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rrupcion para todos los que se consagraban a su ejercicio, porque se acostumbraban al fraude i a los manejos ilícitos, que los empleados sancionaban con su ejemplo. Estos patrocinaban el contrabando i cifraban en él la principal ventaja de su empleo, i si alguna vez apelaban a las leyes para impedir un fraude, era o porque así les convenia para evitarse un denuncio, o porque necesitaban vengarse de algun enemigo, valiéndose de su misma autoridad. Esponiendo los autores citados las graves faltas de este ramo de la administracion, dicen que seria mui regular imajinarse que aquel paraje donde los vireyes tenian su asiento, deberia estar exento de estos desórdenes a causa de su inmediata presencia, o que a lo menos fuese menor el fraude en el comercio, a vista de tanto tribunal, de tantos ministros, de tantos jueces i tan crecido número de guardas como habia para impedirlo; pero que justamente llegaba aquí este abuso a su mayor punto. Los efectos de contrabando se introducian en la mitad del dia sin el menor recelo i custodiados por los mismos guardas, hasta dejarlos en lugar seguro i libres del peligro que correrian en poder de sus dueños. Otro tanto se hacia con los efectos de lícito comercio, para libertarlos del pago de derechos que les correspondia, i con este objeto se reputaban lejítimos los fraudes mas escandalosos, tanto en el comercio terrestre como en el marítimo. De esta manera, "ni la conciencia, ni el temor, ni el reconocimiento de verse estos empleados mantenidos por el soberano con salarics mui crecidos, les servian de estímulo para celar en lo que era de su obligacion." (1) (1) Noticias secretas, cap. IX, tomo I.

I si esto se practicaba por los funcionarios que se hallaban, por la naturaleza de su empleo, bajo una inspeccion mas inmediata de la corte i por consiguiente mas apremiados a llenar con pureza i exactitud sus obligaciones, ¿qué sucederia con los que ejercian una autoridad independiente, con aquellos cuyos actos no interesaban a la metrópoli de un modo tan directo? No es de mi propósito esponer aquí las arbitrariedades espantosas, los abusos sin cuento, los absurdos, los crímenes que ejecutaban i patrocinaban a cada paso los gobernadores, los militares, los majistrados judiciales i hasta los sacerdotes mismos encargados de la direccion i cuidado espiritual de los pueblos; (1) solo debo sujetarme a la historia para considerar en abstracto los hechos i deducir de su exámen, como una lójica conclusion, que toda iniquidad dejaba de serlo desde el momento en que se practicaba en los americanos; que, considerados éstos como esclavos i como hombres de una naturaleza i condicion diversas de la naturaleza i condicion de los europeos, estaban sujetos solamente a las leyes que el capricho i el interes de estos les imponian. La circunstancia de nacer americano sellaba la desgracia del colono, cualquiera que fuese el orijen de su estirpe. Con semejante preocupacion erijida en dogma, con el poder absoluto que ejercian los mandatarios, ¿seria de alguna utilidad, producirian efecto alguno saludable esas leyes protectoras que solia dictar la corte como para descansar del fiero despotismo que ejercia sobre los

americanos?

(1) Véase la obra citada i no parecerá exajerado este rasgo.

Con efecto, a pesar de esas leyes, sufrian los indíjenas todo el peso de la preocupacion que los conde. naba i todo el rigor de los mandatarios, que, en lugar de protejerlos, se creian autorizados para tiranizarlos. "Tal es el asunto que empezamos a tratar, dicen los sabios autores que he citado, al trazar el cuadro del miserable estado en que se hallaban los naturales cuando visitaron la América, que no puede entrar en él el discurso sin quedar el ánimo movido a compasion, ni es posible detenerse a pensar en él, sin dejar de llorar con lástima la miserable, infeliz i desventurada suerte de una nacion, que sin otro delito que el de la simplicidad, ni mas motivo que el de una ignorancia natural, ha venido a ser esclava i de una esclavitud tan opresiva, que comparadamente pueden llamarse dichosos aquellos africanos a quienes la fuerza i razon de colonias han condenado a la opresion servil; la suerte de éstos es envidiada con justa razon por aquellos que se llaman libres i que los reyes han recomendado tanto para que sean mirados como tales, pues es mucho peor su estado, sujecion i miserias que las de aquellos.” (1)

