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los sucesos, i seria tan varia i caprichosa como lo son éstos; su educacion estaria encomendada a la ventura "i seria necesariamente contradictoria i chocante en sí misma, puesto que con cada jeneracion desaparecerian para siempre la esperiencia i espíritu de las épocas, las lecciones que la humanidad recibe de los hechos que marcan el curso de los siglos imprimiéndoles su carácter.

Es cierto que al contemplar en el inmenso caos de los tiempos un poder superior siempre en accion que lo regulariza todo, una lei orgánica de la humanidad, siempre constante i demasiado poderosa, a la cual se sujetan los imperios en su prosperidad, en su decadencia i en su ruina; la cual preside a todas las sociedades, sometiéndolas a sus irresistibles preceptos, apresurando el esterminio de las unas i proveyendo a la subsistencia i ventura de las otras; es cierto que al ver una armonía siempre notable i sábia en esa confusion anárquica que produce el choque i dislocacionde los elementos del universo moral, el espíritu se agobia de admiracion i como fatigado abandona el análisis, juzgando no solo escusable sino tambien lójicamente necesario creer en la fatalidad, entregarse a ese poder regulador de la creacion, "confiarse en el órden majestuoso de los tiempos i adormecerse arrullado con la esperanza de que esa potestad que ha sabido pesar i equilibrar los siglos i los imperios, que ha contado los dias de la vieja Caldea, del Ejipto, de la Fenicia, de Tebas, la de cien puertas, de la heroica Sagunto, de la implacable Roma, sabrá tambien coordinar los pocos instantes que le han sido reservados al hombre i esos efimeros momentos que

llenan su duracion" (1). Mas el error en que se funda este raciocinio, al parecer tan lójico, se descubre cuando nos elevamos a contemplar la alteza de la humanidad, cuando nos fijamos en esa libertad de accion de que la ha dotado su Creador. La sucesion de causas i efectos morales, que constituyen el gran código a que el jénero humano está sometido por su propia naturaleza, no es tan estrictamente fatal, que se opere sin participacion alguna del hombre; ántes bien la accion de esas causas es enteramente nula si el hombre no la promueve con sus actos. Tiene éste una parte tan efectiva en su destino, que ni su ventųra ni su desgracia, son en la mayor parte de los casos otra cosa que un resultado necesario de sus operaciones, es decir, de su libertad. El hombre piensa con independencia i sus concepciones son siempre el orijen i fundamento de su voluntad, de manera que sus actos espontáneos no hacen mas que promover i apresurar el desarrollo de las causas naturales que han de producir su felicidad i perfeccion o su completa decadencia. El mas sábio i profundo historiador filósofo del siglo anterior enseña esta verdad cuando establece que "la divinidad no ha impuesto al hombre otros límites que los que dependen del tiempo, del lugar i de sus propias facultades. Lejos, dice, de haber socorrido jamás por medio de prodijios a los que sufren por sus faltas, ella ha dejado siempre desenvolverse el mal en todas sus consecuencias a fin de que el hombre aprenda a conocerlo... Tan sencilla es esta lei de la naturaleza, como digna del autor de las

(1) QUINET, introduccion a la obra de Herder titulada:-Idées sur la philosophie de l'humanité.

cosas i fecunda en consecuencias para la especie humana. Si el hombre debe ser lo que es i llegar a ser aquello que puede ser, la espontaneidad es inherente a su naturaleza, i es necesario que en el centro de acciones libres que ocupa, no sea turbado en sus obras por ningun accidente estraño. Toda la materia inanimada, todos los seres vivientes que siguen un instinto ciego, son hoi lo que eran en los primeros dias de la creacion. Dios ha establecido al hombre como una divinidad en la tierra, puso en él un principio de actividad personal, i por efecto mismo de sus necesidades físicas i morales, le imprimió un movimiento que no debe terminar jamas. El hombre no podria vivir ni conservarse si no aprendiera a hacer uso de su razon; apénas comenzó a servirse de ella, nacieron de todas partes los errores, pero por consecuencia necésaria de sus estravios, su razon se ilustró con la espe riencia; a medida que conoció mejor sus faltas, puso mas empeño en correjirse. Mientras mas avanzó en su carrera, se desarrolló tambien su humanidad, i es preciso que la desarrolle todavia, so pena de jemir por muchos siglos bajo el peso de sus errores." (1) : Estas observaciones, fundadas rigorosamente en los hechos, nos prueban demasiado bien que la humanidad es harto mas noble en su esencia, i que está destinada a fines mas grandiosos que los que imajinan aquellos que la consideran sometida tan estúpidamente como la materia a sus leyes.

