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indios. Tenian estos ciudadanos algunas cementeras, y frutales en el circuito de su ciudad de que solian mantenerse; todo lo cual era dar de comer a los enemigos sin poder ellos aprovecharse de cosa alguna estando tan arrinconados, que no podian salir al campo sin dar de manos a sus contrarios. Y si no fuera por un barco que enviaron los oidores desde la Concepcion cargado de comida de la poca que ellos tenian en su pueblo, pasaran los de Cañete excesivo trabajo; como lo pasaron despues que se les acabó la provision por ser la jente mucha. Viendo Martin Ruiz de Gamboa, cuan despacio tomaban los indios de estarse en frontera salió un dia primero mártes del mes de hebrero de 1569 con sesenta hombres mui bien aderezados a recojer mantenimientos donde quiera que los hallasen; y vinieron a dar a un valle llamado Paillataro, que está en un lugar mas bajo que la ciudad; donde para hacer esto mas a su salvo envió cincuenta hombres a cojer un buen golpe de comida, que los indios habian dejado en su alojamiento de propósito para cebar a los españoles. Y estándola cojiendo con sus yanaconas asomó el ejército de los indios que serian como trece mil todos puestos en mucho órden con sus escuadrones de piqueros, y flecheros, y otros con lanzas, cuyos hierros eran medias espadas, dagas y puñales, segun ellos usan, donde reverberaba el sol de suerte que era un espectáculo no ménos vistoso que estupendo. Habia quinientos indios sueltos que precedian al ejército; los cuales corrieron a gran priesa a tomar el paso por donde habian de salir los españoles, en el cual estaban los diez que habian quedado a la mira con quien se entretuvieron hasta tanto que todos los que estaban en la profundidad del valle llamado Pallaitaro cojiendo la comida, llegaron allí sin ella, y sin ser alcanzados del ejército; y así los unos i los otros se pusieron en lo alto sin recebir jénero de daño alguno en sus personas.

Ya que se vieron todos los españoles en lugar cómodo para hacer ros tro, a los indios le pareció al jeneral Gamboa no era razon volver las espaldas mostrando cobardía, con la cual solo cobraban los indios tanta avilantez como si hubieran vencido muchos ejércitos. Y así ordenó el suyo lo mejor que pudo aguardando a los contrarios, que venian a paso tirado, aunque sin desconcertarse de sus escuadrones: y no ponian poco pavor con su apariencia por traer los rostros, i brazos pintados de colores con mui buenas celadas en sus cabezas adornadas de vistosos penachos estando el resto del cuerpo mui bien armado hasta la rodilla con aderezos, que ellos hacen de cueros, y otras cosas, que la larga esperiencia les ha mostrado. Desta manera se trabó la batalla, aunque no mui reñida porque al primer encuentro cayeron muertos cuatro españoles: con lo cual se desanimaron tanto los demas, que fueron a toda priesa retirándose hácia la ciudad; aunque sin cesar de pelear en el camino, pero juzgando algunos que habria mayor seguridad en echar por otra vereda, que estaba oculta lo hicieron así caminando un buen rato por ella hasta que viéndose sin salida dieron la vuelta al camino real donde dieron en mano de los contrarios muriendo tres

buenos soldados heridos de sus lanzas: de los cuales fué uno el capitan Joan de Alvarado, que era mui antiguo en la tierra, y benemérito en ella como consta desta historia. Desta manera se evadieron los demas cada uno por su parte llegando mui maltratados a la ciudad, y el jeneral Gamboa herido en una pierna con no poco orgullo, i fiestas de los indios, que quedaron mui ufanos desta victoria.

Luego que entraron en la ciudad dieron órden en curar los heridos sin otros cirujanos mas que los mesmos soldados por ser todos los de este reino tan diestros en ello como si no tuvieran otro oficio teniendo por maestra a la necesidad, la cual les ha instruido en otras muchas semejantes facultades, y así apénas se hallará soldado que no sepa curar un caballo: aderezar una silla; herrar sin yerro como otros suelen; sangrar a un hombre y a un caballo; y aun algunos saben sembrar y arar; hacer una pared; cubrir un aposento; echar una vaina a su espada; y rellenar una cota; con muchos otros oficios semejantes que no los aprendieron en su vida.

Habiendo curado los heridos salieron algunos a ver si podian recojer algunos cuerpos muertos; y hallaron a los tres que murieron con el capitan Alvarado aunque sin brazos, piernas ni cabeza, porque los indios se las habian cortado haciendo casi anatomía dellos, con tal extremo, que con los cascos de las cabezas bebian en sus fiestas, y de las canillas usaban en lugar de trompeta, como suelen hacer en semejantes ocasiones, diciendo, que aquellas canillas tienen las voces mui claras por ser de españoles. Desta manera llevaron a enterrar los cuerpos en la ciudad recojiendo sus pobres alhajas para decir las misas, que fueron bien pocas, como siempre suelen; por haberse en este reino un abuso tan introducido, que en muchos años no ha cesado; y es que cuando un hombre quiere salir desta tierra, no le dejan sin que primero pague todo el dinero que le han dado de sueldo, o socorro, para la guerra mandándole pagar lo que le habian dado por paga, y sucede que intentando salir hombres, que han servido, quince o 20 años, viendo que su caudal no llega a lo que en ellos se ha recibido de estipendio por poco que les hayan dado, vinieron a quedar en la tierra otros tantos si los vivieren. Y este mesmo estilo se guarda con los difuntos, cuyas haciendas se toman en cuenta de lo que han recebido. Lo cual me dá tanta pesadumbre, que no puedo pasar adelante con ello, y así lo quiero dejar pasando a otra cosa de ménos lástima; aunque parece mas desastrada.

