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de Chile, habia residido dież años en aquel país, i a la sazon era lector de teolojía en el colejio de Lima.

Aquella relación causó profunda impresion en el ánimo del nuevo virrei.

Precisamente la guerra de Arauco era el negocio mas grave que por entónccs tenia a su cargo, i uno de los que mas molestaban a la corte de Esраñа.

Así no desperdició oportunidad de recojer informes sobre el particular.

Entre otros habló con don Luis de la Torre, protector de los indios de Chile, que habia hecho viaje ex-profeso a Lima para reclamar contra el servicio personal, impuesto en contravencion de los reales mandatos, a los indíjenas, a quienes se hacía soportar toda especie de malos tratamientos, i se les impulsaba de este modo a perseverar en la guerra con gran perjuicio del real erario, i de la prosperidad pública.

Conferenció tambien, como era natural, con el padre Valdivia, que le pintó con los mas vivos colores i toda especie de pormenores la mísera condicion a que estaban reducidos los indios de Chile.

Por órden del virrei, el padre Valdivia redactó por escrito su relacion, llegando como teólogo a la conclusion de ser caso gravísimo de conciencia la conservacion del servicio personal.

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El virrei consultó sobre la exactitud de los hechos consignados en aquella relacion a don Alonso García Ramon, jefe mui esperto en los asuntos de Chile, donde habia militado con distincion muchos años, i cuyo gobierno interino habia desempeñado por algunos meses, el cual se encontraba entónces en Lima, no sé por qué motivo.

García Ramon contestó que todo lo espuesto por el padre Valdivia era verdadero.

El virrei, prescindiendo de estos informes, tenia a su vista, en Lima misma, una prueba viva, una prueba en carne i hueso, del tratamiento que se daba en Chile a los indíjenas: trescientos que se decian tomados en la guerra, a los cuales se habia marcado i llevado allá para venderlos como esclavos.

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Establecidos los hechos, el virrei pidió su dictámen sobre el punto de derecho a los teólogos mas insignes i a los jesuitas mas afamados del Perú. Todos ellos estuvieron de acuerdo en que "atenque el servicio personal manifiestamente era injusto contra la libertad natural, los indios de guerra se eximian de él justamente, i se defendian con título justo, pues viéndolo en los de paz, discretamente entendian que sucederia lo mismo en ellos; i que habiendo cédulas de Su Majestad en que lo habia mandado quitar donde quiera que habia quedado en Indias, reduciéndose a tributo i mitas, al modo del Perú, habia obligacion precisa a quitarle en Chile, no sólo por la injusticia que en sí tenia, sino porque los indios de guerra se desengañasen de pensar que Su Majestad les hacía guerra con el fin de oprimirlos al dicho servicio personal".

El conde de Monte Rei se encontraba tanto mejor dispuesto a aceptar este dictámen, cuanto poco tiempo ántes de su llegada, se habia recibido una real cédula, fecha en Valladolid a 24 de noviembre de 1601, en la que el monarca ordenaba, quizá por la décima vez, que no se convirtieran en servicios personales los tributos que debian pagar las encomiendas.

Precisamente, hacia este tiempo, el gobernador

de Chile don Alonso de Rivera, que se habia casado sin licencia real con una dama chilena, fué en castigo de su falta trasladado al gobierno de Tucuman; i todavía habria sido peor tratado, si no hubieran sido los eminentes servicios que habia prestado.

El virrei del Perú se aprovechó de la ocasion para confiar el mando superior de Chile a don Alonso García Ramon, que, acomodándose al viento que soplaba, ostentaba su reprobacion del sistema que se seguia en este país con los indíjenas.

Antes de que el nuevo gobernador partiera para su destino, el conde pasó en consulta el grave asunto del tratamiento de los indios de Chile i de la guerra de Arauco a una junta de altos personajes seculares i eclesiásticos, entre los cuales se encontraban el mismo García Ramon i el padre Valdivia.

Todos ellos decidieron que desde luego debia declararse abolido el servicio personal; pero que como no sería prudente dejar repentinamente a los vecinos de Chile sin brazos para las industrias a que se dedicaban, o para las operaciones domésticas, se les concediesen dos años a fin de que se procurasen trabajadores voluntarios.

Mientras tanto, podria hacerse una visita jeneral del país para tasar equitativamente los tributos que debian pagar los indios.

El virrei ordenó que se cumpliesen todos estos acuerdos.

III.

El gobernador García Ramon los recibió con

aplauso, diciendo que eran tan convenientes, como practicables.

Con esta disposicion de ánimo, se dirijió a su gobierno, en compañía del padre Valdivia.

El jesuita iba encargado de hacer llegar al conocimiento de los araucanos una carta en que el virrei los perdonaba a nombre del soberano, asegurándoles "que ya no se les tomarian sus mujeres para el servicio de las casas de españoles, i que pagarian sus tributos de lo que cojiesen en sus tierras sin la ocupacion de sacar oro, i que a los que viniesen de mita, se les pagarian sus jornales".

Pero aquellos dos personajes, que habian salido tan acordes de Lima, no tardaron en encontrarse de opiniones opuestas sobre el punto que tanto habian estudiado i debatido juntos.

García Ramon, cambiando de ideas por agradar a los militares i encomenderos, se manifestó altamente favorable al servicio personal i al sistema de rigor contra los indios.

El padre Luis de Valdivia, mientras tanto, recorria solo el territorio de Arauco anunciando a los indíjenas que el rei los perdonaba, i que en adelante, sus trabajos, cuando fuesen necesarios, serian debidamente recompensados.

Mas los hechos desmentian sus palabras.

Muchos araucanos consintieron en ir a la mita con la esperanza de recibir sus jornales; pero fueron indignamente defraudados.

-Padre, decian con este motivo los indios a Valdivia, si los españoles dan de comer a los perros que ladran en sus casas en premio de su vijilancia, ¿por qué no hacen igual cosa con los indíjenas que salen a la mita?

El jesuita no hallaba qué responderles.

Perdiendo la esperanza de hacer algo de prove

cho, escribió al virrei que le exonerara de su comision, pues no conseguia otro resultado que perder el crédito con los araucanos; pero el conde de Monte Rei le ordenó que perseverase todavía por algún tiempo.

En cumplimiento de este mandato, el jesuita acompañó todavía al gobernador en una espedicion que hizo a Arauco a fines de 1605.

Cierto dia, tuvieron una conferencia con un jefe indíjena llamado don Miguel de la Imperial, a quien se dió al efecto un salvoconducto.

-Os conviene someteros, le dijo entre otras cosas el gobernador, porque cuando estais de paz, podeis gozar de vestra ropa, de vuestro ganado, de vuestra hacienda.

-La libertad es superior a todo eso, replicó el indio.

El padre Valdivia le leyó entónces la carta en que el virrei hacía tantas promesas a nombre del soberano.

-El rei, contestó el indio, despues de haber escuchado con mucha atención, es mui bueno, i da mui buenas órdenes; pero los gobernadores i capitanes no las cumplen, i no hacen justicia.

El padre Valdivia, convencido mas i mas de que nada podia hacerse, se apresuró a obedecer el Îlamamiento que en aquel tiempo le hizo el conde de Monte Rei para que fuese al Perú a informarle del estado de Chile.

Cuando llegó a Lima, el conde habia muerto.

El jesuita Valdivia, a quien este desgraciado accidente quitaba la esperanza de poder realizar por entónces algo en favor de los indíjenas de Chile, se dedicó, aguardando una mejor oportunidad, a hacer imprimir varias obras que mas tarde podian servir para su conversion: un arte de la lengua

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