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pulos del señor cura; pero valiéndose del ascendiente que tenia en su ánimo, le habia persuadido de que la cosa era mui llana de hacer, i le habia asegurado la soltería del amante de Julia.

El perro de la casa, que era tan celoso como su ama vieja, dió unos cuantos ladridos al sentir ruido en la huerta, hasta que olfateó el perfumado ambiente de su ama niña; pero eso bastó para que se desgañitaran los perros de la vecindad, que siendo leales vasallos de un tio de Julia, callaron cuando tambien les dió en las narices el aroma de la familia.

-Así ladran los perros cuando sale a verme Julia, dijo entonces el hijo del tio, que a la sazon estaba en pié todavía picando un pliego de papel, donde iba a poner, entre corazones i flechas picadas, unos versos para su prima.

Decir i hacer, todo fué uno: el primo salió de su cuarto, apénas lo intentó; saltó la cerca de su huerto i estando en el vecino, creyó ver con los ojos del alma a su adorada Julia, levantando con la mano el mismo traje de muselina con que la habia visto en la tarde, para sacar con mas libertad un lindo pié calzado con zapatitos de cabritilla bordados i ligados a la mórbida pierna con atacados de cinta negra que subian cruzándose para arriba. Era el momento en que Julia llegaba a la higuera, temblando de emocion i sin oir ni ver nada de lo que pasaba.

Lo que no sabemos decir, porque la historia calla en este punto, es si el primo era el sostituto de don Guillermo en el corazon de Julia, o si estaba colocado mas alto. Lo cierto es que uno i otro la adoraban, i ella los amaba a ámbos, al uno por ser su primer

amor i al otro por ser su amor segundo, bien que la mamá no estaba por los primeros amores, porque, segun su esperiencia, se contraian sin cálculo i a riesgo de no tener en un matrimonio mas que pan i cebollas que comer.

Cuando ménos lo pensaba Julia, se halló entrelazada por los brazos de su primo, que entre sorprendido i enojado la reconvenia porque no le habia avisado que iba a salir. Julia callaba, porque no sabia qué responder; pero dando a su desagradable sorpresa todo el aire de una emocion amorosa, le hizo creer que iba a confesarse al dia siguiente, i que por el calor, habia salido a examinarse debajo de la higuera.

A esto se siguió un ardiente escopeteo de súplicas mutuas, la una porque la dejaran sola, i el otro porque le dieran una muestra mas de amor, aunque fuese a riesgo de aumentar el catálogo del exámen de conciencia. No habia remedio: Julia necesitaba terminar pronto aquella escena, ántes que llegase Mr. Livingston; i acababa de abrir sus brazos al primo, cuando cayeron sobre la pareja, como llovidos, la mamá, el cura i los testigos.

Allí fué Troya: ciega la mamá de entusiasmo al ver el acierto de sus planes, hizo su papel como lo tenia estudiado, sin conocer a su sobrino; i dando el último golpe maestro, declaró que aquello no se arreglaba sino con un casamiento incontinenti, porque el honor de su hija no podia quedar en peligro i descubierto ni un momento mas. No se queria otra cosa el primerizo de Julia; así es que sin vacilar respondió tres veces "sí quiero' a las tres preguntas sacramentales que el cura le habia dirijido ántes que escampase

el torbellino de reconvenciones de la tia. Julia estaba aturdida, pero como el cura contaba de antemano con su consentiminto, no atendió a sus respuestas balbucientes, i dió su bendicion, desahogando la relijiosa espansion de su corazon con un suspiro.

El cura quedaba satisfecho de poner con dos dedos una barrera insuperable al pecado mortal. Julia se desmayaba en los brazos de su novio. I la mamá, que acaba de reconocer a su sobrino en un cabeceo que tenia por maña i costumbre en todas circunstancias, corrió despavorida pidiendo luces a gritos....

El cura, despues de muerto, no refirió mas de esta historia a Mr. Livingston; pero éste creia mui probable que, cuando las aguas del mar se entreabrieron para dar un lecho en las arenas a su cuerpo arrojado al aire por el Chibato de la cueva, Julia entreabria tambien sus sábanas para dar un lecho abrigado i muelle al marido que acababa de cazar a la media noche.

Todo puede suceder, porque nadie sabe para quien trabaja; pero como hai en este mundo una justicia que tarde o temprano nos mide con la misma vara que nosotros medimos, es de presumir que no se casara impunemente aquel primo, que tenia una maña tan sintomática, i que sin saber lo que pensaba el emperador Severo, casaba con una Julia medio desmayada, a la media noche i debajo de una higuera que ella habia elejido de árbol de la ciencia para otro Adan.

VIII.

El De profundis.

Pero, a propósito, ¿qué es de Mr. Livingston, a quien hemos dejado despatarrado en la playa despues de su descomunal pelea con la fiera de los cuernos?

¡Lo que son las mujeres, Dios mio! Qué admirable poder tienen para hacernos olvidar lo que mas nos interesa! Si el estudiante deja sus libros i muchas veces cuelga sus estudios por seguir un palmito de rosa; si el marido deja sus lares en completo abandono, arrastrado por unos ojos que le hacen comprender la sabiduría de la poligamia; i si hasta los viejos dejan a un lado la salvacion de su alma por perderla en una mujer que los aguanta, ¿qué mucho es que un narrador deje a su heroe estirado en el agua, mientras da cuenta a sus oyentes de una Julia que se habia atra vesado en su cuento?

Previa esta escusa, vamos ahora a ver como se encuentra tirado largo a largo don Guillermo, ya no en la playa, sino en el suelo de un De profundis, que no sabemos si es cuarto o cueva, o si es un sepulcro o un cajon de coche u otra cosa parecida. Es aquello una cavidad rectangular donde el cielo, las paredes i el suelo son de pura piedra azuleja, sin grieta, ni abertura, ni puerta, ni ventana. Por dónde ha entrado allí el cuerpo de nuestro amigo, no lo sabemos.

Por dónde entra ahora una vislumbre rojiza que alumbra la estancia, tampoco. ¿Qué sitio es aquel, qué casa, palacio o cárcel pertenece? ménos. Pero ya que nada sabemos, observemos; pues la observacion es el principio del saber.

Mr. Livingston parecia vivo: su cara estaba hácia arriba i sus facciones enérjicas i regulares tenian un tinte sañudo que revelaba ira. Su cuerpo hermoso i esbelto tenia el aplomo de una persona que duerme.

De repente levanta una pierna i la posa sobre la otra; estira un brazo, luego el otro, como desperezándose, i los cruza sobre el pecho a diferencia de Durandarte que, alargando uno de los suyos, decia: "paciencia, i barajar." Un hondo suspiro anuncia que ya vuelve en sí. Abre los ojos, discurre la vista por la estancia: se toca, se siente empapado i lleno de arena; busca su reloj, no lo halla; mete sus dedos al bolsillo del chaleco, no encuentra su dinero; requiere su meñique en busca de un anillo de oro que llevaba destinado a la cita, i ve que habia desaparecido. Todo le anunciaba que habia caido en poder de bandoleros i que lo del chibato, cuyo recuerdo se le avivó al instante, no era mas que una farsa de Caco.

La prudencia le aconsejó entónces un reconocimiento del sitio. Se levantó, lo vió i tocó todo, i se persuadió de que estaba en una hermeticidad de viva piedra, que no tenia salida alguna i aun le pareció ver escrito de color oscuro el terrible

Lasciate ogni speranza, voi che entrate.

Abrumado, confuso, sin poder darse cuenta de su situacion, se quedó en pié, estático, la vista fija, la

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