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cabeza vió la jente de a caballo, que andaba ya en la pelea con el otro escuadron, que se inclinó hácia donde ella estaba; y echó de ver, que habiendo acometido los de a caballo dos veces al escuadron, no habia podido romperle, por estar tan cerrado, y tener tan bien ordenada la piquería, como si fueran soldados alemanes mui cursados, y espertos en semejantes ocasiones. Demas de salir mui ordenadamente sus mangas de flechería, y de fundibularios, que tiraban piedras con sus ondas con tanta frecuencia, que parecia llovian del cielo ; y otros que tiraban garrotes a los rostros de los caballos para espantarlos, y hacerlos retroceder de modo que ellos mesmos entre sí se confundiesen sin ser los caballeros señores de enderezarlos donde quisiesen. Advirtiendo esto el gobernador y que el escuadron aquel se inclinaba con la infantería, se iba deteniendo de suerte, que le daba algun lugar; para hacer otro lance, se determinó de repente de socorrer a la jente de a caballo, a quien los enemigos traian a mal andar: i haciendo revolver la artillería asestandola hácia la ladera, donde estaban los enemigos peleando con los de a caballo, se jugó con tanta destreza que a las primeras rociadas, se abrió el escuadron dividiéndose en diversas partidas, dando entrada con facilidad a la caballería: la cual desbarató a los enemigos alanceando a muchos de ellos, y poniendo a los demas en huida con toda presteza. Entonces el gobernador pareciéndole que ya habia allanado lo que tocaba a este paso, dió la vuelta para proseguir su camino hacia el escuadron mayor, que ya estaba mui cercano: y disparándose la artillería y las escopetas, se abrió y desbarató la escuadra de los enemigos; y se comenzó la escaramuza, que anduvo mui sangrienta por largo rato. Y aunque salieron de ella heridos algunos de los nuestros, y quedaron muertos muchos caballos, con todo eso fué desbaratado totalmente el escuadron araucano, poniéndose en huida a toda prisa, y yendo los nuestros en el alcance; donde fueron no pocos indios presos, y muchos mas alanceados. El jeneral Caupolican, que estaba a todo esto a la mira en la retaguardia, viendo cuan mal les iba a los suyos, y que los brios de los españoles se estrellaban en ellos con tanto valor y gallardia, como si pelearan jigantes contra niños; le pareció temeridad hacer resistencia a jente tan valerosa: y presumir de sí, que saldria él estando con un escuadron con la empresa, en que los dos primeros siendo de mayor número de jente habian sido rendidos, y puestos en huida con tanta ignominia suya y del bravoso nombre araucano y tucapelino, se resolvió en dar la vuelta, y ponerse en salvo a uña de caballo, pareciéndole que no habia agujero en que meterse : y todos los demas hicieron lo mismo teniéndose entónces por mejor no el que tenia mejores manos sino el que tenia mejores piés. Lo cual visto por los nuestros los incitó a ir en su seguimiento, hiriendo y matando a los contrarios por espacio de media legua: y aun se fuera siguiendo la victoria por mas largo trecho, si no la prohibiera el gobernador así por ruegos de los relijiosos, como por ser él de suyo tan piadoso, que le era gran compasion el ver derramar a sus ojos tanta sangre de jente tan miserable, y a quien él pre

tendia no quitar la vida, sino dar trazas en que la tuviesen buena de allí adelante. Mas con todo eso fueron tantos los indios muertos, que estaba el campo cuajado de ellos, y teñido en sangre.

