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NUESTRO SIGLO XIX

POR

MANUEL MARIA MADIEDO.

CUADRO I.

Era la media noche: la ciudad callaba en el mas profundo silencio; sinembargo, parecia que iba a llover en medio del mas furioso huracan: las nubes pasaban con velocidad, negras como los pensamientos de dos hombres que hablaban en baja voz en la esquina de una calle. Corria el año de 1843.

-Paso, paso, dijo Braulio, encasquetándose con cautelosa impaciencia, su sombrero de trenza: paso, esta es una materia delicada.

-Ah! Qué adivinanza!......repuso Pepe, con una especie de desdeñosa confianza, se conoce que tú eres un bisoño. Para el negocio, se necesitan hombres de calzones; i si desde ahora estás temblando, estamos lucidos......¿qué será cuando tengamos necesidad de babérnosla con esa fatal canalla ?

-Bien concibo todo eso; pero no hemos de ser tan 20quetes que digamos, a voz en cuello lo que puede perjudicarnos: eso fuera una tontería imperdonable. Cuando lleguemos al lance, veremos quién tiene mas

brío.

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-Qué pregunta! si es casualmente el jefe de la partida; de manera que estamos forrados en bronce.

-Ah! con esa prenda se puede conquistar un imperio; i aun concibo, dijo Braulio, acercándose al oido de su interlocutor, que El Tigre nos ayude a salir de aquel condenado de los dados falsos.

-Estaba en la misma idea cuando te pregunté si contabas con él. Es mucha infamia ganarle a uno su dinero de esa manera; es preciso ser un ladron, un canalla, un bandido, exclamó Pepe encendido en cólera, i levantando involuntariamente la voz. Pero vive Dios!

-Paso, paso, silencio, repitió Braulio dándole un furioso tiron en el brazo, i haciéndole un signo notable.

Pepe calló como un difunto de un modo repentino. Un bulto negro se acercaba a los dos aceleradamente: ellos se abrieron a uno i otro lado, con cierta curiosa desconfianza: el desconocido pasó por entre los dos

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-Tengo hambre de la sangre, de la vida de ese malvado; pero tengo la esperanza que..............en fin...... -Pero bien, insistió Braulio, tú conociste a ese marchante? Temo que nos haya oido algo conducente a lo que salimos tratando del baile, i eso pudiera ser fatal. Quizá es el maldito aquel del rio: pudieramos irnos por el lado por donde va para observarle.........

-Ah! yo lo tengo tan observado, que seria un pleo

nasmo irme ahora detras de él.

-Oh! dijo Braulio dando un brusco sacudon a la mano de su interlocutor que estaba asida a la suya, si tú tienes esa infame indiferencia, yo no puedo resolverme a tenerla: es preciso que ese canalla la pague ahora mismo; aunque me pongan despues en el banqui

llo.........

-Zoquete, repuso Pepe deteniéndole, i hablándole al oido algunos segundos.

-Hombre! Es posible? será él? contestó Braulio admirado.........Ahí tienes, i despues nos habla de casamiento, i todavía andamos en esas comedias.

-¿No sabes que esa es su manía? jenio i figura hasta la sepultura. No hai cosa mas trivial, ni mas sabida. Cada loco con su tema.

-Bien hermano, dijo Braulio esta vez con un acento de suma familiaridad, yo temo mucho un resultado desagradable. Tú conoces a donde van los pasos de nuestro hombre, i uno u otro dia, vamos a tener una camorra con don Pacho: este hombre tiene un carácter feroz en ciertas circunstancias i el dia que tenga la menor sospecha......................

-Si hermano, dijo Pepe, lo que mas siento es la amistad que liga a los dos compadres; i que esto no haya bastado para impedir un comercio tan detestable. En fin, a los nuestros, con razon o sin ella ya me entiendes.

:

-Claro, repuso Braulio alzando los hombros. Pero hablemos del negocio que nos incumbe de cerca. Ya te he dicho que cuento con seis buenos muchachos de agarron. Cada uno de ellos con un trago de brandi en el casco, es capaz de embestir a un rejimiento.

