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-Soi un antiguo soldado de la patria, me llamo Alvaro de Aguirre; i bajó al suelo sus ojos guarnecidos de una blanca i larga pestaña.

Yo continué haciéndole varias preguntas, i él contestándomelas a medias. Luego que supo por mi nombre quien era mi padre esclamó: ¡Buen señor, siempre me dá limosna; estuvimos juntos en el sitio de Rancagua, en una misma trinchera, él era paisano i peleaba como nosotros! Estas frases pronunciadas con cierto aire de nobleza, me hicieron palpitar el corazon i traté de hacerle conocer el interes que me inspiraba su desgracia, le prometí amistad i conseguí al fin de muchas súplicas que me dijera algo sobre su vida. Marchamos juntos hasta la penúltima pirámide; en su base tomó asiento el mendigo i yo permanecí en pié. La luna principiaba a rayar sobre los Andes, i. su luz rielaba sobre las lijeras i bulliciosas aguas del rio, figurando en ellas una prolongada cinta de plata estendida en desórden sobre la arena; todo estaba en calma. El aspecto del mendigo me inspiró veneracion i me causó mil ilusiones misteriosas, que pasaron por mi mente con la lijereza de la brisa que lamia el encumbrado follaje de los álamos. Su voz me sacó de mi escitacion, pero no era ya la voz apagada del que sufre, sino firme i sonora, como la del hombre que revela hondos arcanos. Principió conmigo una conversacion, la mas interesante que he tenido en mi vida: la rapidez de su narracion i de su lenguaje, me reveló desde luego que no tenia en mi presencia a un hombre comun. A cuantas preguntas le dirijia, me respondia entónces con desembarazo i con firmeza; de modo que llegué a creer que aquel era un mendigo

supuesto, un personaje mui diferente del personaje que representaba, i me persuadí de que por alguna de aquellas anomalías, tan frecuentes en el mundo, habria llegado este hombre a habituarse a permanecer en una situacion tan despreciable como era la en que se encontraba. Pero esta persuasion me duró poco tiempo, porque luego ví que eran mui naturales i aun comunes los accidentes que le habian precipitado en la desgracia. Voi a tratar de trazar aquí la historia de su vida con el mismo aire i animacion con que él me la refirió, omitiendo detalles, i en frases cortadas como él lo hacia.

II.

"Yo nací en la Serena, dijo, i mi nacimiento causó la muerte de la que me dió la vida; mi padre, que era uno de los comerciantes de mas crédito en aquel pueblo, cuidó esmeradamente de mis primeros años, i me educó sin perdonar sacrificios. Ya habia salido de mi infancia, ya principiaba a sombrearme la barba, cuando me entregó a un amigo suyo, rico mercader de Lima, para que me llevase consigo i me comunicase sus luces i su esperiencia. Yo partí lleno de angustias: el corazon me presajiaba entónces un porvenir de lágrimas i de sangre. ¡Ah! jamas olvidaré el aspecto de mi padre en aquel instante! El anciano desgraciado lloraba como un niño, me estrechaba sobre su pecho i me acariciaba con ternura, dándome consejos i protestándome que me separaba de su lado solo porque deseaba mi felicidad! ¡Padre querido! mil veces te he llorado como ahora i jamás he podido hallar consuelo!...." El mendigo ocultó sollozando su rostro entre sus manos, i despues de un suspiro profundo, continuó: "Ocho años hacia que yo estaba en Lima, cuando supe que mi padre habia muerto, agoviado de pesares a causa del mal estado de sus negocios; sus acreedores se habian repartido de los efectos de su comercio para pagarse; el entierro de su cadáver se hizo de caridad; no tuvo un deudo, un amigo que

derramase una lágrima tan solo sobre su sepulcro! ¡Ah! yo debiera haber partido entónces a mi pueblo! pero mil esperanzas vanas me encadenaron en Lima, i me decidí a permanecer allí para siempre. El mercader a quien mi padre me habia encomendado babia muerto tambien, i yo continuaba con su hijo malbaratando el caudal que aquel hombre honrado le formó con tantos sacrificios: ambos éramos de una edad, i sin guia, solos en aquella Cápua de la América, nos habíamos lanzado a la disipacion. Nuestros negocios se encontraban en el peor estado, no teníamos crédito, ni avanzábamos en el comercio: un dia de aquellos en que el demonio se apodera del alma para arrancarle la razon i precipitar al hombre en el vicio, mi amigo, Alonso, tomó el dinero que habia en caja i nos encaminamos a casa de su querida, en donde se juntaban de ordinario varios hombres perdidos. Serian las seis de la tarde, en invierno, entramos en silencio hasta una pieza oscura, sin sentir el menor movimiento en toda la habitacion; i no bien habíamos puesto en ella el pié, cuando sentimos palpitante el estallido de un beso lleno de amor, i luego un prolongado suspiro: pedimos luces i al momento sentí que se acercó a mi amigo su querida llenándole de caricias. Al iluminarse la sala, vimos reclinado sobre un canapé a un militar español que en la noche anterior nos habia ganado allí mismo veinte mil duros. Se levantó estregándose las manos i diciéndonos: "¿vienen ustedes a continuar la partida?" i nosotros no le respondimos palabra.

Alonso, que estaba con sus facciones contraidas, se dirijió a él en silencio, como a exijirle una esplica

4*

cion, pero a la sazon entraron varios con las mujeres que formaban el embeleso de aquella tertulia. El juego, el ponche i la corrupcion dieron principio; las horas comenzaron a pasar lijeras para todos, pero lentas para mí. Mui tarde era ya, las luces ardian en candiles i a su opaco resplandor continuaban los jugadores su tarea con mas ardor: yo estaba fastidiado i dispuesto a retirarme. Alonso habia perdido todo su dinero, el almacen de su comercio, i hasta su reloj, pero permanecia mirando jugar con su cabeza reclinada sobre el hombro de su querida.

Las mujeres no me habian impresionado aquella noche, yo sentia en mi alma una amargura que me desesperaba. En un momento en que la algazara del desórden habia cedido su lugar al cansancio, se acercó a mí un fraile de la buena muerte, que andaba con una guitarra en la mano, i tomando un aire sério me dijo al oido: "yo no quiero guardar mas un secreto que pesa sobre mi conciencia: sepa usted, don Alvaro, que a su amigo le han ganado mal. Su misma adorada ha facilitado al militar los dados falsos."

Yo me quedé pasmado con esta fatal revelacion, i luego que me serené, con mucha calma, me puse junto a la mesa de juego: mi amigo permanecia como he dicho ántes, i aquella mujer perversa lo acariciaba todavia, resbalando una mano suavemente por sus barbas. Estaba yo observándola i tratando de descubrir en su semblante la verdad de la revelacion que acababa de hacerme el fraile; i al fijarme en sus ojos apacibles i bellos, llegué a considerarla incapaz de un crímen. Pero luego la ví hacer un jesto de intelijencia al militar i pasarle unos dados, diciéndole:

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