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V.

Desde aquella escena terrible, estuve privado de mi juicio hasta muchos meses despues. Yo, que habia tenido valor para despreciar la muerte tantas veces en presencia del enemigo, no lo tuve para soportar la desgracia de verme despojar de mi Lucía en el momeuto mismo de haberla recobrado a fuerza de fatigas i padecimientos. Mi locura me valió la libertad: yo vagaba por las calles cubierto de andrajos, riéndome a veces i otras llorando, pero siempre sin hablar una palabra. Cuando tenia algun intervalo lúcido, consideraba todo el peso de mi desventura i me lastimaba el verme despreciado i aun vejado por todos!

Lucía habia partido al Perú con su esposo i yo habia perdido para siempre la esperanza de volver a verla siquiera. Pero la fuerza de mi infortunio calmaba poco a poco mis furores i me restituia lentamente a la razon.

Al cabo de dos años, logré enrolarme de marinero en un buque español que partia para el Callao; i despues de una navegacion penosa, llegué a Lima, en donde debia volver a ver a la mujer que tanto habia influido en mis desventuras.

Todavía vivia aquel amigo mio a quien debí el salvarme de la pena que sufrió Alonso ocho años antes: a él me acojí de nuevo i volví a deberle mil favores.

La historia de mis desgracias le interesó en gran manera, i si yo hubiese seguido los saludables consejos con que pretendió volverme a mi estado primitivo i consolarme, no me hallaria ahora soportando la vejez entre las miserias de la indijencia.

El coronel Lizones, el cual supe entonces que no era el mismo rival de Alonso, sino su jemelo, se hallaba en aquella ciudad con Lucía i gozaba de todas las consideraciones a que se habia hecho acreedor por sus victorias en Chile i por su capacidad. Me arredraba la idea de amargar los dias de este hombre, despues de haber contribuido al asesinato de su hermano; i a pesar de mis crueles padecimientos, sin fijarme en que me habia visto reducido a servir a los hombres como esclavo i a sufrir todas las fatigas de un marinero, tan solo por volver a estrechar en mis brazos a una mujer, traté de refrenar mi pasion por ella i me resolví a permanecer con otro nombre por algun tiempo mas en Lima, con solo el objeto de verla una sola vez para consolarme. ¡Qué mas podia hacer yo, que durante toda mi vida habia sido desgraciado! yo, que siempre habia sido contrariado por una fatalidad ciega en mis deseos mas santos i puros, en mis esperanzas mas fundadas!....

Pero mi destino quiso hacerme tocar otra vez la felicidad para arrebatármela luego. Varias veces habia ya recibido el consuelo que deseaba, habia divisado a Lucía en sus balcones, i no me habia contentado con esto, como lo esperaba: sentia tambien necesidad de que ella me viese una vez sola i supiese que yo padecia todavía por amarla.

Un mártes santo por la mañana, pasaba por la calle

en que habitaba Lucía, una procesion suntuosa. La jente llenaba toda la carrera i la procesion marchaba con trabajo, abriéndose paso por entre la muchedumbre que se agolpaba silenciosa, a ver las imájenes que se llevaban en las andas. Yo me habia colocado al frente del balcon en que se hallaba Lucía, i en un momento en que se despejó el paraje que ocupaba, la ví fijar sus hermosos ojos en mí: se enrojeció su semblante i permaneció largo tiempo mirándome, como si dudara de lo que veia.

Cuando la procesion pasó, permanecíamos todavía en la misma actitud; i entónces ella, como reanimándose, me hizo una seña para que pasara a su habitacion. Marché trémulo a obedecerla, sin pensar en nada i como arrastrado por una fuerza superior e invisible. Llegué a su presencia, quise abrazarla, i al verla muda i séria me contuve; ella me tendió la mano, la estreché a mis lábios i permanecimos algunos momentos en silencio i llorando..... Nuestras lágrimas esplicaron en aquel momento el estado de

nuestros corazones.

