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casas de propósito, sino porque en espacio de una legua de sitio viven mas de diez mil indios divididos por sus parcialidades con su particular cacique en cada una, conforme a la relacion que arriba queda hecha deste punto. Viendo esta coyuntura pareció a los españoles que entre tanta jente no podria faltar suficiente mantenimiento para recojer. Y asi se determinaron a salir a tierra para este efecto. Lo cual apenas fué sentido por los indios que vieron echar el batel al agua, cuando ya los indios hacian sus prevenciones para saltear a los que saltasen en su puerto.

Es costumbre entre indios araucanos y tucapelinos, en habiendo cualquiera novedad, darse aviso unos a otros; lo cual hacen poniendo faroles, que son unos grandes fuegos que levantan en alto grande humareda, con que dan a entender a los indios de mas adelante lo que quieren significar. De suerte que a ciertos trechos van poniendo estas candeladas; y asi en medio cuarto de hora se van dando aviso unos a otros por espacio de muchas leguas, cosa mui usada en las fronteras de levante y costa de Africa, como consta a todos los que por allí han estado. Desta manera se convocaron.en esta ocasion los indios comarcanos; los cuales concurrieron sin dilacion con las armas en las manos, de manera que cuando los españoles pusieron los pies en tierra, ya estaban los indios mas cercanos puestos en órden para oponerseles. Pero por efectuar mejor su hecho, no quisieron resistirseles a la entrada, sino emboscarse en un lugar espeso de donde divisaban la jente que venia, y lo que iban haciendo en la tierra, para corresponderles ellos segun viesen viesen que lo hacian. Los españoles se fueron metiendo por las moradas de los indios haciendo de las suyas, sin respeto a Dios ni a los hombres, no contentándose con robar los mantenimientos, sino tambien cojiendo las mujeres de los pobres indios por la fuerza; y haciendo otros desafueros semejantes: cosa cierto de gran ponderacion, y que descubre mucho la soltura de tal jente, pues en tal trance y coyuntura, no querian contentarse con lo necesario. Viendo los indios que estaban emboscados la insolencia y robos de los españoles salieron a ellos como perros rabiosos en el modo; y en la razon como hombres justamente irritados; y acudiendo a una acometieron con bravo ímpetu, y vocería. A este sobresalto no mostraron los españoles cobardía, ántes acudieron con mucho ánimo dejando la presa de las manos, y ocupándolas en los arcabuces, y espadas de suerte que se trabó una refriega harto furiosa. Sucedió que un mancebo, llamado Juan de Montenegro natural de Abila de Onliberos, o por no ser amigo de robar, o por sola providencia divina se eximió de sus compañeros, y subiéndose en un cerrillo, de donde pudiese divisar lo que pasaba en la campaña rasa, estaba vijilante como en atalaya; pero al punto que vió el encuentro que se tramaba comenzó a bajar de presto a dar socorro a los suyos, y al primer paso que dió por la cuesta abajo vió venir de la otra parte del cerro un gran escuadron de bárbaros, que acudieron mas tarde por ser jente de tierras mas remotas; los

cuales si no fueran descubiertos antes de llegar a la batalla, sin duda cojian a los nuestros en medio cercándoles por todas partes, sin dejar hombre a vida. Como este soldado vió el gran número de jente que sobrevenia bajó a toda priesa dando voces para que se recojiesen los españoles a la marina, como lo hicieron, yendo retirándose poco a poco sin dejar de pelear, mientras se iban recojiendo, finalmente cuando llegaron a embarcarse en los batcles, ya tenian cuatro hombres ménos, que habian muerto en la refriega, y al punto de embarcar llegó la jente de refresco con bravos alaridos tirando dardos i flechas, y crujiendo las hondas, que parecia rumor del dia del juicio, embarcáronse apriesa los cristianos aunque murieron otros tres dellos en aquel conflicto; saliendo casi todos los demas heridos. Y era tanto el coraje con que los bárbaros estaban encarnizados que se arrojaron al agua tras ellos tirando flechas, y dardos con no ménos palabras de oprobio, y afrenta llamándolos ladrones traidores, y embusteros sin cesar un punto de mover las manos y lenguas, hasta que los españoles estuvieron mui retirados de la playa: cuya medra fué sola esta en aquel puerto. Y parcciéndoles que aun todavia iban tras ellos tendieron las velas a gran priesa, poniendo la proa en la isla a donde erán enviados que estaba diez leguas de aquel paraje. Luego que surjieron cerca della concurrieron con gran tumulto los indios de ocho pueblos que en ella habia; los cuales como llegasen a la lengua del agua, i viesen unos hombres armados, y con barbas largas tan diferentes en todo de su traje, y aspecto, quedaron atónitos y embelesados, mirándolos como a cosa prodijiosa y nueva en el mundo. Procuraron los españoles desatemorizar y atraer a los indios hablándoles por medio de un indio intérprete, para representarles la necesidad suya; y de sus compañeros que estaban en Penco; los cuales padecian gran falta de mantenimientos; y así acudian a ellos a que se la remediasen. Apenas hubieron boqueado que venian los indios así hombres como mujeres cargados de comidas, sin quedar niño que trajese otra cosa que regalos hasta ponerlo todo en los bateles.

