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por los años de 1711, la resistencia de las tropas francesas habia parado los triunfos de los ejércitos extranjeros; un desembarco ingles intentado en Cette, para apoyar la insurreccion calvinista de los Cevennes, habia sido rechazado con tanto vigor como el príncipe Eugenio lo habia sido en Tolon. En España el enemigo era batido en todos los puntos; y en el mar nuestros marinos se las apostaban ventajosamente á los coalizados.

Ademas habia sucedido un grande acontecimiento despues del rompimiento de las conferencias de Gertruydenberg el Emperador José primero, hijo y heredero del Emperador Leopoldo, habia fallecido en 17 de abril de 1711, sin dejar hijos. Su hermano, el Archiduque Carlos, reconocida Rey de España por la coalicion, con el nombre de Carlos III, le habia sucedido en los Estados hereditarios. Reunia pues de derecho los Estados españoles á los Estados austriacos que poseia de hecho. Seguíase pues de esto que despues de esfuerzos inauditos, la guerra venia á parar en el resultado que la Inglaterra y la Holanda habian querido siempre evitar la restauracion de la monarquía de Carlos Quinto. Los combates de diez años, la polémica permanente de los publicistas de la coalicion habian tenido por objeto el restablecimiento del equibrio europeo; y de esta larga lucha resultaba la destruccion de la balanza política, doctrina apreciable á la Holanda, y constantemente sostenida por la Inglaterra. Ante la opinion pública, la política de los coligados era cogida en fragante delito; la direccion de los negocios era torcida. Esta situacion, en paises de libre discusion como la Inglaterra y la Holanda, no era tolerable; así es que el ministerio whig perdió en las cámaras el apoyo de la mayoría.

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Despues de once años trascurridos desde la muerte de Carlos II, resultaban netos los intereses de cada cual. El de Austria la animosidad de los tres directores de la coalicion eran los únicos que se mantenian á la misma altura. El interes de la Inglaterra se habia vuelto del lado de la Francia, aun ántes de la muerte del Emperador; y desde el instante en que se perdió la esperanza de division en la casa de Austria, la necesidad po

lítica de separar la España de toda otra monarquía continental arrastró á la Europa hácia Felipe V. La Inglaterra tenia necesidad de paz; es verdad que nos batia en Flándes, pero nosotros la batiamos en España, y nuestros marinos interrumpian su comercio en las mares. No era esto lo que nos convenia, pero todavia le convenia á ella ménos, y Marlborough no protegia con sus victorias á los armadores ingleses. La guerra se habia hecho impopular en Londres; y la opinion llamaba al poder al partido tory, al partido de la paz. La Reina queria por otra parte alejar de Francia un pretendiente que la inquietaba. La Saboya y el Portugal estaban, como la Inglaterra, interesados en el desmembramiento de la monarquía de Carlos Quinto, desmembramiento de hecho imposible con la casa de Hapsburgo.

Con que se habia efectuado por la fuerza de las cosas y en favor de la Francia, una revolucion moral, resultante sea del cambio de la fortuna de las armas, sea del cambio de la situacion de los partidos en Inglaterra, sea de la metamórfosis de las voluntades; mas esto debilitó sensiblemente á la coalicion, desde el año de 1710. No fué una intriga de corte lo que derribó á los whigs, sino su insensata pasion. El odio de Marlborough servia muy bien á la Austria, mas no á la Inglaterra ni á la Europa; pues levantaba el coloso gigantesco de una potencia que en los Estados hereditarios de Austria, ya preponderantes en Alemania, hubiera juntado la Italia, los Paises Bajos, la España y las Indias españolas, es decir la mayor fuerza continental de la Europa, á la mayor riqueza colonial del mundo.

En sus principios fué bien recibida la coalicion en Londres, porque se presentaba con la bandera de la libertad política y de la libertad comercial. Dejó de serlo cuando, forzando su principio, salió de los límites de la moderacion y pareció llevar adelante la humillacion indefinida de un monarca poderoso, cuyo reinado habia honrado á su siglo y al espíritu humano, mas bien que la satisfaccion justa y legítima de los intereses europeos, un momento amenazados por la política de Luis XIV. Con Eugenio y Marlborough se retrogradaba bácia

Carlos Quinto y Felipe II. Era preciso imponer, á viva fuerza, á la España un gobierno y un Rey que ella no queria; lo que era odioso é insensato. Una paz leal y cuerda con la Francia era por el contrario una salvaguardia para la independencia de los Estados, la civilizacion de los pueblos y el equilibrio de las potencias. Tal era la propension de los ánimos y la posicion de las cosas, y tal fué la verdadera causa de la caida de los whigs.

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Un ministerio tory sucedió pues al ministerio whig. Por esto mismo Marlborough, jefe del partido whig, perdio su crédito la coalicion su principal agente. Hiciéronse proposiciones de paz, y la peticion vino de la misma Inglaterra la que volvió á entrar desde este momento en la via abandonada desde el tratado de Lisboa en 1703. Luis XIV y su prudente ministro M. de Torcy se aprovecharon de ello con una rara habilidad para seguir negociaciones separadas con cada una de las potencias coligadas, y el ejemplo tan visible de la falta reciente de los aliados sirvió de leccion á la Francia, en este rato de buena fortuna.

