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XIII.

Lucero.

Mr. Livingston hacia de pájaro a las mil maravillas. Volaba i mas volaba al lado de su pareja, sin abrir siquiera el pico para preguntarle a donde le llevaba o para darle las gracias por su salvacion. Talvez dudaba él de poseer el habla o temia desencantar a su salvadora dando un gorjeo como el cuervo, o algun graznido como el pavon de Juno. No se habia ensayado en to las las costumbres de su nuevo estado i aceptaba su papel de pájaro volátil simplemente con toda la buena fé de un ingles honrado, i por eso no se atrevia siquiera a pensar. Fuera de esto, la novedad del encanto i el placer de dar un vuelo le traian arrobado; i en verdad que no era para ménos: verse cortando raudo los aires, dulcemente mecido por un par de alas que se balancean, es una delicia inefable que absorbe el pensamiento i apaga la gratitud i todos los sentimientos que sirven de lazo entre los hombres que andamos. Los pájaros no deben sentir, ni deben tener vigor para pensar cuando van ejecutando una operacion tan estupenda como es el volar. Sin duda esa es la razon por que no se les ve hacer las funciones serias de la animalidad, sino cuando se asimilan al hombre usando de sus dos piernas.

A

Así lo juzgó despues don Guillermo, cuando recordó que viendo el mundo de Espelunco, allá a lo léjos, mecerse en su atmósfera inflamada, no recibió con esa vista mas impresion que si viera a Júpiter por el tubo de un telescopio; i de aquí concluyó que para pensar, discurrir i sentir como hombre, era necesario tener la forma humana, i que fuera de esta forma el pensamiento i la sensacion cambian de naturaleza.

Otra cosa fué cuando ámbos pájaros, poniendo fin a su vuelo, posaron en tierra sus pies humanos, viéndose convertidos instantaneamente en hombre i mujer situados a la puerta de un inmenso edificio. Ambos se miraron primero con curiosidad, despues con ardor, i sintiendo un simultaneo latido en el corazon, se abrazaron i se estrecharon como dos amantes antiguos que se encuentran despues de una larga ausencia.

Al primer respiro que desahogó su pecho, Mr. Livingston, mirando con avidez a su pareja i asaltado por un recuerdo, le tomó la mano cariñosamente, i le dijo:

--Anjel mio, mi salvadora, quién eres, dime; tú no eres Julia ¿no es cierto?

--No, yo soi Lucero, respondió la hechicera: así me llaman las tias, desde que me trajeron del mundo i me enseñaron su oficio.

-¿Cuánto tiempo há que estas aquí?

--Desde el primer año de mi edad, fui robada de mí casa. No he conocido a mis padres i cuento ya veinte años de vida, veinte años que han sido para mí veinte siglos, i que serán una eternidad mas, si un hombre que me ame no me desencanta.

--¿Qué es necesario para desencantarte? Yo te amo; no, no, te adoro, te has hecho dueño de mi alma. ¿Qué he de hacer para salvarte, Lucero de mi vida?

--¡Ah! se necesita mucho! ¡Un gran sacrificio! El que me ame ha de peregrinar veinte años sin cesar entre dos grandes ciudades de mi patria, para hallar, al fin de tres mil viajes que ha de hacer en los veinte años sin que le falte ni sobre tiempo, el talisman del PATRIOTISMO que se ha perdido en una de esas ciudades. El dia del hallazgo será dia de gloria, de contento, de paz i de fraternidad; i yo podré volver a ejercer en mi patria mis funciones, pues soi el hada del noble sentimiento perdido. El hombre que acometa tan alta empresa ha de tener un corazon for-' mado para el amor, i no para el odio, profundas convicciones, ardiente fé en el porvenir i perseverancia incontrastable......

--Si no es necesario mas, yo soi ese hombre, esclamó con entusiasmo Mr. Livingston: ponme encamino i fia en mí, Lucero, si no se necesita otra

cosa.

—Sí, hai algo mas: el hombre de que hablamos ha de pronunciar de cierto modo en cada una de las dos ciudades tres palabras sacramentales, cuantas veces llegue al término de un viaje............

-Decídmelas, interrumpió con viveza don Gui

llermo.

-No, tratemos primero de tu salvacion; despues debo probarte, i cuando tenga en tí plena confianza, sabrás esas palabras.

-¿I cómo vas a salvarme?

—Voi a pedir a los Jenios tu libertad.

-¿Qué no sabes que estoi sentenciado? Los Jenios me forzarán a cumplir mi condena, a no ser que me permitau cumplir la promesa que he hecho de desencantar a la Libertad, venciendo sin hierro ni fuego a los cuatro monstruos que la aprisionan.

Una sonrisa inefable iluminó el bello semblante de Lucero, i luego, con la ternura que inspira a una persona esperimentada la candorosa inesperiencia de un niño, tomó las dos manos de su amante i con dulzura le dijo:

-No, piensa primeramente en hallar el Patriotismo perdido; despues esa virtud celeste, por sí sola, completará la obra de vencer sin hierro ni fuego a aquellos monstruos.

-Entonces es indudable, replicó Mr. Livingston, que los Jenios me someterán a la sentencia que sobre mí pesa.

-Tampoco, no lo temas, le dijo Lucero; los Jenios practican aqui lo que inspiran a sus adeptos de allá arriba: aquí la voluntad que forma las leyes está sobre las leyes, i éstas no se dictan sino para los indiferentesi para aplicarlas sin piedad a los enemigos; pero para los que las hacen i sus amigos son una regla elástica que se alarga i se encoje como conviene, conservando su forma. Un medianero rara vez deja de alcanzar lo que se desea, cuando pone en juego ciertas influencias: su empeño se convierte en interpretacion, cuando hai necesidad de salvar las formas, o simplemente en mandato, cuando la lei no se opone abiertamente. Asi caen las leyes i las sentencias, i así caerá la que te condena, cuando yo haga valer mis

relaciones i el interes que hai en tenerme siempre grata para que no anhele volver al imperio que me corresponde como hada del patriotismo.

-Soi tuyo, Lucero de mi alma; me entrego con amor a tu poder i sabiduría. Sálvame, que yo te pagaré con un imenso amor; i aunque emplée toda mi vida en salvarte, moriré contento, si tú mantienes en mi ancianidad el fuego de mi corazon.

-No, tu alma i tu corazon no envejecerán, si te alienta mi amor; i aun cuando el tiempo blanquée tu cabeza i desgaste el vigor de tu cuerpo, yo le volveré su juventud isu hermosura con el primer abrazo que te dé allá en el mundo.

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