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bien se erijió un cabildo para que velase sobre los intereses locales de la primera ciudad que se fundó, no fué esta institucion otra cosa que una fórmula vana, una de aquellas farsas con que los tiranos alucinan a los pueblos cnando les han usurpado sus derechos.

El poder municipal español habia sufrido el primero los redoblados i sordos ataques del trono, i en la época a que me refiero habia sido ya despojado de su independencia i de sus atribuciones: no existia entónces sino como un simulacro de lo que habia sido. Antes estaba reconcentrada en él la soberanía nacional, era el órgano lejítimo de la espresion de los intereses sociales de cada comunidad, i al mismo tiempo el mejor custodio de estos intereses; pero la fusion de las diversas monarquías i señoríos en que estaba dividida la Península, i el plan de centralizacion desarrollado por Fernando el Católico i consumado por Cárlos V, completaron al fin la ruina de aquel poder precioso; de manera que al tiempo de la conquista de Chile no quedaban siquiera ves:ijios de él en los cabildos que antes eran sus depositarios. La lejislacion de Indias posteriormente redujo estas corporaciones a una completa nulidad, e invirtió el órden de sus funciones, sometiéndolas del todo al sistema absoluto i arbitrario del gobierno adoptado por la metrópoli i sus representantes en América. De consiguiente, los cabildos de las poblaciones chilenas no tenian otra esfera de accion que la jurisdiccion cometida a los alcaldes i los cuidados de policía encomendados a los rejidores en los casos marcados por la lei o por el capricho del funcionario que gobernaba la colonia, a

nombre i por representacion del monarea. (1) No era por tanto, esta institucion en manera alguna ventajosa al pueblo, antes bien estaba consagrada al servicio del trono del cual dependia su existencia: era propiamente un instrumento, aunque mui secundario, de la voluntad del rei i de sus intereses. Podemos, pues, establecer, como fuera de duda, que la monarquía despótica en toda su deformidad i con todos sus vicios fué la forma política bajo la cual nació i se desarrolló nuestra sociedad, porque esta fué su consti

(1) No aceptamos por entero la opinion del señor Lastarria sobre la absoluta nulidad de los cabildos en la época colonial, no solo porque conformándose con ella se haria difícil esplicar el influjo poderoso de esas corporaciones, tanto en Chile como en toda la América, al estallar la revolucion de 1810, sino porque la historia misma del coloniaje entre nosotros contradice esa asercion.

El Cabildo de Santiago, por ejemplo, opuso siempre una valla enérjica a los avances del poder eclesiástico (el mas invasor de todos los poderes humanos) i desde su instalacion ejerció un poderoso prestijio en la comunidad, como puede verse en el libro de sus Acuerdos que se ha publicado i en la interesante obra de don M. L. AMUNATEGUI sobre la Conquista de Chile.

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Con referencia a la tenaz oposicion que el Cabildo de Santiago hizo siempre a las invasiones de la iglesia, principalmente durante el primer siglo de nuestra existencia colonial, dice un historiador eclesiástico (EYZAGUIRRE, Historia eclesiástica de Chile, tom. II páj. 184) estas palabras: "Por mas que el Ayuntamiento de Santiago, alimentando ideas nobles i patrióticas mui adelantadas ciertamente a su época, rechazase la fundacion de monasterios de vida ascética, pidiendo que fuesen sostituidos mejor con establecimientos de niñas huérfanas."

Tratábase en 1625 de estancar el tabaco en Chile; pero el Cabildo, a la voz del rejidor Luis de Contreras (a quien Camilo Henriquez llama el gran patriota en la Aurora de Chile del 28 de marzo de 1812) rechazó el impuesto por unanimidad fundándose en que “el tabaco no debia estancarse porque era fruto del reino.'

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Aun los Cabildos eclesiásticos, cuando eran compuestos de criollos, como el famoso del tiempo en que gobernó la iglesia el obispo ame

tucion, su modo de ser, durante toda la época de la colonia.

Esta forma política desenvolvió su influencia corruptora en nuestra sociedad con tanta mas enerjia, cuanto que a ella sola estaba reservado crear, inspirar i dirijir nuestras costumbres, i cuanto que se hallaba apoyada en el poder relijioso, formando con él una funesta confederacion, de la cual resultaba el omnipotente despotismo teocrático que lo sojuzgaba todo, i que esclavizaba el espíritu.

Como primer resultado de este órden de cosas,

ricano Villarroel, se sobrepusieron hasta a la Inquisicion misma, en defensa de sus fueros propios. Sobre este particular puede leerse el episodio histórico referido en el opúsculo titulado: Lo que fué la Inquisicion en Chile-Santiago, 1862.

