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a mano, y adornados con arcos triunfales, sin faltarle cosa de las que se pudieran prevenir para la majestad del mayor monarca del mundo. Mas cuando llegó a los lugares sujetos a Santiago comenzó a encruelecerse contra los indios haciendo en ellos grandes destrozos de suerte, que todos se despoblaron acudiendo los moradores dellos a la ciudad a pedir socorro, y ampararse con el favor de los españoles. Y el primer reparo que se puso a este daño fué enviar al capitan Diego Cano con cuarenta hombres de a caballo, los cuales hallaron a los enemigos alojados en Mataquito, donde tuvieron una guazabara con matanza de algunos indios, y pérdida de un español quedando finalmente Lautaro con la lanza enhiesta y Diego Cano desbaratado. Bien entendió el sagaz indio que no habia de ser esta la postrera, y así se fortificó mas en el mesmo sitio fabricando un castillo, y muchas albarradas, y baluartes para su defensa. Y para mayor seguridad mandó atajar los rios, y acequias para que reventasen y se difundiese el agua por todo el campo haciendo grandes lodasales en que atollasen los caballos. Mas todo esto no fué para impedir a Pedro de Villagran que salió de la ciudad con cincuenta hombres, y tuvo algunas escaramuzas con los rebelados el mesmo dia, en que llegó hasta que el sol, y los brazos iban de caida. Hallóse allí un conquistador viejo llamado Marcos Veas que habia estado en casa del gobernador Valdivia, y conocia mucho a Lautaro siéndole tan familiar, como persona que vivia con él de una puerta adentro este pidió licencia a su capitan para carearse con Lautaro, y persuadirle con algunas razones, a que desistiese de la guerra entregándose a los españoles fiándose de ellos, pues no habian de hacerle traicion como él la hizo a su amo. Concedióle Villagran esto liberalmente, y poniéndose el Marcos Veas, en parte donde pudiese ser oido llamó a Lautaro; el cual salió a trabar con él plática por un rato habiendo entre los dos un pequeño intervalo de suerte que se oian las palabras distintamente. Y cuando el español llegó a tratarle de la traicion que habia hecho mudó el indio el tono de las palabras, hablando con gravedad de esta manera. No puedo dejar de maravillarme mucho el ver que un hombre tan anciano y prudente como tú eres, o a lo ménos te precias de ello, te hayas dejado de decir palabras tan fuera de concierto, en que has dado entender, que no eres de mui corto entendimiento, o me tienes por hombre que lo soi. Porque intitular con nombre de traicion a lo que mirado por todas partes es indubitable fidelidad, no sé de donde pueda proceder, sino de que tú estás ciego o me quieres cegar con palabras fundadas solamente en la vana aprehension de tu fantasía. Si traicion ha intervenido entre nuestra nacion y la vuestra, cierto es que está de nuestra parte, aunque se debe llamar mas propiamente tiranía, pues estando nosotros seguros en nuestra patria vinistes engañosamente a desposeernos de nuestras tierras, despojarnos de nuestras alhajas, quitarnos a nuestras mujeres y enseñorearos de nuestras libertades. En lo cual no se puede negar que haya habido gran mezcla de traicion, y alevosía pues entrastes con la voz de Jacob, y

las manos de Esau, predicándonos lei de Dios, y ejercitando la del demonio para dorar vuestros engaños y cojernos el oro fino de nuestras minas. Y así aunque a los principios nos hubiéramos dado por amigos vuestros no tenemos obligacion de conservar la amistad para adelante, pues el dia que falta el fundamento de la cosa ha de faltar la mesma cosa. Y siendo la amistad fundada en que pretendiades nuestro bien, no debemos tenerla en pié el dia que se descubre que es todo envaimientos y traiciones, y que toda vuestra pretension, es hacernos el mayor mal que podeis, como se ve por esperiencia y si alguna amistad os debo a vos señor Marcos Veas por la buena voluntad que me habeis mostrado, en ninguna cosa os ia pudiera pagar tanto, como en daros un consejo de amigo y es que os volvais con Dios a vuestras tierras así por la seguridad de las conciencias, como de las vidas porque las habreis de perder desta hecha, como las perdieron con la punta de mi lanza, vuestro capitan, y los de mi [sic] ejército. Mas este consejo no os lo quiero yo dar, por ser tan contra mi pundonor y estima, pues si os vais vosotros voluntariamente, no tendré yo ocasion de ganar la gloria, que se me ha de seguir en echaros por mis propias manos, verdad es que no seria para mi ménos honroso que me cobrasedes tanto miedo que solo él bastase a echaros sin venir a las manos, y por esta via me parece que quizá vendria yo a permitir que os fuésedes vosotros mesmos libremente con tal condicion que me habeis de servir con treinta doncellas escojidas a mi voluntad, para que asistan en mi cámara; y treinta caballos blancos con los mejores jaeces que se hallaren entre vosotros, y otras tantas capas de grana fina, y una docena de perros grandes de esos con que vosotros soleis aperrear a los indios, y demas destos me habeis de dar esa medalla que traeis en el sombrero; la cual vos soleis llamar la medalla de Quinto Cursio. No pudo ya Marcos Veas refrenar mas la risa oyendo las bravatas de Lautaro, y no aguardando mas razones volvió las espaldas dejándole con la palabra en la boca sin esperanza de que por bien se habia de efectuar cosa. I estando los dos capitanes contrarios resueltos en llevarlo por punta de lanza, despachó Lautaro un indio principal llamado Panigualgo para recojer dos mil indios de socorro, y Pedro de Villagran recibió aquella noche veinte españoles que vinieron a lo mesmo; con los cuales llegó el escuadron a número de setenta. Estos salieron por la mañana a dar batalla a los ocho mil contrarios, donde pelearon tan valerosamente, que con pérdida de solo dos soldados mataron quinientos indios desbaratándoles el ejército con victoria reconocida de nuestra parte. Con esto quedó el fanfarron blasonador humillado aunque no humilde ántes encendiendo en mayor ira, y echando fuego por los ojos y palabras soberbias por la boca con juramento de no descansar hasta vengarse.

