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usado de todos los buenos medios, que su prudencia le dictaba, que era mucha, y mui aprobada en el tiempo que habia sido oidor en la ciudad dé los Reyes del Perú. Y por entrar ya el invierno, acordó de irse con su mujer y casa a la ciudad de Santiago a ver si de allí gobernaba con mas felicidad que hasta entonces. Estando en ella puso por correjidor y capitan de la ciudad a Gaspar de la Barrera por ser hombre en quien concurrian los requisitos para tal oficio como cada dia lo iba mostrando la experiencia.

No dejaré pasar en silencio un caso digno de memoria, en que se ve lo que hace el demonio cuando anda suelto: o un hombre que se le parece cuando alza su manutenencia. Estaba en la ciudad de Santiago un vecino mui de buena suerte llamado Pedro de Miranda casado con una señora principal llamada doña Esperanza de Rueda: este tenia una hija mestiza casada con un Bernabé Mejía vecino de la Concepcion, la cual estaba siempre en la casa de su padre por andar su marido ordinariamente en la guerra. Sucedió que viniendo este una vez a su casa mostraba mal rostro a su mujer llamada Catalina de Miranda de suerte, que ella vivia con el recato posible por desvelar al marido de las sospechas que a lo que se entiende eran vanas, y como un dia la llamase su madrastra doña Esperanza para llevarla a vísperas, que eran de los finados (aunque para ellos no fueron vísperas, sino dia) comenzó la moza a rehusarlo diciendo que su marido se disgustaba de verla salir de casa: a lo cual sobrevino el marido diciendo, que lo dejase por entonces pues ella no arrostraba la salida. Encolerizóse doña Esperanza, y dijo algunas palabras, de las que suelen las mujeres, cuando están bravas, cuya ira dice el Espíritu Santo ser tan encendida que ninguna otra echara el pié adelante : con las cuales palabras se encendió tambien la ira del Bernabé Mejía tanto que poniendo mano a la espada la dió de estocadas y acudiendo su mujer a aplacarle la tendió tambien a ella muerta junto a su madrastra: salió al ruido Pedro de Miranda, que estaba durmiendo la siesta con el cual arremetió el matador, y le atravesó dejándole muerto como a su mujer y hija: estaba en aquella casa un huesped llamado Francisco de Soto el cual salió al estruendo, y con este tambien embistió el que tenia embestido el espíritu de homicidio, y le postró en tierra saliendo con su espada teñida en sangre, que aunque de seis personas era casi toda una por ser de padres y hijos pues murieron a las vueltas dos cristianos, que estaban en los vientres de las desventuradas señoras cuya casa quedó regada con su sangre. Apenas acabó la matanza cuando murió él siendo arrastrado por la ciudad, y despues hecho cuartos a la puerta de la mesma casa cumpliéndose siete muertes con la suya: que parece andaban sueltos los siete pecados mortales.

En este tiempo mandó el gobernador, que el licenciado Torres de Vera oidor de la real audiencia saliese a sustentar la guerra con nombre de su lugar teniente de jeneral: y así lo hizo bajando a Santiago, y a Coquimbo donde recojió muchos pertrechos, y juntó cosa de cien

PEDRO MARIÑO 9 DE LOVERA.

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hombres, con los cuales fué a los términos de la Concepcion donde anduvo todo aquel verano desbaratando los ejércitos de los indios, y derribando sus fuertes sin cesar de ordinarios encuentros hasta que comenzando el invierno se recojió a la ciudad de la Concepcion a servir su plaza en la real audiencia.

