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tes Claros, que habia sucedido al conde de Monte Rei, i aun la elevaron tambien al monarca mismo.

I a la verdad, la indicacion fué oportuna, pues mientras los unos i los otros sostenian en Chile con tanto acaloramiento sus encontradas opiniones, la cuestion se debatia bajo distinta forma en el Perú i en España.

El marques de Montes Claros habia adoptado las ideas de su antecesor el conde de Monte Rei sobre las causas i el remedio de los males que aflijian a Chile.

Habian influido no poco en esto las reflexiones de Luis de Valdivia, con quien naturalmente habia querido conferenciar acerca de la materia por el conocimiento práctico i personal que el padre tenia de aquellos asuntos.

De acuerdo con el jesuita, i por sus indicaciones, el virrei pensaba que la guerra de Arauco debia convertirse en meramente defensiva, fijándose una línea o frontera, la del Biobio, de la cual no habian de pasar las tropas; i que era menester abolir el servicio personal de los indios sumisos, procurándose su mejor tratamiento, para que el espectáculo de su opresion no retrajese a los indíjenas independientes de consentir en la conversion la obediencia.

El monarca propuso el asunto a la deliberacion de una junta o consejo.

Siguióse entónces una discusion por escrito entre el virrei del Perú que defendia su plan, i el gobernador García Ramon que lo rechazaba.

Despues de muchas notas cambiadas, el presidente, a principios de 1609, comisionó al capitan Lorenzo del Salto para que fuese a sostener ante la corte de Madrid la conveniencia de continuar la guerra ofensiva contra los araucanos, i de man

tener la servidumbre personal de los indíjenas sometidos; i el virrei, al padre Luis de Valdivia para que fuese a manifestar que debia seguirse una conducta enteramente opuesta.

El último, talvez por tener poca esperanza del buen éxito, debió oponer alguna resistencia para tomar a su cargo el negocio, pues el virrei se vió forzado a pedir al provincial de los jesuitas de Lima que se lo mandase bajo precepto de santa obediencia.

Pero si así fué, Valdivia hizo mal en atribuir demasiada importancia a temores quiméricos.

La corte acojió con benevolencia el proyecto, i no podia ser de otra manera.

Su primera parte, la de reducir a defensiva la guerra de Arauco, no podia ménos de halagar al gobierno peninsular. Aquella lucha duraba ya medio siglo sin ventaja alguna para los españoles. Léjos de eso, impedia que el reino de Chile contribuyese al sostenimiento de la monarquía, i por el contrario obligaba a un desembolso anual de mas de doscientos mil ducados, sin que se divisara término para un gasto tan exhorbitante. Parecia necesario i urjente ensayar un nuevo plan.

Su segunda parte, la de la abolicion del servicio personal de los indíjenas sometidos, habia sido la aceptada por el monarca desde un principio. La práctica contraria importaba una verdadera desobediencia a la voluntad real.

Así el padre Valdivia fué perfectamente recibido No solo se aprobaron sus indicaciones, sino que se le colmó de distinciones.

Felipe III, que reinaba a la sazon, quiso que fuera el jesuita quien tomara la direccion de la pacificacion de Chile.

A fin de revestirle de la dignidad necesaria pa

ra el buen desempeño de tan elevado encargo, propuso a Luis de Valdivia presentarle a la Santa Sede para el obispado de la Imperial, que se hallaba vacante.

El padre Valdivia rehusó con toda sinceridad i decision semejante honor.

Pero se vió obligado a aceptar los empleos de visitador jeneral de Chile i de gobernador del obispado de la Imperial.

Junto con estos títulos, el monarca le concedió las mas amplias facultades para manejar los negocios de Arauco, sin ninguna subordinacion ni al presidente, ni a la audiencia de Chile.

Solo debia sujetarse al virrei del Perú, a quien el soberano dirijió muchas i espresivas recomendaciones en favor del padre.