Fué fácil á los dos gabinetes de Londres y de Paris de entenderse, pues el interes frances se volvió á confundir con el interes ingles. La Reina Ana ambicionaba tanto la paz como Luis XIV, y lord Bolingbroke fué á Paris mismo á tratar de ella con la Francia, que habia vuelto á tomar su continente. La coalicion soñaba antes el ancnadamiento de la casa de Borbon; y ahora los intereses de la casa de Borbon se hallaban en el primer plano. Un solo punto daba grima á la Inglaterra, y tenia razon para ello, quiero decir el peligro de la reunion de las dos coronas de España y de Francia en una misma cabeza; sobre este punto el gabinete de Versalles se prestó, con notable buena fe, á dar á la Europa las garantías que podia legítimamente exigir en el interes de la seguridad general.

Las dos bases principales de la negociacion fueron el reconocimiento del interes que la Francia tenia en la estrecha amistad de la España, amistad cimentada en la union de las

dos casas reinantes y la prohibicion de la acumulacion de las dos coronas. Sobre el primer punto, habia acuerdo perfecto, como sobre el segundo. El interes austriaco era reemplazado por el de la casa de Francia, pues con ella era posible el desmembramiento de la monarquía española; era restablecido el equilibrio en la distribucion de los Estados y poderíos; y el interes de las potencias marítimas estaba satisfecho. Sustituido el deseo de la paz á las pasiones de la Haya y de Gertruydenberg, la mudanza fué tan completa que no se trató ya en ninguna parte de las proposiciones de 1709 y de 1710; todo se quedó como letra muerta y olvidada. En efecto la paz se trataba sobre bases diametralmente opuestas. Entónces se habia corrido tras la mayor humillacion, el mayor despojo de la casa de Francia; habian querido hacer imposible toda alianza íntima de la Francia y de la España, con la exclusion fundamental de la casa de Borbon. En Utrecht por el contrario, se le asegura á la Francia su alianza estrecha con la España, es decir á una dinastía francesa la posesion del trono español, con precauciones suficientes para impedir la reunion de las dos coronas sobre una sola cabeza. En una palabra, lo que prevaleció en Utrecht, fué el testamento de Carlos II, y el respeto del derecho de la España, en el ejercicio de su independencia y de su soberanía, respecto del órden de sucesion al trono.

Importa mucho, despues de esta ojeada general, entrar en el pormenor de este asunto.

A fines de julio de 1710, fué cuando se rompieron las conferencias de Gertruydenberg, y el ministerio whig cayó el dia 1o de octubre de este mismo año. Nada pareció al pronto mudado en las relaciones de Inglaterra, sea con sus aliados, sea con la Francia y la España; continuaron las hostilidades, y hasta quedó Marlborough al frente del ejército. Sin embargo el ministerio tory diferia de opinion con el ministerio whig, sobre la direccion de los negocios, aunque el Emperador José I° no hubiese todavia muerto. Pero estaba empeñado el

honor de la Inglaterra, y respecto del extranjero no formaban mas que un partido whigs y torys.

Poco tiempo despues del advenimiento de los torys al poder, el 7 de diciembre, acaeció el desastre de Brihuega, donde el general Stanthope con 6,000 Ingleses rindió las armas á los piés de Felipe V. Este evento hizo en Inglaterra grande sensacion, aumentada todavía por la noticia que siguió de la batalla de Villaviciosa (el 10 de deciembre de 1710), en la que los Alemanes fueron completamente batidos por el duque de Vandoma. Con que la coalicion estaba en completa derrota en España.

El desbarate de los ejércitos ingleses y austriacos en la Península hizo pues en Londres una impresion tanto mas profunda cuanta mayor importancia se daba á la guerra de España propiamente llamada. De esto, resultaron una frialdad y recriminaciones entre los gabinetes de Whitehall y de La Haya. Desde este momento resolvió el gabinete ingles poner un término á la guerra. Nos vamos quemando á fuego lento, escribia lord Bolingbroke á M. Drummond, y mas tarde el mismo ministro decia á M. Buys, pensionista de Holanda Paciencia y tarajar; vosotros lo haceis, no hacemos, y la Francia por lo menos tanto como yuna otra potencia. Los torys querian pues la paz que debia darles en el interior la popularidad, y fuera la amistad de la Francia, de la España, del Portugal y de la Saboya. Estos dos últimos Estados se desprendian visiblemente de la coalicion.

Habia en Londres un sacerdote modesto que hizo un papel importante, en este lance, por su rara habilidad y por los servicios prestados. Se llamaba M. Gautier, hijo de un tendero de Saint Germain en Laye, y en otro tiempo capellan del conde de Tallard durante su embajada en Inglaterra. Se habia quedado en Londres, á pesar del rompimiento, y cuando despues de la batalla de Villaviciosa el gabinete ingles hubo resuelto volver á entablar negociaciones con la Francia, el conde de Jersey designó al cura Gautier el conde de Oxford, jefe del

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