-Es necesario, ademas, otra cosa indispensable: es preciso concertar la ejecucion de un plan que no tenga ciertos inconvenientes, i que ofrezca un resultado mui seguro, i sobre todo tener la firme resolucion de morir ántes que dejarse uno quitar la camisa por una imbécil canalla, para perecer luego de hambre por no haber tenido el valor necesario para morir o vencer, llegado el caso.

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Tienes unas ocurrencias! dijo Braulio con impa

ciencia, que me desesperan: no parece sino que está tratando con alguna mujerzuela de doce años. ¿Crees tú que despues del pasaje del rio Nare, yo estoi dis puesto a tolerar un despojo pacientemente, cuand tengo la conviccion de que con un poco de sangre ca liente, todo el tren de esa jentuza es humo de basura Vaya! eso sí es una sandez de marca mayor! Por mi parte, puedes estar seguro de que tengo una resolucion i inflexible; pero habla: ¿cuál es el plan que te propones?

Ibale Pepe a responder, cuando se dejó oir mui distintamente un tiro como de fusil, hácia el lugar por donde habia deparecido el hombre que hacia poco acababa de pasar por allí. La noche estaba lóbrega profundamente, i el agua empezaba a desplomarse en gruesas gotas: oíase un reiterado ladrido de perros hacia la parte donde se habia escuchado el tiro. Nuestros dos interlocutores, sumamente alarmados, corrieron hacia una plazuela a donde terminaba la cuadra, en cuya esquina habian conversado; procurando siempre acercarse al lugar de la detonacion: el agua caía a cántaros, i la noche parecia un azabache; pero a la trémula luz de un relámpago, vieron un bulto negro que atravesaba corriendo la plaza hácia la calle que ellos dejaban.

¿Qué hai? dijo Pepe acercándosele con prontitud. -Nada, silencio, repuso en voz baja pero muillena, un acento conocido perfectamente por los dos camaradas. Los tres entraron mui de prisa en un zaguan oscuro: la puerta se cerró inmediatamente.

Tras el ruido de la puerta, asomó por la calle un linterna oscurecida por las gotas de la furiosa lluvia que caía a torrentes. Un hombre de aspecto distingui do, con un vestido incompleto, llevaba la linterna en la izquierda, i un sable en la derecha. Algunos individuos, que parecian sus sirvientes, lo acompañaban con machetes i palos.

-Es inútil, dijo, respirando i como procurando rehacerse de una violenta ajitacion que acababa de su frir. Diablos de ladrones!......... Pero no han ido mui salvos, o la sangre que íbamos siguiendo era de las ánimas benditas: tengo tanta seguridad en ese par rifles ingleses, que a pesar de haber tirado al bulto no he errado el golpe.

de

-Alguna esperiencia les habrá quedado, dijo una voz de los que acompañaban al que parecia dueño de la casa asaltada.

-Lo peor es, que el rastro de la sangre se ha perdido por el aguacero, dijo otro.

Mientras estas cortas palabras espiraban en los labios del último interlocutor, los de tal diálogo, se encontraban frente a la casa en que se habian entrado los tres hombres que acababan de pasar la calle i uno de ellos vió, por el agujero de la llave, con placer i no sin un temblor convulsivo, espirar la luz de la linterna; porque el pretil de la puerta estaba visiblemen te manchado de sangre i un momento mas de claridad los habria comprometido indispensablemente. Los hombres de la linterna ya se habian alejado conversando de un modo inintelijible, a causa del ruido del aguace. ro, que habia redoblado su fuerza, i de la distancia progresiva que sus pasos ponian de por medio. Cuando desapareció el mormullo de su conversacion, el bulto de un hombre apareció en la calle i mas luego en la puerta, i parecia ocuparse de las manchas de sangre

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oluei Pocos momentos despues, el caballero de la linterna
etocó a la puerta de su habitacion, chorreándole el agua
por las barbas, ensopado como si fuera una esponja.
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Una mujer de veintiocho a treinta años, pero tan
bien conservada como si fuera de quince, salió a reci.
0030 birlo con un acento lleno de ternura.

