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blo debia ser convocado y congregado en los comicios, ó juntas generales, para deliberar y votar sobre las leyes, las elecciones de empleados públicos, y demás negocios de alguna impor

tancia.

Con tal constitucion ¿quién no habia de pensar que estarían bien asegurados los derechos de todos los ciudadanos, y la recta administracion de la justicia, que es la base mas fundamental de todas las sociedades? ¿Cómo podia temerse que unos reyes elegidos libremente por el pueblo, y asesorados de un cuerpo tan poderoso y respetable como el senado, podrían abusar de su autoridad?

Mas en medio de aquellas apariencias de amor á la libertad y á la justicia, el astuto Rómulo, primer autor de la constitucion romana, tuvo buen cuidado de crear una guardia real de celeres, ó jóvenes los mas valientes y mas adictos á su persona. Agregó á la corona el sumo pontificado, y con él la supremacía religiosa, que es la que mas influye en las costumbres, y la sumision de las naciones ignorantes. Se reservó el mando en jefe de la milicia, la magistratura suprema, ó derecho de decidir en última instancia todos los pleitos; la convocacion de los comicios, y otros derechos, con cuya política reinó treinta y siete años como le dió la gana (1); hasta que el senado, habiendo conocido su hipocresía, y no pudiendo tolerarla por mas tiempo, lo asesinó clandestinamente; ocultó su cuerpo, y para que el pueblo no se escandalizára y amotinára, le hizo creer que por sus grandes méritos habia sido arrebatado al cielo por los dioses en cuerpo y alma (2).

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El despotismo puede paliarse y sostenerse con ardides y cautelas; mas tambien puede ser derribado y castigado con otros ardides y cautelas semejantes.

Engañado el pueblo con aquella superchería del senado, procuró este preocuparlo y enconarlo contra el gobierno monárquico, ponderando los grandes riesgos á que estaría siempre expuesta la libertad pública bajo el mando de los reyes; y á su consecuencia proyectó una regencia, en la que fueran alternando por turno los senadores. Mas bien presto se desengañaron los plebeyos de la supuesta conveniencia de aquel nuevo sistema, y conocieron que lo que el senado intentaba era establecer la aristocracia, y darles cien señores en lugar de uno; por lo cual se amotinaron contra los nobles. Los padres de la patria, que así se llamaban los senadores, tuvieron que desistir de su proyecto, y para no perderlo todo se convinieron con el pueblo en que este elegiría otro rey; pero que no sería reconocido por tal hasta que el senado lo confirmára.

(1) Nobis Romulos, ut libitum, imperitaverat. Tacitus. Annal., lib. III, cap. 21. (2) Livius, Histor.; lib. I. Dionysius Halicarnaseus, Antiquit. roman. lib. II, cap. 14.

CHE

A consecuencia de aquella ley fundamental, Numa y, Tulo Hostilio obtuvieron la corona por eleccion del pueblo. Mas Anco Marcio, nieto de Numa, tramó una conspiracion contra Tulo; pegó fuego á su palacio, en cuyo incendio pereció toda la familia real; tendió la voz de que aquel acaecimiento habia sido un castigo del cielo por el poco respeto que el rey difunto manifestaba á la religion; y haciendo valer su parentesco con Numa, fué nombrado para sucederle en el trono.

Aunque Anco Marcio habia dejado dos hijos al tiempo de su muerte, y uno de ellos en edad competente para sucederle en la corona, los romanos la pusieron en la cabeza de Tarquino primero. Este fué un buen rey; favoreció mucho á los plebeyos, y promovió la construccion de obras magníficas, para aumentar las comodidades y el ornato público de Roma, por lo cual era muy amado generalmente. Sin embargo de eso, fué asesinado por un ardiz que discurrieron los hijos de su antecesor, en el que se hizo jugar tambien á la religion (1).

Pero el atentado de los hijos de Anco Marcio no fué tan afortunado como el de su padre. La viuda de Tarquino desconcertó sus proyectos, y preparó la elevacion de Servio Tulo al trono, primero en calidad de regente, y despues en propiedad (2).

Reinaba Servio con gran prudencia, cuidando mucho de que los nobles no maltratáran á los plebeyos y á los pobres. Institu yó el censo, ó estadística, por la cual constáran al gobierno el número, la calidad y los bienes de todos los habitantes de Roma. Dió nueva forma á los comicios, y promulgó otras leyes muy sábias, con las cuales prosperaba aquella ciudad, y se acrecentaban incesantemente su poblacion y su riqueza.

