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naturaleza, lo cierto es que hai muchos humanos que al parecer no tienen el suyo, a no ser que lo tengan tan escondido como las rocas o los árboles. Pero tanto el arte de evocar esos espiritus ocultos, como las demas artes diabólicas, no se pueden aprender fácilmente en el estado actual de cosas. Desde que la filosofía ha dado al traste con la fé, los brujos han ido a esconderse en los antros de la tierra, i quien no tenga la fortuna de Mr. Livingston, no puede ponerse habla con ellos ni aprender sus hechizos.

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Mas, en obsequio de la verdad i en honor de nuestro héroe, debe reconocerse que lo de brujo no disminuyó en un ápice sus instintos de buen ingles, pues lo primero que hizo en el pais de su peregrinacion, fué instruirse del estado en que se hallaban las garantías del habeas corpus, ya que tanto le interesaba conservar el suyo. Pero halló que en materia de prisiones, aquello era una atrocidad, porque sobre estar habitualmente presas, como en un convento, aquellas jentes, sucedia que no habia brujo ni bruja, como quien dice perro ni gato, que no tuviese la facultad. de mandar a la cárcel i aun de condenar a muerte a cualquiera estante o habitante, aunque no fuese mas que por verle mala cara. La seguridad individual no era allí conocida, sino por los servidores de los Jenios, que, al fin como de la carda, estaban exentos de los percances que ellos eran encargados de hacer sufrir a los demas. El ingles se asustó de ver que el habeas corpus estaba suspenso sin ceremonia, i nunca perdió el susto por mas que procuraba imitar a los paisanos suyos que por allí encontraba enteramente conformes i contentos con esa inseguridad; pero no advertia que

esos eran tambien de la carda, mientras que él habia desechado las propuestas de afiliacion que en otro tiempo le hizo el juez del crímen de Espelunco.

Pero en cuanto a libertad de pensamiento, era eso otra cosa: los Jenios dejaban la libertad de pensar i la de hablar por lo bajo cuanto se quisiera, con tal que no se pasara de la conversacion privada; i era libre el chismeo i el cuchicheo hasta lo infinito i se podia hasta soplar a la oreja un venticello de aquellos cuya fuerza describia don Basilio tan sabiamente. No, en ese punto estaban todos a sus anchas i contentos, i hasta se les dejaba campo abierto para hacerse oradores públicos, si querian, pues no se prohibia el hablar a gritos ni a los histriones, ni a los predicadores, ni a los panejiristas del gobierno de los Jenios, siempre que en todas esas loas fuesen estos loados i no enlodados.

La misma libertad existia para el pensamiento escrito: ¡gracias a Dios, existia la libertad de imprenta! La censura estaba rigorosamente abolida para ántes i despues del parto: la autoridad no censuraba ántes de la publicacion lo que parian los escritores, pero tampoco permitia publicar ningun parto que la censurase a ella. La lei era pareja i por consiguiente justa, pues cuando un gobierno no censura previamente las obras, tiene justicia para no permitir la publicacion de escritos en que lo censuren a él o a sus amigos. ¡Qué cosa mas racional! Pero sobre ser justo este plan, produce ademas una ventaja inapreciable, tal es la de que no pueden aparecer otras publicaciones que las que la autoridad fomenta o tolera; i si alguna de estas saca a veces los piés del plato,

hai razon para que las otras i la autoridad se le vayan encima, las primeras con el peso de la injuria i la calumnia, i la segunda con su pesantez específica i cuantitativa, para castigarla i anonadarla, pues que faltó al pacto i perturbó el órden.

Mas don Guillermo, ingles al cabo, no comprendia esta libertad de imprenta i se imajinaba que mas bien era una libertad de mentir por escrito con patente autorizada, pues observaba que los escritores eran verdaderos prestijiadores que embaucaban a sus lectores, variando el sentido de las cosas, adulterando los hechos, i convirtiendo en liebres todos los gatos. Segun él, habia una perfecta contradiccion entre los hechos que tocaba en la sociedad i los artículos que leia en la prensa; pues mientras que en aquella todo era malo, atrasado i podrido, para esta no habia gobierno mas justo i liberal, ni mejor administrador, ni pueblo que hiciera mas progresos ni que fuese mas afortunado que el de Espelunco.

Solo un ingles puede tener la estravagancia de no conocer que hai un derecho natural tan sagrado como el de la defensa propia, i es el del propio elojio. Los ingleses no conocen cuánto cinismo i perversidad hai en revelar nuestros vicios, i en descubrir nuestras lacras, pues ellos hallan mui natural i puesto en razon el censurar a sus gobiernos i el criticar sus vicios sociales. ¡Qué falta de patriotismo tan imperdonable! ¡Qué ingratitud! Maldecir de su propia madre, acusando sus vicios, i atacar a su gobierno descubriendo sus pasteles, son verdaderos parricidios que merecen el terrible consorcio del jimio, del gallo i la culebra. Pero los ingleses no solo cometen esos

crímenes diariamente, sino que asilan en su tierra a todos los perseguidos i les dejan ámplia libertad para que maldigan de sus gobiernos i desacrediten a su patria, revelando al mundo lo que como buenos patriotas debian callar, basta que se trate de los suyos, pues entre buenos hermanos todo debe quedar en casa. No hai emigrado en Inglaterra que no haya gozado de esa libertad de desacreditar: los españoles de Fernando VII, los franceses de Napoleon, los napolitanos del rei Bomba i hasta los arjentinos de Rosas. ¡Qué mucho, si los malos se dan la mano i se protejen! Pues esos mismos emigrados cometen cuando pueden en sus paises los mismos crímenes, echando sin vergüenza a la estampa sus vicios sociales, i celebrando a los escritores que lo hacen hasta elevarlos a la categoría de clásicos! ¿No han hecho eso los españoles con su Larra i los franceses con una caterva de escritores parricidas? ¿No han elevado estátuas a Voltaire, a Cervantes i a otros maldicientes de este jaez? ¿I los ingleses no se llenan la boca con los nombres del dean Swift i del cura Sterne, dos sacerdotes protestantes tan deslenguados i sarcásticos contra las costumbres de su tiempo, como el benedictino Rabelais?

Pues esa perversidad era lo que echaba de ménos el ingles entre los virtuosos habitantes de la Cueva, quienes, si como criaturas frájiles, tenian sus defectos, como buenos cristianos se los disimulaban, i como buenos patriotas los callabau para no desacreditar su Cueva ni a sus amos.

Viciado por la educacion el criterio de don Guillermo, i agriado su ánimo por la persecucion de que

era víctima, no podian ser acertados los juicios que se formaba del pais que recorria; i haciendo abstraccion de ellos, para salvar nuestra responsabilidad, asi como de las cuestiones de tiempo i modo que pueden suscitarse sobre la duracion de su peregrinacion en la Cueva i sobre su aprendizaje de las artes diabólicas, sigamos sus pasos hasta el punto donde le encontramos al principio, i basta de digresiones.

די

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