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Quiero, repúsole este con la misma mueca, acompañada de un eructo de aguardiente, i abriendo los ojos de una manera espantosa. Los demas jugadores se hacian varias morisquetas i signos con las manos i los ojos.

Parte de aquellos hombres conversaba sin ocuparse del juego de sus compañeros al compas de los ronquidos de otro, que sin camisa ni sombrero, derramaba a todo sol por los poros, una botella de rom que tenia en el estómago, en medio de un sueño parecia a la muerte En la orilla estaba amarrada una canoa de un tamano comun; en cuya popa flameaba una bandera nacional, cuyo estremo venia a tocar, de vez en cuando, la frente de un hombre de atlética musculacion i huraño semblante, que fumaba neglijentemente un tabaco de primera, que le agobiaba con su descomunal peso los morados labios; envolviéndole por intervalos en una nube azul del humo que espedia por la boca i las narices. Entre los que conversaban a la orilla, dijo uno despues de una esclamacion demasiado vulgar para ser repetida:

-Cuándo volveremos a tener otro encuentro tan bonito como el del sábado pasado !......Hasta una misa les mandaba decir a las ánimas si volviéramos a saludar a aquel caballero rodeado de otros tercios de aquella ropa del pais, como él decia.

-Linda ropa del pais!, dijo otro, riendo a carcajadas.......Pero si el blanquito se puso de color de papaya, i por cojer el sable cojió la vaina. Vaya, ¿para qué se meterán esas jentes en camisas de once varas ? -Pedazo de balso, dijo un tercero, bonito papel hariamos nosotros aquí en el rio, matando jejen de dia, i aguantando aguaceros de noche, si esos mostures no andaran con sus terciesitos de ropa del pais, de panela, de cordobanes i de tantas cositas, con que alcahuetean las arrobas de comiso. Dios les conserve las intenciones, por lo menos mientras yo sea guarda, que despues, veremos en qué paramos.

Sí, repuso el primero; pero qué lástima me dió ahora una média docena de años con aquel niño tan buen mozo; pero por poco nos fuma a todos él solo: era una fiera: parecia que tenia todo un tigre en el

corazon.

—¿Cuándo fué eso?, dijo el segundo interlocutor con interes.

Hará seis años. Ninguno de ustedes era guarda

entónces.

Ah! sí, dijo el tercero, yo oí el caso. Yo no habria querido tener que lidiar con tales niños, porque uno está mui espuesto entónces a comer tierra.

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-Ese es nuestro oficio, repuso el primero, i el que no quiere ver lástimas no va a la guerra. Pero oh! fué un lance aquel que a mí mismo me dió pena i casi se me salieron las lágrimas de pesadumbre. Era una madrugada despues de un ventarron que levantaba unas olas espantosas en el rio, cuando la luna empezaba a salir; pero no podia verse, porque el cielo estaba lleno de nubes espesas. Los relámpagos menudeaban a tiempo que nosotros ganábamos el puerto de Chaguaní, cuando a la luz de un trueno que nos hizo temblar, vimos como de dia una balsa grandísima que bajaba delante de nosotros. El comandante dió órden de partir sobre ella a boga arrancada, i en pocos minutos conocimos que la tal embarcacion no se movia absolutamente. Estaba cojida por debajo con el tronco de un árbol. Apenas

estuvimos al alcance necesario, el comandante gritó: -Atraca a tierra, atraca a tierra,-el piloto de la balsa atraca a tierra."

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-Vengan ustedes a atracarla con la pepita del alma, respondió no mas bravo que un ají chiquito. -Carguen, dijo entónces el comandante. -Con ustedes deberian cargar los demonios en cuerpo i alma, dijo la misma voz, ladrones, hambrientos, vagamundazos que viven del sudor de los demas hombres. Es imposible atracar la balsa a tierra porque está cojida por debajo; pero si no lo estuviera, seria lo mismo, porque no querria regalar infamemente a unos canallas tales, el pan de mis hijos; i sobre todo, porque no se me dá la gana, dar a ustedes gusto, porque no tengo por qué ni se me antoja en este momento. -¡Qué bravo está el niño.! dijo Juan Mayor, que era el comandante de nuestra piragua. Eso lo veremos ahora mismo.

