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VI.

En este estado se hallaban los negocios de Chile, cuando el año de 1557, Villagra fué reemplazado por don García Hurtado de Mendoza, quien, aunque mui jóven, poseia toda la prudencia de un hombre esperimentado.

Uno de los primeros cuidados del nuevo gobernador fué procurar poner remedio a los abusos de los encomenderos, dictando, apénas llegado a la Serena, ordenanzas por las cuales mandaba "que el encomendero se valiese tan solo de la sesta parte de los indios de su encomienda para labrar las minas, i que ésta fuese de varones desde diez i ocho a cincuenta años; que del oro que le sacase se diese al indio la sesta parte como en retribucion de su mismo tributo, i que esto se repartiese el sábado; que se pusiesen en las minas hombres de buena intencion por alcaldes, que no permitiesen las molestias i malos tratamientos de los indios; que los bastimentos para los obreros no se llevasen como hasta allí en hombros de mujeres, sino en bestias a costa del vecino; que se diese a cualquier indio cada dia comida bastante i carne los tres dias de la semana; tambien alguna ropa a cuenta de lo que le habia de tocar; que los encomenderos se abstuviesen de pedir a los indios otra cualquier cosa, sabiendo que no tienen por caudal sino su trabajo; que en los pleitos de los súbditos se interpusiese el amo como juez sin usurparles la cosa sobre que tuviesen diferencia; que cuidasen particularmente en domesticar i enseñar los indios con caricias, no con rigor; que por ningun caso les hiciesen trabajar domingos i fiestas, ántes

procurasen que no perdiesen la misa i otros ejercicios cristianos los que fuesen" (1).

Pero si don García Hurtado de Mendoza, fiel en esto al espíritu del gobierno español, se esforzó por suavizar la servidumbre de los desventurados indíjenas, estuvo mui léjos de pensar en suprimir las encomiendas, que era el medio imajinado para realizar i consolidar la conquista.

Por el contrario, continuó el plan seguido por sus antecesores en el reino de Chile, i por todos los conquistadores de América, de premiar con repartimientos de indios los servicios de los que le ayudaron a vencer la insurreccion i a pacificar el país.

Al efecto, nombró una comision compuesta de cuatro individuos de esperiencia i antigüedad en el reino i de buena fama i conciencia para que le informasen acerca de los mas acreedores a sus favores, i le ayudasen en la distribucion.

Ordenó con el mismo objeto que todos los que se considerasen con méritos para ser remunerados le elevasen memoriales en que los hicieran valer.

En las nuevas mercedes que hizo, no respetó las que habian hecho sus antecesores, particularmente Francisco de Villagra, el cual, a lo que Hurtado de Mendoza creia, no habia estado autorizado para dar encomiendas.

En sus concesiones, don García dió la preferencia a los que habian venido acompañándole del Perú sobre los que ya estaban en Chile, a pesar de que algunos de los últimos habian servido tanto como lo primeros, o mas que ellos.

(1) Suárez de Figueroa, Hechos de don García Hurtado de Mendoza, libro 1.0

Esta parcialidad orijinó naturalmente hablillas, murmuraciones i manifestaciones de enojo.

Don García, que no sobresalia por la virtud de la paciencia, hizo venir a su aposento a muchos de los descontentos para declararles cara a cara "que estaba resuelto a dar de comer con lo mejor parado que hubiese a los que habia traído del Perú, porque él no sabía engañar a nadie; i que si a ellos los habian engañado Valdivia o Villagra, no dándoles lo que les hubiesen prometido o mereciesen, engañados se quedaran".

Pero no fué esto lo peor.

Don García, arrebatado por la vehemencia que le era característica, no tuvo reparo en asentar, para ponderar los títulos de los que habian venido con él del Perú, i rebajar los de los venidos ántes, "que no habia cuatro de éstos a quienes se les conociera padre, i que eran hijos de putas".

Se comprenderá fácilmente que esta injuria grosera ofendió en lo mas vivo a aquellos contra quienes fué lanzada.

Hurtado de Mendoza, queriendo manifestar de un modo bien serio a los encomenderos que no podian gozar de las encomiendas, sino con la precisa i forzosa condicion de defender la tierra, hizo pregonar a son de trompeta que todas las de la arruinada ciudad de Concepcion estaban vacantes, porque los dueños de ellas no habian rechazado a punta de lanza, como estababan obligados a hacerlo, a los indios que la habian asaltado i destruido.

I junto con esto, adjudicó las dichas encomiendas a los nuevos pobladores de la ciudad, que mandó reedificar.

Aquello fué considerado, no solo como un despojo, sino tambien, i mui principalmente, como una marca de infamia.

Los encomenderos desposeídos i afrentados alegaban en su defensa que si habian abandonado la ciudad, habia sido por determinacion de Villagra, a quien debian obediencia.

Esta alegacion encontraba el mas favorable asentimiento entre los conquistadores, los cuales veian con sumo disgusto que se estableciera el antecedente de que la menor neglijencia bastaba para privarlos de lo que habian ganado al precio de su sangre, segun afirmaban.

Pero el severísimo don García no atendió a consideracion de ninguna especie.

Lo que él queria era que los encomenderos tuviesen entendido que perderian irremediablemente sus encomiendas si no contenian a los indíjenas alzados, costárales lo que les costara.

Hurtado de Mendoza, como lo habia practicado desde su entrada en Chile, continuó atendiendo con solicitud a que los indios de encomienda no fueran demasiado oprimidos i vejados por sus amos.

Con este objeto, hizo que el oidor de Lima licenciado Hernando de Santillana, el cual le acompañaba como su teniente jeneral en cosas de justicia, visitase el país, i dictara las ordenanzas que el caso requeria.

Estas disposiciones, que probablemente fueron análogas a las que don García promulgó tan luego como llegó a la Serena, recibieron la denominacion de Tasa de Santillana, i estuvieron por mucho tiempo vijentes de derecho, aunque sin ser observadas en la práctica (1).

(1) Góngora Marmolejo, Historia de Chile, capítulos 27 i 32.-Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 2, capítulos 9 i 10.

VII.

Acababa, puede decirse, de sosegar la tierra de Arauco don García Hurtado de Mendoza, caudillo tan diestro como afortunado, cuando le llegó la noticia de que el soberano habia nombrado a Francisco de Villagra para que rijiese el reino de Chile.

El nuevo gobernador comenzó luego a deshacer en materia de encomiendas lo que habia hecho su antecesor, quitándolas a unos para darlas a otros (1).

Mas el curso de los sucesos no tardó en manifestarle que el negocio a que dedicaba preferente atencion admitia mucha espera, pues los indíjenas de Arauco, a quienes se creia sometidos, volvieron a levantarse con tanta furia, como si poco ántes no hubieran sido vencidos.

Tenia a su lado el gobernador a un fraile dominico llamado frai Jil González de San Nicolas, natural de Avila, discípulo de frai Bartolomé de las Casas por las opiniones i los sentimientos, el cual se habia propuesto tomar bajo su patrocinio la causa de los indios, i que escribió, segun se dice, un breve tratado sobre el asunto en 1559, siendo prior de su comunidad en Santiago (2).

Mientras los jefes estimulaban a los soldados a que hicieran esperimentar a los rebeldes toda la fuerza de su poder, el buen fraile les predicaba con la mayor uncion que "se iban al infierno si mataban indios, i que estaban obligados a pagar

(1) Mariño de Lovera, Crónica del reino de Chile, libro 2, capítulo 16. (2) Lozano, Historia de la Compañía de Jesus de la provincia del Paraguai, libro 5, capitulo 5.

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