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La propiedad rural, que en las naciones cultas es el fundamento mas sólido de la felicidad pública, era allí, no solamente menospreciada, sino aun aborrecida como el mayor enemigo de la libertad y de las buenas costumbres. «No se aplican á la agricultura, decia Julio Cesar, siendo su alimento mas comun la leche, queso y carne. Ninguno posee tierras en propiedad. Los magistrados y los príncipes reparten cada año algun terreno entre sus gentes, en la cantidad y los sitios que mas bien les parecen; y al siguiente se mudan á otra parte. Esta costumbre la fundan en varias razones. Para que la aficion al campo y á la agricultura no entibie su espíritu militar. Para que los poderosos no se hagan dueños de inmensos territorios, y despojen de los suyos á ⚫ los pequeños propietarios. Para que no se fabriquen casas muy cómodas, y abrigadas del calor y el frio. Para que no se fomente la codicia, y se formen por ella partidos y facciones. Y para que los pueblos, viéndose sus vecinos iguales en riqueza, sean gobernados con mas justicia (1).»

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Lo mismo refiere Tácito, añadiendo que no sembraban mas granos que los muy necesarios para su subsistencia, ni plantaban árboles, ni cultivaban los frutos que exigen largo tiempo para su crianza; y que era máxima general en toda la Germania, que vale mas buscar la vida dando y recibiendo cuchilladas, que sudando sobre el arado, y esperando todo un año la cosecha (2). Por eso preferian á la agricultura la caza y la ganadería; y á las mas deliciosas vegas y jardines, los inmensos bosques y baldíos.

Otra razon alegaban tambien para aquella preferencia, y era que cuanto mas rodeados estuvieran de desiertos, tanto mas seguros se creian contra las invasiones de sus enemigos. Los suevos se jactaban de lindar con un despoblado de seiscientas millas (3).

El único oficio ó profesion de los germanos ingénuos era la milicia. Ninguno era reputado por ciudadano hasta que, examinado públicamente, diera pruebas de su pericia en el manejo de las armas. Desde entonces entraba en todos los derechos de los hombres libres (4).

Los que podian proveerse de armas por sí mismos, militaban á su costa: los que no, se ponian al servicio de algunos señores, y peleaban bajo sus órdenes (5).

La guerra, lejos de reputarse en aquellas naciones como una calamidad, era apetecida como uno de los medios mas seguros de vivir y hacer fortuna; y así la tenian casi continua, ó con los pueblos vecinos, o en sus mismos paises, entre sus familias principales (6).

No reputaban por bajeza el robo fuera de su territorio; y si la

Cæsar, De bello gallico, lib. IV, cap. 22.

Tacitus, de mor. et pop. Germ.

Ibid. (4) Ibid. (5) Ibid. (6) Ibid.

paz de sus ciudades se prolongaba mucho tiempo, salian de ellas para ponerse al servicio de algun príncipe extranjero como lo acostumbran todavía los suizos (1).

Las presas mas apetecidas en aquellas guerras eran las de hombres y mujeres. No habia entonces prisioneros. Todos los vencidos eran esclavos de los vencedores, y se repartian entre estos á proporcion de sus gastos y sus méritos. Despues de los esclavos las presas mas apetecidas eran las de caballos, armas, ganados y otros comestibles. Las alhajas, la plata y la moneda apenas se apreciaban en toda la Germania (2).

Los esclavos eran allí menos infelices que entre los romanos. Estos los trataban como bestias. Los germanos eran mas benignos con los suyos. El trabajo ordinario que les daban, era el del campo; y aun allí gozaban mas conveniencias que los de los romanos. Cuanto estos adquirian era para sus señores, fuera de un cortísimo peculio. Los germanos solamente les imponian la obligacion de pagarles ciertos censos en frutos, ganados ó ropa, reservándoles el goce de todos los demás productos de su industria (3).

Al contrario, los libertos ó emancipados de la esclavitud germánica no eran tan considerados como los de la romana. Estos, teniendo talentos y fortuna, podian ascender á las mas altas dignidades. Los otros eran escluidos de todos los empleos honoríficos, á los cuales solamente tenian opcion los ingénuos ó personas libres descendientes de otras tales desde tiempo inmemorial (4).

Se gobernaban por reyes; mas la dignidad real no era hereditaria, ni despótica, sino dependiente en su adquisicion y en su ejercicio de los concilios ó juntas generales (5).

Se congregaban todos los meses, los dias de luna nueva y plenilunio. Todos los ingénuos tenian derecho de concurrir armados y de votar en aquellos concilios. Nadie estaba autorizado para hacer callar á los vocales. Solos los sacerdotes podian imponer silencio, y castigar á los alborotadores (6).