CAPITULO LV.

De la batalla que el jeneral Francisco de Villagran, y los capitanes Alonso de Escobar, y Juan Gudinés dieron a Lautaro, donde perdió la vida, en el valle de Mataquito.

La conexion de la soberbia i altivéz con los desastrados fines en que suele el hombre ser aterrado, ya queda apuntada en el capítulo precedente con ocasion del principio que tuvo el arrogante Lautaro de ir cayendo de su avilantéz, y demasía y en este se acabará de probar consumadamente con el miserable remate de su vida. Estando este indio picado de la pasada en que le fué tan mal, como queda dicho, se recojió de la otra banda del rio Maule, donde reforzó su jente que habia salido destrozada, y recibió la que de nuevo le trajo el capitan Panigualgo, con que vino a poner en campo diez mil soldados. Y deseando restaurar lo que habia perdido en el encuentro último, que referimos, se volvió al mismo lugar de Mataquito para que el gozo de la presente victoria borrase la memoria del menoscabo pasado. Digo presente: porque por tal la tenia el bravo capitan, así por el aumento de sus escuadrones, como por la fortaleza, que de nuevo fabricó con todos los pertrechos y reparos que se podian desear, para el menester que entónces se ofrecia. Mas quiso Dios que se contentase con poner muro, y antemural en la parte que caia al camino por donde habian de venir los españoles, no asegurando las espaldas, por parecerle que de suyo estaban seguras; de suerte que se dejó un gran portillo abierto para salir los suyos, cuando quisiesen, y entrar los nuestros cuando ellos no quisieron ni pensaron. Y fué así que acertó a venir a coyuntura el mariscal Francisco de Villagran de la ciudad de Valdivia, y sabiendo lo que Lautaro habia hecho, y donde estaba encastillado con su jente se determinó de ir sobre. él con setenta hombres que traia para cojerle descuidado por la parte de que él ménos se recelaba, ni aun se acordaba della como si no hubiera Valdivia en el mundo ni Villagran que viniese de ella. Al mesmo tiempo venia de la ciudad de Santiago el capitan Alonso de Escobar que era valeroso soldado, y maravilloso hombre de acaballo de ámbas sillas; el cual traia cincuenta españoles, y con ellos al capitan Juan Gudinéz, para dar en la fortaleza, por la parte que caia al camino que era la que Lautaro tenia pertrechada. Mas como Francisco de Villagran tuviese noticia de su venida les envió a decir que acudiesen a cierto lugar donde todos se juntasen, para hacer la suerte mas al seguro. Y habiéndose hecho esto sin que los enemigos lo entendiesen se pusieron en órden los ciento i veinte españoles de ámbas compañías, y marcharon toda la noche a paso tirado, para dar a los contrarios la alborada con un rocio no del cielo sino de los arcabuces y mosquetes.

Levantóse acaso al amanecer el capitan Lautaro desperezándose de la carga del sueño no pudiendo gozar dél con la inquietud que le daba lo que habia soñado, y era que moria él y todos los suyos a manos de

