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Sin embargo, los encomenderos no querian darse por advertidos, i persistian en defender sus intereses.

Habiendo tenido noticia de que el soberano habia confiado, podia decirse, la resolucion final del asunto al virrei marques de Montes Claros, influyeron con todos los cabildos del reino para que elijiesen un procurador que fuera a manifestarle las razones que habia para no poner en ejecucion el plan apoyado por el padre Valdivia.

El nombramiento recayó en frai Jerónimo Hinojosa de la órden de Santo Domingo.

Este sujeto llegó a Lima cuando la junta de los veinte magnates convocada por el virrei habia decidido por unanimidad que se diera cumplimiento en todas sus partes a la real cédula de 8 de diciembre de 1610.

En vista de ello, el padre Hinojosa manifestó al marques que desistia de toda jestion.

No obstante, el virrei quiso que desempeñara su comision ante la junta, i al efecto volvió a reunirla.

Abierta de nuevo la discusion, frai Jerónimo Hinojosa espuso sus razones i oyó las contrarias; i no hallando qué responder, se declaró convencido. Si todos los de Chile se hallaran aquí, esclamó en conclusion, todos tendrian que obrar coma yo.

IX.

A principios de 1612, llegaron a Chile, primero don Alonso de Rivera por tierra desde el Tucuman; i en seguida, Luis de Valdivia por mar desde Lima.

Despues de haberse detenido el presidente en

Santiago el ménos tiempo que le fué posible para hacer los aprestos militares que el caso requeria; i de haber el padre visitador hecho algunas correrías por el territorio araucano para apreciar por sí mismo el estado de las cosas, se juntaron los dos en Concepcion.

La entrevista fué estremadamente cordial i amistosa.

El jesuita comenzó por mostrarse mui satisfecho por el resultado de la reciente visita a los araucanos. El señor presidente, refiere Luis de Valdivia, "reconoció mucho el servicio que le hice en la corte en testificar sus méritos, i la merced que por mi causa le hizo Su Majestad de este gobierno i presidencia, i lo primero que me dijo fué que un pun. to no saldria de lo que Su Majestad mandaba, que era ayudarme, i que el efecto mostraba cuán acertado era este camino; i que habia dicho a todos que en respetar i estimar este medio i mi persona, todos se habian de esmerar, i en castigar al que re sollase en contra; i no ha admitido plática en contra; i que el señor virrei tiene en él un fiel servidor para ejecutar cuanto le mandare, i yo una mano real para cuanto intentare en servicio de Nuestro Señor i de Su Majestad" (1).

Sin embargo, el presidente Rivera, en carta dirijida al rei algunos meses mas tarde de esta entrevista, el 25 de diciembre de 1612, califica la guerra defensiva propuesta por el padre Valdivia de "guerra nunca vista, de la cual habian de resultar muchos daños".

El oidor don Cristóbal de la Cerda asevera tambien en un informe pasado al soberano en 1621,

(1) Luis de Valdivia, Carta al provincial Diego de Torres, fecha en Concepcion a 2 de junio de 1612.

que don Alonso de Rivera "juzgaba por no conveniente la guerra defensiva"; pero que reconocido al padre Valdivia, a quien era deudor de su vuelta a la presidencia de Chile, se convirtió en ajente de cuanto aquel determinaba, "perdiendo en mucho de su autoridad".

Pero sea de esto lo que se quiera, el hecho es que en junio de 1612 habia la mejor armonía entre el presidente i el padre visitador; i así convenia que fuese, porque la situacion era bien crítica.

Casi todo Arauco estaba levantado, o próximo a levantarse.

No era eso todo.

Los araucanos estaban en intelijencias para una tremenda insurreccion por lo ménos con los naturales sometidos que habitaban entre el Biobio i el Maule, i quién sabía sí tambien con los que vivian entre el Maule i el Mapocho.

Esta mala voluntad, disimulada, pero mui real i efectiva, de los indios de paz importaba un peligro serio para la dominacion española en Chile, que a causa de la heroica resistencia de los araucanos, estaba mui léjos a principios del siglo XVII de hallarse bien consolidada.

Tales eran las apuradas circunstancias en que el padre Valdivia emprendia aquietar con solo buenas palabras a los indómitos araucanos.

Los encomenderos habian asegurado que el jesuita no entraria a la tierra de Arauco.

Luis de Valdivia entró a ella ántes de su entrevista con el presidente, i en seguida volvió a entrar.

Los encomenderos aseguraron entónces que no saldria con vida.

A pesar del funesto pronóstico, Valdivia se paseó casi siempre solo por todo el territorio, siendo

perfectamente recibido de los indios, que se empeñaban por obsequiarle como mejor podian. Solo una vez corrió su vida algun peligro.

Las campanas de todas las iglesias de Santiago, echadas a vuelo por órden del obispo don frai Juan Pérez de Espinosa, anunciaron a los encomenderos que sus tristes vaticinios estaban desmentidos los acontecimientos.

por

El viaje de Valdivia a Arauco habia sido un paseo triunfal.

Los encomenderos no se dieron, sin embargo, por desengañados.

-Esperemos, dijeron, que los indios cosechen sus sementeras, i entónces verémos.

X.

Mientras tanto, el padre Valdivia determinó emplear el invierno de 1612 en practicar la visita de las poblaciones cristianas de la diócesis de la Imperial.

Estremada fué la severidad que desplegó para correjir a los encomenderos que inflijian malos tratamientos a los indíjenas, i esos eran todos.

El padre se mostró implacable, sin haber jénero de consideraciones que le contuviese.

Semejante manera de proceder causó asombro, porque, como dice un cronista, hasta entónces "los que ejercian la justicia, como eran por lo comun vecinos, no trataban de enmendar en otros lo que ellos mismo cometian sin escrúpulo".

Cierta noche, se presentó en la ciudad de Concepcion al padre visitador una india medio desnuda i jadeante; de sus espaldas chorreaba la sangre en abundancia.

La mujer del alcalde ordinario la habia manda

do azotar en su propia presencia hasta ponerla en tan lastimoso estado, no porque hubiera certidumbre de que hubiese cometido algun delito, sino porque habiéndose desaparecido una servilleta, se sospechaba que ella la hubiese tomado.

La pobre india habria perecido talvez bajo los golpes del látigo, si no hubiera logrado escaparse para ir a solicitar la proteccion del visitador.

El padre Valdivia le concedió intejérrimo cuanta habia menester.

El alcalde, que era hombre de importancia i de influencia, cobró por ello una grave ofensa.

Los encomenderos, que no podian convencerse de que fuese lícito prestar oídos a las reclamaciones de los perros indios, censuraron ferozmente la conducta del jesuita, el cual, segun ellos, no hacía mas que alzaprimarlos.

-Le negaron sus facultades.

Le atacaron de todos modos, en las conversaciones, en los púlpitos, en las deliberaciones del cabildo.

Dios sabe hasta donde habria ido a parar la grita si el presidente Rivera i la audiencia, en cumplimiento de las órdenes del soberano i del virrei, no la hubiesen contenido por medio de bandos i toda especie de conminaciones!

Pero no por esto, sus adversarios dejaron de continuar dirijiendo al padre toda especie de cargos i de acusaciones.

Se manifestaban aun asombrados de que osara celebrar de ordinario la santa misa, sin que se lo estorbaran las irregularidades en que habia incurrido.

Entre otros motivos de este asombro, se citaba el que sigue:

"Ha pasado a tanto el poder de su voluntad,

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