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De esta suerte anduvieron estos pobrecillos aturdidos sin ver por donde andaban, hasta que aclaró el dia que les mostró su perdicion, pues estaba el rio tinto en sangre. A este tiempo acabaron los españoles de cojer a las manos algunos dellos que estaban vivos, y hacian en ellos crueldades indignas de cristianos, cortando a unos las manos; a otros los pies; a otros las narices y oreja, y carrillos; y aun a las mujeres cortaban los pechos, y daban con los niños por aquellos suelos sin piedad; y hubo indio que habiéndose defendido largo tiempo peleando como un Hector hasta ser rendido finalmente, y preso, vino a manos del teniente jeneral, el cual mandó a un negro suyo que le partiese por medio del cuerpo como habia hecho a otros, y diciéndole el esclavo al indio que se bajase, él se puso a recebir el golpe y estuvo tan sesgo, y sin muestra de sentimiento ni jemido como si diera en la pared, con ser tal el golpe que le dió por medio de los lomos con una espada ancha que a cersen cortó por medio el cuerpo haciendo dos del; las cuales crueldades ni eran para manos de cristianos, ni tampoco merecidas de los indios, pues hasta entónces no habian cometido delito en defender sus tierras, ni quebrantaban alguna lei que hubiesen recebido. El capitan destos miserables indios se llamaba Ulliaipangue, el cual pereció con los demas, haciéndose todo esto a vista de los españoles que con el jeneral estaban a la otra parte del rio; al cual presto se volvierom los que habian habido la victoria, siguiendo los mesmos pasos por donde habian ido hasta llegar a sus tiendas, donde tuvieron algun tiempo de descanso.

CAPITULO XXXVI.

Del descubrimiento del valle de Marquina donde hubo una memorable batalla.

Pareciéndole al gobernador Valdivia que allí no habia mas que hacer echó con su campo por otro rumbo, guiándolos el indio Aliacan hasta ponerlos en el valle de Marquina cuya vista les dió gran contento, con su fertilidad, poblacion, y abundancia de aguas que por él corrian tan claras y dulces que manifestaban el rico oro que tan cerca de allí criaba el rio que hoi se llama de la Madre de Dios; corre por este valle un rio en el cual van entrando otros con que se hace mui caudaloso en cuyas riberas habia grande suma de pueblos, y sementeras. Allí asentó el gobernador su campo con determinacion de descansar algunos dias, como lo hizo, edificando algunos aposentos de paja y ramadas en que se alojó toda la jente. Luego el dia siguiente mandó el gobernador que todos saliesen a correr aquella tierra, y buscasen mantenimientos, pues los habia en abundancia, y los indios naturales no querian traerlos, y juntamente mandó que se hiciese esto escusando todo lo posible el hacer mal a los indios contentándose cada uno con lo moderado y aun quitando algo de lo que parecia necesario. Mandó tambien que al indio Aliacan se le diese una compañía de indios amigos yanaconas para que fuese a buscar a la india que era su

dama a lo que fué como aquel que sabia bien la tierra, y donde la habia de hallar, como en efecto la halló, y trajo delante del gobernador tan agraciada como él la habia pintado; mas como su padre la viese sacar por fuerza de su casa, y delante del gobernador alegando de su derecho, ponderó la injusticia que se le hacia, en quitarle su hija, pues él no habia cometido delito, y por mas que Valdivia procuró aplacarle, no se satisfacia ántes con toda su barbaridad le dijo estas palabras.

Mira, señor capitan, pues eres tan recto que tu fama ha llegado por acá de que vienes publicando que no harás daño a los que estamos en estas tierras, ántes nos desharás los agravios hechos por otros; no sé como cuadra con esto el quitarme a mi hija sin haberte ofendido ella ni sus padres. Mira, que soi indio estimado y rico, y ese indio a quien tu la das no es para ella pues no es su igual y si le deseas gratificar el haberte guiado por los caminos págaselo de tu hacienda, y no con deshonra mia, y si quieres saber quien es ese indio y cuanta razon tengo de no dalle la lumbre de mis ojos, echarlo has de ver en la traicion que ha hecho de ir contra su patria en haberte buscado, y traido contra ella, y siendo ese un hombre tan infame, no es razon que se le dé por mujer la hija de Antonabal que soi yo a quien obedece toda esta tierra. Entonces el gobernador se profirió a satisfacerle saliendo a la paga de su hija, y rogándole que lo tuviese por bien pues él era el casamentero, en lo cual el indio desposado cobraba honra, i él no la perdia. Viendo el Antonabal que no podia hacer otra cosa se fué mui desconsolado de ver su hija en poder de quien él no quisiera sin poder remediarlo.

Poco despues llegó la jente que habia ido a recojer mantenimientos con grande abundancia de ellos; con la cual lo pasaron bien algunos dias. Mas para determinar hácia que lugar se habia de tomar el camino envió el gobernador a su lugar teniente con cincuenta españoles de a caballo que pasasen unos cerros altos que estaban sobre la mar llenos de arboleda, y que descubriese lo que habia de la otra banda, porque segun la fama era tierra mui buena. Fué a ello el teniente jeneral, y halló una comarca, mui fértil, llana, y desembarazada de montaña, y de mas de veinte mil moradores que estaban en espacio de seis leguas de que no poco se satisficieron todos, especialmente por ver en ella mui buenas i lucidas casas y las sementeras, todas cerca de la marina y a la ribera de un hermoso rio que era el de Tolten que tiene allí su boca a la mar donde todas estas jentes tenian sus pesquerias.