A este servicio no dejaron los españoles de dar el retorno que en semejantes ocasiones acostumbraban y fué que al tiempo de embarcar, y recojer las cargas que los indios les traian, los recojieron tambien a ellos, echando mano de los mas hombres y mujeres que pudieron, llevándolos forzados sin otra pretension, y utilidad ultra de no perder la costumbre de dar mal por bien, ni dejar de hacer de las suyas por no pasar por lugar donde no dejasen rastro de sus mañas. Verdaderamente todas las veces que me vienen a las manos semejantes hazañas que escribir me parece que esta jente que conquistó a Chile por la mayor parte della tenia tomado el estanco de las maldades desafueros ingratitudes, bajezas, y exorbitancias. Que habian de hacer los pobres indios que veian tal remuneracion de los servicios de sus manos sino emplearlos en las armas acudiendo de presto a ellas y dando sobre los españoles, como toros agarrachando, braveando con tal furia, que parecia los

querian desmenuzar entre los dientes, como a hombres aleves y fementidos, que con tales halagos y trapazas les llevaban sus mujeres, hijos y parientes. Lo que resultó desta bonica hazaña de los españoles fué el quedar los indios tan escandalizados, que hasta hoi están de guerra; y el haber salido muchos dellos en balsas grandes de madera a correr la costa de la tierra firme dando aviso de las mañas de los españoles, para que se guardasen dellos como de hombres facinerosos y embaucadores: que no poca impresion hizo en los ánimos de todos los naturales de aquellas tierras.

En este interin llegaron los españoles de la galera al puerto de Concepcion, con el refresco tan bien recebido cuanto deseado aunque por alguna mescla de desabrimiento del gobernador así por los siete españoles que venian ménos, como por ver los indios que traian presos sin culpa suya: a los cuales quisiera luego restituir a sus tierras, y trató de ponerlo en ejecucion aunque se fué refriando, de suerte que dentro de tres dias quedó puesto en olvido como las demas cosas. Con esto se acabó de dar asiento a esta ciudad la cual está en 33 grados; cuyos primeros pobladores fueron don Cristobal de la Cueva el capitan Diego Oro, Juan de Cabrera; Bernardino de Mella; Hernando Ortiz de Caravantes, Hernan Perez, Diego Diaz y Luis de Toledo, los cuales tomaron posesion de las encomiendas de indios que el gobernador repartió entre ellos; ultra de otros hijosdalgo que tuvieron encomiendas, como fué Lope de Landa, Ortun Jimenez, Hernando de Guelva, y otros pobladores.

Tiene esta ciudad una hermosa comarca de quince leguas, es fertilísima, y mui llena de manantiales y rios; la bahía de mar es mui aparejada para pesquería, y dice el autor que vió por sus ojos echar la red, i sacar de solo un lance tres mil lizas de a ocho, y mas libras cada una. Es admirable puerto el desta bahía y mui capaz para un grueso número de naos, de las cuales se hacen algunas en aqueste lugar por haber gran aparejo de madera mui a propósito para esto. Cójese en esta tierra mucho vino y trigo, y muchas frutas, así le las traidas en semilla de España, como de las de la tierra: habia en esta comarca. . . . arriba de cien mil indios cuando se pobló, y al tiempo que esto se escribe, no hai diez mil, por los buenos tratamientos que los españoles les hacen, y las continuas guerras de la comarca. Despues acá se han ido juntando ciudades en toda la tierra de suerte que esta ciudad está en medio del reino, por lo cual se asentó en ella la audiencia real cuando la hubo en este reino, aunque despues se ha quitado de todo él. Ha sido esta ciudad mui desgraciada como se verá en el discurso de la historia, y nunca le han faltado guerras, estando hasta hoi en frontera de enemigos, siendo solos ciento y cincuenta españoles pocos mas o ménos los que en ella reciden de ordinario.

CAPITULO XXXIII.

De una famosa batalla que los indios araucanos y tucapelinos dieron a los españoles viniendo sobre la ciudad de la Concepcion.

Con la aspereza y rigor del invierno que por la mucha altura de la tierra es mui lluvioso; habia cesado el edificio del fuerte de la Concepcion; pero luego que entró el verano dió traza el gobernador en que se prosiguiese, ordenando que los españoles con sus manos trabajasen ayudándose de los yanaconas de servicio, y de algunos indios comarcanos que venian de paz aunque finjidamente y así en breve tiempo se acabó la obra que es mui necesaria para la defensa de aquella tierra.

