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teriores i a los nuevos que aparecen en esta coleccion. Creo que no se tomará a jactancia que un soldado de una gran causa eche una mirada retrospectiva a treinta años de carrera, sobre todo cuando no reclama grados i está dispuesto a continuar siempre de soldado.

Los primeros años de la administracion Búlnes, como los primeros del reinado de Luis Felipe, habian sido favorables a las letras. En ellos habia tomado su curso de una manera franca i consoladora cierto movimiento intelectual iniciado tres años antes, que despuntaba entonces por la aficion a la poesia i un gran anhelo de aprender i de saber. Nuestra educacion habia sido limitadísima i descuidada hasta el punto de no tener coherencia, ni objeto, ni plan que pudieran llamarse científicos. Los jefes del Instituto Nacional comenzaban entonces a penetrarse de esta realidad i a introducir una reforma séria.

Hácia 1844, el movimiento literario continuaba, pero con menos entusiasmo; i nuestras pobres librerias, entre un gran caudal de obras de derecho civil apenas principiaban a tener uno que otro libro de historia i de bella literatura, de derecho público de la escuela francesa i de eclectismo filosófico. No sabiamos nada de ciencias sociales; estábamos en ayunas de la reaccion que la filosofia preparaba sorda i lentamente en Europa, para rectificar las bases de la sociedad, purificando los principios fundamentales, a la luz de la ciencia.

La revolucion literaria iniciada en Francia en 1830, esa revolucion, proclamada por Victor Hugo con la fórmula de La libertad en el arte, apenas era aquí

conocida por unos cuantos; i habia dado ocasion en 1842 a polémicas ardientes con los escritores arjentinos, que la comprendian mejor que nosotros.

En Francia, donde todavia no se sabe lo que es la libertad, habia fracasado en 1830 el segundo esfuerzo de la revolucion de 89 para realizar la libertad políca, individual i social: una monarquia nueva se habia erijido para continuar el mismo sistema de absorcion de la monarquia vieja, i fortificarlo por medio de la perfeccion de la centralizacion administrativa, iniciada i planteada por el primer imperio. Los literatos franceses quisieron entonces conquistar para el arte lo que la revolucion no habia conseguido para el hombre, la posesion de su individualidad, el uso completo de sus derechos, esto es la libertad; i declararon que el arte era un soberano que no dependia sino de sí propio: el Romanticismo era desde entonces lo que el self government en política, proponiéndose alcanzar en el arte por medio de formas nuevas, con toda independencia de las reglas clásicas, ese paladion de la civilizacion moderna, la libertad, que no atinaban a conseguir en sociedad.

La emancipacion literaria, esa pobre conquista, que encantaba en Chile, cuando ya pasaba de moda en Francia, produjo una verdadera anarquia por un poco de tiempo, que me obligó a mí a ser versificador i novelista, invita minerva, para enseñar a mis discípulos que la libertad en la literatura como en política, no podia ser la licencia, sino el uso racional de la independencia del espíritu, que no debia pervertir lo bello i lo verdadero en el arte, como no podria conculcar lo justo en las relaciones sociales.

En esas circunstancias se iba a estrenar la Universidad de Chile en su primera sesion solemne, i su digno rector, mi maestro don Andres Bello, me encarga la primera memoria histórica que debia presentarse, previniéndome que echaba sobre mí la inmensa responsabilidad de dar el tipo de los escritos de historia nacional, en cuyo campo, vírjen e inculto hasta ese momento, no habia nada que aprovechar. Aquel sagrado encargo era mas bien una órden que yo debia obedecer, mas por entusiasmo, que por confianza en mis fuerzas. Desde mi niñez no habia dejado de estudiar la historia de América, rastreando de aquí i de allá, con mil dificultades, cuanto era posible alcanzar en aquellos tiempos. Pero mis estudios me habian llevado a conclusiones que casi siempre eran rechazadas por mi maestro, cuando no guardaba silencio, i rara vez apoyadas por él i dilucidadas.

