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«Por esta misma época (dice don Benjamín Vicuña Mackenna en el capítulo 17, tomo II, de su Historia crítica i social de la ciudad de Santiago) el ilustre don Manuel de Salas, cuyo civismo se ve brillar desde el pavimento de las calles públicas hasta las mas altas concepciones de la filantropía i de las libertades nacionales, gastó de fondos municipales ochocientos treinta i nueve pesos en allanar i empedrar el contrafuerte de Santa Lucía, que se llamaba entonces Alto del molino, por el que allí había puesto uno de los compañeros de Valdivia i que hoi continúa llamándose Alto del puerto....... Desde entonces, i no antes, quedó comunicada la calle de la Merced con la alameda de los tajamares». paseo formado por don Manuel de Salas era en estremo variado i pintoresco.

ΕΙ

A cada paso dado en el malecón, el campo situado en la marjen del Mapocho presentaba un paisaje diferente: ya una choza, ya un molino, ya un cortijo, que aparecían entre las arboledas i huertas, como nidos ocultos en medio del follaje.

En lontananza, se destacaban al oriente los colosales Andes coronados de nieve i nubes, que colocaban sobre sus cabezas magníficos turbantes de seda i gaza blanquísimas.

Mientras tanto, el río que corría a los pies, deslizándose entre las guijas, hacía resonar una orquesta dulce, aunque monótona, como la canción de una madre que arrulla a un niño en sus brazos.

Creo que el lector leerá con gusto la descripción

que de este paseo trazaba en noviembre de 1843 el distinguido literato don José Victorino Lastarria:

«No ha muchos años, en una tarde de octubre, me paseaba sobre el malecón del Mapocho, gozando la vista del sinmúmero de paisajes bellos que en aquellos sitios se presentan. La naturaleza en nuestra primavera ostenta con profusión todos sus primores, i parece que desarrolla ante nuestros ojos su magnífico panorama con la complacencia de una madre tierna que presenta sonriéndose un dijecillo al hijo de su amor. El Ma-pocho ofrece en sus márjenes mil delicias que le hacen recordar a uno con pena aquellas bellas ilusiones que se forma en sus primeros amores. Aquí aparece el aspecto duro i melancólico de una ciudad envejecida, cuyos edificios ruinosos están al desplomarse; a lo lejos, una confusa aglomeración de edificios lucidos, de torres esbeltas i elegantes, i el puente grande del río, que se ostenta majestuoso i soberbiamente sentado sobre sus formidables columnas. Allí multitud de grupos de árboles floridos, que a veces se confunden con los lijeros i blancos vapores que se elevan de las aguas. Allá interminables corridas de álamos de color de esmeralda, cortadas a trechos por el lánguido sauce i por otros arbolillos que contrastan sus matices verdinegros con el triste amarillo del techo de las chozas. De entre las demás arboledas, se ven salir en direcciones curvas i varias las columnas del humo del hogar. Los niños triscan en inocente algazara sobre

las arenas del cauce; el pastor desciende con su blanco rebaño por las laderas del San Cristóbal, i se pierde de repente tras de las peñas o arbustos que se encuentran al paso. I en medio de estas rústicas escenas, se oye la armonía universal de la naturaleza, que se despide de la luz del día, i se confunde a la distancia con el sordo bullicio de la ciudad. ¡Oh encanto del Mapocho! ¡Cuántas veces habeis henchido mi pecho del regocijo mas puro! ¡Cuántas veces habeis ahuyentado de mi corazón penas acerbas! Yo derramaría lágrimas de ternura, si estando separado de mi patria, me asaltara el recuerdo de esas escenas de simple rusticidad en el centro de la cultura de un pueblo».

VII

Durante mucho tiempo, no hubo en la América Española mas que dos consulados: uno en Méjico i otro en Lima.

Por una real cédula datada en Aranjuez a 26 de febrero de 1795, Carlos IV estableció otro en Santiago de Chile.

La nueva institución era un enjendro anómalo: un cuerpo con dos cabezas.

Estaba compuesta de un tribunal de justicia i de una junta económica.

El tribunal debía sustanciar i fallar breve i sumariamente las causas mercantiles.

La junta estaba encargada de la protección i fomento del comercio, del adelantamiento de la agricultura, de la mejora en el cultivo i beneficio de los frutos, de la introducción de las máquinas i herramientas mas ventajosas, de la facilidad en la circulación interior, debiendo comunicar al soberano lo que estimase digno de su noticia i proponerle

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