CAPITULO XXXIV.

Como se despobló la casa fuerte de Arauco.

Grande era la afliccion en que se vian en este tiempo los de la ciudad de Cañete, así con el cerco que habian puesto los enemigos, como por la hambre que ya picaba demasiado, y aunque vinieron dos barcos con bastimentos el uno de la isla de Santa María, y otro de la ciudad de cort olasiti

la Concepcion, donde ya el gobernador Saravia estaba, quiso su infortunio que se perdiese el que venia de la isla, que traia mas cantidad de vitualla, porque el otro que llegó en salvamento traia casi la mitad de la carga de papeles del gobernador en que animaba a los moradores, los cuales le cobraran mayor con un bocado que con mucha cantidad de tapasales. Pero sirvió el barco de que se saliesen algunos en él de puro aburridos, y muertos de hambre, llevando por respuesta de todos los papeles, una sola carta con sesenta firmas, de los que allí quedaban en la cual pedian licencia para desamparar aquel pueblo y salir de tanta desventura; la cual fué tanta, que un solo sacerdote que habia en el lugar se salió dél entrándose en el barco para ir a la Concepcion dejando a los demas tan puestos de lodo, que apénas tenian otra cosa, por estar todos metidos en el fuerte, que era mui pequeño, y con las muchas yeguas y caballos que en él habia, estaba hecho un pantano. No poco es aflijió el gobernador con tantas calamidades, viendo que el estado de las cosas iba cada dia de mal en peor; y que no recebia papel de hombre que no fuese un cuchillo para su corazon por las muchas lástimas que le contaban todos sin haber otra nueva que de miserias. Con esta ocasion hizo consulta jeneral con la audiencia y las demas personas cuyo consejo era de estima, y despues de haber ponderado las razones ocurrentes por todas vias se resolvió en que se despoblase la casa fuerte, de Arauco, pues apénas podia sustentarse en medio de la fuerza de los enemigos. Con esta determinacion envió un barco grande para que se viniese la jente, que allí estaba, que eran cuarenta hombres, como se ha dicho. Recibió esta órden el capitan Gaspar de la Barrera el cual la ejecutó con mucha reportacion y prudencia echando por delante la jente de servicio, sin otro aparato ni bagaje, mas que la artillería, por no hacer ruido, pues ella iba callada. Esto hizo porque su salida no fuese manifiesta a los enemigos, ni diese grande estampido, como la diera si salieran todos juntos: pues con quedarse todos los soldados dentro desvelaron a los contrarios. Mas llegada la noche salieron todos a caballo sin otra cosa mas que sus armas, y así se fueron a embarcar con el mayor silencio que pudieron: aunque cuando mas descuidados iban dieron en manos de los enemigos. Pero como era de noche, y los caballos eran escojidos no hicieron mas de alancear los que pudieron de un lance rompiendo por entre ellos de tropel, y pasando adelante hasta llegar a la playa, donde se dieron tanta priesa a embarcar, que dejaron los caballos ensillados: los cuales cojieron los indios con los demas, que dejaron en la fortaleza que por todos llegaban a 300, sin otras muchas alhajas y bastimentos que allí habia: todo lo cual tomaron por despojos como de jente vencida.

CAPITULO XXXV.

Como se despobló la ciudad de Cañete de la frontera.

El mucho orgullo y avilantez, que se infundió en los indios de la pasada (segun ellos llamaban) victoria, les levantaba los piés para acome

