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El momento era tremendo: los dos ejércitos acampaban en los suburbios de Santiago, i sus avanzadas comenzaban ya a cruzar sus fuegos. La poblacion entera estaba en una angustia atroz, i nadie se atrevia a presajiar el desenlace. Portales, Rodriguez Aldea, Garrido i otros de los principales autores del movimiento, se habian situado al lado del jeneral revolucionario; los demas se ajitaban en el seno de la ciudad, al lado de los liberales, que, resignados al sacrificio, estaban dispuestos a defender con sus vidas la Constitucion.

Pero los liberales querian evitar a toda costa la efusion de sangre, i no escusaban ni el sacrificio de sus intereses personales.

Una noche, en las altas horas, se reunian dos de ellos, don Melchor de Santiago Concha i don Rafael Bilbao, autorizados por su partido, con varios pelucones en un cuarto de la casa de don Joaquin Echeverría, en la calle de las Monjitas. Una sola bujía de sebo i mui gastada los alumbraba; allí estaban, al rededor de una mesa, el dueño de casa, Rodriguez Aldea, Osorio, don Joaquin Prieto i otros. El jeneral llevaba un poncho oscuro i botas de arriero, i cubria su cabeza i su rostro con un pañuelo. La reunion habia sido provocada por don Francisco Ruiz Tagle, que, como apesarado de la revolucion, habia invitado al señor Concha para buscar un arreglo que evitase la efusion de sangre; pero él no habia concurrido.

Los liberales se imajinaron que todo podria concluirse dejando los puestos que ocupaban, para que los revolucionarios los reemplazaran i organizaran el gobierno, respetando i conservando la Constitucion.

Al efecto proponian que en las provincias insurrectas, se hiciera nueva eleccion de senadores, renunciando los señores Fernandez, Novoa i los demas que se designaran, para que en su lugar fuesen elejidos el señor Ruiz Tagle, don Joaquin Prieto i cualesquiera otros. Reorganizado así el Senado, se elejiria presidente de la Cámara a alguno de esos señores, para que, conforme a la Constitucion, se hiciera cargo del Poder Ejecutivo, mientras se hacian las elecciones jenerales, Los liberales agregaban a esta proposicion la de separarse, i aun espatriarse, todos los que los revolucionarios señalasen, con tal de que se evitase la guerra civil i se conservase la Constitucion.

Largamente se disputó en aquel conciliabulo sobre esa proposicion, que los pelucones no admitian, sin querer comprender la abnegacion de sus adversarios. Ellos exijian un sacrificio imposible, porque era deshonroso: querian que los liberales disolvieran el Congreso, declarando nulos todos sus actos, i renunciando todos, como lo habia hecho el Presidente Pinto, sin imponer condiciones ni exijir garantías.

Eran ya las cuatro de la mañana, cuando el jeneral Prieto, que no habia desplegado sus lábios, se levantó para retirarse, i respondió a la interpelacion que le dirijió uno de los liberales: que "no podia aceptar la proposicion porque sus compromisos eran mui fuertes i estaban mai adelantados." Portales, que era el árbitro para desligar al jeneral de esos compromisos, no estaba presente, i su personero, Rodriguez Aldea, no habia aceptado el medio que se proponia: eso era bastante. El jeneral se retiró, i por consi

guiente, la cuestion debia ser resuelta por las armas (1).

I en efecto, en la mañana del 15 de diciembre, el estampido del cañon, el estruendo de una batalla, sobrecojieron a los vecinos de Santiago, durante dos horas, que bastaron al jeneral Lastra para destrozar completamente al ejército insurrecto, dispersándole mas de sus dos terceras partes, i llegando mas allá de las posiciones que ese ejército ocupaba. El jeneral Prieto, envuelto en el desórden de su linea, se halló rodeado de sus enemigos, i dando la mano al comandante del batallon Concepcion, pidió la paz. El mayor jeneral Viel mandó cesar el ataque, llamó hermanos a los vencidos; i el jeneral Lastra, advertido de lo que ocurria, corrió tambien a dar muestras de su jenerosidad en busca del jeneral Prieto i lo acompañó a su campamento. Entre tanto, por órdenes verbales, los prisioneros i los pasados fueron devueltos, los dispersos volvieron a su linea, i medio reor ganizado ya el ejército vencido, el jeneral Prieto, obedeciendo a las sujestiones de Portales i de los amigos de éste, declaró a los jefes vencedores, que quedaban prisioneros en su poder, i recabó de ellos la órden de reunir allí a todos sus oficiales para celebrar una junta de guerra.