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-Querido Pacho, dijo, cómo vienes!.. por eso yo no queria que te hubieras ido.

..ya ves?

-Ah! mi amada Isabel, tenia una cólera que no me cabia en el corazon. Mui temprano pienso ir donde mi amigo don Alvaro, para que me diga lo que debo hacer.¡Cómo se ha de admirar de esto!.........Oh! si, es un amigo inmejorable, consecuente i decidido a todo por mí: no es verdad?

-Sí; repuso Isabel con apogada voz, i cubriéndose de una terrible palidez. Parece que hubo un herido. Dios mio!.........que denda desgracia!

-¿Desgracia? dijo don Pacho dando a su mirada una espresion de cólera i de extrañeza. La desgracia ha sido no haber acertado al corazon del malvado que ha osado asaltar la casa de un honrado ciudadano; pero si llego a descubrirlo, tendré ocasion de quedar totalmente contento.........He aquí la puerta por donde entraron.........no?

-Ah! sí, entraron.........entraron.........el herido ....es verdad, solo, mi querido Pacho.......dijo Isabel tratando de arreglar un desórden de ideas. -Vamos, mi amiga, añadió con afabilidad don Francisco, parece que el lance te ha causado mas impresion que lo que yo suponia: serénate, no ha sido

nada.

-No, nada, dijo ella parándose de repente sobre una cosa que estaba en el suelo, i que la hizo temblar. -Sácame alguna ropa, dijo el marido, estoi ensopalo como un pato, i descaria mudarme.

-Ai! mi querido, dijo ella, me ha dado un calambre en esta pierna.

I quejándose mucho se dejó caer perpendicularmente en el suelo como poseida por una súbita contraccion. Su traje se infló en forma circular, con su caida, e Isabel pudo ocultar una daga que tenia bajo sus piés, i guardarla bajo el pañolon con cautela, en el instante en que su marido, habiendo pasado a una alcoba contigua, se quitaba la ropa mojada que goteaba en su cuerpo.

-Mi amiguito, dijo al fin levantándose como con un gran esfuerzo: nada, voi a frotarme esta pierna con un poco de agua de los príncipes; porque me ha quedado mui adolorida. Esta maldita enfermedad, acabaá por volverme coja el dia que ménos piense.

Esto dicho, Isabel entró a su cuarto i guardó cautelosamente la daga que habia levantado temblando del suelo; e inmediatamente se fué a la habitacion de su esposo, a colmarle de mil caricias, felicitándolo de verlo bueno i salvo despues de lo que le acababa de

suceder.

-Oh! es un placer, mi querido Pacho, para una esposa salir de la ansiedad de ver a su marido libre de

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Diciendo así, don Pacho salió a un corredor con una luz en la mano i llamando a su mujer la dijo: -Mira, el suelo todo está manchado de sangre...... Si esas gotas rojas fueran las letras del nombre de su allí?........hola, un sombrero!..... dueño!.. . Hola !........................... ¿ qué es eso negro que está lo cojí. Oh!.........pero no tiene señal alguna........ Ya lo tengo, ya hola, la funda es de tafetan negro sin barniz.........este no es un hule : quitémosle el forro.

de sus piernas, cubierta de una palidez cadáverica. Isabel callaba, i apénas podia contener el temblor -Esta funda no está destinada al uso ordinario; No te parece Isabel?.........dijo el marido interposino que ha sido hecha espresamente para un disfraz. niendo su mano contra la luz que le daba en la cara, para buscar la respuesta confirmativa en el rostro de su esposa.

repuso Isabel con blancos i trémulos labios, me mue-
-Oh! sí, quién sabe.........yo.........estoi mui mala,
ro.........el calambre.........

