Imágenes de páginas
PDF
EPUB

15

[blocks in formation]

Mui mal pintada era la que llenaba una gran enseña que estaba enclavada encima de una puerta de la calle de Cochrane, en Valparaiso; pero en su pechuga, i como guarecido por sus enormes alas, mostraba un escudo en forma de corazon azul tachonado de estrellas blancas, que bien decian que el dueño de la fonda de adentro era uno de esos orgullosos ciudadanos de la feliz rejion de América que riegan el San Lorenzo i el Mississippi.

En una tarde de invierno húmeda i nebulosa, trasminaba aquel caramanchiel de un espresivo olor a café, que provocaba i atraia a cuantos marineros navegaban el lodo de aquellos andurriales. Yo, que habia lanzado en ese océano las enormes lanchas que llevaba por suecos, caí tambien en la tentacion i me zampncé en la ahoyada fonda, no sin que el umbral me descubriera la cabeza e hiciese rodar mi sombrero por el barro, pues aquella puerta estaba calculada para hombres bajos i de gorra de lana, i no para los que, aunque pigmeos, calzamos nuestras cabezas con un cubo de felpa.

Esto supuesto, imajinaos cuál no seria mi admiracion al ver en el recinto de la sala junto a una mesa a un enorme yankee plegado en tres dobleces sobre la silla que le servia de sustentáculo, i pendiente de una nariz colosal que podria haber servido de centro i arco a dos ojos del puente grande del Mapocho.

Lo primero que se me ocurrió, despues de mi sorpresa, fué preguntarme por dónde habria entrado allí aquel jigante. Pasé en revista puertas i ventanas, tragaluces, escotillas, todos los agujeros de la fonda; i se aumentó mas mi confusion cuando ví que por la mayor de aquellas avenidas, apénas cabia la nariz de mi hombre. Decididamente, le habian puesto allí para edificar la casa. Solo cuando se me vino esta reflexion, digna de Descartes, me tranquilicé, cual el porfiado matemático que no se tranquiliza, sino despues de haber resuelto un problema, haciendo un millon de garabatos.

Entonces pensé en acercarme a aquella maravilla para verla, oirla i palparla; i así como que no quiere la cosa, me senté a su mesa con gran confianza. Una mirada tranquila i llea del portentoso yankee me inundó todo entero. Quedé calado, es decir, conocido hasta el fondo: i le inspiré la misma simpatía que él habia despertado en mi corazon.

"Mozo, traiga usted café," esclamé casi asustado, i mi vecino, poniendo su enorme cachimba entre sus enormes lábios, volvió a mirarme con agrado, como si se alegrara de retirar su vista de los grotescos marineros que llenaban el recinto i espesaban la atmósfera con sus emanaciones tabacosas.

El no era marinero, visiblemente: su porte era

grave, semblante pálido i sereno, sonrisa natural en su boca, pelo a la Caracala, i su cuerpo antidiluviano envuelto en un hermoso sobretodo camaleon a la Benjamin Constant. Tenia delante su café casi agotado, i mas que destilada una botella que debió ser de jinebra, cuando se la pasaron llena.

El vapor embalsamado del café que me servian flotó entre nuestras caras, pero sin ocultarme su nariz; nos mirábamos al traves, i ámbos aspirándolo, esclamamos: ¡Que café! El con voz baja, sin duda por temor de hacer estallar los vidrios a soltarla entera, i yo en mi tiple usual. Estaba establecida la corriente eléctrica de la amistad con aquella sola esclamacion en que se habian encontrado nuestros bellos espíritus: nos comprendiamos; pero yo si que comenzaba a dudar de la solucion de mi problema i no acababa de comprender cómo habia entrado allí aquel hombre acompañado de su nariz i de su paltó. --¡Qué buen café! me dijo, con un acento casi paternal.

-Excelente, le repliqué, i como estaba yo preocupado con mi problema, agreguéle esta pregunta¿Ha entrado usted a tomarlo?

-Sí, señor, desde que salí, acostumbro entrar aquí todas las tardes a tomar este buen café. ¡Hacia tantos años, tan largos años que no lo tomaba! esclamó con acento dolorido.

-¿Usted sale? le pregunté yo sorprendido, ¿i entra a tomar este buen café?

—Sin duda, me replicí; desde el primer dia de mi salida, pasé en la tarde por aquí, por recorrer las caIles, i el aroma de este café despertó mi antigua

MISC. H. I L.

8

aficion a tan rica bebida, i me entré sin titubear. Pedi café, i bebí cuanto me sirvieron. ¡Hacia tantos años que no gustaba este nectar celestial......

-¿Por dónde entró usted?

-Por la misma puerta que usted, i sin perder el sombrero, como usted.

--¡Cosa estraña! Es tan baja esa puerta, i esta casa es tan estrecha que.....

---Sí, pero no hai estrechuras para quien ha vivido tantos años como yo bajo de tierra, dijo dando un suspiro de lo mas hondo de su pecho.

--Ya..... No le será difícil a usted entrar por cualquier parte, ¿no es esto? Pero ha entrado usted por alli? dije, señalándole la puerta.

El hombre volvió entonces a inundarme con una mirada, requirió su cachimba, cabalgó su pierna derecha sobre la izquierda, i como descontento de mi estupidez miró a otra parte.

--¿Es usted chileno? me preguntó mirándome de reojo.

--Neto, le respondí con orgullo.

-Se conoce, me dijo, lanzando una bocanada de humo, i escanciándose el concho de su cafetera en la taza. Volvió a suspirar, i despues de una pausa, que me tenia aterrado, tornó a mirarme con amor, i agregó: ¿Conoce usted los restaurants de la ciudad? Sabe usted dónde se sirva tan buen café con mas decencia i con ménos concurrencia de marineros?

-No, señor, pero es probable que en casa de Gui nodie se halle tan bueno como aquí.

--¿Será algun restaurant frances el que usted me nombra?

« AnteriorContinuar »