Al fin nos hablamos, pero no ya con la efusion de ternura que en otros tiempos; el matrimonio habia elevado entre ámbos un muro de hierro. Ella me manifestó que la unia a su esposo un sentimiento no ménos puro que el amor: la gratitud, i que estaba resuelta a respetarle, a serle fiel, como él le era amante. Pero yo me atreví a reconvenirla, a recordarle su amor, sus juramentos; le hablé de mis desgracias, de mi fidelidad; i ella, sin conmoverse, sin suspirar siquiera, respondió: "Alvaro, por amarte, abandoné mis bienes i violé el asilo doméstico; por

amarte, sufrí todos los horrores de la guerra, sufrí la pérdida de mi honor i fuí desgraciada; por amarte, en fin, arrostré la muerte, i por salvar tu vida dí mi mano a un hombre que aborrecia; pero era un hombre honrado i virtuoso; déjame serle fiel, déjame cumplir mis deberes. Te he llamado, no para avivar esa pasion funesta que nos ha perdido, sino para servirte, para protejerte en este pueblo estraño en donde talvez no tienes quien te ampare."

Delirante i ciego de enojo entónces, la ultrajé sin piedad, lloré i aun me arrojé a sus plantas pidiéndole una vez sola su mano para estamparle un beso i separarme de allí para siempre; pero ella me rechazó con indignacion; la ingrata se habia olvidado del pobre soldado, porque su amor habia sido solo una de aquellas ilusiones caprichosas de la juventud de una mujer. Ahora se hallaba rica i elevada a un alto rango i ¡quién era yo para considerarme con derecho a su amor, para pedirle otra cosa que compasion! Pero su compasion me irritó i concebí en el momento la idea. de terminar allí mismo una existencia aborrecida: tiré un puñal que llevaba sobre mi corazon, i ella dió voces, creyendo que yo atentaba contra su vida; acudieron en su ausilio, i uno de sus esclavos me hirió i me hizo rodar exánime a los piés de aquella maldita mujer!.... Esta mano mutilada es el recuerdo que me queda de aquel momento de ignominia i de desesperacion!....

Cuando el coronel volvió a su casa, habia sido yo conducido a la cárcel, pero sin sentidos; a pocas horas volví a la vida, mas no a la razon!.... Dejadme, señor, correr un velo sobre lo demas, porque no podria con

taros mi vida de entónces, sin volver a la locura! Ah! pero mi locura era el delirio del amor exaltado por la rabia que dejan en el corazon los contrastes. Todos me despreciaban, todos me oprimian: doce años me mantuvieron en San Andres, encerrado en una jaula de hierro, porque no me consideraban sino como un loco; mi locura no inspiraba caridad a nadie, todo el mundo reia de verme delirando por la traicion de una mujer.

I en verdad que tenian razon, porque es mui débil el hombre que delira por lo que sucede a cada paso en esta sociedad de miserias! ¿No es verdad, señor, que es mui loco el hombre que delira por el desprecio de una mujer? El tiempo al fin curó mi mal i cuando recobré mi juicio i mi libertad, hallé mis cabellos encanecidos, me ví solo en el mundo, sin patria, sin amigos, sin familia! ¡Es cierto, tenian razon los hombres para reir de un loco que lo perdíó todo por una mujer! Yo tambien me hubiera reido! ¿No es verdad que vos no me teneis lástima, señor?...

Hace tres años que llegué aquí, despues de haber hecho por tierra el mismo camino que en otro tiempo para llegar a mi pueblo, i aun cuando siempre me acompaña la miseria i la desgracia, al fin estoi en mi patria: esto me consuela. La viuda de un antiguo camarada me ha acojido: con ella lloro a veces i parto el pan que me dan de limosna: ya veis, señor, que mendigo porque no puedo trabajar; soi viejo i mis locuras me hicieron perder el mejor tiempo i tambien una mano! Qué haré ahora sino mendigar i llorar!...."

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