La respuesta fué el tris tras de la llave de un trabuco, que iba a reventarnos en las narices; porque ya estaba la proa de nuestra piragua, entre la balsa encallada. El comandante trató de poner el pié en la balsa; pero en el instante el hombre cuya voz nos habia hecho unas salutaciones tan poco amigables, tomando un ademan amenazador i resuelto, dijo con voz de rayo :

-Mataperros! este es tabaco i mui tabaco; pero no lo doi porque es el único pan de mis hijos, de mi espomarlo; pero ya saben zambos!......que vamos a hacer sa i de mi pobre madre vieja i enferma: vengan a toun buen armuerzo para los caimanes: i al decir esto,

rastrilló su trabuco casi en nuestros pechos. La ceba ardió como un relámpago; pero el golpe no partió: el hombre dió una gran patada acompañada de una espresion mui maluca, i un gran ruido se oyó en eso entre el rio: creímos que arrojaba el tabaco al agua en su desesperacion. A la luz de los relámpagos vimos sobrenadando algunas cabezas de hombres que ganaban la orilla mas cercana: eran los bogas de la balsa que de

jaban en aquel momento solo al contrabandista. los dientes como cafuche; pero lo repito, nadie entra-Ya sé que estoi solo, dijo pateando i chasqueando rá aquí hasta que yo no salga de este mundo, porque no lo quiero ; i el que guste de entrar que avance: i al decir esto, metió mano por una espada mui larga de esas que llaman toledanas, i siguió diciendo: si ustedes están autorizados, como de costumbre, para asesinar, manos a la obra, tragones, que tendré el placer de mandar al infierno algunos de ustedes.

-Háganle fuego, dijo Juan Mayor. A estas palabras la balsa desahogada por la falta del peso de los bogas, empezó a rodar rio abajo mui sobre-aguada. Dos de mis compañeros descargaron sus carabinas contra el furioso comisero, pero fué en vano. Entónces el de la balsa dió un salto tan violento sobre el bordo de nuestra barqueta, que fué imposible evitarlo, tomó mucha agua. La hizo entónces bandear con tanta fuerza i prontitud, que se dió vuelta sin mas ni mas. Afortunadamente no habia a bordo mas que las armas i las ca

mas: estas, salieron nadando rio abajo: dos de mis compañeros se fueron a fondo inmediatamente, porque no sabian nadar; i algunas noches soñando, me figuro aún que veo sus manos sobre las aguas asomarse en señal de pedir socorro. Entre tanto, un boga que nadaba mas que un bagre llamado Macana, embistió con el comisero armado de un cuchillo que tenia en la cin

tura; mas no lo encontró desapercibido; porque el blanco tenia una navaja machetona por camándula i se trabó entre ellos un mapalé sabroso! ámbos eran pejes entre el agua. El blanco zambullia como una danta, i cuando Macana lo buscaba arriba lo sentia por detras santiguándole los lomos con la machetona. Parecian aquellos dos hombres dos animales ensoberbecidos. Entre tanto, la piragua se habia volteado boca bajo i cuatro de nosotros estábamos a caballo sobre ella, con la esperanza del dia que ya nos alcanzaba al trote. Ah! yo tenia el corazon chiquito, pues uno de los ahogados era mi hermano, i el otro, hermano de Macana. La safacoca seguia que daba susto, i vimos ya la balsa, que nos habia cojido ventaja, que se dió un estrujon contra un tronco formidable, de los muchos que hai entre el rio, i dando una vuelta en círculo empezaron sus manojos a separarse, i la carga a irse al agua. Entónces oimos la voz de Macana que nos gritaba "socorro compañeros!" socorro ! dijo tambien el blanco. Al primer grito, pensamos que Macana estaba vencido; pero al segundo, conocimos que ámbos combatientes estaban sin fuerzas: la pérdida de la sangre, dijimos a la vez los que íbamos a caballo sobre la piragua. Era ya de dia i los gritos de socorro! socorro! nos partian el corazon: el blanco i Macana se habian reconciliado como buenos amigos: como veinte caimanes se les abalanzaban a la vez, por todas partes: daba susto ver aquellos tamaños animales, cómo formaban olas con la trompa, cortando el agua como culebras. Macana habia desaparecido: el blanco, fué agarrado al traves, por la enorme boca de un caiman, que lo levantaba fuera del agua a pesar de sus gritos i de los bruscos movimientos que el pobre hacia con los piés i las manos acaso con las ansias de la muerte: el caiman lo llevaba hácia la mitad del rio: me parece que lo estoi viendo, i los demas caimanes, perseguian al de la presa, con una velocidad i un empeño, que hacia temblar; tirándole repetidos colazos i tarascadas, que el otro escapaba huyendo a la mitad del rio i levantando en alto su presa que no dejaba de patalear. Ah! no, yo no habria querido ser el pobre blanco en aquel momento.

