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No recuerdo mas que dos escritores de la época colonial que usen chileño en vez de chileno.

Don Alonso de Ercilla emplea la segunda de estas formas en la estrofa 7.a canto 1.o de LA ARAUCANA, donde dice que Chile se estiende

hasta do el inar oceano i chileno

mezclan sus aguas por angosto seno.

El padre Alonso de Ovalle, uno de los hablistas cuya autoridad invoca la Real Academia en la primera edición del DICCIONARIO, usa siempre chileno, i no chileño, en su HISTÓRICA RELACIÓN DEL REINO DE CHILE.

Frai Gregorio García, el conquistador Nájera, el jesuita Rosales, i todos los demás cronistas i escritores de la época colonial, hacen lo mismo, menos el padre Diego González Holguín, que, en su VOCABULARIO DE LA LENGUA QUICHUA traduce chilliruna por chileño, i don Domingo José de Arquellada Mendoza, quien al publicar en 1788 la traducción del COMPENDIO DE LA HISTORIA DEL REINO DE CHILE, por don Juan Ignacio Molina, primera parte, usa chileño i no chileno.

Sin embargo, este procedimiento del traductor mencionado, era tan contrario a la práctica uniforme, que, habiendo el año de 1795 don Nicolás de la Cruz i Bahamonde publicado la traducción de la segunda parte de la obra de Molina, se separó de su antecesor en este punto, i escribió, no chileño como Arquellada Mendoza, sino chileno, como invariablemente desde la la conquista hasta ahora han pronunciado los habitantes de Chile i los demas españoles americanos.

Probablemente lo que influyó para que la Real Academia adoptase el vocablo chileño i le diese la pre

ferencia sobre chileno, fué la manifiesta tendencia de la lengua castellana a que los adjetivos que denotan el natural de un lugar o comarca, o lo perteneciente a ese lugar, o esa comarca, terminen en eño i no en eno.

El DICCIONARIO DE LA ACADEMIA contiene, entre otros de la desinencia eño, los que siguen: estremeño, caraqueño, limeño, sanluqueño, madrileño, malagueño, carribeño, abajeño, isleño, costeño, porteño, ribereño, lugareño, etc., etc.

El DICCIONARIO, a mi juicio, debería además haber concedido entrada en sus columnas a atacameño, el habitante de la provincia de Atacama en Chile; a antioqueño, el habitante del estado de Antioquía en Colombia; a cuzqueño, el habitante de la histórica ciudad del Cuzco en el Perú; a paceño, el habitante de la ciudad de la Paz en Bolivia; a quiteño, el habitante de la ciudad de Quito en el Ecuador.

Se advierte una omisión aun mas reparable.

El DICCIONARIO enumera entre las Academias Americanas la Salvadoreña.

Mientras tanto, no ha dedicado un artículo a este adjetivo (1).

Así, convengo en que son muchos los vocablos de esta clase terminados en eño.

Sin embargo, tal antecedente no basta para dar la preferencia a chileño sobre chileno; i aun para dejar subsistente la primera de estas formas que, en el dia, no se usa absolutamente ni en el lenguaje hablado, ni en el escrito.

El mismo DICCIONARIO DE LA ACADEMIA reconoce la lejitimidad de varios nombres nacionales i jentilicios en eno, i no en eño, como agareno, antioqueno, (natural de Antioquía en la Siria), nacianceno, nazareno, sarra.

ceno.

(1) El DICCIONARIO ACADÉMICO, edición de 1899, rejistra las voces quiteño i salvadoreño.

I estos no son los únicos de su especie.

Echando una mirada mui rápida al Diccionario Jeográfico de la BIBLIA, que se encuentra entre los anexos de la traducción de la VULGATA LATINA por el insigne don Felipe Scio de San Miguel, he encontrado jeraseno, el habitante de la ciudad i territorio de Jerasa en la Decápolis.

Pero aun cuando no hubiera nada de esto, sería suficiente el uso constante e invariable por mas de tres siglos en el país a que se refiere este adjetivo para que chileno haya de prevalecer sobre chileño, que solo ha sido empleado por rarísimos escritores.

Lo cierto es que la forma de los adjetivos con que se designa el natural de una ciudad o país, o lo perteneciente a esa ciudad o país es mui varia i caprichosa en nuestra lengua.

