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demente en la puerta, el santo prelado consigue, casi por fuerza, que Alonso escale las tapias del jardin i salte a la calle.

Despues de un largo altercado, el Capitan Jeneral, aconsejado por el jesuita Valdivia, se resuelve a respetar la inmunidad eclesiástica, tan consagrada por las leyes de entónces, i se retira confiado en la promesa que le hacen los franciscanos de que el reo será enjuiciado por sus trámites i segun los fueros de la Iglesia.

Alonso, perturbado en la calle, penetra en una casa cuyos departamentos le son desconocidos: vaga largo rato cautelándose, sin encontrar a nadie, i despues entra en una sala cuyas puertas i ventanas estaban entornadas. Una mujer cae exánime gritando ¡el asesino! i otra cubierta de luto se reclina sobre ella a prestarla ausilios.....

Alonso permanece en pié, helado, con una especie de pavor que jamas ha sentido, sin poder proferir una palabra: acaba de ver caer a Anjelina i miraba a la hermosa doña Ines, que tambien le ha reconocido.

A ese tiempo resonaban en la calle los clarines de los tercios que se retiraban de la plaza, i los gritos i algazara del pueblo que los acompañaba a sus cuarteles.

Vuelta en sí Anjelina, i despues de un profundo i significativo silencio, durante el cual permanecieron los tres mirándose de hito en hito, como espantados, Alonso se arroja a los piés de las dos damas, que estaban fuertemente abrazadas; i sollozando, con voz ahogada i balbuciente:

-¡Perdon, perdon, las dice, no para un criminal,

sino para.... para la mujer mas desgraciada que jamas la tierra sustentó!!...

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-¡Mujer! repiten ámbas horrorizadas i retrocediendo como si huyeran de un espectro.

-Mujer, sí, la mas infeliz!....

En esta situacion permanecieron sin proferir mas palabras, hasta que doña Ines, rompiendo en amargo llanto, levantó al alferez del suelo en que yacia, preguntándole:

-¿Quién sois? decídmelo sin engaño...... no añadais el escarnio a mis tormentos!...

-¡Soi doña Catalina de Erauso, nacida de nobles padres en San Sebastian. Pasé mi niñez en un convento, de donde fugué a tiempo de profesar. Vagué por la España, en traje de hombre, hasta que la suerte me atrajo a estas rejiones, en donde fuí arrastrada por la fortuna a tomar la carrera de las armas, Vosotras conoceis mis hazañas i ahora sois las únicas depositarias de mi secreto.... Maté a vuestro hermano, doña Ines, porque le amaba con delirio i me sentia arrebatada por los celos: yo no podia hacerme amar de él, pero tampoco podia sufrir que entregase su corazon a otra. Por eso os engañé: vos me amasteis, me lo disteis a conocer, i yo no podia desecharos, porque habria perdido al ídolo de mi corazon. Un arrebato de los celos, un momento de vértigo me hizo cometer aquel crímen que lloraré toda mi vida.... ¡Perdonadme, doña Ines.... Vos sois la única que puede absolverme acá, para que Dios me perdone en el cielo: si vos me condenais, él tambien me condenará....

--¡I mi padre, mi anciano padre! interrumpió doña Ines.

-Yo no he muerto a vuestro padre: el honor, un compromiso me arrastró a ser testigo de su duelo, ¡que ojalá jamas lo hubiera sido! Allí encontré a un hombre, un hombre con quien debia batirme tambien, sin saber quién era; le dí la muerte batallando lealmente, pero ese hombre, doña Ines, ere mi hermano mi protector!... el amigo que me habia favorecido sin conocerme.... ¿Quereis mayor espiacion? ¿No es este un castigo de Dios? Mil vidas daria por volverle que le quité!....... el cadalso es poca afrenta, no es castigo para mí!!..... yo merezco mas..... yo no debí huir... Aquí, aquí, estoi!!...

la

I diciendo esto quiso correr hácia la puerta i cayó sin sentido.....

V.

Son las diez de la noche: la ciudad está en silencio i sus calles desiertas.

Tres mujeres se ven atravesar con paso ajitado i sin hacer ruido alguno. Pasan el arroyo que separa a San Francisco de la vereda del sur.

Al llegar a cierto paraje, donde se encuentran algunos avellanos silvestres que se empinan jigantescos, robustos e inmobles, una de ellas se arroja de rodillas a los piés de una de las otras.

-Aquí es, doña Ines, la dice, donde debeis darme vuestro perdon!!...

Doña Ines la levanta i sollozando le responde: ¡Dios te perdone!...

En aquel sitio habian caido la noche anterior don Francisco de Rojas, don Juan de Silva i don Miguel de Erauso.

Las tres se arrodillan de nuevo: pasan algunos momentos durante los cuales el aura lleva algunos suspiros ardientes i varias palabras misteriosas, i las tres continúan su camino. Trasmontan la colina en que estaba la Hermita i desaparecen.

En las altas horas de la noche, se ven tres jinetes acercándose al Biobio, que en aquellos momentos está abundante i majestuoso por el flujo de la mar. Cruzan la ancha ribera i llegan a la orilla, en que las

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aguas jugueteaban silenciosas. Eran las mismas mujeres que antes habian salido de la ciudad.

Allí está un hombre con un caballo enjaezado i algunas armas en la mano. Una de las mujeres arroja su traje, se ciñe la espada i dando un abrazo mudo i tierno a cada una de sus compañeras, monta el corcel i se precipita a las ondas.

Las dos que quedan en la orilla miran con solicitud a la que se retira....

Ya no se ve mas que un punto negro allá a lo lejos, en la superficie de las aguas, que reflejan las estrellas de los cielos.

El punto desaparece: no se oye mas que el murmurio de las corrientes que juguetean en las arenas. Las dos se postran i rezan........

Despues de una prolongada angustia, se oye en la ribera opuesta un tiro de arcabuz.

Esa señal significa que se ha salvado la Monja Alferez.

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