Pero como suele suceder en todas las monarquías, en donde la nobleza tiene demasiada influencia en el gobierno, la romana no gustaba de la popularidad de sus soberanos, y así encontraban en ella bien fácilmente apoyo los traidores para rebelarse. Tarquino el Soberbio, nieto del Viejo, tramó una conjuracion para destronar á Servio. Entendida por este, creyó que podía sufocarla delatándola al Senado, para interesarlo mas en su defensa. Estando pues presente su enemigo, le preguntó ¿en qué fundaba su derecho a la corona? El malvado Tarquino, lejos de perturbarse con aquella pregunta, le respondió con mucha entereza, que por derecho natural y de las gentes los hijos eran he rederos de todos los bienes de sus padres y abuelos. Que la posesion del trono en que estaba Servio no dimanaba de la libre eleccion del pueblo, ratificada por el senado, como la que habian gozado sus antecesores, sino de una junta de facciosos, seducidos y cohechados por sus parciales. Que cuando principió á reinar solo habia sido en calidad de regente, como tutor suyo, y ba

(1) Dionys. ibid., cap. 21 y 22.

Ibid., lib. IV, cap. 1.

jo la promesa solemne que hizo de coronarlo cuando saliese de su menor edad. Que si persistía Servio en continuar reinando, debería ser reputado por un usurpador; le demandaría judicialmente la corona, y si por su gran poder no se le hiciera justicia, él sabría tomársela con sus manos.

Servio contestó al discurso acalorado de Tarquino con otro mas sosegado, ponderando los servicios que le habia hecho, libertándolo de las asechanzas de los hijos de Anco Marcio contra su vida, educándolo y conservándole todos sus bienes, y casandolo con una hija suya, con el ánimo de dejarlo por su heredero. Impugnó la razon principal en que fundaba su derecho á la corona. Probó que lejos de ser esta hereditaria por derecho natural ni el de las gentes, en la misma Roma se encontraban los ejemplos del abuelo del mismo pretendiente, que la habia obtenido siendo un extranjero; y al contrario, el del hijo primogénito de Anco Marcio, que siendo mayor de edad cuando murió su padre, no le habia sucedido en la dignidad real.

El pueblo romano, dijo, no dió la soberanía á su heredero, sino á quien consideró mas digno de ella: tan persuadido está de que los bienes pueden poseerse en propiedad: pero la dignidad real no pertenece sino á quien la merezca; y que cuando muere algun ciudadano, sus bienes pueden pasar á sus herederos, por parentesco ó por testamento, mas cuando muere un rey su corona debe volver á los que se la dieron (1).

Concluido su discurso, que llenó de confusion á los conspiradores, Servio despidió el senado; convocó al pueblo, y despues de un breve recuerdo de su conducta anterior y posterior á su coronacion, y de sus leyes mas notables y mas útiles para la felicidad pública, le expuso la acusacion que Tarquino habia hecho contra él en el senado, y su alegato de que habiendo heredado la corona de su abuelo, el pueblo carecia de potestad para darla á otro. Al oir esto los plebeyos se enfurecieron todos contra Tarquino, y querian matarlo; pero Servio los contuvo, diciéndoles que era menester escuchar las razones de su enemigo, y que si se encontraban justas, él haría voluntariamente dimision de la corona en manos de los que se la habian entregado. Dicho esto hizo ademan de querer descender del trono; el pueblo lo detuvo; se oyeron voces de muera Tarquino; este, temiendo ser asesinado, huyó precipitadamente con todos sus parciales, y fingiendo estar arrepentido, pidió y obtuvo el perdon de su enemigo.

Falsa reconciliacion. El malvado Tarquino, firme en su propósito, un dia que la mayor parte del pueblo estaba en el campo ocupada en la recoleccion de sus cosechas, se vistió con las insignias reales, y bien acompañado de sus partidarios, armados de puñales ocultos, marchó á la plaza mayor, y convocó al

(1) Dionys. Halicarn., lib. IV, cap. 9.

senado. Ya lo esperában allí muchos senadores, sus amigos, y mientras llegaban los demás se subió al trono.

Avisado Servio de aquel atentado tan escandaloso, sale de su palacio precipitadamente con una escolta muy ligera; llega al senadɔ; ve al traidor ocupando la real silla; intenta subir para arrojarlo; Tarquino echa á rodar por escalones al desgraciado viejo; nadie le socorre; va á retirarse á su palacio, y es atropellado y muerto en el camino (1).

Asi acabó el mas sábio legislador y rey de Roma (2), dejando un ejemplo á los demás para no confiar demasiado en el aura popular.

Papirio habia recopilado las leyes de aquel rey, y las de sus antecesores en un libro, que por el nombre de su colector se llamó el Derecho Papiriano (3). Mas el tirano Tarquino, luego que principió á reinar abolió aquel código, sustituyendo en su lugar el de su capricho y su despotismo. Sobornó á muchos de sus confidentes para que delatáran á los ciudadanos que sospechaba estar descontentos de su gobierno; los juzgaba por sí mismo; los condenaba á muerte, ó á destierro y confiscacion de sus bienes, y reteniendo para sí la mayor parte, distribuia lo demás entre los delatores.

