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del gobierno estaba, no en el palacio que el representante del rei ocupaba en la plaza principal de la ciudad, sino en la modesta casa que el síndico del consulado habitaba en la calle de San Antonio.

«El nombramiento de síndico de este consulado que Vuestra Excelencia se sirve hacer en mí (decía Salas al ministro don Diego Gardoqui en oficio de 10 de enero de 1796) me proporciona una ocasión de complacerle i de ser útil a mi país, manía que ha guiado siempre mi aplicación, viajes i observaciones. Tener oportunidad de llenar estas dos miras de mi ambición me es mas lisonjero que si viese cumplida la real orden que Vuestra Excelencia espidió en 4 de junio de 1793 para que se me destinase en real hacienda, o si hubiese tenido efecto el real decreto que manda a la cámara consultarme para toga en 13 de octubre de 1794 por varios servicios que informa el actual presidente en 6 de enero de 1793, principalmente por el que hago en la intendencia de obras públicas de esta capital, de que estoi encargado como uno de sus rejidores.

«Ni ésta, ni otras atenciones, me han impedido contraerme al desempeño de mi nueva obligación, i sin limitarme a lo que literalmente me prescribe, he promovido cuanto se dirije al bien de los ramos que Vuestra Excelencia quiere protejer. A mi solicitud, se han señalado ya premios para las memorias que mejor indaguen el orijen de su decadencia i los medios de repararla. El desorden i abusos que

arruinan a los cosecheros i negociantes de trigo, cuya reforma ha ocupado la atención del gobierno i excitado los clamores del público un siglo hace, contenidos en gruesos volúmenes de autos, se han encargado por la junta a mi cuidado para su examen. Conociendo la necesidad que hai de una academia de dibujo, aritmética i jeometría, promuevo su establecimiento; i para facilitarlo, he ofrecido costearlo, mientras lo apruebe Su Majestad».

La comparación de lo que Salas había visto en sus viajes con el estado a que Chile se hallaba reducido, le había inspirado la convicción profunda que ésta era una de las comarcas mas desvalidas i atrasadas del orbe, cuando podía ser una de las mas ricas i felices.

de

Según él, los chilenos formaban un pueblo miserable; pero podían ser uno poderoso.

Dios había hecho por nuestra tierra cuanto era deseable; el hombre, nada!

Salas tenía el candor de creer que aquel cúmulo de males innecesarios podía remediarse con provecho de los intereses de la metrópoli, sin menoscabar las prerrogativas reales, sin ofender las preocupaciones del pueblo español, que consideraba a la América como dominio conquistado, como medio de proporcionarse una renta.

Era, pues, un reformador radical, pero vasallo

leal i sincero, que habría retrocedido espantado, si alguien le hubiera demostrado que sus proyectos de mejora podrían, andando el tiempo, hacer concebir a los chilenos planes de trastornos políticos. I, sin embargo, era sin pretenderlo un gran revolucionario.

La opinión de que Chile no era nada, i podía serlo todo, que propagaba de palabra i de obra, halagaba naturalmente a los criollos, infundiéndoles esperanzas i deseos imposibles de realizar bajo el réjimen español.

Las trabas del sistema colonial i la satisfacción de tales aspiraciones eran incompatibles.

La Representación sobre el estado de la agricultura, industria i comercio del reino de Chile hecha al ministro de hacienda don Diego Gardoqui por el síndico del consulado don Manuel de Salas en 10 de enero de 1796, es una memoria notabilísima.

Ella presenta un cuadro acabado de lo que era Chile al comenzar la revolución, debido a la pluma de un testigo ocular, mui fidedigno.

Veamos cómo pinta el territorio i sus habitantes: «El reino de Chile, sin contradicción el mas fértil de América, i el mas adecuado para la humana felicidad, es el mas miserable de los dominios españoles. Teniendo proporciones para todo, carece aún

de lo necesario; i se traen a él frutos que podria dar

a otros.

«Su estensión desde Atacama a la Concepción, que es la parte ocupada por los españoles, encierra nueve mil leguas en área, que participan de todos los climas, ya por su situación jeográfica (pues empezando en 24o, latitud meridional, termina en 37°), ya por hallarse bañada por un costado de doscientas sesenta leguas del mar, i por otra igual bordada de las altas sierras nevadas de los Andes, como por otras diversas causas subalternas que concurren a variar el temperamento en una misma altura.

«En este espacio, en que jamás truena, ni graniza, con unas estaciones regladas que rarísima vez se alteran, sembrado de minas de todos los metales conocidos, con salinas abundantes, pastos copiosos, regado de muchos arroyos, manantiales i ríos, que a cortas distancias descienden de la cordillera, i corren superficialmente, donde hai buenos puertos i fácil pesca; en un terreno capaz de todas las producciones i animales de Europa, de que ninguno ha dejenerado i algunos mejorado, donde no se conocen fieras ni insectos, ni reptiles venenosos, ni muchas enfermedades de otros países, i en donde se han olvidado los estragos de la viruela por medio de la inoculación; en este suelo privilejiado, bajo un cielo benigno i limpio, debería haber una numerosa población, un comercio vasto, una floreciente industria, i las artes que son consiguientes: mucho mas si se considera inmediatamente colo

BICHVEDI

cado cerca del rico Perú, esterilizado por el terremoto que desde fines del siglo anterior lo hace depender de Chile para su subsistencia.

«A pesar de todas estas proporciones, la población, según los mejores cómputos i razones que se han tomado antes i ahora, no pasa de cuatrocientas mil almas. Siendo capaz cada legua de mantener mil personas, según el mas moderado cálculo, tiene este reino, cuando mas, la vijésima parte de la jente que admite; i esta despoblación asombrosa, verdadero termómetro del estado de un país, dará una justa idea de su miseria. Es a la verdad de admirar que esté desierta una tierra que corresponde con prodigalidad al cultivo, donde la fecundidad de las mujeres es grande, en que continuamente se establecen forasteros, siendo raro el natural que sale, donde ni la guerra ni la marina consumen los hombres; pero es aún mas portentoso que entre los habitantes de un país tal, cuyo moderado trabajo alimenta a otros pueblos, se hallen muchos cercados de necesidades, pocos sin ellas, i raros en la abundancia. Nada es mas común que ver en los mismos campos que acaban de producir pingües cosechas, estendidos para pedir de limosna el pan, los brazos que las recojieron, i talvez en el lugar donde acaba de venderse la fanega de trigo a ínfimo precio en la era.

«Quien a primera vista nota esta contradicción, si se deja llevar del espíritu decisivo de los viajeros, desata luego el enigma concluyendo que la

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