Aquí llegaba la narracion del guarda, cuando una voz majistral, gritó:

-Muchachos, listos: hai un pájaro en la jaula. Era el comandante que fumaba en la popa de la piragua, el cual habia hablado hacia un buen rato en mui baja voz, con un jóven mal vestido, que le dirijia los jestos mas enérjicos golpeándose el pecho.

-Bien, señores, dijo Pepe, con cierto aire de franqueza varonil. Yo vengo a ver si recupero algo de lo perdido. Ustedes me cojieron el otro dia un contrabando, por un denuncio de no sé quién; pues si hubo denunciante para mí, yo soi hoi tambien denunciante para otros. Esto es todo; i ustedes no serán desconocidos con un hombre, que ya es un amigo, i un compañero en el peligro.

-Ese es otro cantar, ese es otro cantar decian los guardas bogando rio arriba.

-Silencio, dijo el comandante. I los bogas apénas pujaban, porque en tales circunstancias el joi-joi, con que acompañan sus esfuerzos, les es prohibido. La noche entraba con una oscuridad que podia cortarse: cada tronco de la ribera parecia un hombre apostado, i aquella oscuridad apénas era surcada por intervalos, por algunos insectos fosfóricos de los muchos que hai en nuestros bosques. Serian ya como las diez de la noche, cuando llegaron a un alta barranca sembrada de corpulentos árboles: era uno de aquellos bosques magníficos, claro por debajo pero formando un cerrado dosel, que negaba hasta la débil vislumbre de las pocas estrellas que un cielo de agua dejaba entrever de vez en cuando.

-Aquí es, dijo Pepe, con voz fuerte.

-Paso, repuso el comandante con mal modo, usted no tiene maña para este oficio, ¿ ha visto usted cazador que cante cuando está cerca de la presa?

-Ah! es verdad, dijo Pepe, con voz mas fuerte aún; pero aquí no hai peligro ninguno, los dueños del tabaco lo han puesto aquí i a la madrugada debian venir a pasarlo por el salto de Honda.

Los Queños han venido algo mas temprano de lo que pensaban, dijo el comandante con tono irónico. ¿ No le parece a usted?

-Bien, dijo Pepe, un par de hombres conmigo & tierra; pero de lo mejor, jente de armas tomar, porque no gusto de las gallinas, sino en el plato.

-Juancho, a tierra conmigo, repuso el comandante, i Juancho, tomó su machete: era el guarda que habia contado la historia de Macana.

Los tres salieron de la piragua, i tomaron un sendero blanquecino, formado en la barranca a cuya falda estaba la canoa amarrada. La noche parecia la boca del infierno.

-Por aquí, dijo Pepe, i echaron a andar en silencio i casi por el instinto de tales incursiones. Al cabo de diez minutos de marcha, dijo el comandante reteniendo el paso :

-¿Hasta a dónde demonios vamos a buscar ese comiso?

-Parece que vamos al otro mundo, repuso Juancho en tono de chanza, veremos de qué color son los diablos. -Oh!.........me parece que.........

