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gocios de importancia dejando en su lugar a Francisco de Herrera Sotomayor, el cual procedió con gran prudencia mostrándose hombre idóneo para cualquier negocio de momento.

CAPITULO LIII.

De como el capitan Juan de Alvarado reedificó la ciudad de la Concepcion.

No fué vano el recelo de Francisco de Villagran sobre la pretension que habia de tener Aguirre de su oficio en volviendo la cabeza. Porque en efecto se puso a ello tan de veras, que intentó entrarse de hecho en la ciudad de Santiago para aposesionarse del gobierno. Y fué menester que Rodrigo de Quiroga saliese de su casa yendo sesenta leguas hasta la Serena para quitar a Francisco de Aguirre rogándole no alborotase la tierra. Mas como no hubiese efectuado cosa alguna se volvió a Santiago donde casi por fuerza le hicieron capitan, y a don Pedro Mariño de Lovera alferez para que defendiese la entrada al jeneral Aguirre poniéndose la ciudad en arma con el mesmo intento. En esta ocasion recibió Aguirre una carta de la real audiencia de los Reyes en que le daban relacion del alzamiento de Francisco Hernandez Jiron, con que estaba el Perú en grandes alborotos, y le encargaban mucho la fidelidad, que a su majestad debia para no admitir ni ser favorables a los amotinados, ni permitir correspondencia en Chile si alguno se desmandase. De aquí tomó Aguirre asilla para decir que la audiencia de los Reyes suponia ser él gobernador de Chile pues le encargaba semejante negocio, que era propio de la cabeza del reino, y para concluirlo envió a su hijo Hernando de Aguirre con veinte arcabuceros a la ciudad de Santiago; donde los recibieron con las armas en las manos y los desarmaron a ellos, y aun hubiera mas alboroto si el obispo don Rodrigo Gonzalez no se metiera de por medio.

Despues desto llegó a la ciudad de Santiago el jeneral Villagran, y por otra parte vinieron cartas de la audiencia del Perú con órden de que se tornase a edificar la Concepcion, pues era la fuerza del reino y que se gastasen en ello todos los pesos de oro que se hallasen en las cajas reales. Para cuyacjecucion nombró la ciudad al capitan Juan de Alvarado con setenta y cinco pobladores, los cuales salieron de Santiago en veinte de noviembre de 1555 acompañándolos el jeneral Villagran hasta la concurrencia de los dos rios Nube y Itata que están siete leguas de la ciudad que habia de poblarse.

Luego que llegaron al asiento de la desventurada ciudad hubo jeneral llanto en ver el grave estrago que en ella se habia hecho, y en especial mostraban gran sentimiento los vecinos della que veian sus casas hechas mostazales, y llenas de otras yerbas que habian nacido en aquel año. Mas diéronse tan buena maña con la ayuda de algunos indios, que acudieron pacíficamente, que en breve tiempo hicieron alojamientos en que meterse, y una razonable iglesia en que les decia misa un clérigo llamado Nuño de Abrego, que tambien les ayudaba en los ejercicios