la

Sucedió entónces una calamidad harto mas estupenda de ver, que fácil de escribir ni pintar. Y fué: que se levantó un terremoto tan furioso que parecia se asolaba el mundo donde apénas se podia discernir cual hacia mayor ruido, o el llanto y grita de la jente, o el mesmo estruendo del temblor que era horrible. Fué tal la fuerza con que vino que dejó la ciudad arruinada sin quedar edificio, que no cayese todo, o a mayor parte, y lo que estaba por caer que era bien poco no faltó otro infortunio que lo acabase, porque salió la mar de sus límites bramando mas que leona, y entrándose por la tierra hizo estrago en los rastros de las fábricas, y a la mesma tierra dejó hecha laguna no queriendo perdonar lo que ella habia perdonado. Con esto quedó perdida la desventurada ciudad que por tantas vias lo habia sido sin haber quien no le diese combate: mar, tierra y enemigos, y aun su mesma jente doméstica, que la habitaba. Fué esto miércoles de ceniza.

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CAPITULO XXXVII.

De como Ramiriañez de Saravia, y don Miguel de Velasco dieron batalla a los indios rebelados en el valle de Tomelmo; y de cierta derrama, que se echó en el reino.

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Estando el gobernador en la ciudad de Santiago no aflojaba un punto el cuidado de las cosas de la guerra, y para esto envió capitanes que hiciesen jente en todas partes, encargando esto a Joan Alvarez de Luna que tomó el camino de la Serena, y a su hijo Ramiriañez de Saravia, al cual envió a las ciudades de arriba con título de jeneral dándole por coadjutor al capitan Gaspar de la Barrera que asistiese a su lado; y le industriase en todo dándole la direccion, que su edad habia menester, que era mui poca. Llegó este jeneral a la ciudad de Valdivia, que es el terreno de todos los necesitados; y recojió todo cuanto pudo de vestidos, armas, caballos, municion y bastimentos, llevándolo pesadamente todo el pueblo, viendo que cuanto estaban afanando todo el dia se la llevaban al fin dél los proveedores de la guerra. Demas desto echó el gobernador nueva pension sobre el oro, que se sacaba de las minas aplicando la octava parte para la guerra: lo cual no pudieron sufrir los vecinos y rejidores pareciéndoles que sacado el quinto de su majestad, y la sesma parte que llevan los indios, y el gasto de las herramientas, que es mucho, si se echaba esta nueva pension no les quedaba nada. Para esto se concertaron todos de alzar mano de las minas por no trabajar de valde, y juntándose en un lugar donde estaban convocados firmaron todos de su nombre este concierto. A esta causa vino el licenciado Egas Vanegas oidor de la real audiencia y procedió haciendo pesquisa contra los culpados, y tuvo harto apretados a muchos sobre el

caso hasta que mal que les pesó hubieron de rendir la cabeza al yugo, y por haber vehemente presuncion de que el autor desta historia lo habia sido de aquel acuerdo, y el instrumento de las firmas les pareció que satisficiese encargándole este asunto de que juntase el oro de la derrama que estaba echada.

Hecho esto, salió el jeneral Ramiriañez de Saravia de la ciudad de Valdivia con buen número de jente, mui bien aderezada con la cual se fué a la Imperial donde acrecentó la compañía con los soldados que allí se le llegaron. Despues de algunos dias fué marchando hácia el lebo de Puren donde estaba don Miguel de Velazco con alguna jente que habia venido del Perú, haciendo guerra a los indios comarcanos. Y para que se hiciese esto con mas cómodo redujeron sus escuadrones a un solo ejército: aunque por haber dos cabezas nunca faltaban desabrimientos como suele suceder en cualquier parte, que hai muchos mandones. Pero en efecto, el ser el Ramiriañez hijo del gobernador era freno de las disenciones, y así andaban todas las escuadras hechas un cuerpo en que habia 250 hombres mui bien apercebidos y acomodados con todos los pertrechos, que segun la necesidad podian desearse. Estando pues alojado el campo en una llanada demas de cuatro leguas llamada Tomé, vieron venir un gran escuadron de enemigos tan apresurados que mostraron determinacion de querer embestir; cosa que puso espanto porque nadie pudiera persuadir que en lugar tan llaño donde los españoles campean sin estorbo, se atrevieran los indios a venir con ellos a las manos. Pero viendo que iba de veras salieron los nuestros dejando jente en el cuerpo de guardia para defensa de los reales: en comenzando a inclinarse hacia los indios hicieron ellos alto en el lugar que los cojió la vista de los españoles. Y como don Miguel viese que cerraban el escuadron no quiso que se cometiese hasta mirar bien primero lo que seria mas espediente: lo cual le pareció a Gaspar de la Barrera mucha dilacion, y no pudiendo sufrirla acometió con su escuadra: aunque por estar el escuadron de los contrarios mui cerrado, y ser mucha la piquería no pudo romper ni desbaratarlo, y así hubo de dar la vuelta dejando muerto uno de los suyos llamado Luis de Villegas, que habia sido mui animoso, y valiente soldado.

