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del pecho, permaneció firme en la accion; por donde se ve cuanto poder tienen en corazones nobles el amor de la patria y el deseo de salvarla.

En vista de lo que acababa de suceder, Miguel Carrera resolvió no continuar su marcha y regresar á Concepcion, despues de haber señalado las posiciones que debia ocupar su ejército, dividido en dos cuerpos de observacion. El primero de estos dos cuerpos, al mando de O'Higgins, tuvo órden para ir á acampar á la punta del Diguillin; y el otro, bajo las órdenes de Juan José, se retiró á Bulluquin. Pocos dias despues, salió un destacamento de este segundo cuerpo para ir al norte del Nuble á cubrir San Carlos, y el Parral, y protejer convoyes de víveres que se aguardaban de Talca.

Este destacamento, compuesto de cien granaderos, tuvo muy luego, en efecto, que escoltar uno de dichos convoyes, y se dirijia sobre Bulluquin, cuando al llegar á Tracoyan, el capitan don Pedro Valenzuela, que lo mandaba, acordó con su teniente Valverde el acampar allí. Sin embargo, lejos de acercarse la noche, aun tenian dia bastante para continuar la marcha; pero se hallaron con unas damas muy bien parecidas y buenas cantarinas, y no pudiendo resistir al atractivo que esperimentaron, dieron órden de hacer los ranchos.

Mientras esto hacian, se hallaba no lejos de allí una partida enemiga, cuyo comandante recibió muy luego aviso, por sus espías, así de la posicion que ocupaba Valenzuela como del descuido con que se divertia, y resolvió ir á sorprenderlo. En consecuencia, formó una coluna de 400 hombres, la puso al mando de don Luis Urrejola, y este se echó á favor de la noche sobre las tropas de Valenzuela, el cual acababa justamente de entrar en su

campamento, y á pesar de la sorpresa y de la oscuridad, resolvió defenderse á toda costa.

Dicho y hecho, con prontitud maravillosa el bizarro Valenzuela se formó una trinchera con cajas de galleta y con fardos de charqui ó carne seca, y así en posicion, animaba á sus soldados con palabras y buen ejemplo á defenderse con valor y firmeza. En efecto, hacian una brillante defensa, cuando recibió una mortal herida que le dejó aun bastante vida para continuar mandando hasta que Valverde llegó á ocupar su lugar, pero tan desgraciadamente, que al punto se sintió herido como lo habia sido su capitan.

En este crítico trance, tuvo que tomar el mando el alférez Monterilla, el cual continuó la resistencia con no menos valor que sus dos jefes, rechazando durante cuatro horas ataques continuos de un enemigo superior y furioso, en términos que de los cien granaderos que componian el destacamento, ya no le quedaban mas que diez y ocho; tal era la mortandaz y la sangre de aquella ardorosa lucha. Pero aun la crisis no habia llegado á su estremo, y muy luego les faltaron municiones á aquellos valientes. Lo cual visto por Monterilla, resolvió abrirse calle á la bayoneta con los pocos soldados que le quedaban por medio del enemigo, y en efecto lo ejecutó, llegó sano y salvo con ellos á Quirihue, en donde quedaron los heridos al cuidado del virtuoso Merino.

Sin duda el enemigo habia esperimentado muchas pérdidas; pero los pobres patriotas dejaron en aquel campo de batalla 82 muertos, sin contar los dos bizarros oficiales, cuya pérdida fué sumamente sentida en el ejercito, y sobretodo por Carrera, que habia puesto las mayores esperanzas en ellos.

Instruccion pública.

CAPITULO XXVIII.

Nombramiento de una junta de educacion

Escuelas - Apertura del instituto nacional.- Profesores que Formacion de una biblioteca pública. Libertad de imprenta.

de primeras letras. tenia.

Mientras que por el sur, el ejército sostenia con mas ó menos buen éxito el honor de las armas chilenas, la junta gobernadora trabajaba en Santiago no solo por el buen órden y la buena armonía de la sociedad, sino tambien en fomentar los sentimientos patrióticos que podian salvarla y darle lustre. Los soldados de la patria arrastraban los peligros y males de la guerra, y peleaban por su libertad é independencia; sus lejisladores establecian los cimientos de su civilizacion y de sus progresos hácia el bien y la prosperidad, y unos y otros ardian de amor por ella y anhelaban por verla colocada en el rango de las naciones mas felices y mas dignas de serlo.