Viéndose los indios de todo el distrito en sujecion tan inusitada en su patria no podian sosegarse ni contentarse hasta echar fuera a los españoles. Y para esto trataron mui despacio del negocio con los indios de Tucapel, y Arauco, comunicándoles sus intentos; y todos a una concordaron en que en ninguna manera convenia dejar arraigarse allí los españoles, sino querian verse toda la vida esclavos suyos, y aun peores. Con este acuerdo se juntaron mas de cien mil hombres, y como ya conocian a los españoles que no eran cosa del otro mundo, sino hombres mortales como ellos; iban tomando cada dia experiencia de como se habian de haber con ellos; y así pusiéronse en ejército, mui en órden, distribuyéndolo en cinco escuadrones de jente valerosa mui bien armada, y a punto de pelea. Y desta suerte salieron todos a una marchando por aquel campo con tanta órden que era espectáculo no ménos vistoso que espantable, porque demas del grueso número de jente ordenada y el rumor de sus instrumentos de guerra, a cuyo son iban marchando, habia mucho que ver en las armas, en cuyas puntas de cobre reverberaba el sol, i no ménos lucian los penachos que traian en las cabezas, pues tos en las cimeras. Luego que los españoles sintieron su venida, trataron de ponerse en defensa, aprestando lo primero unas piezas de campo que tenian en el fuerte, y despues desto se pusieron los mas de los españoles a caballo, haciendo los de apié una manga de arcabuceros; todos los cuales estaban dentro de la fortaleza, sin salir hombre della segun el órden del gobernador.

Ya que los enemigos llegaban cerca del pueblo echaron por delante cinco mil indios lijeros que a todo correr precedieron el ejército, haciendo ímpetu sobre la ciudad con grande voceria y lluvia de piedras, y flechas que volaban por el aire, y habiendo hecho este acometimiento llegó poco despues el ejército mui en órden viniendo los tenientes en la vanguardia quedando los capitanes en la retaguardia, y el jeneral el último de todos, para mejor gobernar su campo, y tambien por detener a los que quisiesen volver el pié atras si sucediese ir de vencida. Apénas hubieron llegado a la ciudad cuando pusieron cerco a la fortaleza, combatiéndola por todas partes; pero como no tenian piezas, ni escalaban las murallas, era todo como echar armas al aire, y asi los es

pañoles sin jénero de riesgo, peleaban a su salvo; y aunque el maestre de campo, y teniente de jeneral dijeron al gobernador que su señoría mirase que era grande infamia de los españoles pelear desde dentro en lo cual daban muestra de flaqueza, y ocasion a los enemigos de cobrar mas brios; con todo eso no quiso el gobernador que saliese hombre pareciéndole que los enemigos estaban mui industriosos, y el peligro era evidente. Desta manera anduvo la pelea un rato con grande esfuerzo de ambas partes: estando muchos españoles con tanta inquietud que les comian los piés por salir a lo raso, y mui en particular sentia estos estímulos el teniente jeneral Jerónimo de Alderete el cual no aguardando licencia del gobernador salió de tropel con su escuadra de a caballo, y dió con gran ímpetu en los enemigos. Viendo el gobernador el punto en que el negocio estaba, y que ya era forzoso el salir, mandó que todos hiciesen lo mesmo, dándoles ejemplos con tomar él la delantera y siguiéndole los demas con varonil esfuerzo, ánimo y coraje: entónces los enemigos prevenidos ya en lo que habian de hacer en cada coyuntura, cerraron sus escuadrones apeñuscándose los piqueros, y calando las picas, de suerte que los de a caballo no pudiesen desbaratarlos, y desta manera hacian mucho daño a los caballos con poco detrimento suyo. Viendo el gobernador que ya esto era demasiado saber para bárbaros, mandó que la jente de a caballo se hiciese afuera, y que se jugase la artillería, y los arcabuceros diesen una rociada a los enemigos lo cual se ejecutó al punto. Recibieron mucho daño los enemigos en este lance, pero no por eso se desviaron de sus puestos por no desbaratar los escuadrones; lo cual dió ocasion a los nuestros, para tornar a cargar las escopetas, y artillería, y tirar a su salvo contentándose los indios con tener su ejército concertado, pareciéndoles que todo el negocio estaba en esto: hasta que viendo ya su barbaridad desampararon sus puestos, y anduvieron en caracol desatinados de tanta arcabuceria; sintiendo esto los españoles dieron sobre ellos, y pelearon largo rato con lastimosa matanza de los bárbaros hasta que ya ellos echaron de ver su perdicion; y no pudiendo resistir el ímpetu de los cristianos volvieron las espaldas todos a una, y dieron a huir por aquellas quebradas, y caminos ásperos que hai en aquella tierra, de suerte que no los pudiesen seguir los de a caballo, pero con todo eso los pocos de apié juntos con los indios amigos, que traian con el jeneral Michimalongo dieron tras ellos, y les fueron haciendo mucho daño de suerte que el camino estaba regado de su sangre; y ocupado de cuerpos muertos, ultra de los muchos que habian caido en la batalla sin las heridas que eran tantas, que iba tinto en sangre un pequeño rio que corre por la ciudad.

No se puede imajinar el espectáculo horrendo que hubo aqueste dia; donde el crujir de las hondas, volar de las flechas, llover de los dardos entre las muchas piedras que caian, y el relumbrar de los aceros, y puntas de cobre, ponia espanto y pavor a los que lo miraban, y no menos el ver el bravoso brio con que se daban fieros golpes de ámbas partes. Finalmente con la invocacion de nuestro Criador, y su gloriosa

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