Imágenes de páginas
PDF
EPUB

-Sí, caballero, el mejor, segun creo, de la ciudad. -No me gusta; será farsa de café lo que allí sirven: prefiero tomarlo bajo el pabellon de las estrellas, aunque sea entre marineros; al fin estos son hombres que andan sin máscara, i que no están en escena, si no cuando se columpian en las gavias tomando o soltando rizos.

-No ha entrado usted nunca al café de Guinodie? —No, sin duda, desde que salí no he entrado mas que aquí, i al hotel de Europa donde alojo.

-Sí, eso se comprende, el hotel de Europa es el que está en la plaza Municipal, uno de puerta mui grande i de patio, ¿no es así, caballero?

-Justo, ese es el hotel de Europa. Pero al parecer usted está preocupado, jóven, con las puertas anchas i las pequeñas. ¿Le ha causado mucha impresion el coscorron que se dió en el umbral de ésta al entrar? Serénese usted, nadie se fijó en eso, i aquí entre ingleses no tiene usted que temer. Nosotros no nos curamos de los golpes que cada hijo de vecino se da donde puede. Cada uno es dueño de golpearse cuando Dios le deja de su mano.

Este lenguaje me sorprendió. ¿Quién será este hombre? decia yo entre mí. Yo le he tomado por yankee al ver su estravagante figura, i sin embargo, él habla de Dios, cosas poco conciliables, a no ser qué sea un yankee rico, que son los únicos que creen en Dios, porque necesitan ser ricos para pensar en tener una relijion. Ahora se hace el ingles, i eso es mas difícil de creer, porque un ingles no habla jamas el español, como este lo habla, a no ser que haya nacido en Jibraltar o en otra parte de la Península. ¿Quién será este hombre? Estas reflexiones me calentaban

la cabeza, i para salir de una vez de mis aprietos, hube de abordar de frente la dificultad.

-¿Es usted norte americano? le pregunté.

-Por afeccion i casi por principios, porque he pasado en Estados Unidos lo mejor de mi vida, ántes de venir a Valparaiso.

-¿Está usted aquí mucho tiempo há?

-No tengo cuenta del tiempo que hace. He sabido despues de mi salida que está corriendo el año 41, i solo ahora principio a contar fechas.

-¿Pero ha estado usted siempre en Valparaiso? -Supongo que sí, porque fué aquí donde llegué de Inglaterra, mi patria: aunque el Valparaiso de hoi no es ni siquiera una sombra del Valparaiso que ví a mi llegada.

—¿Piensa usted permanecer aquí?

-No precisamente aquí, porque debo principiar desde mañana una eterna peregrinacion entre Valparaiso i Santiago.

Volví a callarme, confuso con semejantes respuestas. ¡Quién es este hombre, Dios mio! esclamaba en el fondo de mi alma. ¿Cómo podré descubrirlo? ¿De dónde ha salido? ¿Qué ocupacion tiene? Abismado estaba yo en mis reflexiones, cuando él se levantó pagó su puesto i salió despidiéndose de mí con una insinuante cortesía.

No quedé ménos asombrado, cuando advertí que no tenia la talla estraordinaria que yo le habia visto, sino un cuerpo airoso, elegante i de una altura no tan enor me. Su andar era grave, de paso largo i casi rápido. Llegó a la puerta i la salvó con mas facilidad que yo dejándome abrumado bajo el peso de mi curiosidad.

II.

La segunda tarde.

La curiosidad suele ser una pasion en algunos, aunque siempre lo es en todas: la caja de Pandora fué abierta por pura curiosidad; la primera manzana que se gustó en el mundo fué comida tambien por pura curiosidad. Es verdad que fueron mujeres las que tales atentados cometieron; pero tambien es cierto que los hombres no les van en zaga; con la diferencia de que la historia no nos señala grandes crímenes cometidos por curiosidad, cuyo autor no sea una mujer. Testigo, el pecado de comer manzanas, que ha cundido desde la madre Eva, que dió el ejemplo, hasta nuestros dias, de un modo espantoso i con un contajio inevitable, que no perdona edad ni sexo.