El rei hizo todavía mas. Habiendo manifestado Luis de Valdivia que don Alonso García Ramon, tanto por lo avanzada de su edad i lo quebrantada de su salud, como por su decidida inclinacion a la guerra, no era idóneo para el destino que estaba ejerciendo, Felipe III le consultó sobre el remplazante que convenia darle. El jesuita designó a Alonso de Rivera, i éste fué nombrado.

Para que Valdivia tuviera ausiliares en su empresa, el rei ordenó que se costeara la traslacion a Chile de ocho sacerdotes i dos hermanos coadjutores de la Compañía de Jesus.

El 8 de diciembre de 1611, Felipe III escribió al marques de Montes Claros una cédula en la cual declaraba su voluntad de que por tres o cuatro años se probase el medio de la guerra defensiva propuesto por Luis de Valdivia.

Sin embargo, dejaba al arbitrio del virrei el proseguir o cortar las hostilidades contra los indíjenas, segun le pareciese convenir.

"Porque una de las principales causas de esta guerra, i el perseverar los indios rebeldes en su obstinacion i dureza, continuaba diciendo Feli

pe III en dicha cédula al virrei del Perú, se ha entendido que ha sido el ver los malos tratamientos que padecen los de paz, i el no haberse ejecutado por los ministros a quien se ha cometido su buen tratamiento, i en particular el no habérseles quitado el servicio personal, que por tantas cédulas del emperador mi señor se ha mandado quitar, i otras vejaciones i molestias que se les han hecho, os encargo i mando que pongais particular cuidado en el buen tratamiento de los dichos indios de paz, introduciendo i haciendo guardar en Chile lo que tengo mandado por cédula de los servicios personales que últimamente se os envió para ejecutar en esas provincias en todo aquello que permitiere el estado presente de aquel reino, i diese lugar la conservacion de él, i la causa, crianzas i labranza, i provisiones de la guerra, porque por la turbacion en que se hallan las cosas de aquellas provincias, podria importar que alguna parte de lo que contiene la dicha cédula se suspendiese, pero esto ha de ser en caso tan apretado, que la conservacion de Chile se aventurase, i no de otra manera, sin embargo de que lo pida la mayor comodidad de los

españoles".

Tan luego como el marques de Montes Claros recibió los despachos de la corte, i llegó a Lima el padre Valdivia, convocó el primero una junta de veinte personas de categoría para volver a discutir, ya que Su Majestad las dejaba hasta cierto punto a la resolucion final del virrei, las dos cuestiones de la guerra defensiva i de la abolicion del servicio personal.

Las veinte personas congregadas, oídas las espli

caciones de Valdivia, estuvieron por la afirmativa.

VIII.

Todas estas novedades habian alarmado sobre manera, como debe suponerse, a los encomenderos de Chile.

A esa fecha, habia ya fallecido el gobernador García Ramon, muerto en Concepcion el 19 de julio de 1610, cuando la fortuna se le estaba mostrando poco propicia en la guerra de Arauco.

Los jesuitas presentaron estos sucesos como signos manifiestos de lo que Dios desaprobaba la conducta de los gobernantes chilenos.

"Parece que ofendido Nuestro Señor de la remision del gobernador García Ramon, dice el cronis ta de la órden a quien ya he citado varias veces, quiso significar en el castigo que le dió su desagrado para el escarmiento de otros; porque habiendo sido este caballero mui dichoso i afortunado en los sucesos de la guerra con los araucanos en el tiempo que sirvió de maestre de campo jeneral del reino, tuvo ninguna suerte en este su segundo gobierno, ántes mui malos i adversos sucesos, pagando en la misma moneda en que delinquia, porque por la guerra repugnaba quitar el servicio, le salió mui infeliz, i Dios tambien le cortó el hilo de la vida en el mayor fervor de sus pretensiones i premeditados ascensos, ántes de concluir su gobierno, pasando en lugar de la residencia de él a dar cuenta en el tribunal divino de su remision en este punto sustancialísimo i de los respetos porque sobreseyó en la ejecucion de la real voluntad, que estaba mui declarada" (1).

si

(1) Lozano, Historia de la Compañía de Jesus de la provincia del Paraguai, libro 5, capítulo 6.

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