A bordo todo el mundo, dijo el comandante. Los jugadores recojieron su naipe, los que conversaban fueron parándose, i sacudiéndose los fundillos de los calzones, i el dormilon, al cual llamaron dándole un tiron brutal por una pierna, despues de haberse sentado medio murmurando entredientes un-maldita sea el alma del que me ha llamado-se rascó la cabeza, mi- Iba a reproducir el comandante, cuando sintió de rando a los demas por debajo, con abotagados i hura- repente una cuerda entre las piernas, que tirada de ños ojos, dió un prolongado bostezo, dando todo su un modo particular con una fuerza diabólica por una poder a la inmensa elasticidad de su descomunal boca, mano invisible, lo hizo caer de cara......¿ pero a dónarmada como la de un caiman, i ribeteada de una es- de? El comandante bajó algo mas que en abreviatura, pecie de espumarajo blanquecino, i en cuyas muelasi con mas uso de las narices que de las piernas, a una se vió patentemente la mascada favorita; i esto hecho, entró en la piragua como gruñendo. Los guardas miraban al joven que conversaba con el comandante, con cierta atencion desconfiada; i hablaban pasito unos con otros, formando un sordo murmullo.

profundidad que correspondia a unas doce varas de altura. No bien hubo caido, cuando un par de hombres desconocidos, se le pusieron encima.

-Buenas noches querido, le dijo uno de ellos. -Amigazo, dijo el otro, mui cansado viene usted de

allá arriba: parece que no habrá echado muchos años en el camino porque ha llegado con una violencia endiablada.

Entre tanto, Juancho al oir el descenso del comandante, sin adivinar qué era aquello, ni con quién, empezó a decir en baja voz:

-Comandante? comandante ?.........qué ruido ha sido ese comandante?

Iba a hacer otra pregunta, cuando una mano que parecia pertenecer a un elefante, le dió tan violento pescozon, que lo trajo a tierra con las narices i la boca hechas una plegaria.

--Maldita sea hasta mi madre, dijo el guarda con estrema cólera. Déjenme levantar, asesinos.

-Vamos, chico, le dijo una voz ronca. No hai que acalorarse, o habrá que sacarte alguna sangre para que se te acabe el tabardillo. No tengas cuidado, que ya te pondrás mas alegre que una pascua. —Déjenme levantar, gritó el guarda forcejando furiosamente.

-Levantar! repitió la ronca voz; pero si el mal que padeces es de lengua, habrá que sacártela, vagamundo. I diciendo esto, le puso una mano enorme llena de callos i de nudosos dedos sobre la nuca, apretándole como la prensa de un encuadernador.

-Párate ahora muchachito, díjole con ironía, párate, nene, le repitió apretándole mas i haciéndole lanzar gritos lamentables. Estás en poder de El Tigre, le dijo una voz áspera i salvaje.

El guarda se estremeció todo. Un profundo silencio se siguió luego. El Tigre era un antiguo contrabandista formidable.

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-Ahora venimos con ánimas i pandorgas, dijo El Tigre, ladronazo!.........i cuando dan ustedes con un zoquete, le saquean el alma; pero ya saben que conmigo es gana; porque no tengo ni para empezar con todos ustedes.

El comandante temblaba en silencio de cólera o de miedo.

-Manos a la obra, te he dicho, bribon, dijo Pepe. Dale hasta que yo te avise. El me robó mil pesos en tabaco del cual habria yo hecho dos mil, con don Pacho el antioqueño: fuera de lo que no era tabaco i que ustedes se robaron: bien: me pagará por solo el principal, a razon de a peso el latigazo. Manos a la obra.

-Mil azotes! mil azotes a mí? dijo esta vez el comandante con entereza. Quiero que se me apee la cabeza al instante.

—Hola, dijo El Tigre, este marrano gruñe, eso está bonito.

-Hola, ladron ¿ eres guapo? bien, te rebajaré porque amo a los valientes: llevarás doscientos; pero de ahí, no te quito ni medio latigazo; porque entonces seria ya lo mismo que un juego de niños.

-A estas palabras se metió en el estómago un buche enorme de brandi, que le hizo rascarse el pecho. -Juancho estaba remiso con el látigo temblándole en la mano.

-Vamos, despáchate, canalla.

