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» Católica Carlos III; y el dicho duque saldrá en plena seguridad y » libertad de la extension de los reinos de España, con su esposa, » los príncipes sus hijos, sus efectos, y generalmente todas las per» sonas que le quisieren seguir, de suerte que, si el dicho término » se acaba, sin que el dicho Duque de Anjou consienta en la ejecu>>cion del presente conveniento, el Rey cristianísimo y los principes y Estados estipulantes tomaran de concierto las medidas "convenientes para asegurar el cumplido efecto de todo. "

Así, los aliados exigian que se hiciese la paz ántes de la expiracion de los dos meses que debia durar el armisticio, y las condiciones definitivas de la paz quedarian indeterminadas á su antojo; Luis XIV debia, durante este tiempo, invitar á su nieto á bajar del trono, y si se negaba á ello, el Rey debia tomar, de concierto con los aliados, las medidas convenientes para asegurar el cumplimiento de los convenios; es decir que debia unir sus armas á las de los aliados para destronar á su nieto. Los aliados no se contentaban con que Luis XIV retirase sus tropas de España, exigian tambien que forzase á Felipe V, con ellos y por las armas, á deponer su corona; y, en el inter-valo, para probar la sinceridad de sus promesas, Luis XIV debia ademas hacer evacuar las plazas de la Flándes y de los Paises Bajos españoles.

En fin el 37° artículo estaba concebido en estos términos :

«En caso que el Rey cristianísimo ejecute lo que se ha dicho » arriba, y que toda la monarquía de España sea entregada y ce» dida al dicho Rey Carlos III, en el término estipulado, se ha >> acordado que la cesacion de armas de las altas partes contratantes » en guerra continuará hasta la conclusion y la ratificacion de los » tratados por hacer. »

Este artículo era materialmente impracticable; era imposible que en el espacio de dos meses fuesen ejecutadas las condiciones impuestas; y se subordinaba sin embargo, la continuacion del armisticio al complimiento anticipado é inmediato de ellas. Así pues, despues de haber entregado sus plazas y

desocupado la España, Luis XIV, que no tenia seguridad ni de la paz, ni de lo que harian los Españoles, estaba expuesto á ser entregado desarmado á sus enemigos y á ver continuar la guerra, sin poder mantenerla con alguna esperanza de buen éxito. Se le pedia, en realidad, que dejase las armas y se rindiese á discrecion, despues de haber vendido la nacion, los deberes de príncipe y los de la naturaleza.

M. de Torcy volvió á Versalles para tomar las órdenes del Rey, el cual rompió al punto las conferencias de la Haya.

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Luis XIV dirigio al instante una proclama ó circular á los gobert dores de las provincias (1), para hacer conocer á la Franc la conducta que habia tenido, con la esperanza de dar la paz i sus pueblos, y las odiosas exigencias de sus enemigos. El llanamiento á la nacion produjo el mayor efecto; á pesar de los sufrimientos crueles á que estaba condenada, respondió con el desnuedo que inspira el sentimiento del amor de la patria del honor nacional ultrajado: « No hubo, dice San Simon, » mas que un grito de indignacion y de venganza.» Hiciéronse los mayores esfuerzos con entusiasmo, y la elevacion de alma del monarca, en aquella crítica situacion, fué perfectamente ayudada por el heroismo de la nacion española y del Rey Felipe V, quien escribia: No dejaré la España sino con la vida (2). Pero la fortuna se burló otra vez de Luis XIV y de la Francia. La Francia fué tambien vencida en Malplaquet, en setiembre de

y

1709.

Agobiado por la adversidad, el Rey se mostró dispuesto á suscribir á las condiciones duras y humillantes que se le imponian. Estaba resignado á dejar á la nacion española defender sola su honor, su derecho, su libertad, su Rey, su independencia. Mas, alucinados por sus triunfos y por sus resentimientos, Marlborough, Heinsius y Eugenio no pusieron lí

(1) Véase esta hermosa carta, en M. de Flassan, loc cit., pág. 281 Sentimos no poder estamparla aquí.

(2) Véase de Flassan, tom. IV. pág 288.

mites á sus pretensiones. Aceptarou las confi rencias que abrieron en Gertruydenberg, en el mes de febrero de 1710, no ya para trabajar por la paz, sino para regocijarse á sus anchuras y de cerca de la humillacion del gran Rey. El objeto principal de la negociacion fué en ellas, siempre y voluntariamente perdido de vista, y cuando se iban á acordar, otras nuevas dificultades y nuevas dudas destruian la esperanza concebida, ó la convencion acordada, y no dejan ya trance alguno en lo sucesivo. Habiéndose en fin sometido la Francia á retirar los auxilios que daba á Felipe V, se acabó por declarar á nuestros plenipotenciarios que la voluntad de los aliados era que el Rey de Francia se encargase ó de persuadir al Rey de España, ó de forzarle él solo y con sus solas fuerzas, á renunciar á toda su monarquía; y que se concediese à la Francia una tregua de dos meses para esta operacion (1).