El DICCIONARIO DE LA ACADEMIA, ajustándose a la norma de la desinencia en eño, por cuyo respeto sus autores han preferido chileño a chileno, enseña, verbigracia, que ha de decirse brasileño por el habitante del Brasil, o lo que atañe a este imperio.

Sin embargo, en América, todos, salvo poquísimas escepciones, dicen brasilero.

Esta formación es defectuosa (advierte don Pedro Fermín Cevallos), porque «si tal se saca del Brasil, ¿por qué no se saca también guayaquilero de Guayaquil?».

Ha de decirse brasileño, como se dice guayaquileño. Todo esto sería mui exacto, si, en materia de nombres jentilicios, se respetara la analojía; pero jeneralmente no sucede así.

El natural de Francia se llama francés; el de Escocia, escocés, el de Dinamarca, danés; el de Holanda, holandés, el de Viena, vienés; el de Irlanda, irlandés; el de Inglaterra, inglés.

No por esto podría sostenerse que las denominaciones para denotar los habitantes de las comarcas i de las ciudades que acaban en a han de tener por desinencia la sílaba és.

Efectivamente, el natural de Italia se llama italiano; el de Prusia, prusiano; el de Africa, africano; el de América, americano; el de Colombia, colombiano; el de Venezuela, venezolano; el de Cuba, cubano; el de Roma, romano.

Tampoco podría sostenerse que la desinencia habría de ser siempre ano.

El natural de Asia se llama asiático; el de Austria, austriaco; el de Polonia, polaco; el de Valaquia, valaco; el de Moldavia, moldaco.

Las tres desinencias mencionadas no son las únicas. El natural de Grecia se llama griego; el de Turquía, turco; el de Suecia, sueco; el de Noruega, noruego; el de Béljica, belga; el de Alemania, alemán.

Como se ve, no pueden determinarse desinencias fijas por lo que toca a los nombres jentilicios.

El uso es en éste un árbitro mas absoluto que en otros puntos de lenguaje.

Don Antonio Puigblanch, en su CATORCE GRUPOS DE CUESTIONES SOBRE VARIOS ORÍJENES DE LA LENGUA CASTELLANA, hace una observación mui curiosa sobre el del nombre español, la cual corrabora lo que acabo de esponer.

Léase lo que escribe Puigblanch (pájina 26).

«¿En qué consiste que a los españoles se nos designe con un nombre diminutivo, cual es nuestro nombre nacional, pues se deriva, no de hispanus directamente sino del diminutivo hispaniolas; según ya lo observó don Juan de Iriarte en uno de sus epigramas latinos; i en el mediodía de la Francia, i en lengua provenzal se

nos da el nombre de espagnolets, es decir, españolitos; i así mismo en Italia el de spagnuoletti, que debe ser la razón por que al pintor valenciano Ribera, que residió allí, se le dió i le ha quedado el nombre de spagnuoletto entre los pintores i los aficionados a pinturas?»

«La esplicación, no mui fácil de este orijen, agrega Puigblanch, i la del nombre Hispania, acerca de la que, aunque facilísima, han errado notablemente, así gramáticos, como jeógrafos, suministra una prueba sobre las demás que hai de la grande antigüedad del idioma castellano, i demás idiomas con él relacionados, enmendándose también por ella un pasaje adulterado de la obra jeográfica del escritor griego Estéfano Bizantino, que los editores de la misma i los comentadores, por falta de esta noticia, han corrompido mas

i mas».

Por desgracia, Puigblanch murió sin revelar su descubrimiento filolójico; pero su observación, que es exacta, demuestra cuán caprichosa es la formación de los vocablos jentilicios.

En los tiempos que siguieron a la conquista, el calificativo de chileno se aplicaba no a los descendientes de europeos, sino a los indios.

Aunque al fin de la época colonial, i sobre todo en la de la revolución, empezó ya a denominarse chilenos a todos los habitantes del país, cualquiera que fuese su raza, sin embargo, esta práctica no se jeneralizó hasta después de la proclamación de la independencia, como lo prueba el siguiente documento.

<<Santiago, 3 de julio de 1818.-Después de la gloriosa proclamación de nuestra independencia, sostenida con la sangre de sus defensores, sería vergonzoso permitir el uso de fórmulas inventadas por el sistema colonial. Una de ellas es denominar españoles a los que

AMUNÁTEGUI, T. II

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