Subyugada Roma muchos años por aquel tirano, al fin un atentado de su hijo Sexto contra la castidad de la virtuosa Lucrecia sugirió á Junio Bruto la idea de destronarlo, y de trasmutar el gobierno monárquico en republicano, creando en lugar de un rey vitalicio dos cónsules anuales, elegidos por el senado. En Dionisio Halicarnaseo pueden leerse el plan y los discursos con que aquel célebre romano que hasta entonces se habia fingido fátuo, preparó y llevó al cabo aquella famosa revolucion, y el destierro de Tarquino y de toda su familia (4).

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Los cónsules repartieron los bienes de los desterrados entre los plebeyos mas indigentes; elevaron á otros á la clase de senadores; concedieron una amnistía completa á los partidarios del rey depuesto; renovaron muchas leyes de Servio, favorables al público, que aquel habia abolido, y entre ellas el censo y el sistema de contribuciónes, proporcionándolas á los bienes de cada contribuyente; por cuyos medios lograron hacer mas detestable la memoria de los reyes, y menos odiosa la aristrocacia.

Todas las formas de gobierno tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Muy triste suerte es la de vivir bajo el yugo de un tirano; pero no es mas agradable la de sufrir el de muchos déspotas, sean nobles, ó plebeyos.

Bien presto comenzaron á experimentarse en Roma los in

(1) Dionys., lib. IV, cap. 9.

(2) Sed præcipuus Servius Tullius sanctor legum fuit, quis etiam reges obtemperarent. Tacitus. Annal. lib. III, cap. 26.

Lib. II. D. De orig. jur.

Lib. IV, cap. 10 y 15.

TOMO I.

convenientes de la aristocracia. Bien pronto los nobles se insolentaron contra los plebeyos, de manera que no pudiendo tolerar estos su altanería, se amotinaban frecuentemente; exponian la patria á las invasiones de sus enemigos, y se creia necesario nombrar un dictador que reuniera en sí por algun tiempo todo el poder legislativo y ejecutivo.

Siéndolo Manlio Valerio manifestó alguna popularidad, repartiendo entre los plebeyos gran parte del botin ganado en la guerra contra los volscos; elevando mas de cuatrocientos á la clase de caballeros, y con otros varios beneficios. Los aristocratas murmuraban de aquella conducta, atribuyéndola al deseo de perpetuarse en la dictadura y hacerse rey. No habia una nota mas peligrosa en Roma. La menor sospecha de que un ciudadano aspiraba á la soberanía, era muy bastante para desacreditarlo, comprometerlo y arruinarlo. Valerio tuvo que hacer dimision de su dictadura. Los plebeyos, creyendo que aquella renuncia habia sido forzada por los nobles en venganza de la proteccion que les dispensaba el dictador, se amotinaron contra ellos. El senado creyó que podria contenerlos, ocupándolos en la guerra que con este motivo suscitó contra los sabinos. Mas al salir los cónsules de la capital, mandando el ejército, los soldados, escitados por uno de ellos llamado Sicinio, abandonaron á sus jefes; crearon otros nuevos oficiales, y por su general al mismo Sicinio, y se fortificaron en un cerro, que despues fué llamado el Monte Sacro.

En vano solicitaban los cónsules la sumision de los rebeldes con halagos y promesas. Sicinio respondió á sus diputados: «Patricios, ¿pensais volver á seducir á los que habeis sacado de la patria, para que vuelvan á ser esclavos? ¿Qué garantías podeis darnos de vuestras promesas, despues de haber faltado á vuestras palabras tantas veces? Ya que quereis ser los amos de la ciudad, andad á ejercer allí vuestro dominio, sin temor de que los pobres os incomoden. Para nosotros todo pais será bueno, y lo mirarémos como nuestra patria, como gocemos en él de nuestra libertad.»

Sabida aquella novedad en Roma, causó la mayor consternacion. Todo eran quejas, clamores y provocaciones, de unos contra el gobierno, de otros contra los rebeldes. El senado se veia perplejo, sin saber á qué resolverse. Unos senadores se inclinaban al rigor, otros á la moderacion. Por fin se resolvió enviar á los insurgentes una embajada de diez senadores, y entre ellos al ex-dictador Valerio, para persuadirles la obediencia, con ciertas proposiciones, siendo la principal la de la amnistía y olvido de todo lo pasado.

Los rebeldes, lejos de deslumbrarse con aquella humillacion del senado, ni de ablandarse con el halagüeño discurso que les hizo su antiguo protector Valerio, jefe de aquella embajada tan lisonjera, le respondieron que no necesitaban de amnistía los que

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