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Uno de los jóvenes al otro. Silencio, mas cautela, porque aunque éstos no conocen a la autoridad, sino que la aborrecen, nunca falta entre ellos algun traidor que la busca para denunciar estas conversaciones, pues saben que esos denuncios se pagan jenerosamente.

Estas palabras no fueron oidas mas que por el otro jóven. El silencio sucedió por algunos momentos. Un silbido trajo otros, una palabra lanzada al aire provocó otras, i sin embargo de que todos marchaban en paz, comenzaron a elevarse algunos terrones i piedrecitas que caian perpendicularmente sobre los jóvenes.

Así continuaron hasta que fueron desapareciendc casi todos por la puerta de una fonda, dentro de la cual habia gran ruido i movimiento.

Los dos jóvenes que habian entrado tambien tranquilamente, sin hacer caso de las provocaciones, se instalaron en una mesa que estaba sola; pero los circunstantes no podian reconocer en ellos a los que les habian hecho compañía por la calle, pues eran enteramente distintos en fisonomía.

-Uno de los jóvenes al otro. ¿Observas a algunos de esos hombres que entran a aquel caramanchel i salen de allí contando dinero?

--El otro jóven. Si, he visto a varios. ¿Se dá acaso dinero en ese cubichete?

--Nó, se presta, con la condicion de devolverlo ántes de salir de este sitio. El que recibe se pone a probar fortuna en el juego, i si pierde, tiene que pagar el préstamo con su persona.

--¿Cómo así?

--Quedando obligado a servir en todo lo que lo

ocupen los Jenios, principalmente en perseguir i cazar mas hombres en el mundo para aumentar el número de los que aquí sufren.

-¿No acaban de quejársenos esos mismos porque no se les hace justicia? ¿No deploran su situacion, mostrando su odio contra la opresion que sufren? ¿Cómo es entónces que lo olvidan todo por satisfacer un vicio, i venden su misma libertad?......

-¿No comprendes que todas esas contradicciones i esas miserias son efecto puro de la ignorancia? Esos hombres no conocen el poder de los Jenios, sino por el mal que les hace; i, sin embargo, olvidan ese mal, por dar rienda a su egoismo, i sirven lo mismo que aborrecen.

-¡La ignorancia!

--Sí: observa la verdad de lo que te he dicho ya. Aquellos monstruos que encantan i aprisionan a la libertad, no son sino una alegoría de la verdad. Esos monstruos existen en la sociedad, son la sociedad misma, porque en ella están la ignorancia, la mentira, el fanatismo i la ambicion: circulan en su sangre. Recuerda lo que has visto, observa lo que ves. ¿No viste ya la ambicion entronizada, trabajando por sostener su imperio? No viste ya la mentira infiltrada en la prensa i en la sociedad? Ve ahora la ignorancia encarnada en el pueblo mismo: observa mas i la irás encontrando en todas partes entrelazada fuertemente, de un modo indisoluble, con la mentira i el fanatismo. ¿Comprendes ahora cómo es que esos monstruos no pueden ser combatidos ni vencidos con el hierro i el fuego? Comprendes que para vencerlos por la fuerza seria preciso decapitar a la sociedad entera?

--Sí, Lucero: tú me iluminas, pero abates mi espíritu con tan terribles verdades, que me dan a conocer que la libertad no puede salvarse de sus enemigos, que la libertad es imposible!....

-No, Guillermo: la libertad no es imposible! ¿Por qué desesperas? La libertad es la justicia misma i existe en la naturaleza del hombre. Es cierto que ella aborrece la violencia, porque su triunfo no es la fuerza; pero aunque lentamente, tarde o temprano, se abre paso ayudada por la ilustracion que mata la ignorancia, alumbrada por la verdad que ahuyenta la mentira. Cuando la accion de estos ajentes es dirijida por el patriotismo, ese amor celestial, esa caridad fecunda, que armoniza nuestro interes con el de todos i que enjendra la noble ambicion de enaltecer la patria que nos dió el ser, entónces no se hace esperar el triunfo de la justicia; de la justicia que, inspirando seguridad a todos, derrama en la sociedad la coufianza, la tranquilidad i el contento, que dan dignidad al hombre i brillo a las naciones. ¡Ese es el imperio de la libertad!

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ar

al

de

XVII.

Segundo cuadro.

De noche ya, van entrando en una ciudad, opaca i silenciosa, un viejo i un jóven. El primero tiene narices para dar i prestar, i el segundo, aunque niño todavía, muestra unos ojos celestes, tan poderosos ardientes, como si fuera mujer. Sí, porque los hombres, aunque tengan ojos hermosos, jamas los tienen poderosos como las mujeres.

Entran ámbos a una casa que estaba iluminada i concurrida.

--¿Hai posada para dos viajeros? preguntó el viejo. -Como no, le respondieron, i para mas tambien: entren ustedes al salon: por aquí, inter se les prepara un cuarto. ¿Con dos camas, no es esto? Porque ustedes no deben ser la pareja de macho i hembra que acaba de venir a buscar la policía.....

Estas palabras fueron dichas por el fondista adentro del gran salon, donde habia muchos parroquianos. Todos levantaron la cabeza hácia la puerta por donde entraban los viajeros, i muchos se miraron entre sí, como de intelijencia mutua.

El niño que acompañaba al viejo, haciéndose mas indiscreto que el fondista, replicaba a éste:

-Pierda usted cuidado: tras de la misma pareja

andamos nosotros, porque somos ajentes secretos, como muchos de estos señores que están aquí.

El fondista se descubrió i saludó a los recien venidos, cosa que no habia hecho ántes, porque no les habia adivinado la autoridad. Ellos, por su parte, tomaron asiento mui familiarmente alrededor de la mesa a donde estaban los demas velando un tazon, o mas bien, abismados en la llama de un tazon de ponche.

--¡Loado sea Dios! dijo uno cuando se estinguió la llama.

-¡Cómo tarda eso en quemarse! dijo otro.

--Esto es siendo espíritu, agregó un tercero. ¡Cuán to tardaria el cuerpo de un hereje cuando se usaba la hoguera!

El viejo, como si hubiera tenido algo de hereje, esclamó conmovido:

-¡Afortunadamente, hoi no se quema a nadie! —Quienes pierden con eso, replicó el niño, son los mirones. ¿Qué mas le da al que muere que le maten a fuego de leña o de fusil, a hierro de cuchillo o a soga? Todo es morir: la muerte es la que espanta, la que encanece todos los cabellos en una noche, no el instrumento.

Todos callaron, como aterrados por la locuacidad. del niño, quien, sin ser invitado, se sirvió ponche i continuó.--El hombre necesita matar a su semejante, porque solo la muerte sacia su orgullo: si hubiera un dolor mas supremo que la muerte, el poder del hombre no se saciaria con ella, i la muerte dejaria de ser pena capital, quedando al nivel de cualquiera otra de esas penas que no satisfacen. En otro tiempo la reli

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