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Atenas, el Júpiter de Phidias, la cena de Leonardo, el juicio del estupendo Miguel-Angel, y la gracia inmortal de esa victoria sin fin, que derramaba en su carrera el Angélico Rafael, como si fuesen los dedos rosados de la Aurora que aparecian colorando las cabezas de sus virgenes.

Dedicando á su amigo el Sr. Michelet, la obra del Cristianismo y de la Revolucion francesa, espone en pocas líneas la sé«rie de sus trabajos: «En esta carrera, no interrumpida, he » tratado de la revelacion y de la naturaleza, de las tradiciones » del Asia Oriental y Occidental, de los Vedas y de las Castas, » de las religiones de la India, de la China, de la Pérsia, del » Ejipto. de la Fenícia, del Politheismo Griego. He seguido » al través de sus principales variaciones, al Mosaismo, al » Cristianismo de los Apóstoles, al Cisma Griego, al Islamismo, » al Papado de la edad-media, á la Sociedad de Jesus, á la » iglesia Galicana, á las relaciones de la revolucion francesa y

del Catolicismo; de modo, que estas obras diferentes de for» ma, pero, semejantes por el fin, tienden a componer una histo» ria universal de las revoluciones religiosas y sociales.>>

Al través de esa peregrinacion entre los Dioses, Edgard Quinet, esplicando y comprendiendo las causas de las revelaciones, siguiendo el desarrollo de los dogmas, atestiguando sus contradicciones, él conserva firmemente los resplandores de la revelacion universal, que domina á todas las otras, y que cada dia se estiende mas luminosa por el mundo.

Ha podido escapar de la atraccion terrible del Pantheismo, porque posee una personalidad incontrastable: no ha caido en la fatalidad, porque la causa de la libertad moral, ha encontrado un corazon supremo que protesta á nombres de los sagrados dolores de los pueblos: y últimamente, siendo el Catolicismo el receptáculo de toda la tradicion despotizante, así como la Revolucion francesa es el resúmen de la protesta inmortal y de la afir macion que sustenta al nuevo mundo, esas dos corrientes de los siglos se encontraron en su inteligencia para producir las centellas de su admirable enseñanza, que comprende los dos elementos del drama de la civilizacion moderna, y que son bajo distintos nombres una misma cosa: Theocrácia y Democrácia.Cosmopolitismo y nacionalidades,-Catolicismo y filosofia,--Monarquia,-privilegios,-Castas y República;-y en una palabra, todas las usurpaciones del derecho en la conciencia, en la pa

tria, en la ciencia, en el arte, en la historia,---contra la libertad, la igualdad y fraternidad de los hombres y de los pueblos.

Tal es el fondo de su obra, tal la lógica inmanente que distribuye la sèrie de sus obras, partiendo del mismo principio para llegar al mismo fin.

No ha olvidado ninguno de los rayos de la luz: tiene el instinto germánico para asimilarse el pensamiento de las cosas, la- significacion de las manifestaciones del alma del mundo que circula en los astros y las plantas, en el Oceano y las montañas, en los imperios y las iglesias, en la filosofia y en el corazon de ese femenino eterno que Goethe invoca al fin del misterio de su Fausto.

Tiene el instinto de la personalidad para adivinar y comprender las manifestaciones del individualismo del medio-dia de la Europa, que encontriadose oprimido, se venga espléndidamente en los cielos del arte, y con las utópias de sus génios; y francés de raza, despertando en los campamentos de la revolucion, al lado de su padre combatiente, ha conservado en su palabra los acentos del clarin, que en Jemmappes precipitaba á los descendientes de Rolando y de Juana de Arc, à la vendímia de fecunda sangre de las campañas de la República.

Pero es en la causa de las nacionalidades en lo que él mismo hace consistir el principal mérito de su obra.

Fué durante las terribles invasiones de los austriacos, prusianos y cosacos, que el dolor divino se encarnó en su ser, é imprimió a sus pensamientos el culto inmaculado de la patria. La invasion y sus resultados fueron el criterio final.

La filosofia ecléctica y el doctrinarismo la aplaudieron, y como siempre, justificaron ese oprobio. Eso basta para juzgar á esos sistemas. El catolicismo, que se llama religion nacional, entonó el Te Deum á los hereges vencedores. El catolicismo fué juzgado. Las sectas socialistas, el San-Simonismo, el Fourrierismo, el Comunismo, pasaban sobre la personalidad y sobre la patria, como sobre elementos rebeldes que era necesario amoldar en sus lechos de Procusto, desencadenando el egoismo para realizar la felicidad del hombre despotizado ó animalizado; y esos sistemas fueron juzgados. El catolicismo, siguiendo el desarrollo de su principio theocrático, pasa por la faz del Ultramontanismo para llegar á su última é inevitable consecuencia, que es el Jesuitismo, y tal es la lucha que continúa.

La invasion armada del estrangero, y la invasion envenenadora del Jesuitismo, es decir, la fuerza y el sofisma, ambos destructores de la personalidad, son en nuestros tiempos los enemigos capitales de las nacionalidades. La fuerza, la conquista, los imperios, arrebatan la soberania nacional, y la doctrina de la theocracia, el Cosmospolitismo romano, fundado en los ejercicios de Loyola, como instrumento de servidumbre, y en el concílio de Trento, como dogma de servidumbre, arrebatando la soberania de la razon, falséan por la base la personalidad de las naciones.

