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que sin pérdida de momento fuera a ocupar su sillón en dicho tribunal.

La siguiente nota reservada dirijida al presidente de Chile don Agustín de Jáuregui permite echar un vistazo entre bastidores:

«Promovido a la audiencia de contratación de Cádiz el fiscal de ésa don José Perfecto de Salas, de que incluyo a Usía el real despacho, me manda Su Majestad prevenirle reservadamente que, luego que lo reciba, disponga cese en el ejercicio de la fiscalía, precisándole a que en primera ocasión venga a estos reinos con toda su familia, dejando apoderado para contestar en su residencia, bien entendido que será del mayor agrado del rei proceda Usía al cumplimiento de esta resolución por los medios mas eficaces, i hasta el estremo de no admitirle escusa alguna, por convenir así a su real servicio, de que será Usía enteramente responsable; i del recibo de esta real orden, me dará Usía puntual noticia, para la de Su Majestad.

«Dios guarde a Usía muchos años. Madrid, 13 de julio de 1776.

«Al presidente de Chile>>

«José de Gálvez.

Dado el tenor de un mandato tan perentorio, se concibe fácilmente que don Agustín de Jáuregui exijiera con tono desabrido que el oidor nombrado por fuerza, partiera sin replicar con dirección a Cádiz.

El achacoso anciano se vio obligado a ponerse en marcha con su mujer, sus hijos i sus enfermedades a desempeñar un cargo que no había pretendido, ni quería ejercer.

El 24 de abril de 1777, don Lorenzo Blanco Cicerón le reemplazaba en la fiscalía de la audiencia de Santiago.

Don José Perfecto de Salas falleció en Mendoza camino de España.

Visto el oficio reservado trascrito en el párrafo anterior, era evidente que don Manuel de Salas no habría podido salir airoso en el primer objeto de su viaje: la permanencia de su padre en Chile.

El fracaso era inevitable.

Don Manuel de Salas no se aquietó, sin embargo, hasta que se pronunció sentencia absolutoria en el juicio secreto de residencia que se sustanciaba contra el asesor del virrei Amat.

Logró así que se borrara el feo tizne que se había intentado echar sobre el rostro de su padre.

Por lo demás, la promoción concedida a don José Perfecto de Salas sin que la solicitara, era un tes timonio fehaciente de su buena conducta anterior.

Ningún gobierno honrado nombra juez a un prevaricador consuetudinario, como un galardón de sus concusiones.

Conviene consignar aquí que don José Antonio de Rojas, novio entonces, marido despues de doña Mercedes de Salas, hija de don José Perfecto, patrocinó con mucho calor en la corte los intereses i causa de su futuro suegro.

Don Manuel de Salas permaneció en España cerca de siete años.

No consiguió tampoco el segundo objeto de su viaje: la consecución de un empleo.

Don Manuel de Salas regresó a Santiago fatigado de pasos inútiles i de tentativas infructuosas para lograr un acomodo que le permitiese vivir con

conveniencia i decoro.

Solo había conseguido lavar la losa de la tumba donde reposaba su padre.

Se susurraba por los maldicientes que don José Perfecto de Salas había dejado una cuantiosa herencia, producto de la concusión i del cohecho. ¿Dónde estaba ese ponderado tesoro?

Únicamente en la boca de los detractores del asesor del virreinato del Perú.

La verdad es que don Manuel de Salas permaneció en España hasta que fue llamado a Chile por su madre, que había perdido a su marido i dos hijos i casi todos sus recursos, i que le necesitaba para que viniese a atender a los pocos bienes que a ella le quedaban. (1)

(1) Salas, R presentación a lɩ aulienci de Chile, fecha 19 de noviembre de 1787,

Téngase presente que en aquella época los gastos de manutención ascendían a mui poco. Voi a indicar algunos precios apuntados por el recién llegado.

Una gallina valía un real.

Un pollo, medio real.

Un pavo, cuatro reales.

Una docena de huevos, medio real.

Un cordero, tres reales i medio.

Una fanega de fréjoles, de nueve a quince reales. Una de lentejas, de ocho a doce reales.

La carga de leña de espino con treinta i dos palos, tres reales.

El salario de una criada, ocho reales mensuales; i el de una ama de leche, doce reales con la obligacion de lavar la ropa del niño.

Poco tiempo después de haber llegado a Chile, don Manuel de Salas se casó con doña Manuela Fernández Palazuelos.

Hé aquí la partida de matrimonio:

«En la ciudad de Santiago, el día 15 de febrero de 1786, el señor doctor don José Antonio Martínez de Aldunate, tesorero de esta santa iglesia, provisor i vicario jeneral de este obispado, habiendo dispensado las proclama's dispuestas por derecho, casó por palabras de presente, según el ritual romano a don Manuel de Salas, natural de esta

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