Pero aunque estas órdenes fueron dadas, los oficiales vencedores no las cumplieron, declarando, por medio del coronel Tupper, que no las obedecian i que debian serles devueltos sus jefes inmediatamente,

(1) Este suceso ha sido narrado cuando vivian varios de sus autores i testigos, que lo han confirmado al autor.

so pena de recomenzar el combate. Esta peripecia trajo por resultado un armisticio i el nombramiento de plenipotenciarios que acordasen un tratado de paz. De este modo el ejército vencido, destrozado, imponia una capitulacion, mediante el abuso que su jefe habia cometido de la confianza i jenerosidad de los vencedores.

Al siguiente dia, los plenipotenciarios del ejército, como tales, ejercieron sus poderes sobre la nacion, cayo porvenir jugaban i de cuyo destino disponian. Los revolucionarios depositaron su confianza en un hombre de intelijencia, estrechamente ligado al jeneral Prieto, i en un hombre de accion como el jeneral Freire, de quien esperaban el triunfo de sus propósitos, porque le consideraban ligado a su causa. Pero no por eso Portales les entregó su confianza completamente, pues colocó a su lado al mas leal de sus amigos, don Manuel Renjifo, de quien estaba seguro como de sí mismo.

La obra de los plenipotenciaros fué la siguiente:

el

El Excmo. señor don Ramon Freire, Capitan jeneral del Ejército Nacional, i don Agustin Vial Santelices, plenipotenciarios por el ejército del Sur; i el señor jeneral de brigada don José Manuel Borgoño i don Santiago Perez, así mismo plenipotenciarios por ejército al mando del señor jeneral de brigada don Francisco de la Lastra, para terminar las diferencias en que la diversidad de opiniones constituyó desgraciadamdnte a ámbos ejércitos, despues de haber canjeado los respectivos poderes, hemos convenido definitivamente:

1.° Ambos ejércitos se ponen bajo las órdenes i mando del Excmo. señor Capitan jeneral don Ramon Freire, que dispondrá de su destino o acantonamien

to como estime conveniente al mejor servicio del Estado, su seguridad i tranquilidad pública.

2.° Quedan en consecuencia bajo su mando las armas, parques i todos los útiles de guerra, lo mismo que los empleados de su servicio.

3. Cesan, desde la publicacion de este tratado, los mandos jenerales de ámbos ejércitos.

4. Tanto los individuos de uno i otro ejército, como los paisanos, no podrán ser reconvenidos, ui mucho menos castigados, por las opiniones políticas que hubiesen sostenido; i por el contrario, serán puestos en libertad i en el pleno goce de sus derechos los que estuviesen detenidos, presos o prófugos de sus hogares.

5. El ejército del Sur será igualado en sus cuentas al de la capital.

6. Se nombrará, inmediata i popularmente, una Junta gubernativa provisoria, para que recomiendan, los dos ejércitos i sus plenipotenciarios, a los señores jeneral de brigada don Francisco A. Pinto, don Francisco Ruiz Tagle i don Agustin Eizaguirre, los dos primeros que reunieron la mayoría en las próximas elecciones, i el tercero, que ha ejercido repetidas veces i con aceptacion pública, el gobierno de la nacion. 7.° Convocará i presidirá esta eleccion el Excmo. señor capitan jeneral don Ramon Freire.

8.o La Junta gubernativa provisoria, electa conforme a los artículos anteriores, convocará un Congreso de plenipotenciarios de todas las provincias del Estado, que deberá reunirse a los dos meses de publicado este convenio, o ántes si fuese posible, quedando lo demas suspenso entre tanto.

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