No quiero pasar en silencio las palabras que en esta refriega habló un indio llamado Galvarino, al cual habian tomado los nuestros a manos en la batalla pasada, que se tuvo junto al rio de Biobio, y puesto ante el gobernador le mandó cortar las manos, para que de esta manera fuese a informar a su jeneral Caupolican del número y calidades de las personas, que de nuevo entraban en la tierra, para ponerle algun temor, entre otros medios que se intentaron, para que se sujetase sin venir a rompimiento. Este Galvarino, hizo en efecto su embajada; y dió a Caupolican la relacion que él pretendia: y fué tanto el coraje con que estaba emperrado, que ya que le faltaron las manos, peleó mas fuertemente con la lengua, la cual suele ser mas eficaz para hacer guerra, que las manos de los hércules y las industrias de los Césares. Pues sabemos, que las manos pueden poco o nada sin instrumento, mas la lengua sirve de lo uno y lo otro; pues ella mesma es la espada de dos filos, y se sabe menear sin que otro la mueva, de tal suerte, que aun muchas veces, queriéndola refrenar el hombre, se mueve ella tan velozmente que sin poder separar el tiro, ni abroquelarse el que está en frente, dá sútilmente la herida, que por la mayor parte es incurable. Claro está, que todas las manos de ciento y cincuenta mil hombres que peleaban en la batalla donde murió el capitan Valdivia, no habian sido parte para vencerlos y solo la lengua de un Lautaro, movida quizás del mal espíritu, fué poderosa para destruirle a él y a todo su ejército. Lo mesmo pretendia este indio Galvarino; el cual venia delante de estos tres escuadrones levantando los brazos sin manos, porque todos los viesen casi corriendo sangre, para incitar a ira, y coraje a los suyos: de la manera que lo hacian los del ejército de Eupator, cuando peleaban con los macabeos cerca de Betszacaran, que a falta de sangre con que se encrueleciesen los elefantes contra los adversarios, les ponian ante los ojos un licor como sanguíneo sacado de uvas y moras, juzgando que con la sangre o la apariencia de ella se levanta el ánimo y se remueva el brio, aun de los mesmos irracionales. Para esto levantaba las manos este indio, y mucho mas la voz con palabras provocativas a venganza, representando a los suyos los graves daños y total destruccion, que por los españoles hasta allí habian sucedido a todo el reino. Y en razon de esto les decia a ellos: hermanos mios, qué os deteneis en dar tras estos cristianos? Viendo el manifiesto daño, que desde el dia en que entraron en nuestro reino, hasta hoi han hecho, y van haciendo. Y aun harán en vosotros lo que veis, que han hecho en mí, cortándoos las manos, sino sois dilijentes en aprovecharos de ellos ejercitándolos en destruir esta jente tan nociva para nosotros, y nuestros hijos y mujeres. Fuera de esto hubo otro indio, del cual entre otros mandó el gobernador hacer justicia, por haber sido de los mas culpados en la rebelion de esta tierra, Este viéndose ya a punto de muerte, y que le querian colgar de uno de

los árboles, que por allí habia, dijo en voz alta a los circunstantes: mirad cristianos, solo una cosa os ruego en este trance, y es que me colgueis en lo mas alto del árbol mas levantado, que se hallare: para que todo el mundo vea como he muerto por la defensa de mi patria, como verdadero y fiel hijo de ella. Llamábase este indio Libantureo, el cual dijo otras muchas razones acerca desto, no poco de notar para indio bárbaro como él era.

