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nombra de su propia autoridad al gran Maestre de la órden Masónica de Francia. (2)

No puedo comprender, ni atendiendo á las leyes, instituciones y espíritu de nuestra órden se puede comprender semejante abdicacion de parte de la órden, ni semejante autoridad de parte del emperador perjuro;-por lo cual me dirijo à vos querido gran Maestre del gran Oriente de la República Argentina, para que eleveis vuestra poderosa palabra protestando.

Tal decreto aceptado, desnaturaliza nuestra órden, y lo que es mas, la prostituye.

La autoridad del consentimiento libre ya no existe en la órden que ha conservado al mundo las prácticas y formas de la libertad que los pueblos despues han aceptado; y por el contrario, aceptando hoy ese hecho, la inmoralidad y la centralizacion del despotismo, es decir, la organizacion del mal, se oponen á la institucion que pretende ser la organizacion del bien.

Nosotros que no podemos reconocer ningun hecho ni poder apoyado en la mentira; no podemos reconocer una autoridad masónica emanada del origen espúreo de un poder traidor á la República.

Nosotros que aceptamos la igualdad del hombre y la autonomia (2) DECRETO IMPERIAL.

Nombramiento del Gran maestre de la órden masónica. NAPOLEON.

Por la gracia de Dios y la voluntad nacional, Emperador de los Fran

ceses.

A todos los presentes y venideros, salud:

Vistos los artículos 291 y 294 del Código penal, la ley del 10 de abril de 1834 y el decreto del 25 de Marzo de 1852.

Considerando los votos manifestados por la órden masónica de Francia, de conservar una representacion central.

A propuesta de nuestro ministro del interior,

Hemos decretado y decretamos lo siguiente:

Art. 1. El gran maestre de la órden masónica de Francia elejido hasta aquí por tres años y en virtud de los estatutos de la órden, es nombrado directamente por Nos, para este mismo periodo.

Art. 2. Su Esc. el mariscal Magnan está nombrado gran-maestre del Grande Oriente de Francia.

Art. 3. Nuestro ministro del Interior queda encargado de la ejecucion del presente decreto.

Dado en el palacio de las Tullerias, el 11 de enero de 1862.

Por el emperador:

El ministro del interior.

NAPOLEON.

F. DE PERSIGNY.

de nuestra órden, no podemos reconocer una autoridad que anula el principio electivo y la soberania interna de nuestra asociacion.

Conservemos la tradicion. El decreto imperial si se acepta, es el desprestigio y muerte de la masoneria.

Si no podemos dominar al mundo, inspirándole nuestro espíritu, é instituyendo nuestras prácticas, no dejemos por Dios, que el mundo nos domine, injertando su veneno en el árbol de la ciencia que en el paraiso de Oriente cultivamos.

En nuestros dias se revela cada vez mas el principio de la solidaridad de la especie humana.

Las guerras continentales de la Europa, repercuten en el mundo. La cuestion de la nacionalidad de Italia envuelve una era nueva; y la desaparicion del papado, su espulsion de Roma, ó la limitacion espiritual y temporal de su poder, sin lo cual no hay nacion Italiana, sacudirá tambien à todo el mundo católico y especialmeute à la América latina.

Y cuando se descubre cada dia mas, esa trama misteriosa de la historia, revelando la soberania temporal de las nacionalidades y la soberania espiritual del pensamiento humano, ¿dejare. mos nosotros, libres masones de la República Argentina, que el poder que destruyó la República en Francia, venga á inmiscuirse en el corazon de la masoneria para decapitar su base democrática, y entronizar en el santuario de la luz de libertad la voluntad de un déspota?

¿Callaremos ante la consumacion del atentado? No lo debemos. Si el Oriente de Francia consintiere en su propia abdicacion, él responderá en su dia, y cuenta estrecha se le pedirá, pero nosotros no podemos, ni debemos silenciar el escándalo, sino elevar la protesta del pueblo mason para revindicar su honor mansillado, su tradicion quebrantada y el espíritu de sus instituciones vilipendiado por el poder intruso de ese emperador de los Franceses.

Asi, venerable y queri

gran Maestre, os ruego, no desatendais mi peticion, y que pnto el mundo masónico conozca, que

el Oriente de la Repúblic

tos fines para que ha sido

Argentina es digno de cumplir los al

stituido.

1862.

Francisco Bilbao.