tido.
I se dejó caer no para cojer nada, sino falta de sen-

brazos con la frente rota i las manos manchadas de la
Don Pacho acudió a su socorro levantándola en sus
sangre que el ladron habia dejado al escaparse. La.
sangre manaba de la frente de Isabel, i por una casual
mirando, mezclándose ámbas confusamente. Don Pa-
consecuencia habia caido sobre la que ántes estaban
cho colocó a su mujer sobre un lecho cómodo, desató
su traje i despues de varios esmeros, consiguió volverla
el uso de los sentidos. Entónces, sentado al lado de la
cabecera de Isabel, en un butaque desde donde jugaba
sus dedos por entre los rizos del cabello de ella, la dijo:

-Ustedes las mujeres tienen una organizacion mui delicada: la vista de una sola gota de sangre las causa mil accidentes. Esto es natural, i yo fuí un imprudente en haberte espuesto a este disgusto; pero en fin, ya todo está terminado; duerme i descansa tu imajinacion. Al decir esto, se levantó, e inclinándose sobre la cabecera de su mujer, la dió un ósculo de despedida i salió para su dormitorio.

-Bien, mi querida, dijo Isabel a su costurera, con cierto interes i mui en voz baja, no puedes imajinar, mi querida Rosa, cuánto ha padecido mi espíritu. -Ah! señora, yo tengo aún toda la sangre en los piés.

:

-Dime yo tengo la cabeza como si acabara de pablado algo?, ¿he cometido alguna imprudencia? decer una ficbre, me parece que he delirado ¿ he ha

estremeciéndose toda por un estornudo de don Pacho
-Imprudencias horribles, repuso Rosa mui paso, i
en la pieza de su dormitorio.

-Bien, no es nada, ya él está acostado.
-Sí señora, ¿qué mas imprudencia que.........................

>

I al llegar aquí, Rosa metió su boca entre la oreja de Isabel i la dijo algunas cosas mui reservadas.

-Dios mio! dijo entónces Isabel, de un modo intelijible; pero yo creo que él no repararia en ello, en medio de la ajitacion que lo poseía no te parece? -Tal vez; porque de lo contrario, Dios sabe dónde estaria la cabeza de usted a esta hora.

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-Sí, sí, es preciso calmarme; pero ese sombrero tiene alguna señal bajo la funda?

-Yo quise examinarlo durante el accidente de usted, dijo Rosa, pero me ha sido imposible, porque don Pacho lo mantuvo en los dientes mientras la tenia a usted en sus brazos, i me ha sido difícil absolutamente tenerlo, ni un instante en mis manos.

-Pero ¿porqué no se lo pediste, como por cortesía? -Cortesía! parece que usted no conoce el jenio de su marido. Ademas, estas cosas, dan a uno cierto miedo por sí mismas; i aunque yo tuve la idea de pedirle el sombrero, cuando el accidente de usted, le confieso | que me faltó el valor necesario para ello.

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-Es cierto: yo descaria poder adquirir mas serenidad, i daria un ojo por conseguirlo; pero tengo una maldita organizacion que me traiciona a cada instante a mi pesar.

-Oh! si usted tuviera valor.........
-¿Para qué?

-Yo sé en qué parte de su cuarto está el sombrero?
-¿Dónde?

-Sobre la mesa que está en frente de la puerta. Allí se lo ví poner cuando entró a acostarse; i sin duda, está ahí mismo ahora. El está dormido, i con un poco de valor i cautela, se podia.........aunque yo nunca me atreveria, porque soi mui cobarde, i lo echaria todo a perder con el miedo.

-Bien, dijo Isabel incorporándose en el lecho, ya verás si yo tengo valor..

-Cuidado!

-Ah! sé mui bien cuánto hai que temer en el lance, dijo Isabel ya fuera de su lecho, aunque apenas podia tenerse de pié.

