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XI

Progreso intelectual de Chile: sociedad de lectura, biblioteca, influencia de Mora, de Bello i de otros sujetos, Instituto Nacional. El romanticismo en Chile.-Traduccicnes i arreglos de piezas francesas: Teresa, El Proscrito, Pablo Jones.-Anhelo de componer dramas orijinales.-Hermójenes Irisarri.— Juan Bello.

Don José Joaquín de Mora dijo i repitió en 1831 que Chile era la Beocia de América; pero se olvidó de agregar que esa Beocia deseaba, como pan de cada día, desbastarse, instruírse, perfec

el

cionarse.

Antes de que él llegase a Santiago, sujetos tan respetables como don Diego José Benavente, don Manuel José Gandarillas i otros de igual categoría habían organizado una sociedad para proporcionarse los periódicos, revistas i libros adecuados a la situación política i social de la República.

El mismo Mora daba cuenta de su apertura en el número 4 de El Mercurio Chileno (1), correspondiente al 1 de julio de 1828:

(1) Don Ramón Briseño espresa en su Estadistica Bibliográ· fica de la Literatura Chilena, pájinas 216, 363, i 477, que El Mercurio Chileno apareció en 1826. Esta es una equivocación evidente. El número 1.o de El Mercurio Chileno se publicó el 1.o de abril de 1828 i el último el 15 de julio de 1829. Don José Joaquín de Mora llegó a Santiago el 10 de febrero de 1828,

«El jueves 26 de agosto quedó instalada la Socidad de lectura de Santiago en las piezas de los altos de la Aduana que le ha cedido el gobierno. El arreglo de ellas nos ha parecido conveniente al objeto de la institución. La biblioteca comprende una colección escojida de libros modernos relativos a los conocimientos mas necesarios en nuestro siglo i en nuestro país. Las mesas están cubiertas de los periódicos i folletos del día, cuyo número aumentará a medida que vaya llegando la correspondencia. La primera reunión fue numerosa, i parecía animada de los deseos de fomentar un foco de instrucción i sociabilidad, que no podrá menos de dar un sólido apoyo al réjimen bajo el cual tenemos la dicha de vivir.»

Años después el distinguido filósofo chileno don Ventura Marín rompió, en un arrebato de locura, las hojas de varios de los volúmenes colectados, que consideraba heréticos e impíos.

No se olvide tampoco que la libertad del comercio permitía además que cada cual adquiriese las obras que la especulación privada ponía a sus alcances, entre las cuales había algunas importantísimas.

En Santiago, existían dos bibliotecas: una llamada Nacional, a que había servido de base la librería de los jesuítas; i otra que había dejado al público el obispo don Manuel de Aldai i Aspee, para que se abriese todos los días que tuviesen r, esto es, el martes, miércoles i viernes de cada se

mana.

Ambas constaban de viejos mamotretos de jurisprudencia i teolojía, que alguno solía consultar, pero que nadie leía desde el principio hasta el fin.

Es verdad que la Biblioteca Nacional se había enriquecido con los libros confiscados a los españoles i con los donados por los patriotas a un establecimiento cuya importancia conocían; pero también es cierto que estas adquisiciones eran poco valiosas.

El gobierno del jeneral Pinto procuró remediar aquella penuria de alimento intelectual, comprando las obras requeridas por las nuevas ideas i necesidades de la colonia emancipada, para lo cual fue forzoso hacer verdaderos sacrificios en un tiempo en que faltaba dinero hasta para pagar el sueldo a los empleados,

El redactor de El Mercurio Chileno puede ser invocado como testigo en este punto.

Escuchemos lo que decía en el número 5 de su revista, fecha 1.o de agosto de 1828:

«Hace días que se remitió de Valparaíso a esta capital la factura de una excelente colección de libros recién llegados a aquel puerto; i que parecen escojidos para satisfacer las necesidades intelectuales de un pueblo sediento de conocimientos útiles. Allí se encuentran los mejores clásicos griegos, latinos, franceses e ingleses, los mas acreditados naturalistas, excelentes diccionarios de biografía, de ciencias naturales, de lenguas i de agricultura, cursos completos de matemáticas, la Enciclopedia francesa, la serie del Monitor i una colección escojidísima de los mas célebres escritores de ciencias médicas.

«Este tesoro ha llegado ya a Santiago; i los que aman el estudio i saben cuán difícil es alimentar esta afición lejos de los grandes focos de la actividad literaria, temen que los libros se vendan separadamente, esparciéndose en diferentes manos, i oscureciéndose en las bibliotecas de los curiosos. En este ramo, como en todo, la unión es un bien

inestimable; i nada lisonjea tanto a los hombres aplicados, como poder disponer de una gran masa de buenos escritos, porque unos esplican i llenan el vacío de los otros; i cuando se trata de consultar una duda, de allanar una cuestión espinosa, es sumamente cómodo poder escojer, comparar i eslabonar los datos i las opiniones. Una vez que los libros son actualmente los reguladores de la sociedad, tan interesante es a los gobiernos, como a los pueblos, acumular estos eficaces instrumentos de civilización. Lo son también de virtudes públicas, porque hemos llegado a una época en que el saber es el mas sólido apoyo de todas las cosas buenas; ya hemos aprendido a no fiarnos en esas prendas de instinto, en esos rasgos de inspiración, que no resisten al imperio de las circunstancias. Estudiemos si queremos ser libres, porque la libertad es en el día una ciencia; i el que se cree republicano sin abrir un libro, será cuando mas un demagogo frenético, incapaz de una opinión sólida i pronto a seguir el primer grito de la anarquía, o el mas lijero impulso de la ambición ajena.»>

i

Don José Joaquín de Mora añadía en una nota: «Acabamos de saber que el gobierno ha comprado esta colección.»

Actos de esta especie debían contribuir poderosamente a la propagación de las luces.

Aun cuando solo estuvo tres años en Santiago, el mismo Mora cooperó en alto grado a la ilustración de la juventud con sus lecciones, su conversación i sus escritos en prosa i verso.

Baste decir que uno de sus dicípulos fue don José Victorino Lastarria, que tanta influencia ha tenido en nuestra literatura.

Yo he conocido a varios individuos que sabían de memoria el canto fúnebre a la muerte de los Carreras, entre otros mi padre, que lo encontraba magnífico, i que me hizo aprender la Oración de la Tarde, que recuerdo todavía.

Mora tenía suma facilidad para versificar.

Sus composiciones métricas, aun las mas insignificantes, servían de estímulo i de modelo a los neófitos de la poesía, para iniciarlos en los secretos del ritmo i de la rima.

Voi a copiar una letrilla que el autor trabajó para la Gaceta de Chile, periódico semanal que en octubre de 1828 fundaron don Manuel José Gandarillas, don Diego José Benavente i don Ramón Renjifo:

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para imprimir sus versos

el que la echa de poeta,

es to

que hai una gaceta.

Para poder refrenar
a los malos funcionarios,
a los revolucionarios,
i al díscolo militar,
que nos quiere avasallar
con fusil i bayoneta,
es lo que hai una gaceta.

Para que una trasgresión
de la cámara o senado
se repute un atentado
contra la constitución,
i para que la nación
sepa el que no la respeta,
es lo que hai una gaceta.

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