Imágenes de páginas
PDF
EPUB

comun entre todos los de la ciudad que habia enloquecido al poco tiempo despues de muerta su madre, por cuyo motivo jamas se la habia visto por nadie desde aquella época.

Un año empleé practicando las mas prolijas dilijencias a fin de ver a mi querida o de saber algunos pormenores mas sobre su suerte, pero nunca pude avanzar mas en mi objeto. Me propuse andar siempre mal traido para no llamar la atencion sobre mí, i tomé la costumbre de dirijirme a la vega, con mi caña de pescar, todas las tardes, apénas terminaba los pocos quehaceres que tenia. Me colocaba al pié de las murallas de la casa de don Gumesindo, i desde ahí estaba en contínuo acecho, i siempre sacando con mi anzuelo los camarones de la vega. Desde aquel sitio, que estaba para mí lleno de encantos, presenciaba la caida del sol en los abismos del mar; sus reflejos iluminaban las aguas de tal modo que parecia que iba a hundirse en una inmensa hoguera, cuyas llamas herian la vista, mientras que el cielo estaba cubierto i matizado de nubes negras i rojas que a veces me arrobaban el alma i me hacian olvidar a la pobre Lucía. De este modo pasaba la tarde i venia la noche a encontrarme en la misma situacion, porque así permanecia horas enteras calculando i buscando modo de conseguir salir de aquella penosa situacion a que me habia reducido mi suerte.

Lo único que me sacaba a veces de mis delirios era una voz vaga i suave que entonaba algunos versos al otro lado de la pared i que yo alcanzaba a percibir, porque ésta tenia en lo mas alto unas aberturas largas i angostas cruzadas de dos barras de fierro mui forni

das. Para mí no habia duda de que aquella era la voz de Lucía, i esta persuasion me daba un consuelo el mas grande que en aquellas circunstancias podia esperar.

Mucho tiempo hacia que no recibia mi alma este descanso, cuando una tarde oí patentemente que cantaban estos versos:

Aunque me olvidas, te adoro,
i aunque no me das consuelo,
yo lo tengo porque lloro.

I despues de algunos mas, que no alcancé a percibir sino mui vagamente, oí con mucha claridad estos otros:

No creas que porque sufro,

soi cobarde:

No hai bien que por mal no venga
aunque tarde,

Yo lloraba amargamente al oir estas quejas i me imajinaba ver a Lucía con sus grandes ojos negros cubiertos de lágrimas, sentia que estrechaba mi mano entre las suyas, i mi ilusion llegaba hasta el estremo de persuadirme de que hablaba con ella i de que la poseia para siempre...!

III.

El fruto principal de mis tareas en un año, habia sido la amistad que me procuré con el negro Luciano, que era el único esclavo de quien don Gumesindo se confiaba. Principié a agasajarle i a captarme su cariño, pero era tanto el poder que sobre su corazon tenia el amo, que aun se recelaba para responderme a las preguntas mas insignificantes que yo le hacia acerca del réjimen de la familia. Al fin de muchos trabajos, logré de él tener algunas nuevas de Lucía, las que no hicieron mas que avivar mi pasion; pero como yo temia todavia del negro, no me atrevia a tentar su fidelidad. Un dia le encontré en la calle i me dijo que buscaba a un carpintero para que acomodase una gran parte que se habia caido del altar del oratorio de su señor, porque el maestro que trabajaba en su casa estaba aquella vez mui enfermo: aprovechando yo la oportunidad, me le ofrecí, i con pocas instancias logré que me diese aquella ganancia. En efecto, busqué algunas herramientas, i aunque no entendia el arte, me atreví a improvisarme carpintero, confiado solo en el amor; i una hora despues estaba a la puerta de don Gumesindo a cuya presencia fuí conducido por Luciano.

Estaba el español recien levantado de siesta, con el gorro calado hasta la ceja, i sentado en un canapé, en

[ocr errors]

cuyo brazo tenia apoyado el codo de manera que afirmaba su barba sobre la palma de la mano, abrazándose la garganta entre el índice i el pulgar: su aspecto era el del gato que acecha, pero tenia un ceño terrible. Díjole entre dientes a Luciano que me condujera al oratorio i volviese para tratar. Así lo hicimos i nos ajustamos por un precio mui bajo, quedando de principiar la obra al otro dia. Me retiré con el sentimiento de no haber visto a nadie mas que a don Gumesindo en la casa, i llegué a temer que no me seria posible ver a Lucía, i ese era el único objeto de mis esfuerzos.

Desde aquel momento no pensé mas que en el modo de dármele a conocer, i al efecto escribí una carta para entregársela al dia siguiente. Un amigo mio, que era un español llamado Laurencio Solis, me sorprendió aquella noche al tiempo de estar trazando en papel la revelacion de mi amor; i como yo lloraba i escribia a un mismo tiempo, no pude ocultarle mi propósito; a mas de que necesitaba desahogar mi corazon, deseaba tener un amigo que aprobase mis sentimientos, que me ausiliase con su consejo. Desde entonces consideré a Laurencio como un hermano que el cielo me concedia para templar mis amarguras.

Llegó el dia deseado, i al rayar el sol me puse en casa de don Gumesindo, armado con los útiles necesarios para ejecutar la obra i comunicarme con mi querida. Entré temblando a la presencia de este hombre, que entonces me pareció mas terrible que nunca: me dijo sin mirarme i con voz mui entera:

-¿Vienes para el trabajo?

—Sí, señor.

-Pues bien, si no acabas a las diez, puedes pensar en no hacer nada.

tú?

-Acabaré ántes, señor.

-¡Eh!¡qué dócil pareces, bribon! ¿de dónde eres

-De Lima, señor.

-¿Mucho tiempo há que estás en estos lugares? -No, señor.

-Pues bien, no tienes mala pinta, anda al trabajo, me replicó hiriéndome con una mirada que acabó de intimidarme.

Al pasar por el cuarto contiguo al oratorio, que comunicaba con el de don Gumesindo, ví a Lucía sentada en el estrado i tejiendo randas en un cojinillo pequeño que apoyaba sobre sus rodillas: al verla se me cayeron de la mano los instrumentos, ella levantó sus hermosos ojos, los fijó en mí, el cojinillo rodó por la alfombra i la pobre niña quedó con sus lábios entreabiertos i yerta como si hubiese caido un rayo a sus piés. Un grito terrible de don Gumesindo, que me decia:-¡Hola, ya principias con torpezas!-me sacó de mi atolondramiento; tomé las herramientas i seguí mi camino.

Dí principio al trabajo sin saber lo que hacia, porque aun podia divisar desde allí a mi ánjel que no se atrevia a levantar los ojos, sin embargo de que don Gumesindo estaba en una posicion desde donde no la veia. Despues de un largo rato me puse a aserrar una tabla enfrente de ella i entoné un yarabí peruano con los versos

« AnteriorContinuar »