Era de verse aquella mujer: un pañuelo de seda color de oro ceñia su bella frente como una diadema imperial: sus ojos rasgados estaban llenos de una espresion interesante: el negro i crespo cabello le ondulaba por los hombros, i su traje medio desvestido indicaba el estado de su alma. Deja su calzado i con trémulo paso llega hasta la puerta del dormitorio de su marido, que reposaba en su lecho como a seis pasos de distancia. La trémula mano de Isabel está sobre el entreabierto batiente de la puerta : ; pero porqué tanto misterio para entrar en una habitacion que le es comun con su tierno compañero? Ella no va a buscar una caricia: su corazon está mui léjos de esos pensamientos de lejítima teritura. El cuarto estaba oscuro, como un triste porvenir, i un profundo silencio reinaba en su recinto. Isabel, con las manos hácia delante i modificando lo posible hasta su misma respiracion, oía con pena los golpes que su corazon ajitado daba contra su pecho. Un suspiro, i un ai! pronunciado en baja voz, le indicaron que su marido no dormia aún. Este fatal

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movimiento de un hombre desvelado, la hizo temblar de una manera tan violenta que apénas podia tenersei Su marido la habrá visto? En su jenio impaciente. exaltado, ya ella sabria las consecuencias de su descubrimiento. Al fin Isabel toca la mesa donde estaba el objeto de su aventura; pero desgraciadamente tocó i volcó de un modo demasiado involuntario e imprudente un frasco de agua de los príncipes, que ella misma habia puesto allí dos horas ántes. Este accidente, aunque sumamente simple, redobló su fatal angustia. El ruido del frasco cayendo contra un azafate, llamó la atencion del marido de Isabel, que, molesto con el imsomnio que lo abrumaba, i llena acaso su cabeza de algunas ideas desagradables o exajeradas por el silencio i la oscuridad: ¡ Malditos ratones! dijo con enfado, lanzando hácia aquel sitio, lo primero que le vino a las manos a tientas. I arrojó una de sus botas, cuyo herrado tacon dando bruscamente en la linda boca de Isabel, se la reventó de una manera lastimosa bañándola en sangre. Fué entónces que aquella resuelta mujer tuvo necesidad de un valor sobrenatural: sus piernas balanceaban con la convulsion que remecia todo su cuerpo: un intenso dolor le arrancó un jemido ahogado al bárbaro golpe que acababa de recibir; pero se rehizo como una palma despues que ha pasado la ráfaga que la ha doblegado. Pensó en un nuevo ruido, pensó en los fósforos que su marido acostumbraba poner cerca a su cabecera al acostarse, i se llenó de espanto: hizo un esfuerzo sobrehumano, i el dia la encontró en su lecho embriagada por una especie de letargo parecido al delirio de una fiebre.

CUADRO II.

Era una hermosa tarde de las mas calurosas del mes de agosto. El cielo tenia apénas una u otra nube que parecia un copo de algodon nadando sobre un mar infinito: el viento susurraba alegremente sobre las viejas copas de unas ceibas frondosas. El Magdalena tronaba entre unas rocas ocultas, i a lo léjos se veían en la orilla opuesta varios pescadores volando de peña en peñía con la mochila en la mano. En la orilla occidental del rio, en una ladera pedregosa sombreada por unos magníficos caracolíes que parecian antediluvianos, estaban como una docena de hombres guarecidos del sol todavía demasiado fuerte: eran como las cuatro. De vez en cuando, se oían bulliciosas carcajadas, entre mezcladas de algunos denuestos i blafemias; pero esto tenia todo el aire de una especie de costumbre. Un pañuelo rabo de gallo estaba tendido sobre una piedra que tenia la forma de una mesa: sujetaba una de sus puntas una botella de aguardiente de anis, que ya estaba en las últimas: una totumita mui blanca se veía allí junto, i no lejos algunos tabacos de unas dimensiones exajeradas: un montoncito de granos de maiz i algunos reales, la mayor parte falsos, ocupaban el lado opuesto a la botella, i en el centro estaba una baraja, cuyas figuras adivinaban los jugadores por costumbre, porque se le habria podido afeitar la mugre sin gran destreza.

Envido, decia uno de los jugadores, con un acento enfático, con sus cartas entre las manos con ademan misterioso i alzándose sobre sus rodillas como con intencion de arrojarse casi encima de su contrario.

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