Luis XIV hubiese consentido en que se retirase todo socorro al Rey de España Felipe V; hubiese reconocido al archiduque Carlos en calidad de Rey de España; aceptaba el que la monarquia de España no fuese jamas unida á la monarquía de Francia; hasta hubiese consentido en que ningun príncipe de Francia pudiese ni reinar ni adquirir nada en la estension de la monarquia de España, por ninguna de las vias que serian todas especificadas (2). Mas indignado de la última condicion que se le hacia, volvió á romper las conferencias, y se echó de nuevo en los brazos de la nacion, que le amparo con incontrastable fidelidad; pues la guerra se habia hecho eminentemente nacional. Causan maravilla, escribia un ilustre guerrero, la virtud y la firmeza del soldado.

Poco á poco se fueron recogiendo y organizando nuevas fuerzas. La guerra de sitios que se abrió en la frontera dió lu

(1) Véanse Actos y Memorias tocante á la paz de Utrecht, tom. I, pág. 128. Flassan, Dumont, Schoell, etc.

(2) Véase el proyecto enviado por M. de Torcy á M. Peltecum en Holanda, el mes de febrero 1710, los Actos y Memorias concernientes al tratado de Utrecht.

gar á admirables az ñas; y el Rey, que conservó en la adversidad el teson de un heroe, dijo un dia al mariscal de Villars: la veis donde nos hallamos, vencer ó perecer; buscad al enemigo y presentad batalla.

« Señor, replicó el mariscal, es el último combate de Vuestra Majesdad.» No importa! replicó el Rey, si se pierde la batalla, me lo escribireis á mi solo. Montaré à caballo, y me pasearé por Paris, con vuestra carta en la mano; yo conozco á los Franceses, os llevaré doscientos mil hombres y me sepultaré con ellos bajo las ruinas de la monarquía. Villars fué en busca del enemigo, dió batalla, y es la de Denain en 1712.

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Las cosas habian cambiado velozmente desde Gertruydenberg. La pasion, mala consejera en política, habia hecho perder á los aliados la ocasion de dictar la paz á Luis XIV. Dios puso un término á las desgracias de la Francia. Habia una potencia á quien se habia contado por nada, en todo este negocio, y que acabó por decidir la cuestion: esta potencia era la España. Una nacion tan fiera estaba indignada de ver tratar en La Haya ó en Gertruydenberg la cuestion de saber quien reinaria en Madrid. Habia tenido en otro tiempo motivos de queja contra todos los pretendientes, porque todos la habian ofendido con sus partijas anticipadas; pero una buena suerte habia echado en sus brazos al Duque de Anjou, príncipe jóven de diez y siete años, á quien ella adoptó como á hijo suyo; mostrándose este digno del brio que desenvolvió la nacion para sostenerle. Ganaba batallas mientras su abuelo las perdia, y se obstinó en la lucha cuando Luis XIV parecia sucumbir en ella. El buen estado en que su constancia y la habilidad de sus generales habian puesto sus cosas no contribuyó poco á enderezar las de

su abuelo. Las dos naciones peleaban con una energía que no tenia ya la coalicion.

A pesar de las mayores necesidades, la prosperidad de la España se habia acrecentado despues de su alianza con la Francia. Hé aquí la prueba de ello, curiosa al mismo tiempo que convincente. Está sacada de una peticion del consejo de Estado de las Provincias Unidas, con fecha de 13 de noviembre de 1711. Léese en ella: El Reino de España, despues que el Duque de Anjou ha subido al trono y gobernado á la manera y segun la indole de los Franceses, ha empezado á levantarse de la decadencia en que habia caido despues de la paz de Vervins, bajo sus tres últimos Reyes... La España ha aprontado mas tropas que no habia hecho antes durante cuarenta anos (1).

La Holanda y la Inglaterra, por el contrario, á pesar de sus victorias, estaban, despucs de mucho tiempo, casi tan apuradas como la Francia. La Inglaterra pagaba, en gran parte, los gastos de una guerra que duraba hacia seis años, y que atacaba en realidad los intereses de Inglaterra; pues si el amor propio de algunos hombres estaba satisfecho de lo que habia pasado en La Haya y en Gertruydenberg, el interes de la Europa no lo estaba. El pueblo holandes se quejaba, el parlamento ingles murmuraba tambien, é insultó al príncipe Eugenio que fuera á Londres para empeñar al gabinete de Witehall á continuar la guerra. Marlborough, jefe del partido gobernante, el partido de los wigs, cargaba sobre la reina Ana y sobre su pais. A pesar de la brillantez de sus servicios, era impopular y poco estimado. La sensatez inglesa no se pagaba de la direccion que este guerrero daba á los negocios públicos. Una paz ventajosa á la Inglaterra hubiera podido hacerse en 1709, en 1710, y en lugar de eso, continuaba una guerra ruinosa en medio de mil azares; y la guerra desesperada á la que habian impelido á la Francia y á la España producia sus frutos. En la Flándes

(1) Véanse Actos y Memorias tocante á la paz de Utrecht, tom. 1, pág. 173.

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