Los negocios ligeros se resolvian por el dictámen de los príncipes ó próceres: para los graves, conferenciaban y votaban todos los concurrentes: bien que aun en estos tenian mucha preponderancia los grandes (7).

En aquellos concilios se elegian los reyes, y los gobernadores de los pueblos. Aquellas dignidades debian conferirse siempre á personas de la mas alta nobleza; pero estos empleados debian tener cerca de sí algunos plebeyos, para asesorarse con ellos en su gobierno (8).

Las causas criminales sobre delitos públicos se juzgaban por los concilios. Los de traicion, desercion y cobardía eran castigados con penas de muerte. Por otros menores se imponian algunas multas de cierto número de caballos ó carneros; parte de ellos para el rey ó la ciudad, y otra parte para los agraviados (9). (1) Ibid. (2) Ibid. Ibid. (4) Ibid. (5) Ibid. (6) Thid. Ibid.

Ibid. (9) Ibid.

Pero aunque el poder judicial castigaba algunos delitos, no por eso los ciudadanos se habian desprendido enteramente del derecho natural de vengarse por sí mismos de las ofensas que les hicieran otros ciudadanos. El que mataba, heria, ó injuriaba á otro, quedaba por el mismo hecho declarado enemigo def ofendido y de toda su familia; y esta autorizada para tomarse una satisfaccion del ofensor. Por una de las combinaciones varias que caben en los caracteres y pasiones humanas, aquellos guerreros, tan libres, orgullosos y propensos á las armas, se componian fácilmente, recibiendo en compensacion de sus agravios algunos regalos ó multas convencionales. De esta manera, el temor á una venganza cierta, ó á una multa, que aunque ahora parezca muy ligera, no lo era tanto en la miseria de aquellos tiempos, refrenaba los ímpetus de la ira; mas que en otros posteriores las penas corporales, pendientes de la corruptibilidad de los jueces (1).

Además de esto, la severa educacion de los germanos debia evitar y precaver muchos delitos. Los padres y los maridos eran unos pequeños reyes de sus familias. Aunque tenian esclavos, los ocupaban mas en los trabajos del campo que en los domésticos. En sus casas se hacian servir por sus mujeres y sus hijos (2).

Los maridos eran los únicos jueces de la infidelidad de sus mujeres. La pena ordinaria de las adúlteras era raparlas el pelo, y azotarlas desnudas á vista de todo el pueblo. No habia perdon para la deshonestidad. Era imposible que una doncella estuprada encontrára con quien casarse (3).

La moneda era rarísima entra los germanos, y en las provincias interiores casi enteramente desconocida. Sus bienes y su riqueza consistian generalmente en esclavos, ganados y algunos frutos, cuyos robos eran mucho mas dificiles que los de alhajas y dinero (4).

Por otro lado, no conocian ni estilaban los testamentos. Los hijos ó parientes mas cercanos eran sus herederos forzosos (5). Por consiguiente, carecian de infinitas dudas é interpretaciones de las últimas voluntades, tan frecuentes en la jurisprudencia de otras naciones.

Los pleitos eran allí muy raros. Ni hombres, ni mujeres sabian leer ni escribir (6). Sus pocas leyes y costumbres las aprendian y sabian todos por tradicion verbal. Así en sus tribunales no habia traslados, alegatos por escrito, ni otras tales prácticas forenses, con que en muchas partes ha solido y suele eternizarse la administracion de la justicia.

Tal fué el derecho primitivo de los germanos, segun la bellísima pintura que nos dejó Tácito de sus costumbres: pintura que no deben perder de vista los que quieran indagar y conocer los orígenes de la legislacion posterior de Europa, y particularmente de la española.

(1) Ibid. (2) Ibid. (3) Ibid. (4) Ibid. (5) Ibid. (6) Ibid.

No ha faltado quien creyera que aquella obrita no es mas que una novela, trazada por su autor para satirizar las costumbres de los romanos de su tiempo, exponiéndoles un cuadro de otras, al parecer mas puras ó mas sencillas, como antes con el mismo fin les habia ponderado Horacio las de los scitas, y como Genofonte habia trazado y presentado á los grieges su Ciropedia (1).

Mas por mucho que quieran celebrarse las costumbres germá nicas retratadas por aquel diestro historiador, ¿qué romano lás preferiría á las de su nacion, ni qué influencia podia tener aquella supuesta novela en la reforma de sus vicios? Un gobierno puramente militar; la guerra perpétua; la aversion al trabajo honesto de la agricultura y de la industria; la holgazanería, la ignorancia y la barbarie, ¿podrán nunca preferirse á las incalculables ventajas de la civilizacion, recomendarse, ni proponerse como modelos, para que sean imitados por una nacion culta?

