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CAPITULO XXI.

Llega á Santiago la nueva de la invasion de Pareja.- Miguel Carrera nombrado jeneral en jefe.- Medidas enérjicas que toma para hacer frente á la invasion. - Se pone en marcha sobre Talca para establecer alli su cuartel jeneral. — Encuentra con algunos fujitivos de Concepcion. — Su llegada y sus temores acerca de la verdadera disposicion de los ánimos en el pueblo.- El obispo de Santiago Andreo Guerrero va á juntarse con él. Digresion sobre este prelado y su decision por la libertad. — O'Higgins pasa á Talca y sabe por Linares la presencia de algunos dragones de Carbajal.— Pide tropas para ir á atacarlos, y se las dan.-Hace prisioneros á veinte dragones y al suteniente Rivera. Llegan tropas regulares á Talca. — Miguel Carrera forma el ejército en tres divisiones al mando de sus hermanos. → El partido del ayuntamiento recobra su ascendiente en Santiago.- Formacion de un nuevo gobierno elejido por el senado. Medidas enerjicas que toma para la salvacion de la patria.— Empréstito con hipotecas.— Creacion de una decoracion civil y militar.- Celo del ayuntamiento en cooperacion con el gobierno. Establecimiento de una junta de salud pública. Entusiasmo por una suscripcion nacional.

Mientras que el jeneral Pareja se establecia en Concepcion y procuraba atraerse las voluntades, la nueva de su invasion se esparcia en Santiago, á donde habia llegado el 29 de marzo, habiendo andado su portador cerca de ciento y cincuenta leguas en tres dias. Tal y tan estraordinario fué el celo con que cumplió las órdenes del intendente, que lo habia despachado.

En aquel instante, el país tenia muy pocas tropas para oponerse á un militar esperimentado y dueño de la provincia la mas aguerrida, que se habia familiarizado con el estrépito del cañon durante tres siglos, y en donde habia mas hombres y armas de que poder disponer. A pesar de la actividad con que los hermanos Carrera habian querido crear algunos cuerpos, habian hallado siempre mucha resistencia en los mandatarios

y aun en el pueblo, y tuvieron mucha dificultad en organizar el de granaderos y un escuadron de la guardia nacional, que componian un total aproximativo de mil doscientos soldados bisoños, sin disciplina y sin instruccion. Hasta entonces la mayor parte de los patriotas no habian llegado á comprender que la existencia política de su gobierno no podia tener apoyo seguro mas que en la fuerza armada; que de un dia al otro cuando menos se pensase, podia ser atacado, y que por consiguiente, se necesitaba un ejército para rechazar injustas agresiones, sostener sus derechos y mantener el buen órden, siempre espuesto y comprometido en tiempos de revolucion, todo lo cual no podia obtenerse sino con fuerzas suficientes y bien organizadas. Se podia contar sin duda con algunos cuerpos de las milicias de caballería tales como los rejimientos del Príncipe y de la Princesa, que estaban mas disciplinados; pero, en jeneral, la insubordinacion de los milicianos era bastante conocida para que inspirasen confianza, y fuera de los dos cuerpos citados y algunos artilleros, no habia tropas con que hacer frente á un enemigo que se apoyaba en hombres y un material de guerra cuya fuerza eficaz le autorizaban á mostrarse audaz.

La noticia de la invasion habia pues sobrecojido á los habitantes de Santiago, sobre todo á los que teniendo un verdadero conocimiento de su debilidad estaban en estado de calcular el peligro que los amenazaba. Sabian que no se levanta de pronto un ejército, y no ignoraban la mala subordinacion de las pocas tropas que habia, y cuya desercion habia sido difícil ya precaver. Esta tendencia era de temer se comunicase á los soldados de nueva leva y comprometiesc la causa del país. En tan

críticas circunstancias los habitantes de Santiago, por un movimiento unánime y espontáneo, se ofrecieron todos á Miguel Carrera echando á un lado disensiones personales y enemistades de rivalidades que hasta entonces los tenian como divididos. Este ilustre chileno acababa, en efecto, de dar pruebas de que él solo era capaz de formar y ejecutar un plan de resistencia. La inminencia del riesgo habia aumentado en alto grado su ardor natural y le habia comunicado una fuerza moral y una actividad que sus mayores enemigos no podian

contestar.