I díchole esto hizo un jesto al Tigre, quien desnudando su largo machete, le descargó dos planazos tan violentos al zurdo verdugo, que lo hizo doblarse como una culebra. Entónces maquinalmente el brazo de Juancho subia i bajaba sobre el cuerpo del comandanUn momento despues, el comandante i Juancho con te, con tal torpeza, que ya le daba por la cabeza, como las caras disformes i sangrientas, estaban entre una por las piernas; mientras El Tigre, con acento claro caverna de rocas, alumbradas por una especie de pábi-i mui sereno llevaba la cuenta de los azotes que cafan lo encerado que estaba encajado entre una grieta de aquella cueva. El comandante estaba desnudo i Juancho tenia en la mano un látigo tremendo.

-Bien comandante de ladrones, dijo Pepe con furor: ¿Te acuerdas del tabaco que me robaste en dias pasados? ¿Te acuerdas de las súplicas que te hice para que no me hicieras aquel daño, ofreciéndote una suma considerable? ¿ Te acuerdas que con el tabaco venian otros objetos que no eran de comiso i que te los robaste túi tus camaradas? Te acuerdas que me tuviste una ¿ noche entera en cepo de campaña, al cielo raso en medio del mas espantoso aguacero?

Pues bien, canalla, infame ladron detestable, ahora sabrás lo que es ser pícaro i malvado: yo te enseñaré, de tal manera, que no se te olvide aunque vivas mil siglos, lo que cuesta abrazar el partido de salteador de caminos, so pretesto de servir al gobierno: veremos qué gobierno te arranca lo que yo voi a pegarte ahora en las costillas.

Manos a la obra, miserable verdugo, dijo, dirijiéndose a Juancho, i poniendo la mano en el cuchillo que tenia a la cintura: menea el brazo, o te meneo el alma a puñaladas.

-Señor.........dijo el guarda-por el amor de Dios, por las ánimas benditas, por el Santísimo sacramento 1 se arrojó a los piés de Pepe, todo trémulo: ¡yo pegarle a mi comandante!.........

Un zambo que parecia un Hércules de bronce, lo hi20 levantar dándole una patada con la cual besó el euelo mal su agrado. Era El Tigre.

sobre la víctima. El comandante apénas pujaba de un modo prolongado, crujiendo los dientes, i el ejecutor ya no podia mover el brazo salpicado de sangre.

-Ciento noventa i nueve, dijo El Tigre, i al caer el otro golpe, la luz que alumbraba la caverna espiró, i quedaron solos la víctima i el verdugo. Pepe salió con sus compañeros por un lugar conocido diciendo al maniatado comandante, ahí tienes el comiso en las costillas.

I se alejaron por un sendero que parecia una zanja. -Al brazuelo, al brazuelo, dijo Pepe, acelerando el paso. Pronto se embarcaron en una canoa pescadora que parecía una flecha i entrando en un brazo del Magdalena, arrimaron a un rancho. Un hombre estaba allí como en acecho: i mas luego, aparecieron otros dos, todos con sus machetes bien afilados, i sin mas vestidos que un taparrabos i sus anchos sombreros de trenza. -Braulio, dijo Pepe las balsas están listas? ¿ -Desde prima noche están cargadas. ¿Cómo te fué con tu plan?

-Oh! están esperándome ahora mismo bien arriba. El bribon aquel, ha llevado una felpa de Satanás. -Toma! eso si me gusta: son unos ladrones esa canalla infame.

-Bien, vivo, vámonos presto, que por el camino te diré todo lo ocurrido, i ya verás.

Era la una de la mañana cuando pasaron el salto de Honda, con la noche ya mui clara por la faz de la luna; pero ¿qué importaba? El resguardo estaba espe

rando el comiso de Pepe, i su azotado comandante necesitaba de algunos meses i'de un buen médico para reponerse de su aventura. Pasaron, pues, serenos i cantando. Una hora despues, los dos hermanos recibieron de un hombre desconocido, abajo de la "Vuelta de la Madre de Dios," algunas onzas de oro: el valor de doscientas arrobas de tabaco de primera clase.

