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escrutinio sobre el caso, descubriendo de raiz el motin que se tramaba. Para esto mandó que se trajesen allí ante él ocho caciques cuyos nombres eran Guaito, Pangue, Lincuo, Guaicha, Paineli, Renque, Llaipo, Toraquin, Millanque, a los cuales examinó con gran cuidado, dándoles un cruel tormento, que fué ponerlos sobre muchas brasas, tendidas por el suelo, amonestándoles primero que dijesen verdad si querian escusar aquel dolor tan intenso. Pero son los indios de este reino tan hombres en sus cosas, que ni por esas ni por esotras quisieron declarar cosa delante de aquel caudillo. No fué menor el tormento que don Francisco Ponce de Leon dió a un indio de su repartimiento, que era de la provincia de Nivico, donde él a la sazon residia y fué que hizo derretir mucha manteca, y atando al indio de piés y manos, le mandó asperjar con un hisopo empapado en ella, cuyo ardor fué tan eficaz, que el desventurado indio murió en el tormento, sin haberle hombre sacado palabra de todo cuanto se le preguntaba. No sé qué me diga acerca destos hechos, pues otros de no mayor impiedad, tienen nombre de crueldades entre los antiguos, no siendo cristianos: como el de Quinto Mucio Sévola, que hizo quemar nueve senadores; y el de Tiberio tercero, que a un pescador que dió una mula, sin jénero de malicia, a otra persona que le maquinaba cierto enredo, hizo refregar el rostro con los mesmos peces que sacaba. Con toda esta entereza de los indios, tuvo maña Valdivia para descubrir por el rostro el alzamiento, estando él en la ciudad de la Concepcion, con no poco regocijo de la grande riqueza de aquellas minas, que se acababan de descubrir. Mas como sea maña antigua de la fortuna no dar larga rienda al placer, sin acudir presto a echar en todo algun azar; con que se vuelva amarga la dulzura; dió al gobernador aqueste tártago, que no fué pequeño, el verlo que se tramaba al cabo de tantas guerras, y trabajos, cuando ya se comenzaba a gustar de los efectos dellos. Derramó esta triste nueva los solaces, de manera que el gobernador salió con solos quince hombres de a caballo, de los cuales fué uno don Pedro de Lovera, de cuyos papeles saqué esta historia; y no quiso Valdivia sacar mas jente, por dejar la ciudad con fuerza, y tambien por tener muchos soldados en las tres casas fuertes, y en la tierra de las minas, de los cuales se pensaba ayudar para la guerra.

Estando, pues, el gobernador cenando dos horas antes de la noche para partirse llegó el comisario jeneral frai Martin de Robleda de la órden de San Francisco, que era recien llegado de España, y el primero que entró en este reino ; al cual pidió Valdivia su bendicion despidiéndose de él no con poca ternura de los dos, y con esto se partió con propósito de ir a la casa fuerte de Arauco; aunque perdiendo el camino con la obscuridad de la noche, llegó al cuarto del alba a las minas; donde estaban cuarenta españoles de a caballo haciendo escolta al oro que se sacaba; por haber en aquel asiento mas de veinte mil indios. Mas como los españoles llegaron allí a ver al gobernador; y saber la causa de su venida y entendieron ser tan infelice, y peligrosa comenzaron a