militares, como se verá luego. Demas desto fabricaron un fuerte con la dilijencia de los que iban señalados por capitanes que eran Hernando de Alvarado, Francisco de Castañeda, y del alferez jeneral llamado Luis de Toledo. Mas todo esto era edificar sobre arena, y un negocio considerado mas apriesa que convenia a la fundacion de una ciudad. Porque si cuando habia doscientos hombres en ella, y esos mui pertrechados de lo necesario para paz y guerra la desampararon no atreviéndose a conservarse entre los enemigos ; no habia nueva razon para atreverse a ello setenta i cinco, que habian de hacer las cosas expedientes, que los primeros tenian hechas. Y así tuvo esto el efecto que se podia esperar de un acuerdo tan acelerado; porque los indios advirtieron luego esta razon, que de suyo estaba manifiesta echando de ver, que si solo el temor habia rendido a doscientos españoles mejor los vencerian las arinas de los mismos que eran temidos. Y así se resolvió el jeneral Caupolican en que fuese el capitan Lautaro con veinte i cinco mil hombres a destruir la ciudad y sus pobladores, pues era negocio tan fácil el salir con ello. Y fué ejecutado esto con tanta presteza que dentro de pocos dias llegó el ejército al rio de Biobio, y lo pasó sin resistencia, poniéndose dos leguas de la ciudad para dar luego en ella. Entónces se vieron perplejos los cristianos, dudando si seria mas acertado salir a los enemigos o aguardarlos en el fuerte. Y estando en esta consulta dijo un caballero llamado Hernando Ortiz de Caravantes que seria acertado meterse en un navío que estaba en el puerto, o por lo ménos poner en él todo el bagaje, y pelear con determinacion, de que en caso que les fuese mal se recojiesen todos a la nao, pues eran tantos los enemigos. A esto respondió el clérigo Nuño de Abrego: paréceme, señor que ya estais ciscado; de la cual palabra se picó el Hernando Ortiz y le dijo: pues padre, tened cuenta con mi persona, y conocereis como no lo hacia por mí sino por toda esta jente que está delante. Y la resolucion de la consulta fué salir cincuenta de a caballo a oponerse a los contrarios quedando los demas en guarda de la fortaleza. Fué el capitan Juan de Alvarado en delantera de los que salieron al campo, y a poco trecho divisó huestes mui opulentas de indios que venian marchando en mucho mayor número de lo que Caupolican habia mandado. Porque fueron concurriendo tantos de su voluntad, que llegaron a setenta mil, habiendo sido veinte y cinco mil los convocados; de suerte que para cada español habia mil contrarios. Ya aquí no habia lugar de huir el cuerpo sino encomendar a Dios el alma, y acometer a los enemigos, así lo intimó el capitan a los suyos diciéndoles, que hiciesen estas dos cosas poniendo en delantera la memoria del cielo y en segundo lugar lo que traian entre manos. No es tiempo (dice) señores mios de flaquear, pues el volver el pié atras no será ponerlo en lugar seguro, bien veo que la dificultad es suma, el peligro evidente, y el premio humano mui limitado o ninguno, pero pongamos a Dios delante de los ojos con pretension pura de introducir entre estas jentes su santo evanjelio, y con esto será la cosa mas fácil, el peligro ménos formidaloso, y

y

la remuneracion mas infalible. Y si alguno hai aquí presente que haya entrado en esta tierra con fines diferentes, o contrario a este procure agora enderezarlos a Dios, pues que su clemencia está siempre tan pronta para suplir las faltas que proceden de la frajilidad humana que en cualquier instante que ofrezcamos a su majestad los trabajos que habiamos aplicado o otros blancos o siniestros los recibe piadosamente, para recompensarlos de contado, poniendo en olvido la ingratitud pasada como aquel que anda buscando asillas para ejercitar su misericordia.