A penas hubo recibido los pliegos del intendente de Concepcion, convocó con la mayor serenidad á junta en la sala de palacio los otros dos miembros del gobierno, el senado y los principales jefes militares, los cuales, despues de algunas discusiones muy animadas, resolvieron nombrarle jeneral en jefe del ejército de la frontera, y que el senado diese al gobierno la entera facultad de obrar sin trabas y sin impedimento. Esta decision creaba una especie de dictadura momentánea en favor de Miguel Carrera, dictadura de que aprovechó para dar las disposiciones las mas vigorosas y las mas propias á tranquilizar, bien que arbitrarias y vejantes. Así, aquella misma noche á la luz del farol de la retreta (1), mandó publicar un edicto por el cual declaraba la guerra al Perú, enviaba á secuestrar todos los buques y propiedades de aquel vireynato, ordenaba al gobernador de Valparaiso pusiese aquel puerto en estado de defensa é imponia pena de muerte á cualquiere que comunicase con el enemigo, que diese el mas leve indicio de tenerle

(1) Costumbre que aun existe, y que es española, de preceder con un farol, que lleva un soldado en alto, los tambores que tocan la retreta.

adesion ó que esparciese noticias falsas y alarmantes ; y afin de hacer mas terrible y mas indudable esta pena, mandó levantar una horca en medio de la plaza mayor con un aparato de terror; se doblaron los puestos y se colocaron piezas de artillería en las principales calles.

Dos horas le bastaron para tomar y hacer ejecutar estas resoluciones estremas, por manera que á las diez de la noche ya corrian por todas las cercanías de Santiago correos con órdenes para las diferentes sudelegaciones de la República de reunir las milicias y poner el país en estado de defensa, y al mismo tiempo de desplegar el mayor rigor contra los realistas. Al dia siguiente, los que habia en Santiago conocidos ya como tales, fueron, sin ninguna forma de proceso, unos desterrados, y otros alistados para pagar una contribucion forzada de 400,000 p.; pero por de pronto solo se les. exijieron 260,000.

Despues de haber puesto así la capital en estado de precaverse fácilmente de enemigos internos, Miguel Carrera que tomaba sobre sí solo, por decirlo así, la responsabilidad de estas violentas y valerosas medidas, pensó en correr al enemigo para contener con su sola presencia las poblaciones en su deber, intimidar á los enemigos de la patria y entusiasmar á las milicias por una tan santa causa. Veinte y cuatro horas despues de haber recibido los pliegos, ya estaba en marcha acompañado de su íntimo amigo Poinset en cuyos consejos tenia la mayor confianza, del capitan don Diego Benavente, de algunos oficiales y de catorce soldados de la guardia nacional. Esta era la sola fuerza que llevaba, pero habia dejado órden en Santiago para que las tropas

veteranas se le incorporasen en Talca, en donde proyectaba establecer su cuartel jeneral.

Durante este viaje, desplegó toda la potencia de su prevision y de su actividad. Por el dia, corria á caballo, y por la noche, daba órdenes y despachaba correos á todas partes. En cada poblacion por donde pasaba solo permanecia el tiempo necesario para mandar reunir las milicias, alejar á los enemigos de la independencia y convocar juntas de auxilios para subvenir á las necesidades del ejército. Todas estas precauciones eran tan útiles como oportunas, porque à medida que avanzaba tenia ocasiones de venir en pleno conocimiento del poderoso enemigo que iba á arrostrar, gracias á los leales Chilenos que habian huido de Concepcion para no tener que someterse al despótico gobierno que les queria imponer el enviado de Abascal, ni jurar la constitucion de las cortes, que los mismos radicales tachaban de ser escesivamente demagójica.

El primero de estos patriotas que encontró fué el ex-asesor del intendente de Concepcion don Manuel Velazquez de Novoa, sujeto que reunia á mucho talento natural un conocimiento exacto del país destinado á ser teatro de la guerra, y que por lo mismo nombró desde luego intendente del ejército que se iba á formar. Al dia siguiente, pudo hablar con el ex-gobernador de Talcahuano, don Rafael de la Sota, y en Curico, con Ximenez Tendillo, conductor de los treinta y seis mil pesos, que como un presente de la providencia, llegaban para aliviar sus incesantes necesidades. Con Tendillo iban catorce dragones, un tambor, cuatro eclesiásticos y quince oficiales de diferentes grados que fueron despues incorporados en el ejército.

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