Al tiempo que el teniente jeneral entró en esta tierra de Tolten le salieron al paso mas de doce mil indios en escuadrones puestos en órden de guerra y los cuales le acometieron animosamente dándole batalla campal con grande ostentacion de sus brios.

Mas con todo eso fueron tanto mayores los de aquellos pocos españoles con quien peleaban, que hubieron los indios de ir de vencida con pérdida de doscientos de los suyos. Entónces el teniente que iba por capitan, dió muchas gracias a nuestro señor viendo que con tan pocos

españoles habia vencido a tantos enemigos. Con todo eso los bárbaros aunque iban desbaratados tuvieron lugar de cautivar un cautivo negro que era esclavo de un soldado español llamado Francisco Duarte ; a este echaron mano con mas codicia que a otros porque les pareció cosa monstruosa, y teniendo duda, si el color era natural, o postizo, no hacian sino lavarlo, y rasparlo para ver si podian quitar la negrura; como tambien lo intentaron con otro negro los indios de Mapuche, y los paramocaes. Mas como vieron que no habia remedio de quitarle aquella color lo enviaron libremente a los españoles no queriendo irritarlos contra sí, ántes quedando escarmentados acudieron el dia siguiente a dar la paz trayendo mui gran suma de ovejas, pescado, maiz y otras cosas de mantenimientos de lo que en su tierra habia. Fué tan de veras esta paz que fundaron, que habiendo ya cuarenta y mas años que no falta guerra en este reino, con todo eso han sustentado estos la amistad a los españoles sin haber jamas intentado cosa en contrario, lo cual ha sido de estimar en mucho por ser jente rica: cuyos caciques y señores son poderosos, y valientes. Fué tanto el regocijo que recibió el teniente jeneral Alderete, en ver así la lindeza de la tierra, como firmeza de la paz: que propuso luego de pedirla para sí al gobernador, para fundar allí su vecindad y encomienda, como en efecto se hizo ; concediéndosela con liberalidad, y amor. De suerte que cuando Alderete murió dejó dos encomiendas de indios, en este reino, la una en la ciudad de Santiago, y la otra en la ciudad Imperial, que es la de estos indios; las cuales heredó doña Esperanza de Rueda su mujer, y le valian ambos veinte mil pesos de renta cada año, pero han venido en tanta disminucion que no valen al presente los tributos mas de tres mil pesos al año; y a este paso va todo lo demas de suerte que ha venido el negocio a tanta miseria que lo lastan agora los hijos de los que ganaron la tierra con tanto estremo que hai muchas huérfanas hijas de conquistadores, y descubridores del reino que andan a buscar de comer por casas ajenas y sirviendo a los que en España estaban por nacer cuando los pobres hombres andaban descubriendo, y conquistando estos reinos por muchos años, y con muchos trabajos derramando

su sangre.

Mas todo esto no es sin disposicion divina, pues Alá en la divina escriptura a cada paso amenaza con semejantes calamidades a los que atesoran por medios tan desordenados, pues dice claramente: sembrareis vuestras sementeras, y gozarlas han vuestros enemigos, y en otra parte dice: comieron los estraños su substancia.

CAPITULO XXXVII.

De la llegada del jeneral Francisco de Villagran a Chile. Y de la batalla que hubo en Marquina entre Valdivia y los indios de aqueste valle.

En tanto que el gobernador andaba en este descubrimiento, estaba Francisco de Villagran con mas de doscientos hombres que traia del

Perú alojado en el valle de Cuyo, donde se le quemaron las casas, y hacienda, como se dijo. I por no tener certidumbre de la muerte del gobernador Valdivia envió al capitan Diego Maldonado con doce hombres, que fuesen a la ciudad de Santiago a informarse de lo que habia, y volver sin detenerse, con la respuesta. Estos anduvieron algunas jornadas en que pasaron un helado páramo de la gran cordillera donde se vieron en gran peligro por el excesivo frio, y no mucho reparo de vestidos, por habérseles quemado todos, y con falta de la comida necesaria para pasar tales trabajos. En fin llegaron a Santiago, donde fueron mui bien recibidos de toda la ciudad proveyéndoles luego de ropas de lienzo, paños, seda, y lo demas necesario para vestirse honrosamente, acudiendo a todo esto Jerónimo de Alderete que no habia salido al descubrimiento de que hemos tratado; pero en lo que era dar vuelta a su jeneral Villagran los doce que habian venido no quiso Alderete darles licencia por entónces hasta dar aviso al gobernador, como lo hizo. Recibió Valdivia esta nueva en la ciudad de la Concepcion, y luego despachó un mensajero con cartas para Alderete en que le mandaba no volviesen los doce a pasar la cordillera, sino que se viniesen donde él estaba, pues para dar respuesta al jeneral Francisco de Villagran bastaban indios con cartas; las cuales escribió el mismo gobernador, para que se viniese luego a la ciudad de Santiago. En tanto que se le llevaba esta órden a Villagran; partió Alderete de la ciudad llevando consigo al capitan Diego Maldonado, i a los doce que con él vinieron a la ciudad de la Concepcion; donde fueron recebidos del gobernador con gran benevolencia y mui en particular al capitan Diego Maldonado de quien se informó el gobernador de todo el ejército que Villagran traia, y lo demas concerniente a esto. I pareciéndole que ya habria llegado a la ciudad de Santiago le escribió prosiguiese el viaje con toda su jente para ayudarle en aquel descubrimiento que iba haciendo.