temer viendo que se queria partir luego dejándolos allí entre tanta jente bárbara en tiempo de alzamiento, y así le hicieron instancia que se detuviese hasta edificar allí un fuerte donde se recojiesen los mineros y soldados en caso de necesidad. Condescendió Valdivia con ellos, quedándose allí por espacio de ocho dias; en los cuales se fabricó una fortaleza y en el ínterin ordenó que se diese mandato a los españoles que estaban en diversos puestos, para que acudiesen algunos allí a estarse en aquella fuerza, y otros a la casa fuerte de Tucapel; a donde pensaba partirse luego con su jente. Aquella mesma mañana en que llegó a las minas trajo el mayordomo del gobernador llamado Rodrigo Volante, una fuente de plata con seis libras de oro en polvo, y se la puso delante diciéndole que aquel oro habian sacado sus indios el dia ántes, y que cada dia le sacaban otro tanto; por otra parte, le trajeron una hermosa fuente llena de diversas conservas, mas él estaba tan amargo, que ni lo primero le alegró el corazon, ni lo segundo endulzó el gusto, ántes mirando el oro dijo: yo alabo aquel que tal cria, y con esto mandó quitarle de delante; pues era tiempo de tomar las armas, y no de cobdicia de riquezas, y de las conservas tomó una tajada de diacitron, el cual al parecer se le atravesó en la garganta, donde parecia tener un nudo que lo impedia. Habiendo estado aquí ocho dias salió con veinte españoles, de los que en las minas estaban, quedando los demas en la fuerza; y con estos fué caminando a Tucapel, en cuyo camino se le juntaba alguna jente hasta que se vió con sesenta españoles, contando entre ellos sus criados. Iban allí algunos caballeros, y muchos hijosdalgos, como eran el capitan Diego Oro; el capitan Francisco Gutierrez Altamirano; Pedro de Valdivia; Juan de Lomas; Antonio de Bobadilla; Juan de Villarroel, y otros valerosos soldados. Con estos llegó aquella noche a dormir a un lebo, y república que se dice Labalebo, de donde envió seis corredores con Antonio de Bobadilla su caballerizo, para que fuesen descubriendo el campo, mandándoles que volvicsen allí aquella noche, mas como amaneciese, y no hubiesen acudido al real, tuvo mala sospecha de lo que podia ser, y echando como dicen, la soga atras el caldero despachó otros seis con el capitan Diego Oro, pero ni los unos ni los otros volvieron. I fué el caso que los primeros seis corredores, y al mejor tiempo que iban su camino, sin hallar, casa que les estorbase se hallaron repentinamente cercados por todas partes de enemigos, sin poder volver atras, ni pasar adelante, y así fueron forzados a pelear, hasta que descansados y heridos, y muertos los caballos murieron todos sin escaparse alguno que volviese a dar la nueva; y como los otros seis no sabian el mal suceso dieron ellos en la mesma fosa, de suerte que tampoco escapó hombre de ellos, habiendo peleado tan varonilmente, los unos y los otros que dejaron el campo sembrado de cuerpos muertos haciendo gran matanza en los enemigos como despues se supo afirmándolo los yanacoras, que llevaban en su servicio de los cuales escaparon algunos.

CAPITULO XLIII.

De la memorable batalla de Tucapel entre Caupolican y Valdivia; donde murió él con todo su ejército, haciéndole traicion el famosísimo indio Lautaro.

