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cubierto nuestro plan. La desesperacion se apoderó de mi alma de tal modo, que si el carcelero no me hubiera quitado un puñal que llevaba conmigo, me habria dado la muerte en aquel instante mismo. Pero luego quedé en calma i en una especie de embrutecimiento que no me dejaba pensar, ni siquiera sentir.

Así permanecí dos dias, durante los cuales no ví mas que al carcelero que se acercó a mí dos veces para darme de comer: al tercer dia fuí llevado ante el juez i sufrí un largo interrogatorio sobre si conocia a don Gumesindo, si tenia mui estrecha amistad con el esclavo Luciano i sobre un plan que se decia que yo habia formado con éste para asesinar a su amo. Todo esto contribuia a aumentar mi confusion, i llegué a sospechar que el juez se valia de tales rodeos para desentrañar mejor el rapto de Lucía; pero al salir, ví que entraba tambien a la sala del juez el pobre negro Luciano con grillos i lleno de sangre: despues supe que su señor le habia castigado ferozmente ántes de entregarle a la justicia.

Tres veces mas me llevaron ante el juez en ocho dias que estuve incomunicado, i por los interrogatorios i cargos que me hacian, vine en cuenta de que yo estaba acusado de asesino i de complicidad con Luciano; i supe, con gran sorpresa, que por la noche del dia en que me apresaron habia fugado Lucía de la casa de su tutor. La ajitacion que me causó este accidente, oido de boca del mismo juez, fué tomada por éste como un efecto de mi inocencia en el rapto, i al instante decretó que se me pusiera sin prisiones en el calabozo de los demas presos. Allí encontré a Luciano i a una multitud de facinerosos, cuyo aspec

to me dió pavor i me hizo pensar de nuevo en todo el peso de mis desgracias: uno de los presos se acercó a consolarme, otros se reian en mi presencia de mis angustias, i trataban de ridiculizarme con espresiones groseras, segun decian ellos, para darme valor.

Yo no lo tenia, es verdad, ni siquiera para darme a respetar de aquellos malvados. El mas viejo de todos. conversaba con Luciano, refiriéndole la vida de don Gumesindo, el cual, segun él decia, habia venido de marinero en un buque español para cumplir la pena a que en su pais fué condenado por varios delitos que cometió. Luciano le oia con mucha complacencia, i le replicaba que él no tenia mas crímen que el haberle servido con fidelidad desde su niñez. Al fin se acercó a mí el negro, i conversamos acerca de nuestra prision: me dijo que en la tarde del dia anterior al en que me prendieron, su amo habia recibido una carta de un amigo, i luego que la leyó, le habia llamado a su presencia para hacerle algunas preguntas sobre mí, despues de las cuales le maltrató cruelmente hasta dejarle medio muerto i cubierta de heridas la cabeza, por cuyo motivo pasó esa noche i el siguiente dia, que era mártes, postrado en su cama. El miércoles, siendo ya mui tarde, se advirtió que Lucía faltaba de la casa, se la buscó prolijamente; i siendo inútiles todas las pesquisas, su amo enfurecido le habia hecho remitir a la cárcel, en donde se encontraba todavía sin saber a punto fijo de qué delito se le acu saba.

Compasion, i mucha, me inspiró la sencillez del pobre negro, i al hacerle saber la imputacion que se le hacia, le ví llorar, pero sin que su semblante su

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friese la menor alteracion: no sé si lloraba de despe cho o de pena, lo cierto es que el esclavo tambien era sensible.

Mi amor, la desesperacion que tuve al verme preso, la melancolía en que caí despues, todo se me habia convertido en una aversion, un odio reconcentrado contra todos los hombres; ya no sentia mas que un deseo frenético de vengarme, aun a costa de lo que podia serme mas caro en este mundo i en el otro; sentia a veces un placer inesplicable cuando oia referir escenas de horror, salteos i asesinatos a los que me acompañaban en la prision, i me entretenia en hacerlos hablar sobre sus crímenes, porque este era. el único consuelo que tenia.

Despues de vivir un mes en aquella situacion ignominiosa, un dia nos hicieron marchar a varios de los presos para Santiago, permitiéndonos, algunas horas ántes de nuestra partida, hablar con nuestros amigos o parientes. Yo no tuve otra persona que me viese en aquellas circunstancias que la vieja María, la cual me refirió que Laurencio habia andado mui inquieto el dia de mi prision, i que desde entónces no habia vuelto a verle mas, porque se habia huido, llevándose mis caballos i varios otros objetos que me pertenecian. Esta revelacion i las circunstancias de no haberse acercado Laurencio una sola vez a la cárcel desde que entré en ella, me hicieron venir en cuenta de que este infame me habia traicionado huyendo con mi Lucía. Pero no hallaba cómo conciliar una alevosía semejan. te con el amor i la amistad que me ligaban con ellos: aborrecia, sin embargo, a los hombres, i mi odio me lo pintaba todo como pcsible. Partí para Santiago sin

EL MENDIGO.

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saber mi destino, pero Jui descansar hasta verter la última gota momento no Lucía i de Laurencio i recrearme en su agonía: este era el único deseo, la única esperanza que me daba fuerzas para soportar las fatigas del viaje i los sinsabores de mi triste condicion.

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IV.

Despues de un viaje penosísimo, entramos a esta ciudad una noche a fines de junio: era una noche de invierno, hermosa i serena; la luna alumbraba en todo su esplendor, las calles estaban solas i en silencio. Al pasar por el puente, ví por primera vez este rio cubierto en toda su estension de una neblina delgada que me lo hizo aparecer como el mas caudaloso que en mi vida habia visto. Desde aquel paraje divisaba gran parte de los edificios de este pueblo i veia que sobre ellos se alzaban como fantasmas blancas las torres de los templos: al instante me asaltó el recuerdo de Lima i por consiguiente el de mi vida pasada. Maldije de nuevo a los hombres i me resigné a sufrir hasta alcanzar la venganza que tanto ansiaba. Tales fueron los pensamientos que me ocuparon mientras llegamos a un cuartel en donde nos dieron posada en la.cuadra de los reclutas.

Al siguiente dia nos filiaron i nos vistieron como soldados, i esto me causó a mí mas gusto que a todos mis compañeros de infortunio. Con aquella ceremonia principiaba para mí una nueva vida, un porvenir mas halagüeño que el que habia tenido presente mientras fuí tratado como criminal. Durante los pocos dias que permanecimos en Santiago, practiqué las mas esquisitas dilijencias para descubrir el paradero

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