Viendo esto don Miguel de Velasco, quiso probar la mano a ver si echaría mejor lance para lo cual salió él con todo el resto del ejército, y arremetió con gran furia sin hallar mas entrada, que los primeros por tener los indios gran teson en él no menearse de sus puestos con las picas caladas sin haber hombre que un punto se desconcertase. Por esta causa se retiraron los españoles, y se comenzó a jugar la artillería, y disparar las escopetas sin ser parte para desbaratar a los indios ántes se venian mui en órden llegando a los reales sin ponerles horror el ver los que iban cayendo heridos de las balas. Fué tanta la determinacion con que acometieron que los españoles comenzaron a flaquear, y se fueron huyendo muchos dellos, unos a la Imperial, y otros a los Infantes, quedándose el don Miguel con mui poca jente, y esa, no poco amendentada,

de suerte que los enemigos se entraron a su placer por los reales, donde mataron cuatro españoles, y todos los yanaconas, y mujeres de servicio haciendo presa en las alhajas de los cristianos que casi eran toda su hacienda y lo repartieron mui despacio, y aun hubo entre ellos mesapela sobre los despojos sin atreverse los españoles, que estaban a la mira desde afuera a demandárselo: ántes se iban retirando a toda priesa sin poder detenerlos el jeneral don Miguel por mas que lo procuraba: y aun les iba diciendo palabras ignominiosas llamándolos gallinas aunque en el valor eran mas que gallinazos. Y quedó aquel caballero tan escarmentado, que propuso de alzar mano de la guerra como lo hizo viniendo el gobernador en ello, que caminaba ya con buen número de jente hácia la ciudad de los Infantes, y llegó a ella dentro de pocos dias. Y viendo cuan infelices sucesos tenia su ejército cada dia, acordó de echar mano del maestre de campo Lorenzo Bernal elijiéndolo por jeneral, y dándole la absoluta administracion de las cosas de la guerra, pues el tiempo iba mostrando, y aun necesitando dar en sus manos siendo éste el postrer remedio. Y así se echó luego de ver cuanto convenia hacer caso de su persona porque saliendo al mesmo lugar de la batalla, que era el valle de Tomelmo en compañía del gobernador, comenzó a hacer de las suyas restaurando la honra de los españoles en diversos asaltos, y encuentros que tuvo con los indios, y aun parte de los despojos y pillaje, que les habian quitado en la batalla ultra de algunos bastimentos, como fueron, vinos y conservas, que hallaron en el mesmo lugar donde habian estado los reales: lo cual dejaron los indios sin tocar en ello por mandado de su jeneral llamado Chungo Turco que con pregones lo mandó notificar so pena de la vida; lo cual hizo recelándose que los españoles lo habian dejado de industria echando en ello algun veneno para efectuar con él lo que con hierro no podian. Comenzó luego a meter miedo en los corazones de los indios el famoso nombre de Martin Campo cuyos sucesos eran tan felices, que el gobernador le dejó con cargo de la ciudad de los Infantes y de todo lo concerniente a guerra, yéndose él a la ciudad de Valdivia: que no era poco para un hombre de setenta años andar tantos y tan ásperos caminos sin descansar como su vejez lo requeria por acudir personalmente a las cosas del reino.