ΕΙ paso mas lastimoso que me parece hai eneste libro es este donde la historia agora llega: pues se escribe en este capítulo la desastrada muerte de uno de los mas valerosos capitanes de nuestro siglo, y conquistador de todo Chile; cuyo suceso, hace se me caigan las manos de compasion en tal extremo, que estaba por no prolongar el capítulo mas que lo que el mesmo título significa. Pero por ser cosa tan circunstancionada de muchos puntos tan notables como el principal de que se trata, no quiero perder punto de los que deben apuntarse siguiendo el hilo hasta dar en el extremo donde está añudado. Siendo, pues, tan demasiada la tardanza de los unos, y otros corredores, que corrió el sol en el interior un hemisferio entero y se asomaba ya por cima de los collados a vista del desventurado ejército, causó a Valdivia tantas nubes en el corazon cuanto resplandor, y alegría a la mesma tierra en cuyas yerbas y plantas esparcía sus rayos abriéndose un dia mui fecundo. Entónces intentó Valdivia volverse a la casa fuerte de Arauco, sospechando el lazo que estaba tendido en el camino, como hombre experimentado en topar muchos lances y romper muchas lanzas. Mas como algunos de los suyos fuesen hombres de poca edad, recien venidos de Europa de no ménos fervorosa que noble sangre, deseaban ocasion en que estrellarse, para mostrar sus bríos y ganar fama; y así procuraron animar al gobernador, diciéndole: aquí estamos nosotros en servicio de vuestra señoría: y en particular el capitan Martin Gutierrez de Altamirano le habló algunas palabras para incitarle a pasar adelante, representándole entre otras razones el manifiesto riesgo de la jente que habia mandado le acudiese de la Imperial, que debia ya estar cerca, y daria de improviso en manos de los rebelados. No fué menester mas de media palabra para que Valdivia subiese luego en el caballo, como hombre que jamas habia mostrado rastro de pusilanimidad, ni queria hacer cosa que se le atribuyese a ella: y así les dijo brevemente: señores mios; la causa que me movia a intentar la vuelta hágoles saber, que no es cobardía ni temor, pues en mi vida me lo puso la demasiada fuerza de adversarios pues como todos saben me suelo arrojar entre mui grandes huestes de ellos, sin que me impida su mucha fuerza, ni la poca jente de mi parte. Mas parecíame a mí agora, que el hacer alto en la casa de Arauco para convocar suficiente número de soldados, y ordenar el ejército segun la oportunidad lo pide, fuera cosa expediente, y acertada para dar mas al seguro sobre los indios, que ya no son los que solian : eran ántes conquistados y acometidos, y agora son agresores. Mas, pues, vuestras mercedes son de otro parecer no hai qué dilatarlo un punto: pues el llevarme a la guerra es encaminarme a mi centro: y ha dias que no peleo. Por tanto caminemos luego que

: pues rebelados y

para

aunque estoi viejo, soi Valdivia: y no deje de ser Valdivia aunque soi viejo. Apenas hubieron caminado dos tiros de arcabuz cuando toparon a un indio yanacona mui despavorido y cansado, que les dió la triste nueva de la muerte de los corredores por haber él ido en su servicio; y juntamente un indio llamado Agustin de mucha razon, y experiencia que servia a Valdivia desde el Perú, y le amaba tiernamente se incó de rodillas delante de él pidiéndole con muchas lágrimas que retrocediese, porque los indios que le esperaban eran innumerables, y mui bien aderezados, y resueltos en morir o vencer, haciendo en ello lo último de potencia. Pero ningunas palabras pudieron ser tan eficaces, como aquellas que clavándole el corazon, le habian motejado de hombre poco determinado; por las cuales rompiera con todo el mundo ántes que volver el pié atras un solo instante.

A poco trecho que hubieron caminado se hallaron en un sitio lleno de arboleda por ámbas bandas del camino, y no ménos de indios belicosos, emboscados en ella: aunque es difícil determinar si las matas cubrian a los indios, o los indios a las mesmas matas: ni tampoco es mas fácil de resolver cual de los dos números llegó a ser mas copioso el de las matas, o el de las matanzas. Pero por mas jente que via el gobernador no interrumpió su viaje, como quien no hacia caso de ellos; los cuales con no menor astucia se fueron retirando y cebando a los españoles hasta llegar al sitio donde estaba todo el ejército con disposicion como de jente que habia trazado sus cosas mui despacio. Eran los indios que se hallaron juntos aquel dia poco ménos que aquellos que llevó Vectiges rei de los godos, cuando fué a dar batalla a los romanos: pues (segun Volaterrano) eran doscientos mil los que llevaba: y los de Caupolican pasaban de ciento y cincuenta mil, que aunque no eran godos eran valerosos araucanos.

