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poros de su desfallecido cuerpo, como el vino se sale de una vasija rota.

La enfermedad le postró en cama.

Una junta compuesta de los mejores médicos no halló otra pócima para sanarle, que la absorción del aire natal.

El virrei, después de haber examinado los informes del teniente coronel del rejimiento, del inspector jeneral del ejército, i de los facultativos que asistían al capitán enfermo, le concedió licencia el 26 de enero de 1774 para que se trasladara a Chile con retención de su grado i uniforme.

III

El clima de Chile i la sociedad de Santiago recibieron perfectamente a don Manuel de Salas.

El aura de la patria restableció su salud quebrantada; el vecindario de la capital le acojió como hijo ausente; el gobierno le dio muestras señaladas de su aprecio.

El 1.o de enero de 1775, el cabildo de Santiago le elijió alcalde ordinario por unanimidad de votos. La intelijencia, la cordura i la probidad del distinguido joven, proclamadas sin discrepancia alguna por la voz pública, i conocidas personalmente por los concejales, justificaban tal designación.

El ayuntamiento no se limitó a darle el puesto principal de que podía disponer.

Encomendóle además las comisiones mas graves i de mayor peso que ocurrieron», según el testimonio de la propia corporación.

El 29 de agosto de 1775, el presidente, gobernador i capitán jeneral de Chile don Agustín de

Jáuregui nombró a don Manuel de Salas superintendente de una población de indios que iba a situar en la hacienda de la Calera i de otras que debían fundarse sucesivamente.

Nada mas ventajoso que esta medida.

Conozco los horrores de la conquista i los desafueros del réjimen colonial: no intento defenderlos, ni paliarlos.

Es efectivo que los naturales fueron diezmados, espoliados, esquilmados, maltratados por los invasores i sus descendientes; pero también es cierto que los indios fueron muchas veces una rémora asaz molesta para el progreso del país.

Los indíjenas sometidos estaban diseminados en una vasta estensión.

Vivían a largas distancias unos de otros en miserables ranchos de paja, vejetando en la incuria, el embrutecimiento, la pobreza i la suciedad. Apenas trabajaban.

La agrupación de los salvajes subyugados era condición indispensable para su cultura i mejora.

De otro modo, no había posibilidad de enseñarlos, de morijerarlos, de que aprediesen algún oficio, de que se dedicasen a la labranza.

Don Manuel de Salas desempeñó perfectamente el cargo que se le había confiado.

Reunió a los desparramados indios de la Calera en el local mas adecuado para una aldea, les asignó habitaciones cómodas, les adjudicó fincas rústicas, los alimentó hasta que se hallaron en estado de

subvenir por sí mismos a sus necesidades, les proporcionó semillas, les suministró herramientas.

El superintendente hizo todas las espensas de su propio bolsillo; i en seguida, cedió el monto de los gastos, que subía a una cantidad no pequeña, «a Su Majestad, manifestando había sido siempre su ánimo coadyuvar a su costa a que tuviesen efecto sus reales intenciones; cuya cesión le fue admitida por aquel superior gobierno; i se le dieron las gracias en nombre de Su Majestad por este nuevo servicio».

El año de 1776, la real audiencia de Chile espidió el título de abogado a don Manuel de Salas, quien comprobó su suficiencia con un brillante

examen.

«Satisfechos los capitulares de la buena conducta, celo i aplicación que Salas había acreditado en el ejercicio de la alcaldía, le nombraron en 1776 por su procurador jeneral».

Fue nombrado igualmente abogado del cabildo.

Por este tiempo, estalió en Santiago una violenta asonada, que habría podido tener un desenlace sangriento, si una mano circunspecta no hubiera abierto cauce para que el torrente popular trascurriera sin producir estragos.

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