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dad, son ciertamente dignas de hallarse esculpidas sobre las lápidas de un cementerio, donde despliegan sus letras en el silencio i la soledad, entre la yerba i el olvido.

Ordinariamente los epitafios están infestados por esa insulsez empalagosa.

Las biografias de estilo exornado i de escasa sustancia a que me refiero, adolecen del mismo defecto.

Las relaciones de méritos confeccionadas por nuestros antepasados para pretender empleos i honores, eran el tipo mas acabado i característico de ellas, por lo tocante al fondo, aunque no a la forma. Los colonos apreciaban muchísimo esas hojas de servicio, i las guardaban en sus gavetas como testimonios de nobleza, en lo que se aunaban la vanidad i el interés.

Uno de nuestros magnates, el mayorazgo Huidobro, tuvo la feliz ocurrencia de hacer empastar, en un grueso volumen en folio mayor, bajo el rótulo Chile Familias Ilustres, todos los documentos de esta clase que logró allegar a fuerza de trabajo, paciencia i dinero.

Poca cosa de provecho puede rastrearse en tan indijesto fárrago.

Solo de cuando en cuando suele encontrarse algún grano de oro en esa mina de tierra i guijarros.

Los gusanos han roído los cuerpos de los héroes de aldea cuya memoria ha querido perpetuarse; la intemperie ha destruído los falsos elojios con que se

adornaban sus sepulcros; la polilla i el polvo han carcomido las ejecutorias donde se han consignado las vulgares acciones de su inútil existencia.

Desaparecidos sus huesos i sus mortajas, no ha quedado nada de ellos sobre la tierra; porque, a decir verdad, no han vivido en la grande i real significación de esta palabra.

Pero, a diferencia de los individuos señalados, hai otros que no necesitan que sus hechos se estampen en el papel o se esculpan en el mármol, para que sus nombres se trasmitan hasta la posteridad mas remota.

Aunque no les compongais altisonantes biografías, aunque no les erijais magníficos mausoleos, poco importa.

Su fama será duradera; porque han sabido ligarla a alguna de esas instituciones sociales o políticas que no pasan como las nubes.

Que los años se sucedan a los años, los acontecimientos a los acontecimientos, el recuerdo de esos varones preclaros no perecerá jamás, a lo menos mientras la libertad sea reverenciada en el mundo, la caridad amada, los beneficios a la patria o a la humanidad pagados con el agradecimiento debido.

El día que se sepultó en el cementerio de la capital el cadáver de Camilo Henríquez, del revolucionario famoso que, después de haber llenado a

Chile con su nombre, i despertado con sus escritos tan opuestas pasiones, moría pobre, retirado del proscenio político, i casi olvidado de sus conciudadanos, contábase en el reducido grupo de viejos patriotas de 1810 que formaban el duelo en pos del ataúd a don Manuel de Salas, su contemporáneo, su amigo íntimo, su camarada en la gran lucha de la independencia.

Este venerable anciano, que marchaba enternecido con la reciente pérdida de uno de sus correlijionarios mas conspicuos, enojado quizá por la injusta pobreza en que había muerto un hombre tan meritorio como el redactor de La Aurora, clavó casualmente la vista sobre una tumba que exhibía en su piedra ostentosos títulos, como un escudo sus blasones, o como un casco su penacho; i sintiéndose sin duda ofendido al compararla con la humilde fosa sin lápida ni epitafio que iba a servir de última morada al primer periodista chileno, no pudo menos de decir a las personas que caminaban a su lado, señalándoles con desdén aquella muestra de la vanidad humana:

-Tendré cuidado de ordenar que se inscriba sobre la losa que cubra mi sepultura: Aquí no hai nada.

Eran la modestia del filósofo, la humildad del cristiano, la indignación secreta contra la injusticia de la suerte, los móviles que en esta ocasión inspiraban a Salas semejante frase; pero la conciencia de su propio mérito i el orgullo, un lejítimo orgullo,

resultante de dicha convicción, habrían podido dictársela igualmente.

Era cierto.

Él no debía llevar al sepulcro, como tantos otros, todo lo que había sido en el mundo, sino solo un puñado de polvo.

Aunque su cuerpo se disolviera, había de quedar viviendo en la tierra una gran parte de su personalidad: las grandes ideas que había propagado, las semillas de instrucción que había esparcido, las instituciones de caridad que había organizado.

El caudal de gloria que iba a legar a su familia, debía consistir, no en un legajo de despachos honoríficos, dificil de sustraer a la carcoma del tiempo, sino en la multitud de beneficios que había hecho a sus compatriotas.

Tenía, pues, razón al querer que se grabara sobre la losa de su sepulcro: Aquí no hai nada.

No era en el cementerio, sino en la República, donde debían buscarse los rastros de su existencia, habiendo confiado la conservacion de su memoria, no a la piedra de la tumba, sino a la gratitud de los hombres.

La biografía de don Manuel de Salas está guardada, a la hora en que trazo estas líneas, en una caja de cedro bien acondicionada i con fuerte cerradura.

Se halla depositada en el corazon de sus conciudadanos, a lo menos en el de aquellos que gozan el fruto de sus fatigas i desvelos,

¿Quereis saberla?

Preguntad a cualquiera:

¿Quién construyó el malecón del Mapocho? ¿Quién fundó el hospicio?

¿Quién, el primer colejio donde se enseñaron las matemáticas i el dibujo?

¿Quién presentó el proyecto de lei para la abo lición de la esclavitud en Chile?

¿Quién organizó la biblioteca?

¿Quién favoreció la introducción de la enseñanza mutua en las escuelas primarias?

¿Quién contribuyó en 1819 al restablecimiento del Instituto Nacional?

¿Quereis saber mas pormenores todavía?

Continuad vuestras preguntas.

¿Quién fomentó el cultivo del cáñamo?

¿Quién introdujo el del lino, la morera, la higue

rilla, la linaza?

¿Quién, el gusano de seda?

¿Quién estimuló la filatura del cáñamo?

¿Quién enseñó la confeccion del aceite de linaza por medio de máquinas?

¿Quién, la fábrica de la loza vidriada, de la jerga, del paño burdo?

¿Quién, la filatura de medias i frazadas en telares mandados traer por él a Europa?

¿Quién hizo esplotar, en cuanto era permitido a las fuerzas de un particular, las vetas de metales que encierran nuestras cordilleras, sin que le exci

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