Tales, son, pues, los dos grandes enemigos que combate.Todo derecho, toda nacionalidad forman parte integrante de la gran nacion y del derecho universal. El ha sentido mas que nadie las horas amargas de la invasion, esos siete puñales clavados en el corazon de la patria. Ese dolor ha sido para él una adivinacion de las leyes del pudor de las naciones porque la nacionalidad debe ser una vestal.

Su grande obra de las Revoluciones de Italia, que yo llamo el Evangelio del mundo latino, lleva esta dedicatoria:

« A los proscriptos Italianos, como expiacion del asesinato de la << Italia

por manos francesas. »

EDGARD QUINET.

Ha defendido al Portugal contra la Francia y la Inglaterra; á la España contra sí misma, y contra las preocupaciones de la Europa; á la Romania, contra los tres. Imperios; á la Italia, contra el mundo conjurado; à la personalidad, en la historia, contra la Teutomania; á la personalidad sublime del Redemptor, contra la erudicion mística del doctor Strauss, siendo Quinet, quizás el único que haya refutado ese colosal sofisma, mientras que el clero y la iglesia, ocupados de Voltaire y de Rousseau, no sabian, no podian, ó no comprendian que Strauss les arrebataba la persona misma, el sujeto, el verbo y el objeto de la religion Cristiana.

Bajo otro punto de vista, la enseñanza de Quinet es la purificacion del mundo, la crítica del pasado, la afirmacion presente del vínculo universal que forma la verdadera iglesia del porve

nir; y bajo este aspecto, su obra, es uno de los mejores libros. que pueda leer el nuevo mundo.

Hé ahi, amigos y cooperarios de la gran causa, esparcidos en las Repúblicas de la América del Sud, la recomendacion que os hago.

Buenos Aires, Agosto-1857.

Un ángel y un demonio.

POB LA SEÑORITA DOÑA MARGARITA RUFINA OCHAGAVIA.

Lugar á critica?-Quién lo duda. Es mas fácil criticar que crear. ¿Lugar á la esperanza?—Sí, y mucho.

Jóven de 17 años, ha osado subir à la montaña para desde alli dirijir el plan de su batalla. Pasa revista de sus tropas, mide el campo, observa la posicion del enemigo y dá la señal. Se ponen en movimiento sus personages;-hace maniobrar á ambos sexos, en diferentes edades; penetra rápidamente en los salones de nuestra prosaica sociedad, donde solo se vé un reflejo sin originalidad de la civilizacion europea;-hace chocar los albores de la pasion en el drama del corazon humano, siempre el mismo, y las manifestaciones del egoismo corruptor que empaña la inocencia y plagia la corrupcion de las clases ricas de la Europa; y con una inocencia admirable, esta niña, que levanta el velo del idolo tremendo para contemplar la vida ansiosa de amor y de felicidad, termina su primer ensayo pisoteando la mentira y escarneciendo la corrupcion de hombres y mugeres « prostituidas, que por un » puñado de oro venden sus caricias y belleza sirviendo de ju- ! » guete. »

Es loable su ensayo, digno de ser estimulado. Pero si nos es permitido una observacion, un juicio, sobre cosas que esa señorita debe comprender o adivinar, mejor que nosotros, le diremos humildemente, cual es nuestra opinion á este respecto.

La novela en las sociedades americanas, presenta un grandi

simo inconveniente, especialmente la novela contemporánea. Ese inconveniente es la pequeñez de las almas y pasiones;las pasiones imitadas de romances europeos, como lo son los muebles, modas y costumbres, adoptadas ciegamente, sin personalidad. porque la personalidad es muy pequeña.-Si hay drama y pasiones en América, es en el pueblo. La señorita Ochagavia ha olvidado ese elemento. Hé ahi porque sus personages son frios; auuque las situaciones son dramáticas.

Querer reproducir á Balzac (no nos referimos á nuestro autor) es querer aplicar el bistouri que destroza el cadáver del corazon de la vieja Europa, á nuestras sociedades infantiles.

El escepticismo y la indiferencia es un espectáculo horrible en Europa, pero en América es ridículo. Asi cuando vemos esos ensayos de personages parisienses, tomar los axiomas de la corrupcion, ostentar el desencanto de los jóvenes-viejos ó de los viejos-jóvenes, el respeto humano nos impide una sonrisa, porque vemos una comedia de ateismo.

Los elementos del drama en América están en el pueblo, están en la lucha de la religion de la edad-media con la filosofia, y mas que todo, en las aspiraciones de la inmortal juventud que busca el camino de la verdad.

Hemos tenido ejemplos del amor patrio. La guerra de la Independencia en Colombia y en Chile, presenta mugeres tipos á ese respecto. Hemos tenido ejemplos del amor divino, Santa Rosa de Lima, pero yo no conozco todavia, personages en América que correspondan á la Falange de las heroinas del corazon como Heloisa. Si se me dice, que se pueden crear, está bien, diria;-lanzaos pues à la peregrinacion y volved con las compañeras de la Julieta de Shakspeare, de la Lucia de WalterScott, de la Margarita de Goethe, de la Rachel de Edgard Quinet.

Las soledades de América, soledades solitarias aun, de esos seres sublimes, espíritus mediadores entre el cielo y la tierra, cuerpos impalpables que perseguimos en el desierto y que se pierden en las ráfagas de las tormentas de verano, como apariciones fantásticas de esos seres que se invocan para llenar una parte de las aspiraciones del alma, aún no existen en América. Buscad esos seres. Detened el rayo en su carrera, inmobilizad un momento sublime del corazon; y despues venid, mostradnos nuestras creaciones, hijas de vuestra sangre y vuestra carne, de

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