Uno de los primeros pensamientos que habian sujerido los primeros gritos de independencia, habia sido el de reformar radicalmente la educacion moral é intelectual de la nacion; porque si era cierto que la instruccion en jeneral habia sido hasta entonces casi enteramente descuidada, ya fuese por indiferencia ó por cálculo del gobierno, con el fin muy mal entendido de dominar con menos resistencias, tambien lo era que habia muchos sujetos capaces, y bastante instruidos para apreciar su importancia en aquel momento en que se trataba de rejenerarla á toda costa. Por consiguiente, no bastaba el emplear medios y fuerzas materiales para sacar triunfante la revolucion, sino que tambien se necesitaba alumbrar

á los entendimientos para desarrollar la razon del pueblo y ponerlo en estado de apreciar su dignidad y su independencia.

En aquella época, el atraso en la instruccion era, como acabamos de decir, el fruto del descuido lamentable con que habia sido mirada hasta entonces. A los nueve años, y algunas veces ántes de llegar á esta edad, un muchacho habia concluido el estudio de latinidades, y pasaba á filosofía y á sus silojismos, siempre especulativos, jamas prácticos ni aplicados á cosa alguna, y tan puerilmente ridículos como las cuestiones que el jenio escolástico habia imajinado para su uso. Al curso de filosofía seguia otro de teolojía, igualmente fundado en sofismas é hipótesis tan inintelijibles como inútiles (1).

Los estudios que contribuyen á la gloria de las naciones, y sirven esencialmente á labrar su felicidad material, tales como la química, las ciencias naturales, la economía política y otras, no eran conocidas allí ni de nombre, y si desde algunos años á aquella parte se insertaban en el programa de un colejio, debido á la sabia solicitud del benemérito don Manuel Salas, las matemáticas, el dibujo y la cosmografía, la enseñanza de todo esto se hacia de un modo muy superficial y defectuoso, en primer lugar, por el poco saber de los maestros, y en seguida, por la vijilancia inquisitorial que se oponia continuamente, de un modo ó de otro, á todo adelanto positivo y propio á desarrollar las facultades intelectuales de cuantos las estudiasen.

Por todas estas razones, la reforma de la enseñanza pública era de la mayor urjencia.

En el momento de ser revestido del poder, Miguel (1) VIDAURRE. Hist. manuscrita de Chile.

V. HISTORIA.

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Carrera habia adoptado con el apresuramiento de un buen patriota las benéficas ideas de aquellos ilustres Chilenos, y habia dado órdenes para la fundacion de un instituto nacional que le parecia ser el establecimiento mas propio á propagar en Chile una instruccion verdaderamente nacional. Desgraciadamente, la invasion de Pareja le habia obligado á salir de la capital, y habia tenido que apartarse de esta grande empresa, delegando todo este importante cuidado á sus colegas, principalmente á aquellos que la habian imajinado y que, por consiguiente, debian necesariamente poseer los secretos mas propios á llevarla á cabo.

Pero antes de establecer estas escuelas superiores, se reflexionó naturalmente que era indispensable el preparar el pueblo á ellas dándole lecciones de primeras letras. Para realizar este pensamiento el gobierno nombró de comisarios de la ejecucion al senador don Juan Egaña, que ha sido uno de los mas celosos promotores de la instruccion chilena; al director jeneral de estudios don Juan José Aldunate, y al rector del convictorio carolino don Francisco José de Echaurren, igualmente celosos por el bien del país. La comision así compuesta tenia por objeto :

«El formar y presentar á la mayor brevedad un plan de educacion nacional que proponga la instruccion moral y científica que debe darse á todos los Chilenos, y la clase de virtudes que especialmente puedan hacer mas feliz este país y en que el gobierno debe empeñar sus cuidados para trasformarlos en costumbre, y hacer de ellos como un carácter propio y peculiar de los habitantes. » (1).

(1) Monitor araucano, no 29.

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