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ción por la policía Sobre todo, es de toda urjencia que no se pierdan de vista los efectos morales que se pueden obtener. No nos engresquemos en una cuestión demasiado ajitada por los ascéticos, e injustamente decidida en contra por muchos de ellos, si las costumbres pueden mantenerse puras con las representaciones teatrales. Para nosotros, la lucha sería bella i decisiva siempre que la policía quisiera entender en ella i tratase de averiguar los efectos que la comedia produce en el corazón humano, desterrando de la escena todo jénero de licencia, obligando a los concurrentes a guardar un cierto decoro i las formalidades de decencia i aseo. ¿Por qué razón, los que ocupan el patio han de erijirse en déspotas convirtiendo en fumaderos turcos las escuelas de las costumbres públicas?

«Poco se han ocupado nuestros gobiernos de teatro, ni bajo el punto de vista moral, ni físico; lo han dejado en manos de un hombre especulador, i tan aficionado, que, a pesar de la ninguna protección, sigue fomentando el teatro. Quisiéramos, no obstante, que pusiera bastante empeño en destruír algunos vicios esenciales en la dirección, desterrando de la escena esas farsas i sainetes que mantienen al público en la mas crasa ignorancia, cerrando la puerta al buen gusto. ¿Qué mayor ofensa se puede hacer a un concurso de jentes decentes que ofrecerles los mismos pasatiempos que al vulgo estúpido i grosero? Esta es la causa por que muchos reprueban las obras maestras del arte; les fastidian las famosas comedias del célebre Moratín, que corrije con dulzura los vicios mas comunes de la sociedad, manejando la sátira i la moral con aquella destreza i maestría propias de un jenio creador; i aplauden con algazara las groseras i grotescas farsas de frai Antolín, i los desenlaces pueriles o tor

pes de los sainetes; sin olvidarse de las escenas de horror del Otelo i de los Hijos de Edipo.

«Los teatros llegan a ser sitios peligrosos por la insalubridad, cuando están construídos sin orden. Si son estrechos i demasiado cerrados, no hai bastante ventilación; el aire se altera en sus propiedades físico-químicas: con la traspiración de tantas personas de diferentes sexo i condición, llega a viciarse. Lo mismo sucede con las luces, i sobre todo, con el humo de tabaco en aquellos países en donde una libertad mal entendida hace a los hombres árbitros de sus acciones. ¡Cuántas señoras delicadas dejan de ir al teatro, que los viciosos convierten en fumadero! ¿Cuántas no esperimentan fatigas i desmayos, que requieren el cambio repentino del aire? Sería de desear que en Santiago la autoridad tomase medidas represivas contra este vicio i licencia tan opuestos a la costumbre que rije en todos los teatros de las grandes poblaciones; es objeto que merece particular atención i cuidado. Ese abuso da a conocer: o que la voz del majistrado no es escuchada, o que éste abandona al tiempo reformas que con solo quererlas plantear se ponen en vigor. És una de tantas pruebas de que en Chile no han querido los gobernantes tomar con empeño la reforma de las costumbres, dejando en abandono el importante ramo de la policía. Cuando las autoridades dirijan sus miras hacia los hábitos viciosos, cuando se quieran consagrar con ahínco a perfeccionar a sus comitentes i gobernados, entonces solicitarán recursos, i fomentarán la organización de los teatros.

«En esta capital, con la revolución, los hombres se han acostumbrado a vivir reunidos; i el lujo exije la publicidad, sobre todo, en el bello sexo. Es urjente pensar en construír un teatro sujeto a todas las reglas del arte i apropiado al país; porque

la casa que actualmente sirve a este objeto no tiene ninguna de las condiciones requeridas para el aseo i utilidad jeneral de los concurrentes. Si por desgracia acaeciese un incendio, tendríamos que llorar muchas víctimas por la falta de espacio, i porque se miran las cosas con indiferencia».

VI

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Las chinganas hacen competencia a las representaciones teatrales. Esfuerzos de don Andrés Bello en favor del teatro.Opinión del mismo sobre las piezas que debían representarse.Apertura de un nuevo teatro.

La reacción antiliberal de 1830 infundió alientos a los enemigos del teatro, los cuales redoblaron sus ataques contra esta institución.

Sin embargo, me es grato advertir que, entre los hombres que ejercían alguna influencia en el gobierno de entonces, hubo algunos que salieron con decisión a la defensa de uno de los pasatiempos mas propios de una sociedad civilizada.

Entre éstos, merece especialísima mención don Andrés Bello, quien se distinguió abogando por el fomento del teatro con tanta enerjía, como por la supresión del trámite de la censura a que estaban sujetos los libros antes de su internación en el país.

Cosa que asombra i entristece juntamente, la decadencia artística i moral de Santiago había llegado a tal estremo, que las chinganas hacían competencia a las exhibiciones escénicas.

El hecho está afirmado por un testigo que vale por muchos, don Andrés Bello, quien consigna tal aseveración nada menos que en el artículo de fondo del periódico oficial.

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