donde tomé el hábito i me crié, aunque toda la disciplina regular se guardaba con admiración, ponían los prelados todo su desvelo en desviar de las comedias a los relijiosos; pero en los mozos parece que los preceptos despiertan los apetitos. Eralo yo mucho entonces, aunque había acabado ya de leer artes. Alabáronme mucho una comedia que se hacía, por devota i bien representada; i entré en tantas ansias de verla, que, rompiendo por el recato, dispuse la entrada. Pagóse una celosía, que, en tiempo que era yo tan pobre, que me reía del rei Baltasar, cuando hacía a mis amigos un banquete que costaba seis reales, i ponía unas conclusiones por manteles, era gran negocio cinco patacones. Este fue el primer trabajo de aquel mi divertimiento.

«Salí a la una del día, que, por lo estraordinario

de la hora i por ser día de fiesta, dos cosas que dificultaban la salida, costó cien embelecos el ganarla. Ya va creciendo la costa de aquella triste comedia.

«ĺbamos modestísimos yo i mi compañero, enterradas las manos en las mangas, aforradas las cabezas en las capillas, i sudando, porque juzgábamos que cuantos nos encontraban nos leían en las caras el delito. Llegamos a una puerta estraordinaria por donde entran en el corral los hombres de bien. Encontramos un caballero, i pasamos de largo; conque fue forzoso dar la vuelta entera, i rodear cuatro cuadras. Esto mismo nos sucedió seis veces, conque, a las dos dadas, aun no podíamos ganar la puerta.

«Entramos al fin por un largo callejón; i en viéndonos en nuestro aposento bien cerrados, dimos por fenecidos nuestros trabajos todos. Pero pudiéramos decir lo que el otro, que, para significar la continua alteración de las penalidades que pasan los ladrones, porque la semilla apenas se coje, cuando se derrama, pintó unas espigas i puso a la divisa aquesta letra: Finiunt pariter renovantque dolores. Son caniculares, cuando en Lima nos asan, los calores. I pudiéramos tomar las unciones en el aposento, según estaba abrigado. Eran las cuatro de la tarde, i como no había tanta jente, como quisieran los comediantes, buscaron dilatorias para su farsa; i estando ya lleno el teatro, i en el tablado la loa, comenzó a temblar la tierra. Estaba en alto mi triste celosía, i el edificio era de tablas. Era tal el ruído, que parecía que se nos caía el cielo. Si nos quedábamos encerrados, peligraba la vida; si huíamos, a vista de tanto pueblo, se perdía la honra: i viéndonos entre dos bajíos pudiéramos decir con Plauto:

Inter saxum sacrumque sto; neque quid faciam

scio.

«Pudo, en efecto, conmigo mas el pundonor, que el deseo de vivir; i pasé mi penalidad con aquel pavor que podrá entender el que sabe qué es temblor. Sosegóse el auditorio; salimos del susto; i comenzada la obra, comenzó también en el vestuario una pendencia. Hirieron al del papel principal, conque fuera trajicomedia, si la infelice comedia se acabara; pero dejóse para otro día.

«Este pareció el trabajo postrero de mi fiesta; pero comenzó otro de nuevo: que no se iba la jente i venía ya la noche. Ciérrase en mi convento a la oración la puerta principal; i es caso de residencia entrar por la que llaman falsa. Dábame a mí esto gran congoja, sobre un tan largo encierro tan sin fruto.

«Salí, en efecto, representándoseme en cada sombra el prelado de mi casa; i pasando, como quien corre la posta, o como quien va seguido de una fiera, aquel largo callejón de que ya hablé, entraba mui paso a paso un caballero de casta de aquéllos que quieren saberlo todo, a enterarse del fracaso sucedido. Este, con grandes reverencias i con unas prolijas cortesías, que le perdonara yo de buena gana, me comenzó a preguntar por mi salud. I díjele turbado yo:-Señor mío, tiene vuestra merced mucha discreción para hacerse necio de entremés. ¿No ha visto el de Micer Palomo? Pues sepa que, examinando de necio a un caballero dijo que era tan necio, que detendría a un delincuente que fuese huyendo de la justicia para darle las buenas pascuas. Suélteme, vuestra merced, que voi huyendo de que me vean. Básteme mi trabajo de que vuestra merced me haya visto.

«De esta larga relación saquemos la moralidad i un buen retazo de probanza de mi sentencia; por

que

este recato, estos sudores, aquel dejarme morir por no dejarme ver en el temblor i todo lo referido, son indicaciones claras de que se afrentan los relijiosos de que se sepa que ven comedias».

Es sabido que frai Gaspar de Villarroel hizo un viaje a España impulsado por el deseo de visitar la corte, de imprimir sus producciones i probablemente de buscar algún acomodo, proporcionado a sus merecimientos.

Después de haber permanecido un corto tiempo en Lisboa, donde en 1631 dió a la estampa el primer volumen de una de sus obras, pasó a Madrid, principal término de su viaje.

Allí se hospedó en el convento de San Felipe, cuyos frailes presenciaban desde la sacristía comedías que se representaban en un patio que no estaba sujeto a clausura.

Cuando en 1637 Felipe IV presentó a frai Gaspar para el obispado de Santiago de Chile, el agraciado quiso recrear a sus compañeros de claustro con aquel espectáculo i desembolsó el dinero necesario para la exhibición de tres comedias.

Los actores recibieron el estipendio pactado, el teatro fué prevenido para el efecto, los padres se acomodaron en sus asientos; pero la función no tuvo lugar por no haberse obtenido previamente licencia espresa del presidente del consejo de Castilla.

Posteriormente, el obispo electo i sus hermanos de hábito vieron tres comedias en parajes diferentes, a la primera de las cuales, dada en el jardín del Almirante, concurrieron los agustinos calzados i descalzos.

Por lo tocante a los clérigos que, sin peligro de sus conciencias asistían a bailes i comedias, el obispo de Santiago creía que no pecaban mortalmente; i esto aun cuando la representación se hiciese en un local abierto a todos.

Así sucedía en Lima i en Madrid, donde concurrían a las representaciones teatrales muchos clérigos i prebendados sin que el pueblo lo estrañase.

Cualquiera que fuese su induljencia para con las obras dramáticas i los espectadores de ellas, el obispo Villarroel tenía cierta ojeriza contra los cómicos, como lo manifiesta el pasaje siguiente:

«Prediqué yo en Madrid (refiere en su Gobierno Eclesiástico Pacífico) la gran fiesta que celebran los comediantes, en San Sebastián, día de la Encarnación. Cantó la misa de pontifical un obispo de mi relijión, el señor don Juan Bravo, que lo fué de Urjento. I hayándome embarazado entre aquella canalla i misterio de tan gran pureza, en que vemos a María que prefiere su virjinidad a la dignidad altísima de madre de Dios, aunque me habían prevenido que alabase a los comediantes mucho i que ansí podría crecer la limosna del sermón i el año antes se lo oí predicar al doctor Juan Rodríguez de León, que, con su grande injenio i agudeza rara, halló mil elojios de ellos en la sagrada escritura; yo, sin embargo, no pude acabar conmigo, ni pronunciar una palabra de aquesta jente perdida; i lo que me valió el sermón fue quererme apedrar. I los curas de aquella parroquia interesados en su cofradía me dieron por baldado para su púlpito.>>

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