Con esto partieron todos a una, con gran tropel, y estrépito a los escuadrones de los enemigos que estaban cerrados por todas partes con las picas caladas de modo que se les hizo poco daño. Y habiéndose cansado un tanto comenzaron a picar en algunos indios con los cuales anduvieron a la escaramuza, sin cesar el bando índico de ganar tierra ni de derramar sangre ajena y propia. Era esto como a las ocho y media de la mañana habiendo comenzado una hora ántes y como Lautaro era tan sagaz y experto mandó tocar a recojer con intento de esperar a que el sol calentase mas la tierra, para que con su ardor se encalmasen los caballos y fuesen ménos de provecho, y cuando vió que estaba en su mayor fuerza acometió con bravoso ímpetu trabándose segunda vez la refriega mas encendida en la entrada de la ciudad, muriendo algunas personas de ámbas partes. A este punto salieron los arcabuceros de la fortaleza y con algunas rociadas hicieron notable daño a los enemigos aunque no notable merma por la multitud de los que andaban en su ejército. La cual fué tanta, que cerrando con los nuestros, con estupendo alarido los llevaron dando de ojos hasta la fortaleza; donde se metieron, y a vueltas de ellos algunos indios, que fueron los mas mal librados, porque descargaron en ellos los españoles el coraje que tenian contra todos juntos. Todo esto aprovechó poco por ser el número de los bárbaros tan incomparable, y su deseo de acabar con esto resuelto de todo punto. Y así combatieron el fuerte con gran vigor y arrojamiento saltando dentro por diversas partes; donde anduvo la folla tan sangrienta que murieron allí quince españoles, y llegó a tanto el teson de los indios que vinieron a ganar la [sic] alcázar echando fuera a los españoles. A todo esto estuvo el clérigo Nuño de Obrego con su espada y rodela a la puerta de la fortaleza arrimado a un lado, y al otro Hernando Ortiz sin apartarse ninguno de los dos un punto de su puesto sobre apuesta; mas por estar picados entre sí que por picar a los enemigos aunque en efecto hicieron tal estrago en ellos que pudiera cualquiera de los dos aplicarse el nombre de Cid [sin] hacerle agravio. Mas finalmente vinieron los dos a ser del número de los cuerpos muertos que cerraron con su cúmulo el paso de la fortaleza como la habian cerrado estando vivos. Mas andaba ya el negocio tan roto que no faltaban portillos por donde salir los que iban de vencida; y así salieron a la playa continuando la pelea sin cesar de matar y morir hasta que ya sc caian los brazos, y aun el ánimo. Y aunque hasta entónces habia mos

trado mucho el capitan Alvarado poniéndolo a los suyos como valeroso caudillo, mas cuando vió ser imposible, animar mucho a pocos cuerpos comenzó a retirarse tomando el camino de Santiago; donde ni el cojo, ni el manco, anduvo tanto como dice el refran por las muchas albarradas en que iban tropezando, y los enemigos que salian de traves ultra de los que seguian el alcance. Por otra parte acudieron otros españoles a los bateles, que estaban en la playa metiéndose por la mar a caballo para arrojarse en ellos con harta contradiccion de los indios que se abalanzaban al agua tras ellos, y no dejaron hombre a vida si no fuera por dos soldados de mucho nombre, y valerosos hechos, que echaron mano de un batel, y lo defendieron favoreciendo a los suyos, que con este socorro llegaron al navío. Este fué el fin de la batalla, donde murieron cuarenta y un españoles; y mas de dos mil y quinientos indios. Y los que se escaparon con el capitan Juan de Alvarado fueron Gonzalo Hernandez de la Torre, Lope de Landa, Andres de Salvatierra Narbaja, Diego Diaz, Hernando Ibarra, Francisco Lucero, Francisco de Castañeda, y Hernando de Alvarado, los cuales no cesaron de pelear en todo el camino hasta llegar a la junta de los rios Nube y Itata. Y tambien se escapó por otra via Nuño Hernandez Ragura habiendo peleado como un César, segun acostumbraba en todas las batallas. No cuento aquí los que murieron, por haber sido mas que los vivos, contentándome con referir los capitanes de a caballo que fueron don Francisco Tello, don Cristóbal de la Cueva, y Juan de Cabrera que murieron habiendo peleado valerosamente. Los capitanes indios que vinieron a la batalla, fueron Manquecura, Nicoladande, Labapié, Colocolo, Puygani, Guanchoguacol, Pichena, Pivoboro, Piotiman, Pilon, y el famoso Lautaro. Y el dia de la batalla fué juéves a cuatro dias del mes de diciembre de 1555.

CAPITULO LIV.

Como el capitan Lautaro fué sobre la ciudad de Santiago con un copioso ejército y tuvo dos batallas con los capitanes Diego Cano y Pedro de Villagran.