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Pensar que las sociedades humanas debieran entregarse pasivas a una lei que fatalmente las estingue o

(1) HERDER, Idées sur lá philosophie de l'histoire de l'humanité, lib. XV, cap. 1.0.

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engrandece, sin que ellas puedan influir en manera alguna en su bienestar o en su desgracia, es tan absurdo i peligroso como establecer que el hombre debe encomendarse a otro poder que no sea el que le ha dado la naturaleza para labrarse su felicidad, i que por someterse al órden fatal de su destino, debe encadenar en la inercia sus facultades activas.

La sociedad posee, pues, esa soberanía de juicio i de voluntad que constituye en el individuo la capacidad de obrar su propio bien i engradecimiento, mientras que no ofenda a la justicia. Del mismo modo que éste, ella puede acertar o estraviarse, ora sea aprostrando el curso de aquellas causas naturales que

han de traer por consecuencia necesaria su perfeccion, ora sea violentando a la misma naturaleza i acarreándose con sus errores la decadencia o una ruina eterna que no deje mas que el recuerdo de su nombre i de sus vicios.

No puedo negar, con todo, que la debilidad, la ignorancia u otros accidentes que no son estraños en la historia del mundo i que son difíciles de evitar, suelen obrar las desgracias de los pueblos, no obstante que éstos pusieran de su parte todo su esfuerzo en parar el golpe que los hace sucumbir; pero esta misma consideracion nos convence precisamente de la necesidad premiosa que la sociedad tiene de tomar a su cargo su conservacion i desarrollo, valiéndose no solo de sus propios elementos, sino de las lecciones que la esperiencia le suministre, estudiando a la humanidad en sus virtudes i en sus aberraciones i vicios para sacar de su mismo estudio el preservativo del mal o a lo menos la manera de neutralizar su

accion. ¿I en dónde se halla esa esperiencia de las sociedades, en dónde están consignados sus preceptos, sino en la historia, en ese depósito sagrado de los siglos, en ese tabernáculo que encierra todo el esplendor de las civilizaciones que el tiempo ha despeñado, toda la sabiduría que contienen las grandes catástrofes del jénero humano!

La historia es el oráculo de que Dios se vale para revelar su sabiduría al mundo, para aconsejar a los pueblos i enseñarles a procurarse un porvenir venturoso. Si solo la considerais como un simple testimonio de los hechos pasados, se comprime el corazon i el escepticismo llega a preocupar la mente, porque no se divisa entónces mas que un cuadro de miserias i desastres: la libertad i la justicia mantienen perpétua lucha con el despotismo i la iniquidad, i sucum-, ben casi siempre a los redoblados golpes de sus adversarios; los imperios mas poderosos i florecientes se conmueven en sus fundamentos i de un instante a otro se ve en el lugar que ellos ocuparan inmensas ruinas que asombran a las jeneraciones, atestiguando la debilidad i constante movilidad de las obras del hombre: éste vaga por todas partes presidiendo la destruccion, derramando a torrentes sus lágrimas i su sangre; parece que corre tras un bien desconocido que no puede alcanzar sin devorar las entrañas de sus propios hermanos, sin dejar de perecer él mismo bajo el hacha esterminadora que ajita sin cesar contra lo que le rodea. Empero, cuán de otra manera se nos revela la historia si la consideramos como ciencia de los hechos; entonces la filosofía nos muestra en medio de esa série interminable de vicisitudes,

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