No es tan peor que la curiosidad no produzca tales estragos cuando anima a los hombres: al fin no les pica a estos sino por esplorar i descubrir rejiones desconocidas, donde no pocas veces se pierden, como Sir John Franklin en las nieves polares, i tantos otros que en alas de la filosofía o en los lomos del Pegaso han ido a parar en las mas ardientes alturas de una cabeza caliente.

Como quiera que sea, la curiosidad es el instinto mas útil que tiene la especie humana: sin él no habriamos habitado este mundo del bien i del mal, i

habriamos tenido que podrirnos en la eterna primavera del paraiso terrenal; sin él careceriamos de tantos descubrimientos como han hecho los curiosos en los dominios del espíritu i en las rejiones del globo.

Ese instinto me disculpe, pues al dia siguiente de mi escena con aquel hombre tan curioso, yo no pensaba, ni veia, ni oia, ni hacia cosa alguna que no fuese para satisfacer la ardiente curiosidad con que tal ente me habia contajiado. En la tarde de ese dia llovia, como es uso en Valparaiso, de atravieso, i de arriba abajo, i aun de abajo para arriba, en fuerza de un huracan antojadizo que soplaba sin sujetarse a lei ni a regla ninguna: entónces no sirven zuecos ni paraguas, sino una buena resolucion para lanzarse en aquellas calles, que rivalizan con el mar por sus corrientes. Tuve esa resolucion, i a las cuatro estaba ya instalado en la misma mesa del Aguila, donde habia conocido al objeto de mi pasion.

La fonda estaba poco visitada, i el patron mascaba tabaco, apoyando toda su mole sobre sus propios brazos, que tenia cruzados i juntos sobre el mostrador, a cuyo respaldo estaba en pié. Miraba tristemente a la puerta, por donde entraban a veces en lugar de parroquianos, fuertes ramalazos de lluvia impelidos por el viento. Su mirada era fija i parada, como de ojos sin vida, su rostro era atezado, redondo i peludo, cruzados por una ancha boca de la cual arrojaba amenudo torrentes de zumo de tabaco mascado. Un gorro lacre de marinero coronaba aquel cuadro.

Pasada una hora conmencé a desesperar de mi esperanza, i como habia bebido i pagado bastante café, me creí con derecho de interpelar al patrou; i lo hice

mui afablemente, hablando del tiempo, tema obligado en todos los casos en que no hai que hablar, o en que uno necesita introducirse a platicar con otro. Mas el patron no me respondió: lo único que hizo fué mirarme con ese desprecio con que los ingleses o sus descendientes los yankees, miran a todos los que les hablan en español. Picado un poco mi amor propio, volví a levantar la voz, repitiendo en ingles lo que antes habia dicho en español: el patron, entónces, soltó las amarras a sus ríjidas e inmóviles facciones, i tejió conversacion con la mayor familiaridad, como si estuviera con un antiguo conocido.

--Dígame usted ¿quién es ese hombre con quien tomé café ayer en esta mesa.

--¡Oh! ese es un hombre que ha venido varias veces a tomar café al Aguila.

--¿No le conoce usted?

-¡How! sí, mucho, hace dias que viene aquí, i todos mis parroquianos le han visto tomar café i jinebra. -¿Cómo es su nombre?

-Mr. Livingston. ¡Oh! paga mui bien i bebe mucho, i paga siempre en onzas antiguas.

-Pudiera usted darme noticias de él?

-¡Oh! M. Livingston toma mucho café, parece un frances, pero paga mui bien.

-¿Mr. Livingston es ingles?

¡Oh! Habla ingles mui bien.

-¿De dónde ha venido aquí?

-Viene del hotel de Europa, todos los dias a tomar café.

-¿Pero de dónde, de qué pais ha venido a Valpa

raiso?

« AnteriorContinuar »