No se debe tener en poco por ser de poco aparato de palabras aquel proverbio que dice: hoi por mí mañana por ti, mayormente cuando el hombre se engrie y envanece, con el buen rostro que hoi le muestra la fortuna con visita falsa; pues en llegando el dia de mañana habrá dado vuelta su rueda donde mostrará el otro rostro de dos que tiene, pues se sabe ser ella de dos caras. Mucho me alargué, y dije poco en decir mañana, pues siendo la rueda de su vanidad mas veloz que la del primer móvil no ha menester aguardar plazos de un dia para otro, ajustándose a la medida del curso del sol que causa los dias y las noches; pues sabe ella darse tan buena maña en apresurar su rueda que en un abrir y cerrar de ojos pone de alegre triste; de sano enfermo ; de rico pobre; de vencedor cautivo; y finalmente de dichoso desdichado. Quién dijera viendo a Mitridates rei del Ponto triunfador de los romanos, y

de toda Asia que por espacio de cincuenta años que habia de venir a tanta miseria en un solo dia que pusiese las manos en sí mismo, quitándose la vida desesperado de verse debajo los piés de sus triunfadores Luculo y Pompeyo. Y quién viera al arrogante Lautaro tan pomposo con sus ilustres victorias, i tan estimado y querido de los suyos que ponian en él los ojos como en su libertador, y toda su gloria: no de otra suerte que los israelitas amaban a David tiernamente por haber sacado a su pueblo del oprobio en que los tenia puestos el soberbio Goliat, contoncándose, y blasonando con despresio de Israel habia de venir a dar en bajo, o por mejor decir en manos de aquellos, que despreciaba y finalmente sus enemigos. Mas en fin el que apricsa sube apriesa cae: pues suele la fortuna entronizar pocas veces a hombres humildes en su prosapia, sino es para tener mayor espacio por donde vengan cayendo del pináculo donde los habia subido que eran las nubes; sobre las cuales ellos se encaramaron sin fundamento sólido en que sustentarse. Harto ínfimo de natural era Ventidio Baseo; el cual andaba mendigando de puerta en puerta, y tuvo gran ventura de que le admitiesen en casa de Caio Cesar por mozo de caballos; mas con esta ocasion fué poco a poco cayendo en gracia del emperador hasta venir a ser el mayor del pueblo romano, i triunfar de los partos con excelentes títulos y renombre. No fueron diferentes en todo los pasos por donde subió Lautaro a tanta dignidad, y señoría pues habia sido mozo de caballos de Valdivia, aunque no subió a la preeminencia por haber caido en su gracia ántes por haberse desgraciado con él; pues fué principio de su muerte, mas al cabo no se fué alabando, ni le duró el orgullo mucho tiempo por parecerle que ya era todo el mundo suyo o a lo menos pretender que lo fuese. Viéndose pues este Lautaro puesto en tal punto que todos le reverenciaban y servian celebrando sus victorias con solemnes triunfos y banquetes largó las riendas al apetito del mas, y mas, donde comunmente anhela la naturaleza delesnable, y queriendo destruir la mesma ciudad de Santiago; ofreciendo su persona aljeneral Caupolican para esta empresa con solos cinco mil indios escojidos de todas las huestes araucanas. No salió el jeneral a esta oferta, teniendo por gran temeridad el pretender ir setenta leguas a buscar a los españoles; donde ellos estaban tan de asiento, mas fucron tantos los intercesores, que interpuso Lautaro, que por no disgustarle a él y a tantas personas principales condescendió con sus ruegos. Mas no por eso quedó el negocio concluso, porque como habian de ser solos cinco mil los escojidos para esta empresa hubo entre ellos grandes diferencias tomando cada uno por punto de honra el no quedar por ménos hombre. Y vino a tanto rompimiento, que mandó Caupolican admitir otros tres mil mas de los nombrados, y aun esos se sacaron por suertes para que ninguno quedase quejoso.

Comenzó a marchar Lautaro con ejército de ocho mil hombres que lo llevaban en andas, y fué recebido en todos los pueblos por donde pasaba, con gran veneracion y aplauso hallando los caminos aderezados

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