CUADRO III.

vasinilla sobre un canapé alternando con un espejo, un reloj i unas médias sucias: una silla de montar sobre un butaque forrado en tafilete; i lo mas chocante, una imájen de bulto de San Antonio, cuya cabeza asomaba por entre el guardamonte de una pistola; de modo que el pobre santo parecia un soldado recluta o un aprendiz de cacería. Veíase allí un baul abierto con unas camisas desdobladas alternando con un freno, unos panes i algunas botellas. El suelo estaba lleno de algunos huesos, cartas desdobladas, pedazos de naipes, restos de cigarros i manchones de tinta i de otras cosas indefinibles; gaceta, ropa sucia, chancletas, etc. etc. Era este el gabinete de las filosóficas meditaciones de Pepe i de Braulio. El caballero que acabamos de describir, entró derecho a la sala de la casa, no sin echar una mirada de paso al cuarto que hemos visto, para investigar si habia jente de fuera en él, como sucedia marcha hasta una alcoba cuyas ventanas estaban cede ordinario. Vió todo abierto i solo, i continuó su

-Aquí me tiene usted ahora a molestarlo, compadre: usted ha sido siempre mi Mentor, i ya estará acostumbrado a esta carga onerosa.

Dijo el caballero quitándose el jipijapa que tenia en la cabeza.

-Oh! señor don Francisco, compadre i amigo, usted sabe que entre amigos.........Oh! entre amigos i un amigo tan querido como usted, tiene para mi corazon los mas puros títulos. Usted sabe que mi alma es el templo de la amistad. Yo nací para ese noble i bello sentimiento del corazon humano.........Oh! la amistad es el alimento de mi corazon, el aire que respiro, me mata sino tengo un amigo que me ayude a respirarlo. Pero bien, mi querido compadre, ¿qué ha pensado usted de nuevo sobre su asunto?.........

-Ah! compadre i señor don Alvaro, sepa usted que es demasiada imprudencia la mia venir a incomodarlo, repuso don Francisco. Ante todo, continuó, deseo saber cómo vamos de la sangría del brazo: ¿ se la hizo usted emparejar por fin ?

Las once del dia serian cuando entraba por la puerta de una casa de buena apariencia un caballero alto, moreno. Un lindo sombrero jipijapa ceñía su frente, no ajada aún por treinta i tres años de edad: sus cabellos negros i ondulados se agrupaban en sus sienes de un modo elegante: sus cejas contrastaban con sus crespos bigotes i poblada barba que hacia tiempos no sufria el corte de la navaja: un boton de un brillante sujetabarradas i cuya oscuridad estaba mitigada por una bujía. el cuello de la camisa de holan, sobre el cual se veía atada con neglijencia una corbata de seda negra con un nudo marino: una blusa de dril blanco i un pantalon del mismo jénero, terminaban aquel vestido propio de un clima abrazador en el mes de agosto. Desde la entrada en el primer corredor se veían amarrados a todos lados de las paredes, una multitud de gallos de todos tamaños i de todos colores. Todos los corredores i las piezas altas estaban llenas de este adorno extraño; i los patios i traspatios rebosaban de pollos i gallinas finas, entre los cuales se enseñoreaba algun gallo sin un ojo, sin cresta ni plumas, i sin pico ni espuelas; resto viviente de un capricho humano, retirado con el honor de trasmitir su fuerza i su terrible tenacidad en el combate. Un hombre de mas de cuarenta años habitaba aquella casa con dos hijos que habia tenido en dos mujeres distintas a quienes habia adorado en su juventud. Era uno de aquellos libertinos natos por carácter i organizacion, que pasan la primavera de su vida, buscando una mujer imajinaria para hacerla morir de desventura; porque andan tras una especie de bello ideal incompatible con la prostitucion de una alma empedernida en el vicio. Cada uno de aquellos hijos representaba una entidad distinta por su orijen i sus inclinaciones: Braulio era lejítimo, Pepe adulterino: falta que habia dado una tendencia al fatalismo i a las ideas lúgubres i extrañas al corazon de aquel jóven, mientras que aquel padre bárbaro e indolente, tenia hasta la infamia de atribuirle sus defectos a su orfjen, echándoselo en cara en sus ratos de mal humor. No habia, pues, allí mujer ninguna, escepto algunas criadas encargadas de la cocina, la costura i el aplanchado, que el amo de casa tenia siempre el talento de buscar de buena presencia; porque él decia que la jente hermosa, manifiesta en ello una predileccion de la naturaleza; i en consecuencia, era mas bello servirse de estas predilectas criaturas, que de aquellas que llevan hasta en su figura, como un signo de eterna reprobacion. Cada uno tiene en este mundo una lójica para sus pasiones. Veíase en aquella casa, un cuarto con muebles regulares, que sin duda, no habrian costado poco. Los platos i los candeleros encima de las camas, los libros abiertos goteados de tinta i sebo, i otros manchados de dulce i llenos de hormigas: las botas tiradas en la mitad de aquella babitacion: una