los cristianos. Y con la angustia que se sentia despertó a una india que tenia consigo para darle parte de su aflixion, por ser esta jente mui crédula, y supersticiosa en todo jénero de sueños y agüeros. Llamábase la india Teresa Guacolda, la cual se habia criado, desde muchacha en casa de Pedro de Villagran, y la habia cojido el Lautaro a tiempo que andaba en estos asaltos tomándola entre las demas, que él y sus secuaces hubieron a las manos, en los pueblos por donde iban entrando. Esta despertó jimiendo y sobresaltada, porque estaba actualmente soñando, que los españoles mataban a los indios de aquel fuerte y a Lautaro entre ellos. Y como Lautaro la oyese referir lo mesmo, que él queria contarle alborotóse mucho mas, y por saber si el sueño tenia fundamento llamó a un indio cuyo nombre era Aliacan, famoso en el arte de adivinar, y le dió (noticia de lo que pasaba, el cual le metió mas miedo que él tenia diciéndole podria ser que sucediese. Al mesmo punto llegaron los españoles, y entraron por el portillo desamparado, cojiendo a los tres en medio de su plática, i a los demas cargados con el peso del sueño por ser la hora en que mas él predomina en los mortales. Dió entónces Lautaro voces y echó manos a una partesana, con que se defendió mientras acudian algunos de los suyos aunque por presto que despertaron habia ya muchos metidos en sueño mas profundo, que es el de la muerte dada por mano de los españoles que iban entrando, y ofendiendo sin perdonar lance. Mas como los indios eran tantos, acudió gran suma de ellos a la refriega; la cual anduvo por largo rato mui furiosa y sangrienta, sin salir hombre de la fortaleza hasta que echaron de ver a Lautaro muerto de una lanzada sin saber quien se la hubiese dado, entónces desmayaron los indios comarcanos de Itata, Ñube y Renogulen y se huyeron saliendo cada uno por donde pudo; pero ninguno de los araucanos volvió un punto el pié atras por estar determinados de morir ántes a manos de los españoles que volver a su tierra vivos y vencidos. Y cumplieron tan exactamente su propósito, que no cesaron de pelear hasta que todos quedaron allí tendidos, sin escapar hombre con la vida no habiendo muerto de nuestra parte mas de un soldado que fué Juan de Villagran, deudo del mariscal; en cuya compañía andaba siempre. Fueron capitanes de nuestro pequeño ejército, Gabriel de Villagran, don Cristóbal de la Cueva, Alonso de escobar y Juan Gudinéz, y de los soldados que en él se hallaron, hubo muchos de larga esperiencia y satisfaccion de sus personas de cuyo numero fueron Juan de Lasarte, Alonso de Miranda, Hernan Perez de Quesada, don Pedro Mariño de Lovera, Andres Salvatierra Narvaja, Hernando de Ibarra y Andres de Nápoles, que era hombre de tantas fuerzas, que tomaba una pipa de vino sobre las rodillas, y la levantaba en alto. Sucedió esta felice victoria en el año de 1555, [sic] juéves últimno del mes de abril. La cual aunque puso algun terror a los enemigos, no por eso desistieron de lo comenzado ántes se embravecieron mas y dieron en hacer mayores daños, pareciéndoles gran locura tornarse a rendir a los españoles habiendo alcanzado dellos tres tan insignes vic

torias, y echádolos de la mayor parte de sus tierras despoblando las ciudades en esta historia referidas. Y asi estaba la tierra puesta en alborotos, y rodeadas de miserias, no ménos por la rebelion de los indios, que por las disensiones que habia entre el mariscal Francisco de Villagran, y el jeneral Francisco de Aguirre, aunque con esta victoria fué admitido con mejor gana Villagran al oficio de gobernador, que era la piedra del escándalo, y pasara el ruido mas adelante si no viniera del Perú quien lo ocupase.

LIBRO SEGUNDO

DE LA HISTORIA DE CHILE,

DE LA PACIFICACION DEL REINO REBELADO,

HECHA POR DON GARCIA HURTADO DE MENDOZA,

Marques de Cañete y señor de las villas de Argete, habiendo salido con siete insignes victorias y fundado siete ciudades, reedificando las asoladas con las demas memorables hazañas que emprendió siendo gobernador en este Reino, como lo fué despues en el del Perú,

CON CARGO DE VICE-REI Y CAPITAN JENERAL DE AMBOS REINOS.

CAPITULO I.

De la partida de don García de Mendoza de la ciudad de los Reyes para Chile.

El infelice estado de las cosas de este reino de Chile iba cada dia tan de mal en peor con la rebelacion jeneral de los Estados de Arauco, y Tucapel, y otras provincias, que no solamente congojaba a los pobres que los padecian, mas tambien causaba lástima a los que estaban como a la mira desde afuera como eran los del Perú; y mui en particular el visorei y capitan jeneral de aquel reino, que era don Andres Hurtado de Mendoza marquez de Cañete, el cual por ser un príncipe tan sapientísimo, como su fama hasta hoi predica sentia íntimamente las innumerables calamidades de que este desventurado reino estaba rodeado; y no le llegaba ménos al corazon el saber, que habia cisma entre algunos de los mas principales españoles, que la guerra hecha por los indios; teniendo por cierto, como persona tan cabal, y esperimentada, que no es tan perjudicial, ni con mucho el daño que hace el enemigo, que está de las puertas afuera, como el que causa el doméstico; como consta de la razon, y esperiencia, y aun de las sentencias de los sábios; pues entre otras muchas admirables de Ciceron acerca desto, dijo; que en quitando la union, y confederacion de los ciudadanos ni habrá casa ni ciudad que pueda quedar en pié; ni aun la agricultura y beneficio de las plantas. Y así se esperimentó en Jerusa

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