Este rasgo espresivo i sincero me ahorra la angustiosa tarea de describir la espantosa i miserable condicion a que se vieron reducidos los indíjenas por sus conquistadores, i me ofrece un testimonio irrecusable en favor de la verdad que me propuse demostrar. Resulta de todas estas observaciones una proposicion notable, tal es la de que las costumbres de los españoles en América neutralizaban de tal modo el efecto

(1) Noticias secretas, cap. I, tomo II.

MISC. H. I L.

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de las leyes que se dictaban para su gobierno, que haian enteramente inútiles los beneficios de las buenas i mas perniciosa la influencia de las malas. Cuando por accidentes, que no son raros en la historia del jénero humano, aparece una lei sabia o bien hechora en el código de un pueblo corrompido, el poder de las malas costumbres la inutiliza, la corrompe tambien o por lo menos la reduce a una disposicion sin vigor, que si bien se venera, no se cumple, porque está en oposicion con los intereses inmorales i los vicios de los que debieran ejecutarla u obedecerla. Tal ha sucedido en la América española durante el coloniaje, pero como la corrupcion no habia subido al mismo grado en todas las colonias, no eran iguales en todas ellas los desórdenes ni las trasgresiones legales en la administracion. Es indudable que la codicia era el elemento corruptor que habia depravado a los conquistadores hasta el punto de hacerlos perder todo sentimiento de humanidad i de relijion: a los vicios que el atraso de la época les habia inspirado con la educacion, a las falsas doctrinas i preocupaciones antisociales que una corte estúpida fomentaba en ellos como el mejor apoyo de su estabilidad, se agregaban, pues, los deseos inmorales, los intereses criminales i la corrupcion que en sus corazones despertaba la codicia. De modo que en donde no tenia esta pasion fuertes estímulos, no se multiplicaban los desórdenes ni los crímines, ni el despotismo era tan feroz. En Chile, por ejemplo, sin embargo de que todos los españoles tenian las mismas preocupaciones i la misma corrupcion de costumbres que los del Perú, no eran tan innumerables los abusos i

trasgresiones de las leyes, ni tan espantosa la tiranía como en este pais, por razon de no existir en nuestro suelo los alicientes que despertaban en aquel mas vivamente la codicia. Las producciones agrícolas i los metales preciosos no se esplotaban aquí con la facilidad i exuberancia que en el pais de los Incas, i por eso no presenta nuestra historia los grandes crímenes que la tiranía aguijoneada por la sed del oro obraba en los descendientes de aquellos monarcas desgraciados: nuestro comercio, si así puede llamarse el que teniamos, no ofrecia bastante campo al fraude ial contrabando, como en el Perú, porque no era abundante i rico, porque no habia capitalistas especuladores ni podia haberlos por razon del monopolio; i he aquí tarabien el motivo por que no se nota aquella desmoralizacion exesiva que se advierte en los empleados que en otras colonias estaban precisamente encargados de la ejecucion de las leyes de hacienda. Así sucesivamente en todos los ramos administrativos la corrupcion no se ostentaba entre nosotros con la misma deformidad, sin embargo de que en la administracion de nuestra colonia existian los mismos vicios, las mismas preocupaciones i, en fin, los mismos elementos destructores i antisociales que en el gobierno de las otras.

Esta diferencia, empero, es mui secundaria i nada influye en favor de Chile en la época a que me refiero, porque es una diferiencia que si bien está en los efectos inmediatos, no existe en las causas. Estas, al contrario, obran siempre de un mismo modo, influyendo en la sociedad i minándola en sus cimientos. Lo veremos.

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