Mis ideas en la materia eran pura novedad, que hacia sonreir a mis amigos. Allí están espuestas en mis Investigaciones: no tengo para qué repetirlas aquí. Yo creia entonces, como ahora, lo que no he venido a leer en autores europeos sino en estos últimos años, que era necesario rehacer la filosofia de la historia, porque no basta estudiar los acontecimientos, sino que es indispensable estudiar las ideas que los han producido; pues la sociedad tiene el deber de correjir la esperiencia de sus antepasados para asegurar su porvenir. Las naciones no pueden entregarse a ciegas en brazos de la fatalidad: deben preparar el desarrollo de las leyes morales que las encaminan a su ventura. Ahora bien, acaso no necesita correccion la civilizacion que nos ha legado la España? Debe reformarse

completamente, porque ella es el estremo opuesto de la democracia que hemos planteado. Luego es necesario analizar el modo cómo obra esa civilizacion en América i estudiar minuciosamente la accion e influencia de los antecedentes españoles en nuestra sociedad actual. Sobre todo, es necesario conocer lo que era nuestro pueblo al tiempo de esa gran revolucion de 1810, que no fué efecto de nuestra civilizacion i de nuestras costumbres, como la de la América inglesa; que no se operó, como ésta, de un modo radical, con la emancipacion. Sin resolver filosófica e históricamente la cuestion de la situacion social de nuestro pueblo en aquella época, no podremos conocer de un modo exacto los resultados de la revolucion, ni mucho menos la tendencia que debemos darla para completar su desarrollo. Este estudio nos llevará a demoler el pasado para reconstruir nuestra civilizacion democrática.

Hé ahí las ideas que dieron orijen a ese plan de campaña iniciado formalmente en la primera Memoria Histórica de la Universidad. Una grata ilusion de jóven me hacia esperar que esta corporacion comprenderia que no podia llenarde una manera mas grandiosa sus fines, sino acometiendo con valor la alta empresa de correjir las fuentes de las ciencias sociales, para preparar el porvenir de nuestra civilizacion democrática; i una esperanza firme me alentaba de que la juventud, que hasta entonces me habia seguido en la senda literaria, entraria de lleno en la nueva senda filosófica que procuraba trazarle. ¡Vana jactancia! Aquella ilusion se evaporó, està esperanza ha sido dolorosamente desengañada.

En la sesion solemne, la mas espléndida que ha habido, como que era la primera, aquellos graves doctores me oyeron la lectura de la Introduccion de la Memoria con una indiferencia glacial; i sin embargo de que les rogaba que aceptaran con induljencia aquella obra, en que procuraba contribuir a encaminar el estudio de nuestra historia por la senda que le traza la filosofia, la Universidad calló i ni siquiera me dió las gracias. Al año siguiente se las dieron al señor Benavente, autor de la segunda Memoria, i el rector creyó que no era justo ser tan indiferente conmigo, i me las dió, aunque tarde, por mi obra del año anterior. La Memoria no tuvo eco i solo encontró en la prensa algunos elojios de cortesia i observaciones que demostraban que ella no habia sido comprendida. El mismo señor Bello le consagró dos artículos en el ARAUCANO, adhiriéndose a las consideraciones sobre el modo de estudiar i de escribir la historia, i reproduciendo las observaciones de detalle que nos habian servido de tema de discusion verbal. Pasados algunos años, el sábio escritor me decia que estábamos tan conformes, que sentia que esos artículos se hubieran coleccionado con otros en un volúmen, sin que él hubiera podido correjirlos. La Memoria tuvo sí los honores de llamar la atencion de algunos en Europa i de ser citada por dos escritores de escuelas mui opuestas, E. Quinet i C. Cantú; pero en Chile quedó olvidada, hasta que veintiun años mas tarde ha sido inserta en la coleccion de la Historia jeneral de Chile, con notas, por el señor Vicuña Mackenna. Tales notas, reducidas a contradecir detalles insignificantes i a emitir opiniones aisladas, inconexas unas i arbi

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