La opinion que contradecimos se halla tambien rechazada por la composicion misma de los Municipios en España, pues no eran diferentes los de las colonias, sobre todo desde que existia el derecho popular i eminentemente democrático de los Cabildos abiertos. No fué por consiguiente la verdadera mision de los Cabildos durante el coloniaje "adornar con su presencia las procesiones" como dice maliciosamente el historiador realista frai Melchor Martinez, ni tenian "únicamente el cuidado de la policía" como asevera el señor Lasta – rria. Fueron, al contrario, al principio, la cuna i despues la palanca de la revolucion que nos hizo pueblo. Las Memorias históricas que seguirán a ésta se encargarán de probarlo mas estensamente.-V. M.

Esta nota de la tercera edicion no destruye el hecho histórico i legal que menciona el autor. Los hechos que se citan eran puras reminiscencias del poder de los antiguos cabildos de España, las cuales eran rechazadas como refractarias en America i en la Península, cuando no aparecian en apoyo de las regalias de la corona contra las pretenciones del clero; de suerte que ordinariamente eran desatendidas, cuando no castigadas. La accion de los cabildos en la revolucion tiene otras causas, que se esplican fácilmente: ella no procedia de que los cabildos coloniales hubieran tenido un poder que la lei les negaba o un prestijio que jamas pudieron adquirir. Acojidas por ellas la idea revolucionaria, era natural que ellos se erijieran en representacion nacional una vez que se derrocaba el poder colonial.

debo señalar la carencia absoluta de virtudes sociales porque entre nosotros no existia entónces vínculo alguno de aquellos que constituyen las relaciones del hombre con su patria i consiguientemente con sus demas coasociados. La union del interes individual con la utilidad pública no existia, porque predominaba en todo el egoismo; i el interes de la comunidad era desconocido, violentado i contrariado, cuando se trataba del bien de la corona, del de sus empleados o del de cualquiera que tuviese la posibilidad de hacer triunfar el suyo propio. La noble emulacion, el amor a la gloria eran sentimientos ajenos del alma del chileno; i cuando en fuerza de la naturaleza aparecian bajo cualquiera forma, eran sofocados, y lo que es mas funesto, condenados como asomos de una pasion criminal: los hijos de los hijos debian seguir la condicion de sus abuelos, porque si procuraban distinguirse, eran tachados de peligrosos, de rebeldes a su rei i de perturbadores del órden establecido; a no ser que dirijiesen sus esfuerzos a glorificar a la familia real o a proveer su hacienda, depositando en ella el fruto de los trabajos de la mitad de la vida, a trueque de un título o de una honra vana que les dispensaba el despotismo para crearse mas prosélitos. Las virtudes, en fin, no tenian eco ni órgano alguno para manifestarse; eran ahogadas en su jérmen, o cuando mas, dirijidas al fanatismo relijioso, que constituia la mejor columna del sistema colonial.

Esta perfecta nulidad de todo lo que hai de grande i de noble en el corazon humano dependia esclusivamente de que el monarca lo ocupaba todo con su poder i majestad: dispensador de todos los empleos,

honras i preeminencias; dueño absoluto de la vida i de la hacienda de sus vasallos; con una voluntad superior a la lei misma, porque siendo ésta su hechura, cedia sin violencia a sus deseos i caprichos; consagrado i apoyado por la iglesia, i representante de Dios en el gobierno de la tierra, era el rei lo mas augusto i poderoso en la sociedad i dominaba con prestijio irresistible i fascinador. La primera virtud de los vasallos consistia en el sacrificio completo de su ser en honra del soberano, éste era la patria i la humanidad, de él procedian los honores i las riquezas, la posicion civil i cuanto valia el hombre en este mundo: habia, pues, necesidad de amarle, temerle i consagrársele sin escusa. Por esto, nada era el colono por sus talentos o virtudes, sino por la voluntad de su señor; los empleados públicos eran nulos por sí mismos i no valian sino por la augusta majestad que representaban i servian.

Esto esplica sin dificultad el carácter arbitrario i despótico que, como hemos notado antes, formala la base de la autoridad de los mandatarios en América: representantes de un rei absoluto, lo eran tambien a su vez en el ejercicio de sus funciones, haciendo preponderar su capricho o su interes sobre los preceptos de la lei: dueños como aquel, del Nuevo Mundo, i conquistadores i señores de sus pueblos, los domina- . ban a su albedrio i tenian en su mano la vida i bienestar de los colonos.

De aquí la ciega humillacion i estúpida servidumbre con que la sociedad toda se sometia a la voluntad del sin número de tiranuelos que la oprimian, invocando la representacion del monarca. De aquí tam

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