LA REVOLUCION RELIGIOSA

PROLOGO DEL TRADUCTOR DE LA VIDA DE JESUS. (1)

Debiendo publicar un libro, sobre el problema de la divinidad de Jesus, empezado antes de la aparicion de la obra del señor Renan, no queremos presentar en un prólogo la materia de ese libro, sino indicar el movimiento religioso de nuestro tiempo, el lugar de la «Vida de Jesus,» en ese movimiento, caracterizar y reasumir ese libro.

En cuanto à detalles seré muy lacónico, no permitiendo la unidad de un prólogo, abrazar todos los incidentes, contrastes, contradicciones y episodios que contiene el asunto que juzgamos. Por otra parte, el lector verá en una serie de notas, nuestro juicio, sobre puntos importantes en sí, pero accidentales en la obra,

Pasamos á la esposicion del problema.

I.

UNA CONCIENCIA ANTE EL PROBLEMA DE LA DIVINIDAD DE JESUS.

Tambien he creido, no por convencimiento, sino por educacion, que Dios apareció en Jesus, ó que Jesus fué Dios. Pero debo hacerme justicia dando testimonio de la conversion de una alma sedienta de verdad, que por su propia iniciativa, y por su persistencia tenaz en no olvidar la revelacion primitiva y fundamental de la razon, llegó á la verdadera solucion.

Esa idea de la divinidad de Jesus, sin conocer ningun libro, sin haber oido ninguna negacion, desde muy temprano preocupó mi intelijencia. Lector empecinado de los Evangelios, creyendo que, contenian la revelacion de la palabra divina, á ellos en mis dudas acudia; y profundamente católico, poco a poco descubri que el catolicismo y casi todo lo que la iglesia católica enseñaba,

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(1) En la traduccion de la Vida de Jesus, escrita por Ernesto Renan.

no estaba en los Evangelios. Este trabajo interior y continuado, reproducia en mi, sin que pudiera sospecharlo, las diferentes negaciones que han asaltado al catolicismo en diferentes periodos históricos, es decir, las diferentes heregias, hasta llegar á la Reforma de Lutero. Fui protestante sin saberlo. Despues de haber simplificado mi fé sin mas auxilio que el estudio del texto puro de los Evanjelios, eliminando la confesion, porque Jesus no la institue; la autoridad infalible de la iglesia, porque Jesus no fundó Iglesia sacerdotal; la oracion pública en comun, en el templo, en alta voz, con rezos enseñados de memoria, porque Jesus clara y terminantemente la prohibe; la necesidad especial y oficial del sacerdote; porque todo verdadero hijo de Jesus es sacerdote, despues de haber arrancado de mi corazon el odio a los herejes ó á los hombres de distinta creencia, borrado de mi intelijencia el dogma de la caida ó pecado original, y las penas eternas, por estar en contradiccion abierta con el dogma del amor, de la caridad, y de la misericordia que caracteriza la originalidad y grandeza de Jesus, mi espíritu naturalmente suprimió todo intermediario entre Dios y la conciencia. La intensa alegria que inandaba mi alma disipando el espíritu taciturno, tembloroso y terrible que el catolicismo me comunicara, la negacion de tanto error, y la invasion de tanta verdad, me dieron la conciencia de la evidencia, y el sentimiento y ternura de una bendicion del Eterno. Afirmé mi razon como emanacion, participacion, substancia, vibracion ō. comunicacion de la razon divina. Aquello de Juan, que «el verbo, era la luz con que todo hombre viene á este mundo,» confirmaba plenamente la intuicion de mi razon. Me sentí soberano, pero quedaba una duda. Si el Evangelio es revelado, si ėl contiene la palabra de Dios, á ella debemos someternos. Esta consecuencia era otra alarma. Sometimiento á la palabra escrita? ¿Qué viene á ser entonces la soberania, la independencia del juicio, la libertad del pensamiento? ¿Si el libro contuviese cosas que la razon rechazare, debo someterla? Y entonces, cuál es el título y gloria de esa razon que sublima al hombre y lo hace digno de mérito ó de desmérito?-¿Si el libro dice que Jesus es Dios, debo creerlo?- Hé aquí de nuevo el problema fundamental que con toda su fuerza volvia á asaltar mi intelijencia.

Lo curioso es que no me imaginé sospechar la autenticidad, veracidad ó crédito de los escritores evangélicos. Les daba

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