-Ah! dijo don Alvaro, cubriéndose de palidez; pero afectando estremada familiaridad, con una sonrisa que sabia contrahacer desde que nació, ya usted sabe que los médicos.........uno está a la disposicion de tales caballeros, i si ellos declaran que uno está muerto, es preciso ir al cementerio hasta caminando por sus propios piés. Como mi ataque es mui pasajero, no he querido importunar mas al doctor Gonzalo, porque ha mas de una docena de años que nos cura i jamas le hemos dado un cuartillo. Oh! el doctor Gonzalo ! es un hombre mui jeneroso, mui precioso hombre, humilde, i mui caritativo con los pobres: es aquí un padre de la Providencia en este pueblo.

--Damelo usted a mí, dijo entonces don Francisco. Ha mas de diez años que me cura, i hoi cura a toda mi casa, i apesar de ser el doctor un hombre pobre, i tener una familia numerosa, jamas ha manifestado esa sed inhumana de oro con que otros afean la nobilísima profesion de aliviar a la humanidad. Pero bien, compadre, noto que usted tiene el brazo mui hinchado, estos vendajes que están ahí en el suelo tienen como pus.

-Ah!.........sí.........pues.........ya ve usted lo que son estos pérfidos criados.... .................eso es terrible; vea usted cómo dejan esas porquerías mil años tiradas por

aquí. En fin, esa pus, ya usted ve.........los humores | brero, diciendo, vaya compadre, parece hecho para su que uno tiene, las incomodidades, la estacion.........

Fué imposible esta segunda vez a don Alvaro contener el cadavérico color que le bajó desde la frente a los labios, ni el perceptible temblor de su boca al responder a su interlocutor. Este no notó, sinembargo, su ajitacion con los ojos fijos en tierra, recostado en un butacon antiguo, jugaba maquinalmente con los bucles de su barba. La primera dilijencia del compadre don Alvaro, apénas se repuso de cierta secreta emocion, fué buscar la faz de su compadre, i como vió que este no lo habia observado, continuó finjiendo buen humor:

-Ademas, compadre, estos médicos de aquí, apesar de su bondad, son unas pandorgas, que no valen la pena no le parece a usted?

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cabeza, hombre le queda como suyo......

-Vaya, compadre, basta de impertinencia, dijo don Alvaro queriendo quitarse el sombrero de un modo brusco. Usted casi me ofende con poner en mi cabeza un sombrero de cuyo dueño se ignoran las enfermedades. Usted no sabe cuánto se ha escrito i se escribe aún en Europa sobre el contajio. Varios médicos insignes atribuyen la perenne permanencia del bubon en Constantinopla, a la bárbara obstinacion de los turcos, en negar el contajio, confiados en un absurdo delirio o fatalidad extravagante...................

Oyóse en este momento un gran ruido en el corredor de afuera, como el de un caballo herrado de las cuatro patas: los chasquidos violentos i reiterados de un látigo habian alborotado de tal modo los gallos, que en-Todo será; pero el doctor Gonzalo ha hecho curatre cantos i cacareos era imposible oir lo que se hablaciones admirables; i ademas su filantropía, su desin-ba en ningun rincon de la casa, por recio que fuera, teres, su.........

