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los Borbones. El gran Luís fue el único que dio mano al célebre hospital de los inválidos, que tanto ha honrado su memoria, i que no fue mas que un asilo debido a los ilustres defensores de la patria.

«En Santiago, se observa que algo se ha pecado en esto. No se conoce hasta ahora un hospital bien construído i arreglado para alivio de una considerable parte de ciudadanos indijentes, i para los que están destinados a la defensa de los derechos del país. La necesidad de un hospital para la curación de la lúe venérea, tan desoladora en este país, es evidente.

«Fue siempre un importante objeto de las naciones antiguas el establecimiento de los baños públi cos. Aún al presente se ven los vestijios de su suntuosidad entre los griegos i romanos. Su utilidad es incontestable. Ellos ejercen sobre las facultades vitales una influencia indispensable en las sociedades civilizadas. La lúe venérea sería mas benigna, i no tan fácil de propagarse, si los baños fuesen mas comunes i accesibles a la clase inferior. La Persia i Turquía están casi libres de su infección por el uso continuado que hacen de ellos dichos pueblos; i nos veríamos aún libres de una multitud de afecciones cutáneas. Es verdad que la ocupación del gobierno jira sobre cuantiosos objetos. Por eso, una comisión de salud pública era mui a propósito para atender a estos ramos; i entonces estos dóciles habitantes conocerían que la

felicidad del hombre es el verdadero objeto de las solicitudes de los que gobiernan.

«La medicina es una profesión vasta, ligada a muchas ciencias; i lo mas difícil es que las leyes vitales, o las leyes que presiden a los seres orgáni– cos, son variables, i que cada individuo tiene un modo de existir peculiar a su propia naturaleza. Hé aquí en donde reside lo mas dificultoso i arduo en el ejercicio de esta sublime profesión. La lúe venérea, aunque de la misma naturaleza, ataca diferentemente a cada uno por las modificaciones que halla en su organización; i el método curativo debe ser diferente según el temperamento i sensibilidad de cada individuo, aunque sea de la misma especie la sustancia que se usa para su curación.

«Un buen médico debe atender a muchas circunstancias en la administración del mercurio, pues es una sustancia mui activa, i nada indiferente: su método debe variarse según el temperamento, edad estado actual de la lúe venérea, etc., de una perso na. Si todas estas circunstancias a veces embarazan a un buen médico ¿qué será con unos empíricos e intrusos, desnudos enteramente de conocimientos que se atrevan a curar estas enfermedades? I puedo decir que la mayor parte del pueblo está en las manos de estos atrevidos ignorantes.

«Diariamente veo las tristes víctimas de un mal método mercurial, i lo peor es que la dolencia se hace mas rebelde, pues siendo un principio asentado que un continuo estímulo embota el sentido, con

el mercurio administrado por una mano inesperta, el virus sifilítico se hace mas tenaz, i no obedece ya a la acción de este ajente por haberse hecho familiar. El mercurio, esta preciosa sustancia, debe ser administrada por una mano hábil. Una buena curación interesa, no solo al individuo, sino a los seres que él reproduce: la lúe venerea puede propagarse a muchas jeneraciones. ¡Qué interesante es su estinción para el país! El remedio está en las manos de un activo gobierno.

«Un estranjero sin relaciones, i recién llegado, se conduele de la deplorable situación de este país; ofrece sus débiles reflexiones, parto de su sensibilidad; i espera que no caigan sobre un terreno ingrato. Un gobierno patriótico sustituye actualmente al colonial; los derechos sagrados del hombre serán inviolables; i la gloria de los que mandan se reducirá solamente a haber hecho felices a sus semejantes. De su parte, los estranjeros deben propender con sus cortas facultades al bien de un país que observa las máximas de una jenerosa hospitalidad».

La materia sobre que versaba el memorial anterior, era peligrosa para ser tratada en una sociedad que pecaba de mojigata.

Don Manuel de Salas publicó su trabajo en los números 5 i 6, tomo II, de la Aurora de Chile, atribuyéndolo, como se ha visto, a un médico recién llegado, i suscribiéndolo con las letras J. M. S.

Don Pedro Godoi lo reimprimió después en el

tomo I del Espíritu de la prensa chilena, poniendo al pie la firma entera del autor.

El 31 de marzo de 1813, a las seis de la tarde, llegó apresuradamente de Concepción a Santiago un correo con la noticia de que en la tarde del día 26 había anclado en el puerto de San Vicente una espedición realista capitaneada por el brigadier don Antonio Pareja.

Aquella invasión fue una nueva pestilencia que asoló el país.

La guerra destruyó, no solo las personas, sino también las cosas, muebles e inmuebles.

No era tiempo oportuno para pensar en la curación de la sífilis.

La derrota de Rancagua volvió a colocar a Chile bajo el yugo de la metrópoli.

El 9 de noviembre de 1814, don Manuel de Salas fue tomado preso en Santiago i relegado a Juan Fernández.

El distinguido prócer estaba dotado de una conmiseración sin límites.

No se abismó en la contemplación de su propia desgracia.

La vejez, los achaques, las privaciones, la pri sión injusta no bastaron para que se olvidase de los males ajenos.

Los galicosos continuaron llamando su atención

en medio de las cuítas, la miseria, las olas i los hu

racanes.

Léase la carta que escribía a don Manuel Julián Grajales desde el peñón en que el despotismo le mantenía aherrojado:

«Mi caro amigo i jeneroso rival, si las debilidades deben deponerse en el amigo i las dolencias fiarse al médico, concurriendo estas dos benéficas calidades en Usted, voi a decirle las mías.

«Habiendo venido a este destino con todas las apariencias de un grande hombre, me he creído tal, algo como el príncipe de Menschikoff llevado desde Moscou a la Siberia en una pulca o trineo; el gran Jovellanos conducido en una silla de posta desde Jijón a Cartajena, i encerrado en un castillo de Mallorca; el sabio Malaspina, a su vuelta del viaje al rededor del mundo, sumido en San Antón; el respetable Jil embutido en los Toribios, i otros dos mil de este jaez.

«La dureza i desaliño de los porotos, lo incocto de la langosta me desvelaron anoche; i entre mil ocurrencias que asaltaron mi ajitada imajinación, me vino la idea de que la Providencia, que nada hace en vano, i que todo lo dirije a nuestro bien, me ha traído aquí para algo útil. Como la indijes tión de la langosta me era tan sensible, se juntaron estas dos ideas; i de su unión resultó un pensamiento que depositaré en Usted para que, si lo halla racional, lo adelante, i si disparatado, lo compadezca; i en ambos casos, lo calle, para que no sea

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