Estando los dos ejércitos frente a frente a pique de arremeter de ámbas partes se apeó el gobernador, postrándose en tierra en voz alta con hartas lágrimas profesando y haciendo protestacion de nuestra santa fé católica, y suplicando a nuestro señor le perdonase sus pecados y favoreciese en aquel encuentro interponiendo a su gloriosa madre, y diciendo otras palabras con mucha devocion, y ternura, como lo hizo el rei Josafá, cuando vinieron contra él los moavitas y amonitas con opulentos escuadrones, que segun dice el texto sagrado convirtió todo su corazon a Dios, diciendo: si vinieren sobre nosotros todos los males el cuchillo del juicio, la pestilencia, y hambre estaremos firmes en el acatamiento del Señor, invocando sin cesar su santo nombre, y acojiéndonos a él en nuestras tribulaciones. Hecho esto ordenó que saliesen veinte de a caballo a un escuadron donde estaban veinte mil indios que salia a mil indios por un español; estos tenian gran suma de piquería por entre la cual rompian los de a caballo saliendo de la otra parte del escuadron, y revolviendo luego sobre el mismo sin que dejasen de quedar algunos tendidos en estos encuentros. Y era cosa de ver que aun no habia bien caido el hombre en el suelo cuando ya estaba sobre él gran multitud

de indios que acudian a porfia a ver quien podia cortarle la cabeza. Al mesmo tenor tornó Valdivia a enviar otros veinte hombres por el otro lado; a los cuales sucedió lo mesmo que a los primeros que mataban, y morian ganando los indios siempre tierra. Viendo el gobernador el pleito mal parado procuró animar al resto de su jente entrándose con ella entre las grandes huestes, donde por gran espacio de tiempo anduvo la refriega sangrienta sin cesar de morir jente de ámbas partes. Pero como la fuerza del sol iba creciendo, y refrescándose los enemigos, quiero decir entrando siempre jente de refresco, comenzaron a desmayar los pocos españoles que quedaban, de suerte que ya la victoria casi estaba por de los indios. Entónces el gobernador se hizo afuera con los españoles, y en dos palabras les dijo razones de mucha substancia esforzándolos con tanto valor y demostracion de ánimo y esperanza, que los nuestros sacaron mas socorro, y refresco de sus mesmos ánimos, que los indios de la jente que para ello tenian diputada. Y asi acudiendo con nuevo impetu se estrellaron tanto en los indios que les hicieron perder todo el sitio de la batalla sin quedar en él hombre de su bando fuera de los muertos a quienes iban derribando los españoles.

A este tiempo se envistió un espíritu, no sé como le llame; pero no se puede dejar de presumir haber sido extraordinariamente pernicioso, pues ha sido total causa de que en mas de cuarenta años continuos nunca haya faltado guerra dentro de Chile: cosa que dudo haber sucedido en el mundo; pues dentro de un mismo reino, y en unos mesmos sitios conservarse tanto tiempo, y con tal teson la guerra, que un punto no haya de quietud (excepto un año poco mas en que allanó la tierra don Garcia de Mendoza) cosa es cierto que dudo estar escrita, en historia alguna antigua ni moderna. Digo, pues, que se revistió este espíritu en un indio llamado Lautaro, que era caballerizo de Valdivia, y actualmente le tenia los caballos que remudaba: este ha sido la total destruccion de Chile: este la causa de tantas mortandades, que deben de pasar de dos millones: este la ocasion de que se hallan perdido tantas almas, así de los indios que eran ya cristianos y murieron como bárbaros, como de los que van naciendo, y se quedan en su infidelidad sin recebir el santo bautismo: este el que viendo el suceso de la batalla en tal punto se pasó a la banda de los indios sus coterraneos, i dando una voz, les dijo desta manera. ¿Qué cobardía es esta valerosos araucanos? ¿qué infamia de nuestra tierra? que oprobio de nuestra nacion? qué dirán los que supieren que de cuatro hombres medios muertos vais huyendo ciento i cincuenta mil esforzadísimos soldados? Ya veis que hasta ahora he estado de parte de los españoles, i no pensaba mudar propósito, si viera que iban vencidos, aunque muriera yo entre ellos, o ya que vencieran fuera a otros tantos como ellos, o poco mas o a lo menos no tantos como vosotros: pero que una infinidad de araucanos se rindan a unos hombres tan desmayados, y pocos en número; esta es como una afrenta, y aun mas que ignominia del nombre araucano, y que redunda en mi, que soi uno de los des

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