Fué esta batalla mui notable i reñida; donde se manifestó descubiertamente la gran prudencia, sagacidad y reputacion de don García: y el mucho ánimo, y fuerzas así del mesmo gobernador, como de todos los suyos, sin haber en todos ellos hombre de cuenta y pundonor, que no se señalase mucho aqueste dia; de suerte que lo hicieron ser mui famoso en toda la cristiandad y aun fuera de ella. Porque aunque en cuanto al número de los soldados no se hallaron aquí aquellos opulentos ejércitos, que cuentan los antiguos; como el de Sesostris rei de Ejipto, que llevó contra Arabia y Libia seiscientos mil hombres de a pié, veinte y cuatro mil de a caballo, y veinte y ocho mil de servicio; ni como el de Nino rei de los Asirios, que fué sobre los Baetrianos con mas de un millon de soldados de infantería: doscientos mil de a caballo, y cien mil serviciales: ni como el de Jerjes rei de los Persas que habiendo de pelear con los Griegos apercibió setecientos mil de su reino y trescientos mil forasteros: ni se derramó este dia tanta sangre, como en la batalla de Abia rei de los Judíos contra Jeroboan rei de Israel, donde le mató cincuenta mil hombres; ni como en la batalla que hubo entre Benadab rei de Siria, y Acab rei de Israel donde murieron cien mil hombres de ambas partes: ni como en la de Claudio Neron y Libio Salinator contra los cartajineses: en la cual les mataron sesenta mil hombres junto a Metauro rei de Umbria: con todo eso no es esto que contamos de menor cuenta porque la mesma pequeñez del número de los españoles engrandece mas su fama, pues no habiendo sido mas de seiscientos de pelea, vencieron a mas de veinte mil indios diestros, determinados, y fortalecidos con diversos jéneros de armas ofensivas y defensivas: mayormente estando en sus tierras y sabiendo los pasos de ellos; y siendo por el contrario los nuestros hombres que jamas los habian paseado. I lo mesmo, que es no haberse derramado sangre con matanza de los españoles, esceptos cual y cual, que faltaron, y algunos que salieron mal heri los, eso mesmo hace mas insigne la victoria, por haber resistido, y puesto en fuga a unos hombres de tantas fuerzas, y temerarios brios, como son los Araucanos y Tucapelinos, de los cuales quedaron tres mil muertos en el campo: y presos ochocientos. Ultra de los que salieron heridos, que fueron no pequeño número. Hubo don García esta felice victoria en los postreros dias del mes de noviembre de 1557 habiendo durado la batalla desde el romper el dia hasta las dos de la tarde sin cesar punto de pelear valerosamente de ambas partes.

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CAPITULO V.

De la fundacion del fuerte de Tucapel hecha por don García Hurtado de Mendoza, y algunos encuentros entre los indios y españoles.

Otro dia despues de la batalla habiéndose dado gracias a nuestro Señor con mucha devocion de toda la jente, y en particular la relijiosa, envió nuestro gobernador ciento y cincuenta hombres a correr el campo repartidos en tres compañías, en las cuales iban el maestre de campo, que los gobernase. Estos anduvieron algunas leguas hasta llegar al sitio donde se juntaron los enemigos para prevenir la batalla. I aunque en este lugar se hallaron algunos huesos, y cabezas frescas de españoles, cuyas carnes habian los indios comido rabiosamente: con todo eso no pareció alguno de los enemigos, por andar todos amedrentados buscando rincones en que esconderse, y aun allí no se tenian por bien seguros. Y habiendo vuelto esta jente a su campo a dar al gobernador noticias de lo que habia, mandó levantar los reales el dia siguiente, y fué caminando al lebo de Tucapel, sin hallar resistencia en el camino, por haber los indios tomado acuerdo, de que no les convenia andar juntos, para dar batallas, sino dividirse en diversas cuadrillas, que anduviesen vagas por los campos, haciendo frecuentes asaltos en los españoles que cojiesen descuidados. Mas era tanta la vijilancia y prevencion del gobernador, que no consentia que saliese hombre de su puesto, entendiendo que los indios rebelados no pretendian otra cosa, sino cojer algunos fuera de su órden. Hallaron los soldados en este camino grande abundancia de mantenimientos, asi de los que los indios tenian sembrados, como de los que estaban escondidos en asilos y cuevas para sustentarse el tiempo de la guerra. Y habiendo tomado todo lo necesario llegaron al lugar, donde habia sido la batalla, en que sucedió la desastrosa muerte del capitan Valdivia, y de su ejército: donde se enternecieron mucho todos los hombres antiguos en la tierra, que le tenian por padre de todos, como lo era; y arriesgaran de buena gana en esta coyuntura sus personas a trueco de topar los ciento y cincuenta mil indios que lo mataron, para tomar venganza en ellos, o morir a sus manos, a imitacion de su caudillo. Estuvo dos dias en este asiento el campo de los españoles: donde una de las dos noches se tocó al arma al cuarto de la prima, no tanto por fundamento bastante, que para ello hubiese, como por estar aquel sitio en posesion de peligroso, y mui fresca la memoria del estrago pasado hecho en Valdivia, y sus compañías.