Dentro de tres meses determinó de volver a la ciudad de la Concepcion embarcándose el mes de setiembre de 1571, con algunos españoles que con él salieron, los cuales demas de la mucha provision que de la ciudad sacaban llevaban tambien muchos indios contra su voluntad, y aun sin delecto, pues dejaban las mujeres sin los maridos, y a los maridos sin sus mujeres: y lo mesmo hacian con los padres y hijos; sobre lo cual hubo grandes alborotos pretendiendo impedirlo la justicia seglar, y aun interviniendo la autoridad del obispo de la Imperial, que lo prohibió con censuras, pues estaban tan estragadas las conciencias de algunos, que ni por esas ni por esotras dejaron los indios ni las indias.

CAPITULO XXXVIII.

De la visita jeneral que hicieron en toda la tierra el licenciado Egas Vanegas, y el licenciado Torres de Vera, oidores de la real audiencia de la Concepcion.

Habiendo estado la jente de este reino, y en particular los señores de indios tan demasiadamente señores desde que se descubrió la tierra, que vivia cada uno como queria, fué necesario hacer visita jeneral para poner las cosas en órden, y poner en cuenta y razon las encomiendas de los indios desagraviándolos, y eximiéndolos de muchas vejaciones que se les habian hecho y hacian. Para lo cual se distribuyeron las ciudades entre los dos oidores comenzando Egas Vanegas por las ciudades de arriba el año de setenta y uno, entrando por la Imperial y prosiguiendo hasta Valdivia donde puso en harto aprieto a todos los encomenderos haciéndoles pagar todo lo pasado: y como los desafueros habian sido tantos, y ellos tenian ya tan poca costilla era gran compasion ver lo que padecian, porque muchos de los ministros como escribanos y alguaciles, y otros semejantes apuraban tanto a los miserables por tener de donde sacar su salario, que quitaban las cobijas de las cunas de las criaturas con hartos clamores de las madres: y aun algunos eran como gatos golosos que estando puestos para guardar la caza de los ratones, come uno de ellos mas en un dia, que cien ratones en un mes. Hallarónse en el distrito de la Imperial cuatro mil y cuatro cientos indios tributarios, que son los que pasan de diez y siete años, y no de cincuenta y uno sin los que estaban de guerra, que no llegaban a catorce mil con haber hallado cuando entraron los españoles pasados de quinientos mil en este distrito. Y asi mismo se habian hallado mas de doscientos mil en los términos de Valdivia, y los numerados en esta visita fueron poco mas de doce mil; y el dia de hoi hai hartos ménos: tanta es la disminucion que ha venido por estos desventurados indios por espacio de treinta años. Hizo el visitador grandes condenaciones a los vecinos aplicados a los indios por las demasias, y negaciones que se habian usado con ellos sacándoles con diversos medios, y estorciones mucho mas de lo que estaba señalado de tasa: y así le mandaron ciento y cincuenta mil pesos, y once mil hanegas de trigo y maiz, ultra de diez mil pesos, quo se aplicaron para la Cámara de su majestad y salarios de visitas, y otros muchos que llevaron los oficiales della: aunque no se ejecutó la condenacion por en tónces respecto de la apelacion que se les admitió para la audiencia real, escepto lo que tocaba a los salarios, que esto se exhibió luego sin remedio.

En este tiempo habia llegado a la ciudad de la Concepcion otro oidor llamado Martinez de Peralta, con cuya asistencia se podia suplir la ausencia del licenciado Torres de Vera, que estaba señalado para visitar la ciudad de Santiago y Coquimbo; aunque fué necesario el dilatarse por entonces para acudir a ciertos alborotos que habia en la ciudad de

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