Añádase á todo esto que aunque las costumbres retratadas por aquel historiador á primera vista parecen muy puras y muy sencillas, de su misma narracion consta que á los germanos no les faltaban, ni glotonería, ni lujo, ni otros vicios muy comunes en los pueblos civilizados. Si no vestian mas que pieles, ni trajes costosísimos, ni variaban las modas, ni brillaban en coches y trenes muy magníficos; se jactaban de ser servidos por el mayor número posible de criados y vasallos. Y ¿qué abuso de los placeres, ni qué lujo es mas perjudicial á la sociedad? ¿el de la mesa, grandes palacios, muebles esquisitos, vistosos trajes, y alhajas, en cuya fabricacion se ocupan honestamente innumerables brazos, ó el de catervas de criados y holgazanes, ciegamente sumisos á los caprichos de un déspota orgulloso?

La vida comun de los germanos, cuando no estaban en campaña, era cazar, holgar, ó pasar todo el dia comiendo, bebiendo y embriagándose. Nadie se avergonzaba de estar borracho. Eran muy frecuentes las quimeras, heridas y muertes en tal estado. A estos vicios añadian el de su furiosa pasion al juego, en el cual eran tan locos, que cuando ya habian perdido todo su caudal, se jugaban hasta su libertad, y quedaban esclavos de los ganado. res (1).

Y un escritor tan filósofo como Tácito ¿habia de motejar las costumbres de sus paisanos, celebrando y proponiéndoles por modelo las de aquellos bárbaros?

CAPITULO V.

Fundacion de la monarquía española.

Ya se ha dicho que la única profesion de los antiguos germa

"

(1) Memoire sur l'ancienne legislation de la France, comprenant la loi Salique, la loi des wisigoths, la loi des bourguignons, par Mr. Le Grand d'Aussy.

(2) Ibid.

nos era la milicia, y que cuando no tenian guerra en su pais, salian á buscarla fuera, poniéndose al servicio de algun príncipe extranjero. En la civil de Roma, que dió fin á su república, los godos sirvieron á Pompeyo. En el año 256 de la era vulgar invadieron la Grecia y otras provincias, en donde dominaron, hasta que los expelió de allí el emperador Claudio. En el de 331 hacian grandes estragos en las fronteras del imperio, hasta que derrotados por Constantino, se establecieron al otro lado del Danubio (1).

Por disensiones ocurridas entre los mismos godos, se dividieron en dos partidos, uno al mando de Fridigerno y otro al de Atanarico. Este buscó la proteccion del emperador Valente, con cuyos auxilios venció á su competidor, y agradecido á su protector, se sujetó á su imperio, y abrazó su religion, que era la arriana. Duró muy poco la sumision de Atanarico. Rebelado contra su bienhechor, peleó contra él, y lo quemó vivo, pegando fuego á un pueblo, en donde se habia refugiado (2).

Reinando Teodosio II, volvieron los godos á unirse con los romanos; mas tambien duró muy poco aquella union. Los que servian á Honorio, hijo de Teodosio, no contentos con sus sueldos y otros premios, ó envidiosos de que á los vándalos y otros bárbaros se les hubieran dado tierras, donde establecerse en las Galias y en España, ó porque su largo trato con los romanos les dió á conocer las ventajas de la propiedad rural, que antes me-nospreciaban, le pidieron tierras en Italia, donde pudieran arraigarse, y gozar los derechos de ciudadanos romanos. Propusieron su proyecto al emperador, amenazándole que no concediéndoles aquella gracia, ocuparían ellos algunos territorios á la fuerza.

El senado, perplejo entre los inconvenientes de permitir á una nacion libre y guerrera su establecimiento cerca de la capital, ó exponerse su venganza', aconsejó al emperador que toda vez que la Galia meridional y la España debian reputarse ya como perdidas por la cesion que se habia hecho de ellas á otros bárbaros, podia permitirse á los godos buscar y apropiarse allí las tierras que apetecian; con lo cual, además de alejarlos de la Italia, era muy probable que ellos mismos se destruyeran, peleando con los otros, á quienes poco antes se habia hecho la misma gracia.

Era entonces ministro de Honorio y generalísimo de sus tropas Stilicon, hijo de un vándalo. La desconfianza de los emperadores en sus tropas nacionales los obligaba á servirse de extranjeros; á negociar paces y alianzas con los jefes de los bárbaros; á ceder á estos las provincias menos seguras; á formar con ellos la mayor parte de su guardia y de su ejército, y aun á preferirlos á los naturales en sus ascensos y aumentos de sus sueldos.

Se pactó, pues, con los godos la proyectada cesion; pero de

(1) S. Isidorus, in Historia Gothorum.

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