De aquí pasó el ejército al lebo de Tucapel donde hallaron los rastros del edificio arruinado de la casa fuerte del capitan Valdivia; y se sentaron los reales en el mesmo lugar, donde don Garcia de Mendoza mandó edificar una fortaleza, dando principio a la fábrica de una ciudad con título de Cañete de la frontera, a contemplacion del virei su padre que era marques de Cañete como se ha dicho. Lo cual intentó habién

dolo consultado con su maestre de campo, coronel y capitan y otras personas graves y de consejo y experiencia. En el interin que se iba edificando esta fortaleza envió al capitan Francisco de Ulloa con su compañía de a caballo al puerto que llaman del Lebo, para que descubriese lo que habia por aquella parte, y se fuese la jente haciendo escrutinio en todos los pasos, y rincones de los estados de Arauco. Salió este capitan (como fué mandado), y fué caminando con harto recato hácia la costa del mar: en el cual camino pareciéndole a un soldado brioso, que podia confiarse en su persona, y lijereza de su caballo, se adelantó por buen trecho, y llegando cerca de la marina, vió venir un indio solo, y al parecer descuidado y seguro de enemigos. Emboscóse entónces el soldado donde el indio no le divisase, hasta estar junto a él, sin poder evadirse: y en viendo que emparejaba con él, salió de repente a prenderle creyendo ser espía de los contrarios. Procuró el indio defenderse desembrazando su arco, y tirando una flecha con tanta fuerza, que fué menester todo el brio del español, para averiguarse con él en este lance. Mas en efecto puso al indio en huida, haciéndole entrar por medio de las olas sin dejar él de seguirle: y no temió entrarse en la resaca por sacarle fuera de ella. Finalmente le asió por los cabellos, y le examinó con particular escrutinio deseando saber quien era, y el intento con que venia. Y confesando el indio la verdad, le dijo, que él no sabia, que hubiese jente de guerra por el contorno: aunque habia mucha congregada cerca de allí para bajar a la marina a cojer marisco, y algun pescado segun lo tenian de costumbre. Llevó este soldado al indio hasta ponerle en presencia del capitan, el cual le dió una gran reprehension, por haberse adelantado saliendo de su órden con tan manifiesto riesgo de su persona. Y siendo bien informado de la jente que estaba junta para el efecto de su pesquería, acudió luego allá, y halló mas de tres mil personas: de las cuales prendió todas las que pudieron llevar sus soldados evadiéndose las demas por no haber quien les echase mano. Y siendo llevados todos los que quedaron presos al gobernador don García no quiso que se hiciese algun jénero de daño, o mal tratamiento a alguno de los que allí venian; ántes les dió libertad, para volverse a sus tierras y ejercicios; así por las muchas intercesiones de los relijiosos, que se lo suplicaron como por su mucha piedad, y clemencia, a que era mui inclinado: como se mostró a cada paso en diversas ocasiones, cobrando en esto tanta fama, que se pudo poner en el número de aquellos varones insignes, y nombrados con título de benignos y clementes: como fueron Demetrio, que habiendo vencido a Ptolomeo mandó enterrar los cuerpos muertos de los enemigos, dando libertad a los cautivos, de quien habia sido irritado, y vencido poco ántes: y como Jehu rei de Israel, que mandó honrar con célebres exequias el cuerpo de Jesabel su contraria; y finalmente Paro, que concedió liberalmente a los romanos que habia cautivado, que se volviesen a su patria sin detrimento alguno, favoreciéndoles el mesmo para ello. Pero por ser muchos los lances, en que se manifestó esta benignidad de don García, los

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