Este mandato recibió el jeneral en Santiago, y en cumplimiento del se partió luego en busca del gobernador, sin parar en su viaje hasta que le dió alcance en el valle de Marquina que es el lugar donde la historia llega. Fué Villagran mui bien recebido, y agasajado del gobernador, y los que con él estaban, y en premio de los servicios que habia hecho a su majestad en este reino a los cuales acumulaba el presente trabajo de la ida, y vuelta del Perú a traer jente, le dió el gobernador una encomienda de indios que son los de todos los pueblos que hai entre el rio Tolten y Cauten la cual tierra por estar entre dos rios llamaron la isla de Villagran. Habia en ella cuando se le encomendó pasados de treinta mil indios, que le tributaban, y así llegaba la renta a cien mil pesos. Habia dejado Villagran su jente en la ciudad Imperial adelantándose él para verse con el gobernador en Marquina, y entender su voluntad cerca de la disposicion de su ejército ; y el gobernador habiéndole dado esta encomienda mandó que lo trujese a Marquina, donde estaba. En este tiempo andaban los indios

deste valle dando traza secretamente en volver por su libertad, tomando armas contra los españoles, que se la defraudaban. I vinieron a tener su ejército aprestado el dia que Villagran se partió de donde el gobernador estaba, a la ciudad Imperial dos horas ántes de la noche.

Apenas se habia Villagran despedido que Valdivia se sentó a cenar en una ramada de mui frescas yerbas adornada con odoríferas y hermosas flores de deleitable flagrancia, y suavidad, que convidaba a estar el hombre mui metido en lo presente sin cuidado de otra cosa cuando a lo mejor de la cena se derramaron todos los solaces, apareciendo una multitud de indios de guerra a vista de la ramada, y se fueron llegando poco a poco sin demostracion alguna de enemistad, ni estrépito de armas hasta entrarse por nuestro campo, sin ser sentidos sus intentos, y disimuladamente fueron cojiendo la ropa, de lienzo que estaba puesta a enjugar allí cerca. Comenzaron entónces los nuestros a conocer que eran enemigos, y tocando a gran priesa al arma, salió con gran brevedad jente de a caballo, y dando tras los bárbaros con toda furia. Ellos que nunca habian visto jente acaballo quedaron atónitos, y mucho mas con el estupendo ruido de los piés de los caballos que iban corriendo con gran velocidad, y fué tanto su espanto que todos a una volvieron las espaldas encomendándose a la lijereza de sus piés, y fueron a todo correr tan despulsados, que iban dejando las armas por el camino, por ir mas lijeros, hasta que llegaron a dar con un grande ejército de indios que venian a socorrerlos mui en órden con diversas especies de armas, mui lucidas y nocivas para los nuestros. Pero apénas vieron venir para sí a los españoles a caballo con aquel tropel y brios cuando repentinamente dieron a huir con los demas que iban ya huyendo, imitándolos en ir sembrando armas por el camino, en tanta cantidad que eran estorbo al curso de los caballos. Pudo tanto en ellos el espanto que a todo correr iban ciegos, sin ver a donde; hasta venir a dar en una barranca que caia sobre un rio; la cual tenia diez estados de alto, y con el grande ímpetu que traian iban cayendo por allí abajo, unos por venir ciegos, y otros compelidos de la multitud de jente que venia detras, de suerte que al caerse iban encontrando los cuerpos en el aire donde se quebraban piernas, brazos, cabezas, y otros miembros, cayendo no pocos al rio donde se ahogaron. No contentos con esta miseria los españoles, iban alanceando los que alcanzaban sin perdonar a hombre, y mataran muchos mas sino fuera porque entónces, cerró la noche, y les convino irse recojiendo. Serian los indios que vinieron a este asalto, cosa de treinta mil; de los cuales murieron en la refriega hasta dos mil y quinientos, sin que de nuestra banda recibiesc hombre detrimento alguno. El jeneral del ejército destos bárbaros se llamaba Netical, y vonian por candillos Yaiquotasque, Yatoca, Guenchoalieno, Liques, Aivequetal, Mapolican, y otros muchos de grandes fuerzas y brios. Fué el dia en que se ganó esta victoria un juéves, y el año era el de mil y quinientos y cincuenta y uno.

Dentro de treinta dias que esto habia sucedido llegó a Marquina Je

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