-Oh! eso sí.........pero ya usted ve, esto no es mas que una sangría para la irritacion de la cara, i ya usted ve.

-Eso depende del estado de salud habitual de cada uno, compadre, i usted tiene sus pecadazos descomunales, por los que el diablo i el vírus quizá no lo perdonarán jamas. Pero bien, dígame usted qué le parece definitivamente el negocio del sombrero.

A esta palabra sombrero, la faz de don Alvaro cambió de colores con rapidez.

-Pues, dijo con prolongada pronunciacion, sobándose pausadamente la frente i el pelo, matizado por los años; pues, usted no tiene prueba alguna de robo, ni realmente le han robado cosa alguna.

-Cómo no: una magnífica cadena de oro de mi mujer i una caja de polvo de oro esmaltado de mi uso, i mi reloj de repeticion, tambien de oro, montado en diamantes, han sido robados de encima de una mesa. -Cómo! dijo don Alvaro, sumamente asombrado: habla usted seriamente?.........Se me hace increible que.........

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a no ser en el oido. A este primer estrépito se siguió otro no menos insoportable i violento: el de a caballo se entró en la sala que precedia a la alcoba en que conversaban los dos compadres, aguijando con desesperacion los hijares de un caballo excesivamente brioso: el animal se entró de un salto descomunal a la sala, llevándose por delante una mesa redonda, sobre la cual habia un bello reloj de campana, una frasquera de cristal i algunos otros muebles de menor importancia, con algunas silletas que estaban en derredor de la mesa, todo lo cual dió al traves con ruido espantable. -Santa Bárbara! compadre, exclamó don Alvaro poniéndose las manos en la cabeza............

Don Pacho estaba como de una sola pieza mirando al singular jinete. El caballo lanzaba miradas de fuego tascando un freno magnífico. El jinete estaba en pelo, con unos calzones de un bello dril aplomado que terminaban sumerjidos en la parte trasera de unos borceguíes de gamusa, cuyas correas estaban de desercion. El caballero estaba en pechos de camisa, con una ruana pastusa puesta con el cuello para adelante: una cachucha sin visera le cubria la cabeza, dejando en

Se le hace a usted increible que los ladrones ro-tre ellu i la frente, una especie de celosía de mechas o ben? Mas increible fuera que no robaran. -Ah !....................... ya........................ es verdad.........pero yo creía

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cabellos enteramente desgreñados que le caían sobre los ojos como el faralá de una mujer: sus mejillas estaban de color de remolacha, i los labios resecos como los de un calenturiento: sus miradas estraviadas, parecian no hallar ni buscar cosa alguna: escupía a menudo sobre los muebles que lo rodeaban i mas aún sobre sí mismo, una saliva blanca i espesa; respirando como un hombre que ha corrido mucho a pié.

-Bien, dijo al cabo, despues de haber trastornado otra mesa que contenia dos lindas guardabrisas labradas, i un hermoso florero cubierto del mismo material, mediante varias corbetas que hizo hacer al caballo a fuerza de gritos, latigazos i espuela.

Viva la república! mueran todos los santos! viva, el dios Baco!

-No tengo.........pues inconveniente; pero no, a mí no me viene ese sombrero; pero bien, me lo pondré: El cacareo de los gallos atemorizados, los cascos del pero no, no puedo: el brazo herido......... caballo en los ladrillos de la sala, los gritos del jinete, -¿Qué brazo herido tiene usted compadre ? los chasquidos de su látigo, i el estruendo de los mue-Ah! no, el brazo de la cosa esa, sí, la sangradu-bles que caían derribados, no dejaban medio alguno de ra eso es, me habia equivocado: este maldito brazo, dijo mordiéndose los labios de furor, este brazo me impide ponerme ese fatal sombrero.

-Oh! compadre, yo se lo pondré a usted: quiero satisfacer este pueril deseo : i con esto, le puso el som

oir lo que los dos compadres querian mútuamente hablarse. Tal idea era an absurdo de primera en aquel instante. El caballo llegó en sus corbetas hasta la puerta de la alcoba i el jinete metió la cabeza como buscando algo i dijo:

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