ter a los españoles en cualquier parte que estuviesen; y como no quedasen mas en Arauco, que los que residian en Cañete, acordaron de dar sobre ellos, como lo hicieron juntándose grandes escuadrones en un ejército formado para poner cerco en la ciudad. Pero ántes que lo hiciesen, enviaron a dar un tiempo al cacique don Pedro Levolican, y los dos indios que con él estaban entre los españoles persuadiéndoles que se volviesen al bando de los suyos, pues era tan manifiesta tradicion ser contra ellos en favor de los estranjeros. No fué en efecto alguno este recaudo para que don Pedro desamparase a los cristianos: pero solamente el ver que se le enviaba enjendró en el corazon de Martin Ruiz de Gamboa tan demasiada sospecha, que los metió en ásperas prisiones contra el comun parecer de los suyos, y al fin los envió al gobernador, el cual con solo este indicio los desterró a provincias mui remotas. Viendo los enemigos que no tenian que esperar mas acerca desto acudieron a poner cerco a la ciudad con tanto concierto en sus escuadrones, tanta prevencion en sus ardides, tanta puntualidad en sus ordenanzas, tanta fortaleza en sus armas, y bizarría en sus vestidos y penachos, que ningun espectáculo, que ningun opulento ejército de los turcos, pudiera ser mas vistoso, y estupendo. Desta manera asomaron por encima de una loma mui próxima a la ciudad, y bajaron por una ladera, marchando mui en órden al son de los instrumentos que ellos usan en las batallas, que son mui apropósito para ello. Pero ántes, que viniesen a las manos bajó un escuadron a lo llano hasta la orilla del rio, que está entre la ciudad, y la loma: y desde allí hablaron a un español, que estaba de la otra banda, requiriéndole, que se saliesen todos de su tierra, en un navío que estaba en el puerto; pues ellos no pretendian otra cosa, sino verse señores della como en efecto lo eran, y habian sido. Mas como los españoles no hiciesen mudanza bajó todo el ejército mui en órden, y pasó el rio sin contradiccion alguna viniendo a representar la batalla, y desafiando a los que estaban en la ciudad dentro del fuerte. No tardaron ellos mucho en salir al campo, pero como se comenzase el negocio con disparar una pieza de dos que habia en el fuerte, dieron los indios guiñada subiéndose por otra loma mas cercana al pueblo, que está cercado dellas, escepto el camino, que era a la marina.

Desta manera se estuvieron por aquellos cerros poblándolos todos con la multitud de jente sin acometer a la ciudad, ni tener otros encuentros mas, que algunas escaramuzas de cuando en cuando con los indios yanaconas, que salian de la ciudad a desafiarlos. Estando las cosas en este estado llegó un barco de la Concepcion con un pliego en que venia órden del gobernador, para que la ciudad se despoblase segun estaba ordenado en la consulta arriba referidas, y aunque la disposicion y oportunidad de las cosas impedian tanto la salida, cuanto necesitaban della, con todo eso se pusieron a ello los ciudadanos pareciéndoles, que el camino del puerto estaba mas desembarazado de enemigos, que todo el resto del contorno. Y así sacando la jente menuda con la artillería, todas las mujeres que habia en el pueblo, con algunos soldados de guarda, se

quedó el jeneral haciendo rostro a los indios poniendo dos escuadrones en los repechos de las dos lomas mas cercanas para entretener a los contrarios, que sabia casi sin duda habian de acudir a dar en su jente. No fué vana su presuncion porque a poco rato acudieron grandes huestes de indios por todas partes, con cuya vista se recojeron luego los españoles en una escuadra caminando a toda priesa hasta embarcarse sin llevar otra cosa ultra de los dos tiros: porque los caballos se hubieron de quedar ensillados por no dar el tiempo mas largo, ni aun casi el necesario para las personas. Este dia representaba el espantable estruendo del que ha de haber en el del juicio: porque fué tan grande el alarido, con que las gruesas catervas de los indios acudian unas a la playa, y otras a la ciudad a saquearla; el ahullido de los perros, y las voces de los instrumentos, que todo junto aterraba aun a los que ya estaban fuera de tierra, y levando las anclas con tanta priesa como si fueran tras ellos. Serian las personas que se embarcaron pasadas de quinientas: tras las cuales se echaron a nado los perros de sus casas mostrando el sentimiento y amor, que el instinto natural destos animales suele manifestar en semejantes coyunturas. Cumplióse tambien lo que el apóstol dice, que hai peligros en la mar, y en la tierra, sin haber lugar privilejiado: porque fué mucho mayor el peligro en que esta jente se vió en una tormenta, que sobrevino tan furiosa, que estuvieron a punto de padecer naufrajio, con la cual llegaron al puerto con el agua a la garganta: donde no habian bien desembarcado, cuando el navío se fué a fondo sin escaparse mas de las personas.

CAPITULO XXXVI.

De un espantable terremoto y tempestad que hubo en la ciudad de la Concepcion y de la guerra que el licenciado Torres de Vera [hizo a los indios rebelados.

Ya las calamidades deste desventurado reino de Chile iban cada dia en mayor aumento, y la jente en mas diminucion: los estados de Arauco y Tucapel sin hombre español, ni jénero de edificio en su comarca: la ciudad de la Concepcion puesta siempre en arma, y tan rodeada de calamidades que para referir solamente las deste tiempo era menester mucho mas, fuera de las que siempre ha padecido, que son innumerables: pues ha sido asolada tantas veces, y nunca se ha visto sin grandes desventuras: la jente, ya casi desesperada de verse en una tierra, que si no es calamidades no llevaba otra cosa de cosecha, de la cual se vian imposibilitados de salir sin perder por ello la cabeza. En medio de sus infortunios se via mui al vivo aquella edad de hierro, que dicen los poetas, en la cual todo era robos, enemistades, disensiones, perjurios, y otros ramos que proceden de tan mala raiz, como es nuestra naturaleza plantada en tierra de hambre, guerra, y flaqueza de justicia.- El pobre gobernador no estaba poco aflijido viendo que desde el dia, que puso pié en el reino no le habia sucedido otra cosa, sino desastres con haber ido el mesmo en persona a la guerra al cabo de su vejez : y

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